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Alejandro de la Cruz

Pertenece a la generación de jóvenes artistas que llegó a Salta en la década del ´80 y que junto a otros jóvenes oriundos de Salta, provoca una extraordinaria apertura en el quehacer plástico de la provincia y que empieza ya a manifestarse hacia finales de la década del ´70.

Es un artista que conoce con profunda autenticidad la conceptualidad del arte americano y la aplica en su obra. Adquiere, gracias a su claro concepto del arte y a sus permanentes incursiones por los pueblos Mapuche, Wichi y Collas, formas y experiencias que lo llevan a aplicar en su obra las materias propias de esta zona, mediatizando de esta manera: conceptualidad, técnica, materia y formas con una mística claramente americana en caminos que ya señalaran Xul Solar, Gambartes, García Bes, Elsa Salfity y otros. Obtuvo premios nacionales e internacionales.

Nació en Buenos Aires en el año 1959. Realizó sus estudios primarios y secundarios en esa ciudad e ingresó luego en la Escuela Nacional de Bellas Artes “Manuel Belgrano”, en la que dio sus primeros pasos en la plástica. Posteriormente cursa en la Escuela Superior de Artes de la Nación “Prilidano Pueyrredón” y en los talleres en la Escuela Superior de Arte “Ernesto de la Cárcova”, paralelamente a la carrera de Antropología, en la Universidad Nacional de Buenos Aires.

Antes de concluir sus estudios, inicia su peregrinaje por América, para luego radicarse en Salta. Concluye sus estudios plásticos en Buenos Aires donde obtiene el título de profesor de Escultura y Especialización en talla de piedra con el maestro Ramón Castejón.

En Salta, obtiene el título de Profesor en Grabado en la Escuela Provincial de Bellas Artes “Tomás Cabrera” y se establece en la localidad de Vaqueros, en un ambiente totalmente aislado, acorde con el modo de vida por él elegido , en contacto con el paisaje y los materiales del lugar como principales objeto de percepción.

Muchos fueron los artistas dotados de un especial amor por el arte y la tierra de este Norte argentino y con una clara visión sudamericana rioplatense, que llegaron a Salta en la década del ochenta para volcar sus experiencias y nutrirse de su ancestral lenguaje plástico; entre ellos estuvo Alejandro.

Esta importante inyección de sangre joven, sumada a la fuerza de la gente de Salta, traerá como consecuencia la extraordinaria apertura que presenta el quehacer plástico de los ochenta en la Provincia, adecuado a las más contemporáneas exigencias de la universalidad que caracterizó a ese momento del siglo, ya en los albores de una nueva era histórica.

Su interés por lo americano, lo llevó a incursionar en sucesivos viajes en la vida de los pueblos Mapuche Puel en Neuquén y en el Noroeste, en las comunidades wichi y collas. En esa etapa, estudia con avidez la estética y las formas artísticas de los pueblos de los valles salteños petroglifos, tallas y cerámicas; esta experiencia lo lleva a sentirse atraído, en sus trabajos personales por el uso de materiales propios de estos pueblos, como son: la piedra, la arcilla, el algarrobo.

“Toda esa experiencia –decía Alejandro- se fue reflejando en mi expresión artística, en la que comenzó a vislumbrarse eso que antes no comprendía: la visión de una corriente americana mística ya señaladas por artistas como Torres García, Xul, Solar, Léonidas Gambartes, García Bes. Porque comprender el arte americano es entender que entre la obra y la persona no hay ningún tipo de barreras; el arte es una manifestación de la vida interior, de una elevación del espíritu dividido a “lo uno”. Esta es la enseñanza de la meditación en la contemplación de la naturaleza”.

Así transitó Alejandro por el mundo de la plástica, llevando siempre un mensaje de vida en todos los campos, en los que incursionó: el dibujo, la pintura, la escultura, el grabado, la cerámica y también en su actividad docente, en la que con muchísimo acierto mantuvo un permanente acercamiento con sus alumnos a los que transmitió, no sólo sus profundos conocimientos técnicos, sino también su visión estética compenetrada de una intelectualización conceptual que es la que palpita en su obra.

Pese a su juventud, Alejandro recorrió en su obra un largo camino que fue siempre apreciado por críticos de la talla de Guillermo Whitelow, Nelly Perazzo, Osvaldo Mastromauro y otros. Siendo muy joven aún, ganó una beca de investigación entre cuatrocientos postulantes de todo el país, otorgada por la Fundación Antorcha, en cuyo desarrollo trabajo con materiales de la zona de los Valles Calchaquíes y la Puna; importante experiencia que seguramente contribuyó a enriquecer su ya vasta capacidad técnica y perceptiva y a acentuar su marcada tendencia mística americanista.

Desde 1978 numerosas exposiciones individuales en nuestro país y en el exterior y participó en exposiciones colectivas y en salones.

Fue uno de los artistas de Salta que más distinciones recibió en materia escultórica y en otra especialidad. Sus obras se encuentran en los más importantes centros culturales del país, del extranjero y en colecciones particulares. En Vaqueros, su hogar y su taller, pueden verse sus obras y en “Jardín de las Esculturas” del mismo pueblo, que como un sueño él dejó para el futuro.

Su mundo en la mística latinoamericana Siempre fuerte en su expresión plástica, Alejandro mostró en sus comienzos una obra marcadamente expresionista, para luego y poco a poco, ingresar con toda su potencia expresiva por los caminos del arte constructivo. En sus obras enlaza grandes masas volumétricas con sutiles juegos formales, en los que la materia prima como elemento conductor de la obra nos deja el mensaje de esa mística americanista que persiguió permanentemente. Manejó en sus obras todos los materiales de esta zona norteña madera, piedra, hierro, arcilla.

Alejandro fue no sólo un excelente artista plástico, sino también un pensador, un intelectual. En su mensaje, está consciente y voluntariamente alejado de todo aquello que con profunda sabiduría Damián Bayón llama “el happening de los últimos quince años de la plástica” (Arte de Ruptura, México 1973) en donde los jóvenes creadores o no, participan como agentes catalíticos de un sistema de manifestaciones sociales, manejadas y organizadas por seudos criticos y marchands en una “fiesta perpetua” de la que podrá salir sólo aquel que, con auténtica capacidad pueda superar las modas, “cuando las arenas del tiempo poden las imposiciones del momento”.

Así nos hablaba Alejandro. “Entiendo que la realidad no es una división de objetos, sino una unidad de espíritu. Expreso toda esa armonía que me lleva diariamente, en mi vida cotidiana, simple y familiar, en la materia que es propia, que pertenece a esa cotidianeidad, a esa familiaridad y paz del alma que se percibe”.

Uno de los críticos que él más apreciaba y que más penetró en su obra, Osvaldo Mastromauro, dijo de él y de su creación ”El hombre y el paisaje se llaman se asumen, dialogan, callan se recuerdan y se habitan. De repente, como una estrella fulgurante, algo anuda el cielo con la tierra: ser consciente de esa amistad es llamado del arte. Una escultura toma prestada la forma, la materia se trueca necesidad y el arte se ahueca para cobijarlo.

Las palabras lo envuelven, lo descifran, lo presentan poéticamente, como en un sitio a cielo abierto en las sierras de Vaqueros donde la escultura y la naturaleza comparten una unidad, donde su espíritu ronda en la trascendencia del paisaje, en la contemplación del espacio, donde sus palabras suenan en la inmensidad del silencio, porque ya no está, se fue sin pensarlo y, como dicen sus alumnos, reclamaron tu presencia allá en el cielo. Venía de colocar su última obra, un Cristo Crucificado en la Capilla San Isidro Labrador (finca Tolloche), que se lo llevó en él. Falleció el 6 de agosto de 2003.

Información extraida de llibro "Vida PlásticaSalteña" de Carmen Martorell y Margarita Lotufo Valdés.

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