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Biblioteca Atilio Cornejo

El Duende

Entre los personajes que se mencionaban como integrantes del medio en la Salta del pasado, encontrábanse tanto los seres humanos "vivitos y coleando", como otros que no eran precisamente visibles para todos.

Eran personajes surgidos de las supersticiones del campo, que aparecieron posiblemente desde el fondo de las leyendas indígenas que, mezcladas con las costumbres españolas, fueron apareciendo poco a poco en las afueras de la ciudad, como estableciendo un invisible límite en lo que realmente era la campaña y donde comenzaban los aledaños de la gran aldea.

Unos de estos personajes, muy de Salta por cierto, fue el Duende, que generalmente adquiría mayor presencia durante los días del verano y comienzos del otoño. Tenía algo en común con los opas, ya que el lugar favorito de este extraño personaje eran las higueras. Las higueras abrigaron bajo su sombra y el sabor de sus frutos, todas las leyendas y anécdotas que se contaba del Duende. La gente - aunque nadie afirmaba haberlo visto - lo describía como un "hombrecito" muy bajo de ropas raídas y colgantes, cubierta su cabeza con un gran sombrero de anchas alas, que impedía ver sus facciones, que imaginaba de rasgos perversos. Sostenían que no hacia daño a los chicos, con quienes gustaba de jugar, como si se le hubiera quedado detenida la vida en la infancia, tal vez atrapada en su corta estatura.

Este personaje, según todas las descripciones, tenía un raro detalle. Una de sus manos era de lana y otra era de hierro. Cuando jugaba preguntaba a su compañero de juego con cual mano deseaba que le pegara. Indefectiblemente el asustado interlocutor elegía la más blanda. La de lana. Y el Duende, perverso y travieso a la vez, le asentaba un sonoro manotazo con su diestra de hierro, causando los consiguientes dolores y chichones al infortunado que habíale encontrado. Dicen que cuando más calor hacia, salía a la hora de la siesta debajo de la higuera. A esa hora las personas mayores encontrábanse dedicadas al culto doméstico de la siesta, de manera que eran horas que los niños aprovechaban para disfrutar de una incontrolada libertad.

Tal vez cuidando de que no cometan travesuras imprudentes, el Duende salía de entre los yuyos que bordeaban el tranco de la higuera, y con risitas, chasquidos y hasta alguna pedrada sin mayor fuerza, llamaba la atención de la gente menuda, a la que, afirmaba, regalaba sea un higo maduro o alguna golosina, que luego contarle la historia de sus manos y hacer la consabida pregunta de cuál elegían para recibir un golpe.

Cuando algún inocente niño decía que prefería la mano de hierro, entonces el Duende, mostrándose súbitamente benevolente y generoso, daba una suave palmada al rapaz, utilizando para ello su mano de lana. Pero al duende también se la achacaban otras travesuras no tan inocentes, y que hasta no hace mucho causaban alarma entre la gente grande. Estas travesuras aparecían poco antes de ponerse el sol.

Hubo una vecina en un barrio de Salta que denunció ante la autoridad policial que a la hora del crepúsculo, su casa era blanco de una misteriosa pedrea, cuyo origen había sido imposible establecer. La autoridad policial destacó gente para ubicar el lugar de donde provenían las piedras, que de pronto, desde lo alto bajaban en una amplia parábola, para estrellarse sobre el tejado de esta vecina, que muchas veces veía cómo se rompían las tejas de su modesta vivienda.

Pero no tardo mucho en dilucidarse el asunto. Observando la curva de las piedras, calcularon el sitio desde donde eran lanzadas. Pero después fue ubicada una "barra" de traviesos muchachos que, a manera de entretenimiento, arrojaban piedras al aire para ver quién lograba enviarles más lejos. Un tanto defraudados los vecinos al comprobarse que no se trataba de ningún Duende, aceptaron la explicación a regañadientes.

Otra circunstancia parecida se registro en al década de los años 50, cuando había mucha gente que afirmaba que, junto al puente del tagarete de la calle Entre Ríos a la altura de la calle 25 de Mayo, había un Duende noctámbulo que saltaba el tagarete de lado a lado. Llegó a juntarse apreciable cantidad de personas para ver el salto misterioso. Una especie de sombra pasaba rápidamente de un costado al otro del canal, y un murmullo a coro de los curiosos y expresiones de temor, indicaban que esa sombra era considerada el Duende.

Poco después resultó que la sombra correspondía a un camión que entraba a esa hora en un garaje cercano, y su sombra parecía proyectarse sobre el lugar donde se afirmaba andaba el pequeño sombrerudo.

La gente no quedó conforme, porque estas explicaciones prácticas rompían tal vez para siempre los últimos nexos con la antigua tradición del Duende, aislándolos definitivamente de ese pasado tranquilo, adormilado, con reuniones animadas con relatos cargados de misterios y supersticiones, que han quedado definitivamente en el pasado.

FUENTE: Crónica del Noa. Salta, 10 de Marzo de 1982.


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