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El Ucururo Villegas

Si hay un personaje que represente auténticamente a la bohemia de Salta, o de cualquier parte del mundo - ese es el doctor Guillermo Villegas, conocido entre sus incontables amigos, como el Ucururo Villegas-. Siempre destacóse por su natura talento y su entrañable cariño a las cosas de Salta, de su provincia, de este Norte que le atrapó el alma desde que naciera. No era cultor de costumbres gauchescas, ni de haceres rurales. Era un auténtico hombre de ciudad. Pero de su ciudad chica y acogedora Desde muy joven destacóse por su genio chispiante, alegre y generoso, que diariamente incrementaba con una vasta cultura que iba adquiriendo a cada instante, en su existencia de incansable observador, que va interpretando todos los actos de la vida que desfilan ante sus ojos.

Ya de estudiante sus anécdotas relatábanse entre carcajadas, en las ruedas de amigos de todo Salta. Durante sus años de universitarios, protagonizó risueñas situaciones ante las mesas examinadoras de la Facultad de Derecho, siendo siempre aprobado en las asignaturas que rendía libremente, mientras sus condiscípulos transpiraban de aflicción, esperando el turno para enfrentar el terceto de austeros profesores.

Cuando regresó a Salta, ya convertido en flamante abogado, demás de ejercer la profesión, se incorporó de lleno a un grupo de artistas, que encabezaba paternalmente don Juan Carlos Dávalos. Las madrugadas lo vieron cientos de veces, en alegres reuniones relatando hechos, jocosos, recitando versos que él componía, o protagonizando alguna jugarreta, que a poco pasaba a ser la comidilla de toda la gente.

Escribió muchas poesías, aunque no editó un libro de estas composiciones. Compuso la letra de zambas de verdadero éxito, que todavía se cantan por conjuntos en distintos lugares del país. Sus amistades aumentaban día a día, hasta abarcar - podría decirse - la totalidad de la gente de Salta. Fue también periodista, además de poeta y escritor, político y sobre todo un artista que adoraba su paisaje, el de su querida provincia, y las costumbres provincianas que le eran tan caras en todos sus detalles. Siendo ministro de Gobierno, cuentan que le aguardaba una delegación de gauchos llegados de Anta, para hacer un pedido al gobierno provincial. Luego de una larga espera, impacientes, entraron en su despacho y el más audaz le espetó: " No podemos demorar más, es un asunto muy importante ". Sin inmutarse le respondió: "Sepa señor que en esta vida nada es importante, si lo demoré es porque estaba muy ocupado, estoy terminando la letra de una zamba ". La entrevista finalizó con la incorporación de nuevos amigos del Ucururo, a la larga nómina que le apreciaba. Finalizó la entrevista con una invitación - que aceptó - de ir a pasar unos días a la semi-salvaje tierra anteña.

Su carácter daba lugar a que le hicieran bromas, y le pusieran apodos. Nunca se molestaba, por el contrario, replicaba con otro a su ocasional contrincante gozando en una especie de duelo de ingenio en que nunca salía perdidoso. Don Juan Carlos Dávalos solía decirle afectuosamente "Musulman estupefacto". Un bioquímico amigo, suyo luego de hacerle un análisis de sangre, le elevó un risueño informe diciendo: " En este resto de vino notánse vestigios de glóbulos rojos ". Todo esto provocaba la hilaridad del Ucururo, y él era quien difundía estas ocurrencias que consideraba típicamente salteñas.

Una de sus anécdotas más destacadas, fue cuando terminaba su visita a Salta el entonces Presidente de la Nación, teniente general Aramburu. Encontrábase en la confitería del Aeropuerto, juntamente con otros amigos trasnochadores, cuando apareció el presidente y su comitiva, que llegaban temprano, para abordar el avión que los regresaría a Buenos Aires. Era momentos todavía tensos por la reciente revolución. El Ucururo al ver llegar a la autoridad levantóse de su asiento gritando, con esa voz con sonoridades de piedra que tenía, "Señores hemos copado el Aeropuerto. La comitiva se detuvo ante el gesticulante Ucururo, hasta que un alto oficial ya alarmado, se dirigió a él inquiriendo que ocurría. Sin inmutarse, le contestó: " El aeropuerto está copado señor, por que lo hemos llenado de copas". La broma fue captada de inmediato y riéndose el general Aramburu subió a la máquina que lo aguardaba, no sin antes dirigirle un amable saludo con la mano al autor de inesperado chiste. Sus amigos y compañeros de bohemia, juntábanse en interminables charlas, prácticamente, noche a noche en " algún bar de Salta", como diría.

Después aconteció lo que nadie esperaba ni quería. Se supo que estaba enfermo. Sus amigos mostrabánse inquietos, presintiendo el epílogo fatal. Hasta que un día se supo que había terminado, tal vez. Sonriendo su paso alegre y despreocupado por la vida, llevándose con él un pedazo del alma de Salta, y la alegría de tanta gente cuyo afecto conquistó con su franqueza, su gracia permanente y su bondad.

FUENTE: Crónica del Noa. Salta, 21 -10 - 1981

 

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