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Biblioteca Atilio Cornejo

El Loco Barbudo

Ha terminado la presencia en las calles de la ciudad, de un personaje que llegó a ser familiar a mucha gente, pero que a la vez mostraba un aspecto poco menos que repulsivo. Muchos lo denominaban como "El loco de la barba". Era inofensivo sin lugar a dudas, pero su aspecto alarmaba a más de uno y no pocos eran los niños y niñas, que llegaban a sentir verdadero terror cuando lo veían aparecer caminando lentamente por las aceras.

Nadie sabe a ciencia cierta cómo se llama ni de dónde llegó. Tampoco ninguna persona lo buscó o reclamó ante la autoridad policial, por la pérdida de un familiar que había sufrido una alteración mental. Era prácticamente un solitario que vivía marginado, no solamente de la gente, sino del mundo que lo rodeaba, ya que parecía no darse cuenta de lo que ocurría en torno suyo.

Diariamente, en hora temprana, surgía de entre los yuyos y basuras de algún baldío ubicado por la zona Oeste, y arrastrando los pies descalzos comenzaba su deambular, lento e inacabable, por las calles de la ciudad. No puede describirse su vestimenta, puesto que más que vestirse se cubría con una especie de lona, cuyo color había desaparecido bajo una gruesa capa de mugre. Largos cabellos enredados y una barba desgreñada le cubrían el rostro y la cabeza, semejando un remedo de profeta enajenado.

Con ambas manos sostenía la lona con que se envolvía, como si sintiera frío, se estremecían sus manos y sus brazos. Su recorrido era casi siempre el mismo. Aparecía en la avenida Belgrano a la altura de la avenida Sarmiento y callado, deteníase ante una panadería donde le acercaban una tira de pan. De allí comenzaba a caminar lentamente, mientras comía el trozo de pan, con la mirada perdida en el vacío. En sus ojos glaucos no se notaba ningún destello de inteligencia o de vida interior que lo conmoviera en alguna medida.

Desplazábase sin comunicarse con nadie y la gente se apartaba a su paso, cual si temiera rozar los andrajos con que se cubría. Daba la impresión de un leproso de los tiempos bíblicos, del cual la gente se alejaba aterrorizada ante la posibilidad del contagio. A veces deteníase a hurgar en algún tacho con basura, buscando algo que le sirviera para su uso personal. Pero ello dejó de ser su pasatiempo desde que se suprimieron los cajones y tachos para residuos. Otras veces caminaba por la avenida Sarmiento hasta llegar junto a las vías del ferrocarril, donde quedándose largo rato mirando maniobrar las locomotoras que arrastran vagones de una vía hacía otra, en la diaria labor que se cumplía en la estación.

Su deambular continuaba así durante todo el día, sin alternativas de ninguna clase, y así, ensimismado y silencioso, a veces seguido por un perro, llegaba poco a poco al lugar donde había comenzado su desplazamiento, cuando iban declinando los rayos del sol. Desaparecía en las sombras de la noche sin que nadie lo viera sumergirse en su escondrijo. Muchas historias se tejían e torno a su persona.

La más repetida es la que afirma que se trataría de un médico, que en su momento integraba una joven y feliz familia. De pronto la desgracia se abatió sobre su hogar, y tanto su esposa como sus dos pequeños hijos murieron, sin que su ciencia le permitiera hacer nada por salvarlos. Dicen que desde entonces perdió la razón y que busca azorado una explicación para su desgracia que nunca alcanzó a comprender. Por eso su mirada pérdida en el vacío, como si buscara en el aire la sonrisa y el rostro de sus seres queridos, que se marcharon para dejarle el martirio de vivir torturado por su angustia sin remedio.

Su presencia en las calles céntricas de la ciudad comenzó a ser algo molesto para el público, y su aspecto muy poco decía a favor del cuidado de los detalles urbanos de la capital de la provincia. Un día - no hace mucho - un patrullero policial lo atajó en su lenta recorrida y subió al coche llevándolo a la central. Allí fue examinado por el médico de policía, quién diagnosticó que padece locura senil.

Lo higienizaron dándole un baño caliente y jabonándolo. Mansamente se sometió al ritual de la higiene. Después le proveyeron de ropas limpias y calzado.

Ahora será internado en un establecimiento donde recibirá atención adecuada y allí seguirá absorto y callado, hasta que en su misterioso sueño vea la presencia inconfundible de la muerte.

FUENTE: Crónica del Noa. Salta, 24 de marzo de 1982.


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