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Personajes de la Salta de antes...

La Coya Bola

La "Coya Bola" llegó a Salta junto a su esposo, acompañados además por un fiel perro y un par de sufridos burros, cargadas con árganas donde transportaban todas sus pertenencias y sus sueños de progresar. Sabían que era Salta, el puerto que buscan. Probablemente sí. Pero ignoraban, obviamente, cómo les iría aquí.

Eulalia Vidal de Torres nacida en Cochabamba (Bolivia) en 1822, cuando hizo su entrada a Salta por el Norte en aquel lejano 1844, contaba con tan sólo 19 años. Pero le sobraban ansias, optimismo y afanes de progresar. La larguisima caminata fue soportada estoicamente por la joven pareja, que llegaba dispuesta a afrontar con fe lo que le proponía la vida.

"Los viajes penetraron en la ciudad previa ciertas indagaciones de rigor- luego la comitiva se dirigió al Chañar, es decir, al gueto de los cochabambinos en Salta y de inmediato se instalaron en uno de esos miserables y asquerosos ranchos que dieron tanta celebridad antihigiénica al hoy casi extinguido Chañar. Eulalia tomó las riendas de la casa. Activa e industriosa como casi todas las hijas de Tunari, luego comprendió el partido que podía sacar en esta tierra tropical del "dolce far niente". La recova que se hallaba entonces en el mismo sucio y cenagoso Chañar iba a ser el teatro de sus especulaciones y granjerías: principió por instalar una chichería, que pronto fue afamada por la oleosa y suculenta calidad de su elaboración. a este establecimiento le agregó un año después, una chanchería cuyos chorizos, longanizas, morcillas, embutidos, salchichas, butifarras y manteca se disputaban los consumdores, no sin que sus rivales y envidiosos -pues ya los tenía- le gritaran en su cara que la carne de pila (de "perro pila"...) entraba mucho en la confección de aquellos sabrosos artefactos gastronómicos. Tan apetitosos artículos fueron produciendo en Eulalia el abultamiento alarmante de sus encantos femeniles que llegar a rebosar el escote de su camisa adornada de encajes. Todas sus formas adquirieron una redondez exagerada su persona alcanzó al peso específico de 100 kilogramos.

"A consecuencia de la esfericidad de sus perfiles y la envidiosa casticidad de sus congéneres, el nombre de Eulalia desapareció desde entonces suplantado por el atonomásico de la "Coya Bola", con el que pasó a la historia recovera y que usaremos en adelante. Con el ensanche de su humanidad, la Coya Bola, amplio a la vez el circulo de esas especulaciones organizó partidas paisanos suyos que despacho a ciertos lugares, o apostaba en las avenidas de la ciudad, para el monopolio en huevos, gallinas, verduras y cuanto artículo de recoba podía introducirse en la plaza que ella revendía e enseguida. El día que la Coya Bola amanecía con la avaricia rabiosa, los huevos se iban por las nubes, los tomates a las estrellas y los zapallos a los cuernos de la luna.

"Mientras tanto, acobardadas las familias por los fabulosos precios que la reina de la recova fijaba a sus productos, se abstenían de aumentar el consumo casero. Resultaba entonces que la "Coya Bola" se encontraba a menudo con un excedente de legumbres y demás comestibles, que dejaba podrirse en los rincones...". Tales son las reminiscencias que nos dejó como recuerdo de esta famosa mujer el desconocido "José Brocha Gorda", en 1912, en la revista semanal "Actualidades".

Gracias a este hombre nos quedó para siempre una semblanza de la "Coya Bola" y sus andanzas. Al margen de ello, a nadie escapa la condición adelantada de esta mujer, que desarrollaba día a día su ingenio para mantener el monopolio absoluto de su comercio. No en vano se erigió en el terror de las "arganeras" que trotando las calles, muchas veces retornaban con las cargas intactas a sus casas, sintiendo sin piedad el "efecto Coya Bola", dueña absoluta del mercado en las recovas.

"Notable cocinera"

Pero como todo cuento tiene un final, la existencia de la "Coya Bola" igualmente contó con el suyo. Sin embargo mucho debieron esperar sus enemigos, que poco a poco se iban de este mundo, mientras ella proseguía impertérrita sumando años. Su deceso acaeció el sábado 19 de marzo de 1927, a los 105 años de edad. De ella se dijo entonces: "fue una notable cocinera que había asentado en el mercado San Miguel sus reales, convirtiéndose en uno de sus más característicos personajes. Desde joven se dedicó en ese lugar al negocio de frutos como puestera, y puede decirse que fue una de las fundadoras de ese mercado, allá por la época feliz de los `cuartillos´, consistentes en un apetecible montón de zapallo, cebolla, grasa freída, etcétera, que se vendía por un medio real, lo cual hoy apenas si se adquiere a sesenta centavos, o más. Así inició la lucha por la vida hasta conquistarse una situación económica propia y desahogada, a fuerza de trabajo y perseverancia ejemplares..."

 

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