Personalidades de Salta

Dn. Antenor Sanchez

on Antenor Sánchez fue una figura estelar de Salta por muchos años. Lo fue por su conducta, por su prestancia de auténtico salteño, de hombre de campo, que en sus actos ejercía esa agreste aristocracia rural, que distinguió siempre a los hombres de esta tierra, que vivían haciendo culto de las virtudes humanas que configuraban el espíritu ideal del gaucho salteño.

El contaba que fue su propio padre quien lo inició en las tareas camperas, haciéndolo enlazar un caballo y enseñándole que en adelante ese animal iba a ser su mejor compañía. Le habló de la nobleza del caballo para con su amo, como la necesidad de prodigarle los cuidados que siempre necesita  para rendir eficazmente en las rudas tareas en que acompañaba  al hombre de campo. Al transcurrir los años, fue adquiriendo experiencia y pericia en las labores rurales, y en especial en el manejo y cuidado de los caballares. De una sola mirada sabía apreciar las cualidades de cualquier equino y hasta parecía adivinar cómo iría a comportarse si él llegaba a montarlo.

Invariablemente aparecía en la ciudad en la primera quincena de octubre de cada año, para asistir a las exposiciones de la Sociedad Rural Salteña. Don Antenor estuvo presente desde la primera muestra, cuando ésta se realizaba en el viejo predio -hoy desaparecido bajo el progreso urbano- que se encontraba ubicado detrás del estado del Club Gimnasia y Tiro. Allí se sentía a sus anchas, miraba caballos, los montaba y daba su veredicto sobre sus condiciones de buen sillonero y le descubría fallas que el dueño no había considerado. Su opinión sobre este tema era escuchada con atención y sumo respeto. Ya por esos años gozaba de bien ganada fama. Su honradez limpia de auténtico gaucho, le daban a su palabra la validez de un sólido documento y se le confiaban  valiosas misiones, que cumplía bajo esa sola garantía. Su palabra de gaucho salteño. Su oficio más conocido fue el de arriero. Pero de arriero a lo "grande", como lo calificaban sus amigos. A él le confiaban tropas de cientos de animales, que generalmente conducía por estrechos senderos, hacia el Norte de Chile, desafiando las inclemencias de la cordillera, al paso lento de la recua que iba cuidando junto con otros gauchos, que confiaban ciegamente en su baquía. Tuvo una vez un encuentro con el Viento Blanco en la inmensa soledad de la cordillera, donde estuvo a punto de perder la vida, afrontando serenamente esos instantes culminantes donde vio sin disimulos, los límites donde se juntaban su vida y su propia muerte. Estos instantes dramáticos, fueron inmortalizados por don Juan Carlos Dávalos, en su cuento "Viento Blanco", donde describe magistralmente todos los detalles del terrible episodio. Su cabello y sus bigotes encanecieron con los años, pero su espíritu se mantenía joven y dispuesto a afrontar a afrontar cualquier riesgo que se le pidiera, siempre  en aras de ideales puros y simples, como era su espíritu de hombre honesto y sencillo, hecho a los amaneceres de la tierra que tanto quería. Fue el centro de atención de los fogones encendidos en las sendas de la selva o la montaña, cuando entre mate y mate relataba alguna de sus sabrosas anécdotas, que siempre giraban sobre los temas tradicionales del hombre de campo.

Ya en sus últimos años, se afincó en la localidad de Campo Quijano, el "Portal de Los Andes", que tanta veces lo viera pasar con una tropa de vacunos, ya sea para encarar el cruce de la cordillera por la garantía de la quebrada del toro, o llevando vacunos en vagones jaula, para desembarcarlos en la punta de rieles, cerca de San Antonio de los Cobres, y desde ese punto terminar el viaje, tranco a tranco, sorteando por quebradas y senderos el imponente macizo andino. Desde allí, entusiasmado, viajaba a la ciudad para asistir a la exposición de la Sociedad Rural, que se había trasladado a sus actuales instalaciones sobre la avenida Paraguay. Enfermó gravemente de un mal incurable. Su estoicismo se mantuvo sin variantes y soportó las crueles alternativas de su mal sin queja. No dejó de asistir a las reuniones camperas que se hacían por las cercanías. Un día lo llevaron a Córdoba, volvió al poco tiempo y su alivio fue muy breve. Su agonía fue lenta y prolongada. Callado, con auténtica resignación cristiana esperó la muerte en su solitario lecho de enfermo. Muy pocos fueron a acompañarlo por esos días. Una mañana tras los visillos de una de las ventanas de su casa se escuchó un sollozo contenido. Su valerosa mujer, que lo acompañó hasta el final, anunció así que don Antenor Sánchez había exhalado su último suspiro, dejando el ejemplo de su vida de hombre valeroso, franco y sabio a su manera.


Fuente: "Crónica del Noa" - 30/10/1981

Relatos recopilados por la historiadora María Inés Garrido de Solá

 

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