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"La Danza del Sapo " - Interprete y Música: Juan José Jacobo Botelli

 

Nace en Salta un 10 de Febrero de 1923.

Comienza sus estudios musicales desde muy temprana edad bajo la guía del maestro José Mantuano (bandoneón, teoría y solfeo); continua sus estudios orientados ahora al piano con los maestros Juan Dacal y Luis Alberto Prevot, todos ellos en Salta. Posteriormente realiza estudios de composición (armonía y contrapunto) con los maestros Enrique Mario Casella e lmre Kardos en Tucumán y Salta respectivamente.

Se considera 1946 como el año en que inicia su producción como compositor profesional tanto en música “seria” como en música popular.

Sus obras musicales más importantes son:

Zamba de los dos, La Felipe Varela, zamba, Preludio y baile; Salteño viejo, zamba, Vidala doble, todas con letra de José Ríos.

Nostalgia de tu ausencia, serenata con letra de Roberto García Pinto;

Cantaré cuando me muera, zamba con letra del mismo músico;

El zapatero, gato y La apenada, zamba, con letra de José Ríos;

Zamba en las estrellas, con letra de Antonio Nella Castro;

La niña de los lapachos, zamba con letra de Cesar Perdiguero;

Calixto Gauna, zamba y Diablo del Carnaval, chacarera con letra de José Ríos;

Obrajera, zamba con letra de Oscar Nella Castro;

Zamba de Orán, con letra de Jaime Dávalos;

Gaucho, zamba con letra de Guillermo Villegas;

La Juana Figueroa, zamba con letra de José Ríos;

Zamba de un cantor, con letra del mismo músico;

Vidala de la lluvia, con letra de Miguel Ángel Pérez;

Volar de tu desamor, zamba, con letra de Raúl Aráoz Anzoátegui;

A Serapio Guantay, canción con letra de Juan Carlos Dávalos:

La querendona, zamba con letra del mismo músico;

Coplas del calladito, chacarera con letra del mismo músico;

Chacarera de los loros, con letra de Juan José Coll;

La familia de Juanito Laguna, milonga lenta con letra de José Ríos;

La Chocolate Saravia, zamba con letra de Antonio Nella Castro;

Zamba de mujer, con letra de Cesar Perdiguero;

Para el Niño Dios, con letra del mismo músico:

La lluvia en tus ojos, zamba con letra de José Ríos;

Canción de la alcancía, con letra de José Gallardo;

A orillas del Lorohuasi, con letra de José Ríos;

Los Infernales, zamba con letra de Guillermo Villegas;

Lo que me falta, zamba con letra de José Ríos.

Pajarito Velarde y Zamba del Carnaval, ambas con letra de José Ríos;

Canción lejana, con letra de Jacobo Regen;

Pa’ don Nicolás, bailecito con letra de Miguel Angel Pérez y

El recuerdo vuelve, con letra de Jorge Díaz Bavio.

Es escritor y tiene publicados los siguientes libros de prosa y verso:

El canto del gallo (cuentos, relatos, misceláneas), edición de la Cooperativa Gráfica de Salta del año 1957.

Poemas, es una edición que tiene la particularidad de haber sido compuesta a mano en una imprenta realizada por el mismo autor. Data de 1963 y denominó a este emprendimiento El coyuyo.

Cuentos y relatos, Ed. El Coyuyo, 1967.

Soliloquios y ensayos, Ed. El Coyuyo. 1974

De la tierra y el cielo (Poemas), Ed. El Coyuyo.1977

Apuntes en el diario, Ed. El Coyuyo.1981

Los italianos y descendientes en Salta. Edición de Artes Gráficas Salta.1983 La historia del vino en Salta, edición de la Fundación Etchart.1986

Selección y prólogo de coplas salteñas, edición de la Confederación Empresaria Salteña.1987

Coplas y refranes de Salta, edición de la Fundación de Canal 11 de Salta.1987

Juan Carlos Dávalos: testimonios salteños, Edición de la Fundación Etchart a los cien años del nacimiento de Dávalos.1987

Antología. Ed. El Coyuyo. 1988

El zumbido intelectual, selección de notas publicadas en Diario El Tribuno. Gofica Impresora. 1992.

Gallero viejo (cuentos).1994

El diario sobrevivir (notas).1996

Sabor provinciano. Editado por Gráfica Logos, Tartagal. 2001

Salteño viejo. Ed. El Coyuyo.2004

 

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Juan José Jacobo Botelli

Por María Fernanda Abad



Edición: Agenda Cultural del Tribuno del 17 de junio de 2001

 

José Juan Botelli: Uno y múltiple

Por Gregorio A. Caro Figueroa

José Juan Botelli fue uno y múltiple. Uno, en su integridad moral, en su responsabilidad y en su compromiso. Múltiple, por la diversidad de las expresiones de su creatividad. Sin ostentaciones ni paternalismo, tendió un puente entre generaciones de escritores salteños: entre la de Dávalos con la suya, y entre ésta y la siguiente.

A diferencia de la provocativa y jactanciosa afirmación del manifiesto de “La Carpa”, Botelli no creía que la cultura era como esos cines continuados donde la función comenzaba cuando llegaba el espectador. Su arraigo no lo encerró en el localismo ni lo puso de espaldas a lo universal. Entendió que, sin innovación, una tradición perdía vitalidad, pero también que, divorciada de la tradición, una cultura se empobrecía.

Era sobrio, discreto, sereno, austero hasta en las palabras. Una vez recordó que Eduardo Mallea solía decir que se escribe para dejar de hablar: “ese es mi caso”, confesó Botelli.  

Quizás fue Jaime Dávalos quien mejor definió la personalidad de José Juan Botelli. Poco después de cumplir cincuenta años, con solo dos trazos, Jaime dibujó el perfil de Botelli: “Humilde sin agachadas, paciente artesano de su propia vida”. Coco Botelli y Jaime se conocieron en 1938 cuando éste tenía 17 años y aquél 15. Ese encuentro abrió las puertas a la vieja casa, a la hospitalidad y a la amistad de don Juan Carlos Dávalos y de sus hijos, con Botelli.

Ese rasgo de Botelli no es menor en el mundo de los cultos donde la modestia no es moneda corriente. Gandhi decía temer “la dureza de corazón de los hombres cultos”. Hace pocos años, apoyándose en que “los escritores desayunan egos revueltos”, el crítico español Juan Cruz escribió un libro sobre la soberbia de ciertos intelectuales obsesionados por adjudicarse la condición de seres superiores.
“Los escritores se juntan muchas veces para medirse, y si se miden con la altura se sienten altos; en la costumbre de nombrar (a escritores importantes, a políticos, a artistas) hay también un egocentrismo que cultiva muchísima gente, pero que los escritores animan selectivamente: se es más, se piensa, si se está con quien es más”, explica Juan Cruz.

Cuando hablaba no desenvainaba ninguna de estas espadas que usan los dogmáticos. Jamás acaparaba la palabra ni pronunciaba sentencias condenatorias. No hacía ostentación de conocimientos ni se jactaba de méritos.

Fotografía de Alejandro Ahuerma

En 1974 Botelli escribió en su libro “Soliloquios y ensayos”: “Hay seres que para sentirse importantes, les basta con aparentarlo”.  Botelli no necesitaba sobreactuar modestia: era natural e íntegramente modesto. Por primera vez que yo recuerde, en 2002 y por un instante, Botelli advirtió que Salta se estaba poblando de “salteños importantes”: mitómanos, fabuladores y desayunadores de “egos revueltos”.

“Unos quieren pasar como genios en vida”, anotó. Son los que se jactan de haber compuesto 500 obras musicales “que nadie interpreta”. Los aparatos de autopromoción, la excesiva exposición pública y la publicidad “no mejoran a las personas y menos a la obra”, anotó. Recordó entonces la sátira que escribió Manuel J. Castilla, inspirado en “un famoso figurón acomodaticio político de su tiempo al que apodaban Mandinga: “De costado yace Mandinga / incómodo debe estar  / tan solo después de muerto / no se pudo acomodar”.    

Los veinte libros que publicó, las poco más de cien de composiciones musicales, su producción como artista plástico, ceramista, carpintero, profesor de música, fotógrafo, editor–imprentero, los treinta años dirigiendo la página literaria de “El Tribuno” y  su gestión en la Dirección de Cultura, no alteraron esos rasgos personales, que no ostentaba pero que se percibían en gestos, actitudes, transparencia, y hasta en su tranquilo modo de pasear y saludar todas las mañanas por el centro de la ciudad.

Pero ese estilo de Botelli no puede confundirse con el de la modestia y la bondad por omisión. Por el contrario, en su caso la generosidad era tan serena como activa, y tan activa como despojada de toda especulación.  Jamás le escuché hablar mal de nadie ni mostrar ningún rencor. Fue un hombre recto, de carácter templado, amplio, sin cargas ideológicas.

En medio de cierta bohemia del ambiente de su época, fue una excepción. Fue hombre de su familia, de sus amigos y de su casa de calle Necochea 556 –la misma en que nació y vivió hasta su muerte-. Esa casa era un mundo propio pero abierto en el que reunió su paternidad, su estudio, su piano, su sala de ensayos, su atelier, su imprenta Minerva;  el horno para sus cerámicas, su taller de carpintero y su laboratorio fotográfico.

Hoy se cumplen 92 años del nacimiento de Coco Botelli. Su padre fue Juan Botelli Bassani. Su madre Nicéfora Cabral. Por su abuelo, Giovanni Agostino Botelli, un milanés, herrero y comerciante radicado en Salta, tiene raíces italianas. Por su madre, antepasados españoles  y árabes. Fue bautizado como José Jacobo, aunque luego usó el “José Juan”.

Por eso eligió el seudónimo  Jacobo Cabral para firmar artículos periodísticos. A  diferencia de la confesión de llevar “sangre jacobina”, que hizo Antonio Machado en su “Retrato”, el estilo y las ideas de Botelli no lo eran. Pero Botelli sí, como escribió Machado, era “en el buen sentido de la palabra, bueno”.

Cuando tenía tres años, Coco quedó huérfano de padre. Sus hermanos mayores fueron trabajadores en las obras ferroviarias del Huaytiquina. Con esos ingresos pudieron comprar un bandoneón, que ninguno de ellos aprendió a tocar. Pero sí lo hizo Coco quien, a los 9 años, aprendió con José Mantuano.

En 1931 Coco está de “andanzas” en el Tabacal, “deslumbrado por el ingenio azucarero que era el más grande de Suramérica”. En 1932 aparece cursando la primaria en la Escuela Normal; ingresó después al Colegio Nacional donde conoció y tuvo como profesor a Juan Carlos Dávalos, la persona que más influyó en su vida cultural.

Coco debió tener quince o dieciséis años cuando, acompañado de un amigo, emprendió la aventura de viajar a Buenos Aires donde tenía parientes. Durante su permanencia en Buenos Aires, recordó, vivió precariamente. En 1945 trabajó como empleado de Vialidad Nacional en Las Lajitas (Anta), viviendo en un campamento en medio del monte.

Al año siguiente conoció al Cuchi Leguizamón y a Manuel J. Castilla, y a los demás integrantes de ese grupo de escritores y músicos que –para temor de su novia- formaban la “bohemia salteña”. Estudió música con Juan Dacal, Imre Kardos y Alberto Prevost en Salta, y con Enrique Mario Casella en Tucumán.

Que esos miedos se disiparon lo prueba el hecho que en 1951 su novia, Carmen Oliver Velarde, se convirtió en su esposa y principal apoyo. Del matrimonio nacieron Arturo (Pachula) y Juan, ambos músicos. En 1956, el rector del Colegio Nacional, Roberto García Pinto, incorporó a Coco como profesor de Música, tarea que desempeñó hasta 1982. De ese año es “La Felipe Varela”, con letra de José Ríos: una de sus composiciones más exitosas. En 1957 publicó su primer libro “El canto del gallo”, poesía y prosa, al que calificó como “libro bautismal”, “pero imperfecto”.

El domingo 4 de febrero de 1962, poco antes de cumplir 39 años, se hizo cargo de la dirección de la página literaria del diario “El Tribuno”, que dirigió hasta 1985. En el primer número de ese suplemento y en pocas y claras palabras, Botelli definió su orientación: “apoyar, difundir y retribuir en parte”, el trabajo de intelectuales y artistas de Salta. Su intención coincidió con los hechos: abrió esas páginas no sólo a los consagrados sino “a los nuevos y desconocidos”.

“No caben aquí celos políticos o artísticos o de otra índole, que suelen incubarse en los medios provincianos”, advirtió.  Botelli no proclamó “pluralismo” –palabra de poco uso  entonces-: lo practicó y muchos podemos dar testimonio de su honestidad y coherencia. “Cada página que se publique será trabajo limpiamente realizado”, añadió. En ese primer número incluyó textos en prosa de Julio Espinosa, el Cuchi Leguizamón; poemas de Carlos Hugo Aparicio, Isidro Morón y Mercedes Clelia Sandoval, además de una xilografía de Benjamín Heredia.

Bella fotografía de Miguel Llaó

Fue director de Cultura de la Provincia desde 1971 hasta 1976. Al igual que lo hicieron otros antes, como Raúl Aráoz Anzoátegui; y Eduardo Subirana Farré después, Botelli rechazó la pretensión de politizar la cultura o usar lo público con criterios de amiguismo. Advirtió que era un error, tanto esperar demasiado de los organismos oficiales de cultura, como también adjudicar a su escaso o nulo apoyo el fracaso de las iniciativas culturales privadas. “Si culturalmente soy algo, lo debo a la influencia de los grandes amigos”, dijo en 1994. 

Cuando cumplió 70 años los recordó en un artículo que tituló “Mis siete muertes en 70 años”. Mencionó los médicos que lo atendieron, desde que su vida corrió riesgo por primera vez cuando tenía 7 años. “¿Me salvarán? Si viene el caso? Claro que ahora todo depende de que El de arriba aún no quiera abrir la puerta,…hasta quien sabe cuándo”. En 2006, cinco años antes de su muerte, escribió su epitafio: “Me hubiera gustado no morirme nunca”. 

A comienzos de noviembre de 2010 fue internado, sumando a ese episodio de salud no menos de diez a lo largo de su vida. Murió el 17 de noviembre de ese año. A 92 años de su nacimiento, Coco Botelli está no sólo en su obra sino en su ejemplo de fina y fértil humanidad.-

 

REPORTAJE:

José Juan Botelli es común encontrarlo sentado en medio de sus nostalgias. En su vieja casa de la calle Necochea los recuerdos están enmarcados en cuadros, detenidos en fotos, atrapados en las anécdotas que al "Coco" le brotan nítidamente, sin esfuerzo... como su música.

Un escritorio antiguo con un vidrio. Debajo, las escenas de una vida, en blanco y negro. En las paredes, cuadros. Pinturas grandes, obsequios de aquellos amigos con los que compartía las tardes y las noches en el patio de don Juan Carlos Dávalos, bajo la morera. Y entre las pinturas, más fotos. Chiquitas, espiando desde la memoria y la admiración: Ramiro Dávalos, Gustavo Leguizamón, Manuel J. Castilla, Manuel De Falla, Maurice Ravel, Igor Strawinski, José Hernán Figueroa Aráoz, Jorge Hugo Román...

El "Coco" Botelli es un lúcido representante de aquella Salta que quedó en los libros y en la memoria por su rico caudal de artistas: escritores, músicos y pintores. Así, por separado, o todo al mismo tiempo, como es el caso de Botelli, que tiene varios libros publicados, varios cuadros colgados y toda la música echada al viento. Eran los años '40, '50... Ellos eran jóvenes, y al mismo tiempo grandes, muy grandes. Ahora, Botelli habla y el pasado llega como tropel, superpoblado. Lo enriquece, pero no lo estanca. Y es que el presente es también tan rico que la convivencia parece casi perfecta. El joven Botelli que acompañaba a don Juan Carlos a dar largas caminatas o se enredaba en contrapuntos de piano con el "Cuchi" se mueve cómodamente en este cuerpo de más años, más rituales y menos alborotos. Conviven. Y de a ratos habla uno, y de a ratos habla el otro.

Botelli con Jorge Luis Borges, atrás se aprecia la figura de Pajarito Velarde Mors

"Comencé con la música a los doce años, aquí en Salta y mi primer instrumento fue el bandoneón", recuerda, y no mezquina detalles: "Mis hermanos trabajaban en Huaytiquina, la línea que iba a Chile, y cada uno se compró un bandoneón, pero nunca pudieron aprender a tocar nada. Yo los agarré y al poco tiempo ya estaba tocando de oído. Ahí nomás me mandaron a estudiar con José Mantuano, profesor que tenía un conjunto de tango. Entonces aprendí las primeras piezas clásicas, como "Desde el alma", el vals de "Rosita Melo" y la zamba "La jujeñita", que no volví a escuchar nunca más".

Eran los años mozos y la música era importante, pero no lo era todo. Por eso, a los quince se fue con su amigo Juan Britos "de linyera", a Buenos Aires. "Hemos mentido que nos íbamos a los cerros, cosa que siempre hacíamos, y hemos vuelto recién al mes, bien flacos. Andábamos en los trenes de carga, nos bañábamos en el Paraná. Pura aventura... Me acuerdo que cuando volví, mi hermano mayor, que hacía de jefe del hogar porque mi papá murió cuando yo tenía tres años, no me dijo nada. Llegué y me senté a tocar el bandoneón en el patio. Y no me dijo nada. Qué iba a decir si yo ya no tenía remedio". Botelli abrazó el fuelle hasta que un día, de esos que suelen marcar comienzos, a su hermana Ofelia le compraron un piano vertical. Y empezó a tocar.

Y empezó a crecer. "Me mandaron a estudiar con Juan Dakal. Después pasé a mi maestro de toda la vida, Alberto Prevot. Después estudié armonía con Emerencio Kardos. A los quince, con el acordeón a piano, hice mis primeros valcesitos. Luego estudié tres años en Tucumán, me llevó mi primo Gabriel Salazar, que fue mi mecenas. Ahí aprendí mucho con Enrique Mario Casella. Después volví y en el año '37 o '38 conocí a Jaime, y a través de él a todos los Dávalos".

Tocando con el Cuchi Leguizamón

Botelli estudió y creó. Y en eso, por lo menos genéticamente hablando, no registra antecedentes. "Mi papá tocaba algo la guitarra, de oído. Mi hermana era la que empezó a estudiar música, pero el habilidoso resulté ser yo".

Y en aquellos años, la habilidad - según revela la historia-, parecía ser contagiosa. Y se contagiaba entre pares, entre jóvenes entusiastas que se reunían en torno de una figura que los aglutinaba, los cobijaba y los invitaba constantemente a producir. "Conocí a mucha gente en la casa de Don Juan Carlos Dávalos, donde todos eran artistas. Ahí los conocí a todos: al Cuchi, a Jacobo Regen, a Miguel Angel Pérez, a todos... En su casa de la 20 de Febrero, don Juan Carlos tenía tres patios. Había uno con una morera y ahí nos encontrábamos. El tenía una portentosa amenidad, recitaba a los clásicos y a nosotros nos fascinaba. Conversábamos alrededor de algún vinito que él compraba. Era muy generoso. No podía estar si no te invitaba algo. Las reuniones eran fiestas que organizaba el Arturo, asados que él mismo hacía. Don Juan Carlos animaba todo, siempre estaba hablando y nos entretenía. A veces sacaba un libro y se ponía a leer, después cada uno de los presentes recitaba sus propias composiciones. Jacobo recitaba lo suyo, Arturo lo de él. El nos escuchaba y nos estimulaba para que siguiéramos escribiendo. Uno le contaba algo y él inmediatamente te decía: `escribí eso, es literario'".

Este tramo de su vida, a Botelli, le llega con el espesor de los buenos vinos, lo bebe sorbo a sorbo y le baja suave, lentamente... "A veces yo estaba tocando el piano en esta misma habitación y llegaba don Juan Carlos, golpeaba el vidrio con su bastón y nos íbamos a caminar por la ciudad. Terminábamos tomando una cerveza en el parque y el viejo siempre se quedaba a charlar en cualquier lado. Todos lo invitaban porque era un personaje. Yo considero que él ha sido mi maestro. Y ha sido mi padrino, porque yo estaba sin trabajo y me hizo debutar en la docencia, como profesor en el Colegio Nacional. Ahí enseñé desde el '55 hasta el '82".

Los de antes

Botelli es todo un caballero. Esos hombres "de antes", que se desviven en atenciones. Galante como pocos, abre la puerta e invita a pasar. Y entre sus paredes pobladas de recuerdos, vuelve una vez más a la banqueta de madera oscura, coloca sus manos sobre el viejo piano, lo acaricia, agacha la frente, y comienza a tocar. "Una milonguita, para ustedes". Y uno se queda ahí, y apenas atina a decir gracias. Porque se pueden regalar muchas cosas en la vida, pero cuando un artista de su talla se molesta en ofrecer ese intimismo, uno se siente infinitamente privilegiada.

                  • ¿Una galletita?

Y otra vez, "gracias".

Después del gesto - imborrable gesto-, Botelli retoma el diálogo con la naturalidad de quien mezcla constantemente las grandes y las pequeñas cosas. Entonces habla del Cuchi. El infaltable e inagotable Cuchi. "Empezamos a componer en el '46 o '47. El no sabía escribir su música y aprendimos juntos, prácticamente solos. Y aprendimos por la necesidad que teníamos de escribir lo que hacíamos. Y comenzamos a componer en el mismo tono, en `la bemol mayor', por ejemplo. Pero el Cuchi me ganó de mano porque se agarró para él a un letrista formidable, como lo era Manuel Castilla. Porque yo pienso que la letra es la mitad de la canción. Mi letrista fue José Ríos. Después trabajé con otros muy importantes, como Miguel Angel Pérez y Nella Castro. Con Ríos tengo como 14 piezas. Con García Pintos, tengo `La nostalgia de tu ausencia', con Juan José Coll `Chacarera de los loros'. El Cuchi tenía la ventaja de que se agarró para él a Manuel, que era un letrista insuperable; así como Falú se agarró para él a Jaime Dávalos. Manuel era muy amigo del Cuchi, estaban todo el tiempo juntos. En esa época todos convivíamos y se producía mucho. Algunos no sabían escribir su música, como le sucedía por ejemplo a Julio Espinoza. A la `Vidala para mi sombra' se la escribí yo. La música era de él, por supuesto, pero como no sabía escribir música, se la pasé yo. Con el Cuchi tocábamos a dos pianos. Hicimos recitales en el Hotel Salta, en Jujuy, en la Casa de la Cultura... Pero es una lástima que nada de eso haya quedado documentado, registrado. Es que los grabadorcitos de ese entonces no eran buenos. Generalmente no escribíamos la partitura, improvisábamos, trabajábamos sobre el instrumento".

- ¿Y cómo define su música?

- Es una pregunta difícil. No te sabría decir, pero siempre que hallé una buena letra me ha salido buena música. Ahora, a la música de cámara la hice siempre basada en melodías del folclore. Mi sonatina, por ejemplo, tiene ritmo de zamba, gato, chacarera... "La danza irregular", tiene ritmo de carnavalito.

-¿Por este método de fusionar el folclore con lo clásico, usted se considera innovador?

-No, más bien hice lo que hicieron todos los músicos: abrevar de su propio folclore. Chopin, por ejemplo, compone a partir de la música de su tierra.

Hay que tomar de la fuente. Verdi hace folclore italiano. De manera que no soy innovador, sino que intenté hacer lo que todos los grandes. Conminado a confesar, a nombrar, Botelli se reconoce admirador de Gershwin, Strawinski, Chopin, Beethoven, Ravel, Louis Amstrong... Y también le gusta algo de Serrat. Esa música, la universal- dice-, es la que lo conmueve. E inmediatamente llega la pregunta obligada:

- Como integrante de una generación floreciente dentro del folclore,

¿cómo ve al folclore actual?

- En mi época los folcloristas iban a la casa de los compositores a buscar los temas musicales, pero ahora eso ya no se usa. Aquí venían Los Fronterizos, Los Cantores del Alba, todos los conjuntos. En cambio ahora, los conjuntos (me imagino que por aprovechar el derecho de autor) componen sus propias piezas. Y pienso que esas producciones tienen menor calidad, sin ánimo de sobrevalorar a los de mi tiempo. Ahora los grupos trabajan para cumplir con la moda. Y la moda es lo más antifolclórico que hay, no favorece el progreso cultural. Además, los artistas deben tener una cultura general que ahora no veo, es todo muy pobre, muy limitado. Antes, los artistas eran muy cultos, y al mismo tiempo muy populares. En las letras de Jaime, de Manuel hay muchas figuras de Neruda, por ejemplo. Ahora el folclore está más cerca de lo comercial que de lo artístico. Prevalece el mercado y entonces hay que producir para la demanda. Están muy atados a esos mandamientos. Veo que el folclore se va acercando cada vez más a la cumbia, y parece que la gente pide eso, más allá de que la cumbia sea en sus fuentes un ritmo muy bonito. En mi época, me parece que la gente pedía otra cosa, como por ejemplo"La Felipe Varela", que tuvo un éxito bárbaro. La música de esa zamba me salió de un sólo tirón porque la letra es tan hermosa que ya tiene una música interna. ¿Y la inspiración? Ese halo medio mágico que uno suele prenderles como distintivo a los artistas para explicar por qué ellos pueden y uno no... ¿Y la inspiración, de dónde le viene? Y en este punto Botelli desentona un poco, porque dice que no le viene del vino (ni tinto ni blanco), como solía ser el caso de muchos de sus contemporáneos. A esas musas las encuentra, confiesa, en la habitación que nos cobija, toda salpicada de recuerdos. "Una vez estaba aquí sentado, mirando unas fotos viejas, de cuando yo era chango. Y miraba también otras de mi hijo... Entonces me dí cuenta de cómo llegamos a ser eternos a través de los hijos y las cosas que hacemos. Es el camino para perdurar. Pensaba, y me salió un poema: `Yo y el tiempo'. Dice así:

El tiempo es este retrato de lo que fui de niño

el tiempo es este hijo mío niño y será cuando él sea viejo

que así, como yo soy en él y él será en otro

seré en todos los que vengan de mí

yo y el tiempo.

Así, Botelli encuentra continuidad. Botelli alcanza continuidad. Le sobra vida, porque le sobra obra. Y es para nosotros.


Desde un beso

Escondido rincón del mundo eterno

donde la vida acurrucada en sombra

cobija a un tibio corazón humano

que ha de latir un día: desde el beso.

Polen astral, simiente que el amor

fecunda entre la carne de dos seres,

uniendo cuerpos en mandato oculto

de regresar de  nuevo: desde el beso.

José Juan Botelli.

Autorretrato


Edición: Agenda Cultural del Tribuno del 17 de junio de 2001

 

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