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Raúl Aráoz Anzoategui

s uno de los escritores más prestigiosos de la provincia. Nació en 1923; pertenece a la llamada generación del 40. Muy joven aún formó parte de La Carpa, movimiento cultural originado en Tucumán, que abarcó Salta, Jujuy y Santiago del Estero.

Como lo expresa el mismo Aráoz Anzoátegui en una nota publicada en el diario Clarín de Buenos Aires, el 31 de octubre de 1948: "el movimiento de La Carpa fue uno de los que se particularizó por su extraordinaria cohesión y envergadura". Participó en la Muestra colectiva de La Carpa (1944) con María Adela Agudo, Julio Ardiles Gray, Manuel J. Castilla, María Elvira Juárez, Raúl Galán, José Fernández Molina, Nicandro Pereyra y Sara San Martín.

Es autor, entre otros libros, de Tierras altas, con el que obtuvo en 1946 el Primer Premio Regional de Poesía; Rodeados vamos de rocío, poemas; Pasar la vida, poemas; Poemas hasta aquí; Antología. Panorama poético salteño (estudio preliminar selección); Tres ensayos de la realidad; Confesiones menores, poemas; Por el ojo de la cerradura, ensayos y otras reflexiones.

 

De Pasar la vida:

 Mira, somos
iguales que antes...

Mira,
somos iguales que antes,
cuando dijimos
que nos queríamos
Sólo los otros,
ahora,
son diferentes.

Mira el alma
y no añores.
No cambies, nunca, el ayer
por el hoy.
Deja el ayer, en su sitio,
bien como está.
(No le quites tampoco,
la piel del recuerdo).


Es natural
que así sea este júbilo
de saber hasta dónde,
la vida,
nos conmueve.

Mira,
qué pronto,
los árboles crecieron
en la casa.
Cómo tuvimos que podar
los sueños, para que la luz
entrara,
de lleno.

 

Raúl Aráoz Anzoátegui ha ocupado diversos cargos en ámbitos culturales, en Salta y Buenos Aires adonde vivió varios años. Su actuación fue vastísima.

En su provincia natal, entre otras actividades, fue Director de Turismo y Cultura de la Provincia, subdirector del diario El Tribuno, director del diario Norte, editorialista del diario El Intransigente; en 1957 designado Director de LRA 4 Radio Nacional, filial Salta. Fue delegado del Fondo Nacional de las Artes en Salta.

Ha integrado numerosos jurados literarios provinciales y regionales. Realizó también actividades editoriales en su propia imprenta: Ediciones Limache.

Recibió importantes premios y distinciones por su labor literaria. Ha sido traducido al inglés y al portugués.

En diversas oportunidades participó en Buenos Aires de importantes Jornadas de escritores, organizadas por la Secretaría de Cultura de la Nación.

En 1983 fue designado Director de ATC Televisora Color, Canal 7, Buenos Aires. Renunció a este cargo en 1986.

Miembro del Jurado para el Premio Nacional Ricardo Rojas, 1985, de la Secretaría de Cultura de la Nación, junto a reconocidas figuras literarias nacionales. En 1986 miembro del Jurado para el Premio Regional de la Secretaría de Cultura de la Nación (período 1981-84), acompañado también por importantes personalidades.

En 1987 da una conferencia en la Academia Argentina de Letras en el acto de homenaje a Juan Carlos Dávalos, en el centenario de su muerte.

Desde 1988 es miembro correspondiente de la Academia Argentina de Letras.

El poeta estuvo casado 55 años con doña Renée Reyes, mujer extraordinaria por su don de gente. Siempre juntos, viajaron por el mundo; se los veía en actos culturales, caminando las calles de la ciudad o en el café, hasta 2000 cuando ella muere llenando de congoja a cuantos la habíamos tratado.

Su solariega casa de Limache, "la casa del poeta y de la Renée", siempre hospitalaria, es visitada por importantes figuras de las artes.

Reúne en cálido ambiente a escritores y amigos; su palabra señera es escuchada y respetada por los escritores noveles. Dice Aráoz Anzoátegui: "es el hombre de letras, quien debe iniciar el diálogo entre sus semejantes; y este diálogo estará, en principio, en su misma creación, en lo que ello signifique como testimonio de vida."

El escritor tiene siempre a flor de labios interesantes anécdotas, ya familiares o recabadas de tantos años de vida fecunda y de sus "mocedades", de cuando con otros poetas recorrían noctámbulos las calles de Salta. De algunas de ellas deja constancia en su libro Por el ojo de la cerradura; "desandar años y volver a recorrerlos", como él mismo lo expresa en el libro citado.

Raúl Aráoz Anzoátegui dedicó hermosas páginas a su padre, don Ernesto M. Aráoz (1891-1971), singular escritor autor, entre otros títulos, del libro El diablito del cabildo; la edición de 1991, facsímil de la primera, con notas manuscritas del autor, cierra, como colofón La mano , poema de Raúl Aráoz Anzoátegui en homenaje, de puño y letra, a su padre.

En 1971 el autor reúne en ``Tres ensayos de la realidad'', textos que dan cuenta de algunas "coincidentes preocupaciones" puestas en texto "por un escritor del interior del país [...] en procura de transferir su experiencia a través de una visión proyectada a un programa más amplio", según manifiesta en el prólogo a esa edición. Esta aclaración es, en realidad, una viñeta para toda la extensión de su escritura, y no sólo la ensayística, pues matiza la incesante y permanente búsqueda de un escritor preocupado por su país, su región y, más ampliamente, el arte.

En aquel conjunto de tres ensayos _todos ellos de la década del '60 e incluidos en el libro que ahora leemos_, el ejercicio reflexivo gira alrededor de las difíciles relaciones entre la cultura del interior y la metropolitana ("Los escritores argentinos y la incomunicación"), la cultura popular de base hispánica e indígena en su estilización literaria ("La poesía de proyección folklórica") y las peculiaridades de la cultura local diseñada contrastivamente con la capitalina ("Salta: el hombre y su querencia"). Es esta línea la que da unidad al conjunto de ensayos reunidos en la primera parte de la publicación del '99 y cuya definición pasa por una concepción crítica de la cultura nacional.

De provincianismos e identidades

Ya sea en el ensayo de reflexión o en las breves páginas que, en la segunda parte, proponen recorridos por la producción individual de escritores y pintores, además de las entrevistas que se reproducen, la especulación gira alrededor de la definición de la cultura local por relación a la nacional (o más bien metropolitana), aquella a la que pertenece cada productor cultural. Sin embargo, al posicionarse de este modo, no incursiona en los lugares comunes de un chauvinismo defensivo sino que adopta una actitud crítica, capaz de indagar en las falencias de la "quietud provinciana".

La mirada se agudiza para detectar y denunciar una cultura conservadora a ultranza y reaccionaria en su propuesta. Es por ello que destaca con insistencia los excesos del criollismo y el nativismo que desmadran a las producciones artísticas locales: "La poesía del norte se había detenido con demasiada fruición en `pintoresquismos' que no reservaban otro mensaje que el de su minúscula intrascendencia...". Esta estética perimida responde a las peculiaridades del "patrimonio" local, afirmado en "un cúmulo de tradiciones caducas, sustentadas con fervor meditarráneo...", las que impiden las transformaciones que exige la historia. Es esa actitud tardíamente "romántica" la que "nos mantiene indecisos, tensos, entre un temor inusitado a lo desconocido" y nos hace mirar sólo "una cara de nuestro pasado y a sus determinados próceres".

Para el escritor que nos ocupa se trata, más bien, de pensar cada cultura en sus ``contradicciones internas'', de proponer alternativas que permitan a la vez que participar con claridad de perspectivas en el espacio nacional, comprender más acabadamente las peculiaridades de lo que considera es el resultado de la convergencia de dos fuerzas poderosas: la de la cultura hispánica _que queda claramente perfilada a lo largo del libro como la más auténtica pertenencia del "patrimonio" local_ y la huella, por mucho tiempo ignorada pero cada vez más evidente, de la ascendencia indígena. La primera a través del "aporte de lo mejor que trajo España a nuestras tierras: su poesía", tanto en la raigambre popular que entrama en la forma local de la copla, como en las formas "cultas" de enclave en la producción contemporánea. La segunda porque, a partir de la mirada antropológica y arqueológica de esas décadas que permiten "descorrer, cada vez más, el velo de una cultura que sobrepasa lo que algún día imaginamos o sospechamos", se comprende que la americana es el resultado de la superposición de las formas autóctonas que persisten en distintos textos: desde los que acompañan a las prácticas ceremoniales en estas estribaciones del incanato, hasta la poesía de tradición oral ya cribada por la impronta española.

El proyecto literario

Tal manera de concebir la cultura local es la que da forma y definición al "movimiento literario" al que _dentro de la "generación" de poetas argentinos de 1940_ el ensayista dedica muchas páginas. El grupo denominado "La Carpa" es para Aráoz "la resultante de una íntima necesidad _no individual sino colectiva_ y a ello se debe [su] cohesión"; esa fuerza centrípeta es la que permite proponer un proyecto literario con autoconciencia que opta por una concepción del arte tendido hacia lo social, atento a las voces de las gentes, mirando reflexivamente hacia dentro de su formación histórica. Para ello es necesario construir un lenguaje nuevo, "dislocar la preceptiva literaria" adecuando a la propia voz las innovaciones de la vanguardia para hacerla flexible, y penetrar así "de raíz hasta el corazón de la entraña nativa".

Con una actitud comparatista, hablan acá tanto el poeta desde su participación en el programa que analiza, como el crítico que toma distancia para evaluar un trayecto. Y desde allí diseña una poética que se diferencia tanto del estereotipado "folclorismo para turistas", como de la actitud "desintegradora" y dedicada a los "malabarismos verbales" de otros grupos literarios argentinos. Visto así, el proyecto de los '40 en el NOA propone una concepción y una práctica de la escritura literaria entendida como el espacio de convergencia de una visión del mundo expresada por una forma especial del lenguaje en la que la mediación del poeta consiste en asumir la voz de todos.

El ensayista no abandona nunca ese lugar de enunciación y, a través del tiempo, sigue dando forma a un proyecto político para la cultura nacional, orientado amodificar los vicios que perpetuamos desde los comienzos mismos de esa formación. Preocupado por ello, como muchos intelectuales del siglo lo marcaran (en la línea de un Mastronardi o un Martínez Estrada), Aráoz indaga durante los '80 para recalar, casi prioritariamente, en las fallas del sistema educativo formal e informal, desde donde "se nos enseñó un cúmulo de tradiciones contrapuestas" que sólo conducen a desorientar, confundir y disolver al conjunto de la nación, adelantando, hace ya más de dos décadas, su resistencia a las políticas económicas del capitalismo, pues observa con preocupación que toda esa falta de atención ocurre "mientras [...] los imperios actuales, en su voracidad [...] espían nuestros errores y debilidades y los vacilantes piensan de qué lado de ese universo van a acomodar sus ideologías..." (ibid.).

Los intelectuales y sus roles

En este marco se define la función social del intelectual _y particularmente del "hombre de letras"_ al que le cabe el difícil rol de formador de la cultura, pues la suya debe ser una "función monitora", la de "iniciar el diálogo entre sus semejantes". Y esta función se cumple en la forma de poner el mundo en sus producciones artísticas y también, muy especialmente, por la práctica de la discusión de ideas, poco frecuente en provincia, crítica en la que involucra a los medios masivos que no asumen la responsabilidad de acompañar activamente en la formación del "campo cultural" y de los lectores y espectadores que los tienen como sus únicos "informadores".

En esta interrogación siempre acuciante advierte, en los últimos ensayos, sobre el destino de la escritura en un mundo cada vez más tendido a la percepción de otros códigos. Así como en el campo de la literatura y el arte sus especulaciones se sostienen en un importante abanico de lecturas, la "enciclopedia" que se lee detrás de estas otras disquisiciones y de las discusiones con muchos de los nombres incluidos en ella (McLuhan, Toffler, Harley Parker...) dan cuenta de la preocupación de este intelectual por encontrar respuestas para el mundo en el que vive.

Sin embargo "son muy pocos los escritores y poetas que han tomado conciencia del problema", afirma, y es sobre estos pocos que extiende su lectura crítica: el abanico es amplio y se detiene casi exclusivamente en la exploración de textos (poemas, relatos, óleos y dibujos) de su propio espacio. Las dos excepciones son también indicio de la doble búsqueda que atraviesa cada página del libro: Azorín, por ese "estilo enjuto, minucioso, discurridor [...], demasiado detallista y, a la vez, resplandeciente de frases recortadas y sólidas", tal vez la voz más limpia de la escritura hispánica; y Neruda, el "nuevo profeta de esta América irredenta", en el que admira "la fuerza desatada de sus aguas, su propia desmesura". También acá la impronta de "las dos vertientes", de la materia con la que amasa su propia forma discursiva.

Búsquedas de un hombre

Los ensayos que acabamos de leer son el resultado de las especulaciones de un hombre de letras, de un intelectual consciente de su rol que, además, tiene presente que es por su testimonio que se puede ir construyendo el andamiaje de la cultura de Salta durante casi un siglo. Leer esas páginas abre la posibilidad de dar forma al campo cultural que hizo posible lo mejor y lo peor de una literatura que se construía buscándose a sí misma, de las batallas interiores y los inevitables desencuentros.

Estos ensayos son también la puesta en texto de las búsquedas de un hombre que ejerció junto a la voz íntima y casi contenida, la palabra y la acción públicas, conjunción que define a quien declara desde la función política que es necesario "culturalizar la democracia". Es esta una forma, entre tantas otras, de entender que la cultura como quieren muchos en el siglo que culmina es del pueblo y vuelve al pueblo a través de la elaboración de sus artistas. Para Raúl Aráoz Anzoátegui esto es posible cuando se está muy cerca de "lo real". Por eso la realidad, en su compleja y contradictoria trama, se levanta en cada línea de estos textos: lo real de una cultura de las periferias nacionales como forma de habitar el mundo y de una manera diferente de decirlo, de "mostrarlo".

 

Por Zulma Palermo Investigadora y docente en Letras. Coordina la Historia de la Literatura en Salta. INSOC-UNSa.

Edición: Agenda Cultural del Tribuno del 06 de agosto de 2000

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