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Biblioteca Atilio Cornejo

FRANGOLLITO

El sobrenombre le llegó por herencia, pues era hijo del famoso cabo Frangollo de comienzo de siglo. Fue hijo de un autentico representante de las autoridades y llegó a este mundo con el "duende" de las aficiones artísticas. Lamentablemente Frangollito le rehuía con persistente tenacidad a todo lo que sea aprender, enriquecer la cultura propia, como si las aulas escolares fueran mazamorra para su espíritu inquieto de muchachito, que sentía que demoraba mucho en crecer. Continuas reprimendas de su padre le valieron esta natural "tendencia" hasta que, ya en la adolescencia, se auto proclamó "libre e independiente". Su constante ociosidad y la falta de oficio para aplicar sus escasas dotes artísticas, le mantenían en una miseria permanente. Los boliches con su agrio olor a vino derramado, le atraían sobremanera, especialmente cuando retornaban al cielo las estrellas, después del ocaso rojo de las tardes de Salta. Se ingeniaba para contar cuentos, o hacer comentarios en voz alta, a fin de llamar la atención de algún parroquiano de corazón generoso y ponderable sed, para que le convidara con un vaso de vino. Así fue haciéndose conocer y ganando fama, en un submundo noctámbulo que transcurría junto a las mesas de las borracherías, que se esparcían por las afueras, como un cordón de sueños de pesadilla, que surgían del espíritu del vino. Poco a poco su "rebusque" se convirtió en oficio y marchaba hacia las festividades patronales de los pueblos del interior, donde efectuaba verdaderas parodias de la animación de bailes. Subía a la tarima infaltable de la reunión carpera, tomaba el micrófono y hablaba una interminable "sarta" de disparates, que muchas veces arrancaban risas a los presentes y en otros casos protestas masivas reclamando su retiro del micrófono, para dar lugar a la música y al baile.

Su aspecto esmirriado, delgado y poco higienizado, movía a compasión. Era indudablemente de carácter noble y tolerante y nunca se enojaba ante las pullas y hasta insultos, que mucha gente le prodigaba cuando "actuaba", en las reuniones que decía animar. Sus chistes surgían del uso erróneo de vocablos cuyo verdadero significado no conocía, ni se ocupaba de conocer. Los epítetos que le dirigían por ello no le molestaban, pero si se mostraba feliz, cuando sus yerros garrafales arrancaban algunas carcajadas. Anduvo dando vueltas por todos lados, hasta que llegó a la carpa de Marcos Thames. Allí quedó como "animador oficial", según el mismo se titulaba.

Noche a noche salía a pronunciar sus incomprensibles peroratas que se alargaban con exceso, provocando generalizadas quejas, que al final terminaban con su retiro del improvisado escenario.

Su edad era indefinible, dado su aspecto descuidado y enfermizo, que no variaba nunca. Cuando pasaron algunos años, mostraba en su rostro las huellas inconfundibles que va esculpiendo el alcohol en los adoradores del vaso. Se dice que nunca tuvo amores, pues todo su ser estaba arrebatado por la pasión del bebedor consuetudinario. La música carpera llegó ser algo en su vida... No sabía interpretarla, pero la sentía y la amaba a su manera. Había intentado ser Tony, pero sus intentos quedaron truncos en una especie de fracasada parodia de payaso, sin la dramática tristeza del que llora por su cara enharinada. El público comenzó a comprenderlo y había "barras" que seguían su trayectoria con simpatía y hasta llegaron a alentarlo en el ejercicio de esa no bien definida función que cumplía, cada vez que se interrumpía la música vernácula que llenaba el ambiente de melodiosas zambas y ocurrentes chacareras. Durante el carnaval vivía tal vez sus mejores horas, porque era el tiempo en que los excesos alcohólicos se generalizaban y ganaba cierto "nivel social", con otras personas que no tenían su misma asiduidad para beber. Su partida fue inesperada, dramáticamente tonta. Una noche de invierno, como todas, había estado cumpliendo con lo que tomó obligación. Habló de todo, con el empleo de palabras para él desconocidas, recibió agravios y aplausos y continuó con su noche de locura, hasta que ebrio, salió tambaleante de la carpa. Al amanecer unos trasnochadores lo vieron tendido cerca de ahí, a la intemperie... Frangollito había muerto bajo los rigores de una helada. Se durmió anestesiado por la borrachera para transponer las aguas del Aquerontes.

Fuente: "Crónica del Noa" -16/11/1981

 

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