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Biblioteca Atilio Cornejo

La Chata Alvarado

La Chata Alvarado, como le decían sus amistades, incontables por cierto, fue un personaje que brilló con luz propia dentro del conglomerado provinciano de la Salta de las décadas de los años 20 y 30. Uno de sus hermanos fue ministro de Obras Públicas de la Nación, Don Manuel R. Alvarado, y su otro hermano, es nada menos que el “Gancho” Alvarado, eterno promesante que todavía recorre las calles de la ciudad de vez en cuando. No fue esta dama salteña una mujer agraciada en su físico, pero estaba dotada de un buen humor contagioso y un ingenio inagotable que, para su época, estallaba poco menos que como “pornografía doméstica”. Siempre tenía una ocurrencia ingeniosa a flor de labio, y cuando alguien la saludaba a su paso por la calle, no podía contenerse y respondíale con alguna de ellas que si no hacía rabiar al interlocutor, hacíalo desternillarse de risa. Por los años 30 el Hotel Termas de Rosario de la Frontera, constituía algo así como un lugar de cita para la gente rica y elegante de Buenos Aires, que solía llegar durante la temporada invernal, a ese hotel que por aquellos días era uno de los mejores en calidad, y por su atención que existía en el interior de la República. Muchos de estos personajes, antes de comprometer su viaje a Rosario de la Frontera, indagaban si la temporada iba a contar con la presencia de la Chata, pues se la consideraba como lo más importante de las reuniones sociales, que siempre culminaban con esta original mujer como centro de interés general de la concurrencia. Los salones de concentración –podría decirse- eran el comedor, atendido en un alto nivel hotelero, y la sala de juego donde funcionaba la ruleta. Cuando hacía su entrada en el salón comedor, un murmullo de entusiasmo y alegría recorría las mesas, donde más de uno esforzábase para no aplaudir la presencia audaz y dicharachera de la Chata, que en esos instantes derrochaba simpatía e ingenio. Antes de la “sesión”final, desde la mesa que ocupaba, accediendo a alguna invitación, en voz alta contaba hechos y sucesos de Salta, que remataba con algún chiste de su factura, que motivaba un estallido de carcajadas.

Muchas anécdotas se cuentan de ella, todas con detalles de su carácter y, por supuesto, con alguna ocurrencia con que remataba el relato. Fue maestra de escuela, y contaban que cierto día estaba dictando su clase de historia argentina en una de los grados del establecimiento.

Referíase al coronel Pringles y su actitud en Chancay, donde penetró en el mar con su caballo para que la bandera que portaba no cayera en manos del enemigo. Relató el hecho histórico y terminó diciendo”Niños así murió heroicamente el coronel: Pringles”. La Directora que había acertado a pasar por el lugar, detúvose a escuchar la clase de la maestra. Cuando terminó., la llamó y le dijo: “Señorita Pringles fue rescatado y se le permitió retirarse con su bandera, por su heroísmo de soldado, explicó la directora. Sin amilanarse la “Chata”, dijo a la directora en tono aflijido “Permiso es urgente aclarar esto”. Entró corriendo en el aula, y levantando los brazos exclamó a voz en cuello: ¡Alegraos niños Pringles no murió!- Madura ya, trasladóse a Buenos Aires donde vivía todo el año, regresando para el Verano a la ciudad de Salta, donde frecuentaba sus amistades, cada vez más reducidas debido al tiempo, que iba restando, gente por gravitación inexorable de las leyes biológicas.

Y al parecer comenzó a sentirse sola. Cada vez que indagaba por alguna persona que había distinguido con su amistad, le informaban que había dejado de existir. Anciana, llena de achaques, y con el rostro entristecido bajo las arrugas que le fueron dibujando los años, un verano se quedó en Salta, siguiendo la vieja costumbre de todos los que nacen en el Valle de Lerma, que retornan a pasar los años que todavía les van quedando. El tiempo ha dejado sus huellas en su cara, pero no ha cambiado su ánimo juguetón de siempre: Vive todavía en Salta, donde muchos creen que sólo fue una leyenda. A veces suele llegar hasta el centro, solitaria, pensativa, y contempla las calles que recorriera tantas veces en sus años mozos, recibiendo el saludo de quienes la consideraban como algo propio de la ciudad, de los salteños, y taL vez recordará alguna ingeniosa ocurrencia con que respondía en cada caso.

Recordarla es como detener un poco el tiempo, para mirar hacia atrás y observar de lejos esa época florida que se fue.

Fuente: Crónica del NOA. Salta. 19- XI- 1981

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