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Biblioteca Atilio Cornejo

Andiate

Le llamaban "Andiate" a un cabo de la Policía de la Provincia , cuya misión parecía que era la de lidiar, noche a noche, con los excedidos en el consumo etílico en la zona céntrica de la ciudad.

Era moreno, robusto y bajo, con una sonrisa perenne atrapada en sus labios entreabiertos, sobre los cuales mantenía rígido - por sus cerdas - un bigote con resabios orientales. Usaba la gorra de negra visera echada sobre los ojos, como si la tuviera grande. En su mano derecha llevaba enroscado un látigo sinuoso, de suela fina, que para suerte de los detenidos nunca llegaba a usar.

El cabo solía hacer su primera aparición cuando se acercaba la medianoche. Era a no dudar la hora de las brujas, el mismo tiempo en que los que habían llegado a tomar un "cafecito y una ginebrita", iban por la media docena de pequeñas copas, que luego de raspar sin piedad las gargantas, subían presurosas y optimistas a alimentar los sueños y ocultos deseos de los aspirantes a bohemios.

"Andiate" observaba el panorama, escuchaba el tono de las voces, y siempre sonriendo, se alejaba del lugar para retornar poco después, cuando había de seguro "clientela dispuesta". Intervenía cuando se insinuaba un incidente. No se detenía a considerar el tamaño o corpulencia del díscolo, que de pronto se veía asediado por las fuertes manos del cabo, que empujándolo fuertemente hacia la puerta le decía repetidamente: "¡Andiate! ¡Andiate!". Por lo general lograba su propósito, y el "cliente", una vez sobre la vereda, dejaba de forcejear, y se alejaba tambaleante en dirección a su domicilio, donde seguramente lo aguardaba la furia de su mujer o de su suegra, de suerte que, de haber sido detenido por desorden, por lo menos se hubiera librado del incidente doméstico inevitable.

Más de uno de los afectados por el accionar del cabo, luego de pasado los vapores etílicos, solía llegarse hasta él y darle, no sin cierta vergüenza, las gracias por haber obligado a retirarse a tiempo, sin que lo conduzca al calabozo. Durante mucho tiempo cumplió con esta tarea que parecía inacabable y que se prolongaba hasta que aparecían las primeras luces del amanecer. Había algunos que eran verdaderos clientes "habitues" de "Andiate", ya que era rara la noche en que no se hacían presentes, vociferantes y agresivos, dentro de su jurisdicción céntrica, donde no tenían lugar los incidentes serios por su extraña habilidad para alejar a los protagonistas y calmar sus ánimos sin mayores molestias de su parte.

Cuando alguno se ponía fuera de sí, y comenzaba a lanzar golpes de puño. Andiate, se limitaba a esquivar los puñetazos que indefectiblemente, llevaban a su autor a dar por tierra con su humanidad al no acertar al blanco elegido. Su aparición en los bares cargados de humo, provocaba alegres expresiones de algunos y no faltaban quienes lo tentaban con una "copita", diciéndole: "Total nadie lo ve, échese un traguito que no le va pasar nada". El cabo sin dejar de sonreír miraba al autor del convite.

No contestaba nunca nada a nadie, y en estos casos se acercaba para observar bien a quien lo tentaba, para después alejarse, sabedor que había causado no poca alarma con su actitud. Hubo alguna vez que obligado por la conducta del protagonista de la escena que parecía salir de una pesadilla, llevaba a este empujándolo hasta la comisaría Primera.

Lo obligaba a efectuar el recorrido caminando, tambaleándose y ofreciendo resistencia, la cual era vencida sin mayores esfuerzos por el sólido aimará, vestido con el azul uniforme policial de aquellos días. A muchos les parecía que jamás tomaba su franco, ya que, noche a noche, aparecía con su sonrisa helada cruzándole la ancha cara morena y lustrosa, echando hacía atrás la cabeza para poder observar mejor debajo de la visera que le tapaba la parte superior de las cejas.

Los años fueron pasando y las costumbres fueron cambiando en el centro de la ciudad. Los viejos bares que miraban a la plaza desde fines del siglo 19, fueron cerrándose de a poco. Los bebedores noctámbulos fueron ahuyentados por la creciente dinámica urbana y la escena tomó otro aspecto, en la cual no encajaba la figura vernácula y recta de Andiate, que desapareció de los bares nocturnos, como de las calles que tantas veces le vieron transitar empujando un ebrio remolón, que se negaba obstinadamente a presentarse ante el oficial de Guardia.

Así fue hasta que llegó la noche en que comenzó su franco para siempre.

FUENTE: Crónica del Noa. Salta, 21 de Enero de 1982.



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