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Biblioteca Atilio Cornejo

La Muda de Cerrillos

Hace muchos años había una mujer muda en Cerrillos. Además de muda era retardada mental. Una pobre mujer idiotizada desde su nacimiento, que solía vivir en un largo edificio que daba sobre la calle principal del pueblo, y donde funcionaba la Central Telefónica del lugar. Como las casas de ese tiempo, la parte trasera –el fondo como se llamaba- era una quinta donde las higueras, juntabanse con los duraznos y membrillos, plantas frutales que preferentemente cuidaban los cerrillados.

La muda solía salir a la calle para hacer algún mandado simple y retornaba, siempre caminando por medio de la calle enripiada, con una especie de trote contenido, que hacía flamear un pañuelo con que vanamente parecía querían juntarle sus cabellos hirsutos.

En las casas del vecindario, indirectamente por cierto, prestaba un importante servicio. Consistía éste en hacer a los chicos remisos a tomar la intolerable sopa, amenazas con la presencia animalesca de la muda. Sorbiendo ruidosamente las cucharas, daban así cuenta de los humeantes platos con que invariablemente se comenzaban las comidas diarias.

Tenía la muda una rara y especial sensibilidad para percibir los cambios de la atmósfera. Esta característica era conocida de todos los vecinos de Cerrillos. Cuando mas se destacaba esta extraña característica, era cuando se acercaba una tormenta eléctrica de verano. Varias horas antes cuando todavía persistía el fuerte sol, y los nimbus se elevaban mas arriba del horizonte, parpadeando con sus relámpagos internos, ya la muda salía agitada, con los nervios tensos. Abría los ojos desmesuradamente, mirando despavorida para todos lados. Con la boca abierta, jadeante, volteando saliva de pronto corría por el largo callejón bordeado de moreras que corre hacia la estación ferroviaria. En esta loca carrera lanzaba desesperados alaridos guturales, que sonaban en todo el pueblo. Estos gritos espeluznantes, hacían interrumpir la conversación de la gente, que atenta prestaba oído a lo que consideraba seguro anuncio de una tormenta. Las amas de casa daban órdenes y corrían a sacar de la soga la ropa allí colgada para secarla al sol. Se encerraban las gallinas y pavos en los gallineros y se tomaban todas las precauciones que se adoptaban en vísperas de esos verdaderos diluvios veraniegos.

Cuando ya el cielo estaba oscurecido de nubes, y estallaban los primeros truenos, la pobre muda llegaba al paroxismo de su misterioso drama sensitivo. Tomándose la cabeza con ambas manos, corriendo sin rumbo y gritando horriblemente, como si alguien o algo la persiguieran, enloquecida por un extraño terror, aumentaba el ritmo de su carrera hasta que comenzaban a caer las primeras gotas grandes de la tormenta. El estampido del primer rayo, y su luz violeta, iluminaba el final del drama, porque súbitamente, deteníase, distendía sus facciones horriblemente contraídas, y retornaba, con su habitual semi-trote, a la casa larga de la calle principal, donde se guarecía de la lluvia, tal vez en alguna piecita del fondo. Relatado así el hecho toma características un tanto alarmantes para quienes lo vieran por primera vez, pero los vecinos estaban acostumbrados, y cuando la muda comenzaba a ponerse nerviosa, mirándose entre sí decían: “Seguro que viene tormenta”.

Siempre ocurrió así, la extraña sensibilidad de la infeliz protagonista se mantenía intacta a través de los años. Nadie se acuerda cuando comenzó a ausentarse de los senderos cerrillados. Sobre todo durante las largas siestas de verano, donde la sombra de los paraísos y las moreras, convidaban a descansar a la vera de los callejones soleados. Seguramente la muerte le habrá sorprendido en una de esas involuntarias sesiones previas a una tormenta, y el estampido de un trueno pudo haber sido el anuncio de que esta especie de pregonera de tempestades, había terminado la extraña misión que cumplió durante su paso por este mundo.

FUENTE: Crónica del NOA. 20/10/1981

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