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Biblioteca Atilio Cornejo

Tomás Ryan

Desde chico defendió con ardor las ideas nuevas a principio del siglo, de lo que configuró el radicalismo. En su alma adolescente sintió que nacía una nueva agrupación política que, entre la maraña de su altisonante vocabulario, brillaba una luz nueva iluminando una senda que se dirigía a la reivindicación de lo nacional. Lucia por entonces el culto a lo extranjero. Se admiraba y reverenciaba las costumbres franco-británicas, que invadían el país por el puerto de Buenos Aires.

Tomás Ryan tenía en sus venas ardiente sangre irlandesa y amaba en silencio lo auténticamente argentino, que veía mansillado en todos sus niveles. Por eso fue que ya joven, casi maduro, escuchó el llamado del naciente Justicialismo. La palabra imperativa del entonces coronel Perón, llegaba, por todas las radios del país - que instalaron sus micrófonos en la Secretaria de Trabajo - difundiendo a los cuatro vientos, los anhelos, esperanzas y rencores que venía acumulando sordamente a masa proletaria.
Fue la paráfrasis de Martín Fierro cuando decía: " Males que conocen todos, pero que naides cantó". Esa masa popular - la "chusma corajuda" que definió Borges - sentíase desdeñada por el país agro-ganadero que miraba hacia Londres y París, dando las espaldas a la realidad que bullía bajo sus pies. Fue una reedición - o tal vez parodia - de la Francia de los Luises, que se volatilizó en el humo trágico que coronó la quema de la Bastilla. Así lo sintió Ryan y se sumó, con toda su emotividad política y su valor personal, a la abrumadora corriente cívica que, en contados meses, inundó a la República. Sus cualidades de orador de barricada enardeció a quienes sentíanse desposeídos.

Sus adversarios comenzaron a temerle, al mismo tiempo que a respetarlo. Pese a sus enfervorisados discursos, siempre tendió la mano a sus protagonistas cuando sufrían un momento de angustia. Hizo un verdadero culto de la amistad durante toda su agitada vida, lo cual le creó - sin que se lo propusiera - un halo de gratitud que brillaba al margen de los avatares políticos -. Su palabra, que siempre vehemente, defendiendo causas que consideraba justas, no decayó jamás, aun después del increíble derrumbe peronista. Su coraje cívico fue inconmovible, y quienes debían contener reacciones, vacilaban ante la gravitación de sus méritos ciudadanos.

Fue legislador provincial y nacional. Su voz resonó siempre como clarinada varonil que hacia flamear crudas verdades. Luchando en el llano - sufría la crueldad de un cáncer - enfrentó el dolor con el mismo estoicismo heroico con que condujo sus acciones. Casi postrado por su dolencia, mantenido sólo por su pasión cívica, a riesgo de la vida, protagonizó en Tartagal un suicida intento de revuelta civico-militar. Sufrió cárceles, y allí también conquistó respeto y amistades. El rencor jamás fue su compañía, manteniendo una trayectoria límpida y franca, definidamente honesta, por que así fue su espíritu, que derramaba su natural generosidad sin mirar simpatías políticas. Ryan nunca hizo un alto en su apasionada carrera política.

La cercanía de la muerte no lo arredró. Por el contrario, fue un acicate, como si temiera morir ante de terminar la misión que él mismo se había impuesto. Supo valorar y respetar a sus adversarios, y su voz tajante fustigó sin miramientos a los primeros marxistas que comenzaron a infiltrarse en su partido, creyéndose amparados por su eminente agonía. Un día triste para la ciudadanía entró por la puerta grande de la Historia Cívica de Salta.

Marchó como siempre, heroico, altivo, hacia las penumbras cada vez más oscuras de la inmortalidad que nadie anhela. Como si tuviera la intima convicción de que recién allí había de recibir el premio que se merecía, por haber amado tanto a esta Argentina, a la cual brindó toda su vida, sus mejores intenciones, y su apasionado fuego de incansable luchador de la palabra cívica.

FUENTE: Crónica del Noa . Salta , 30-08-1981

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