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Dos Historias de Amor

Por Andrés Mendieta

En pueblo chico…

Entre los acontecimientos que produjeron gran bullicio en la sociedad salteño paso a relatar. Se cuenta que a mediados del siglo XIX la hija de don Manuel Antonio Peña y Cervantes y de doña Fortu-nata de la Corte y Carbajal, de nombre Tomasa, era una mujer de particular belleza y fama de ser muy culta. Un día de tantos sorprendió a sus padres, familiares y vecinos sobre sus deseos de ingresar al convento escuchando un llamado del Señor. ¿Cómo podía ser que la niña Tomasa ingrese a un monasterio? Y así nomás fue. Un gentío la acompañó hasta las puertas del claustro y entre sollo-zos y blanco pañuelos se despedían porque sabían que una vez cruzada el espacioso pórtico –según dicen tallado por los indios- desde allí no saldría de nuevo a la calle. Al lado del templo había un cementerio donde eran depositados los restos de las religiosas cuando morían,

Aquí cabe acotar que esa práctica desapareció hace algunos años por disposición municipal. Tomasa hizo el aspirantazgo, el noviciado y después de su postulantado hasta llegar a vestir los hábitos del Carmelo. Cuando sólo le faltaba hacer sus votos perpetuos recibió la visita de su hermano Manuel, médico, arraigado en Buenos Aires quien llegó acompañado por su amigo Gabriel Cabezón, de nacionalidad chilena. Después llamar a la monjita tornera mediante una campana ubicada al lado del torno ésta saludó como era habitual, con voz angelical, dijo:

- “Ave María Purísima”

Manuel, que conocía manera como debía responder dijo:
- “Sin pecado, concebida, Hermana”.

De inmediato se presentó como hermano de la religiosa, como así acompañado de un amigo de la familia.

- “Él no podrá pasar al locutorio para hablar con sor Tomasa. Sólo familiares directos, son las reglas de la Comunidad”; advirtió en forma terminante la hermana tornera.

Antes de ingresar al habitáculo la religiosa saludó a su hermano atrás del torno y éste le explicó que estaba con un amigo de la fami-lia de apellido Cabezón, con quien Tomasa intercambió unas breves y espontáneas palabras.

Ya en el locutorio conversaron los hermanos separados por dos rejas de madera superpuestas.

Tiempo después Salta fue conmovida con una noticia inusual para aquellos tiempos. La hermana Tomasa Peña, aprovechando que el portón había sido abierto para que ingresara un carro llevando mercadería para el claustro, ganó la calle para dirigirse a la casa de sus padres abandonando definitivamente sus hábitos.

No pasó mucho tiempo para que otra revelación volviera a inquietar a los vecinos de Salta. Se participaba el casamiento de Tomasa Peña con el doctor Gabriel Cabezón, en la iglesia Catedral. Dícese que el templo mayor resultaba chico para albergar a invitados y cu-riosos para saludar a la pareja.


*Otro estridente casorio*

El historiador salteño Bernardo Frías se hace eco de otro casamiento que dio mucho que hablar en la Salta de antes. Su protagonista principal era la distinguida dama salteña Ana Gorostiaga y Rioja, quien fuera pretendida por el general Martín Miguel de Güemes, pero conquistada por el general español José Manuel de Carratalá con quien, inmediatamente después de la boda, los novios vestidos con ropa de ceremonia, debieron huir a caballo ante el re-chazo a la invasión realista (1817) por parte de los gauchos al mando del prócer salteño.

Pero aquí esta historia no termina. Tiene un espacio intermedio. El general Tomás de Iriarte, en sus “Memorias” cuenta que fue elegido como padrino de Carratalá para el enlace, anunciándole al mismo tiempo que todo tenía preparado para abandonar la ciudad antes de las doce de la noche.

En la casa de Ana, mejor dicho “Anita” como todo el mundo la conocía, mostraba un gran movimiento. Se cargaban mulas con colchones y arcones, animales de carga que estaban listos para una larga marcha. Hacía mucho frío esa noche del 4 de mayo de 1817. Para la flamante pareja la “luna de miel” estaba cubierta por negros nubarrones. La partida realista en todo su trayecto hacia el Alto Perú sufrió numerosas bajas como producto del hostigamiento por parte de Güemes con sus gauchos. Una nueva derrota de los pe-ninsulares en manos de los patriotas.

Ana al fugarse cubría su vestido de novia con una ruana de barragán de su esposo que le sirvió después para acompañarlo casi por toda América donde Carratalá era destinado para guerrear y, después, en Madrid donde se encontró con la muerte sin haber podido regresar a su tierra natal.


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