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VIDALA DEL NOMBRADOR

VIDALA DEL NOMBRADOR

Vengo del ronco tambor de la luna
en la memoria del puro animal
soy una astilla de tierra que vuelve
hacia su antigua raíz mineral.

Soy el que canta detrás de la copla
el que en la espuma del río ha'i volver
paisaje vivo mi canto es el agua
que por la selva sube a florecer.

Nombro la tierra que el trópico abraza
fuente de estrellas, cintura de luz
Al corazón maderero de Salta
subo en bagualas por la noche azul.

Recitado

Yo soy quien pinta las uvas
y las vuelve a despintar
al palo verde lo seco
y al seco lo hago brotar.
Vengo de adentro del hombre dormido
bajo la tierra gredosa y carnal,
rama de sangre, florezco en el vino
y el amor bárbaro del carnaval.

Baguala: A

Apenitas soy Argona
nombre que no se ha'i de perder
y aunque lo tiren al río
sobre la espuma haí de volver.

Letra: Jaime Dávalos
Música: Eduardo Falú

 

Eduardo Falú

Nació un 7 de julio de 1923 en El Galpón, provincia de Salta. El Galpón es un pequeño pueblo, un antiguo lugar de carreteras hacia la provincia del Chaco, en el que Falú permaneció muy brevemente. Hijo de Juan Falú y Fada Falú, ambos sirios de igual apellido pero no parientes.

Atraído por esa curiosa sinfonía, a los 11 años ya tenía entre sus manos una guitarra, propiedad de su hermano mayor, Alfredo. Alfredo tomaba clases con un profesor y Eduardo lo copiaba al pie de la letra, y así, sacó sus primeros tonos.

A los catorce años se muda con su familia de Metán a Salta donde la guitarra lo termina de conquistar para siempre. En Salta conoce a Arturo Dávalos y poco después a Jaime Dávalos, autor de innumerables poemas a los que Falú le pone música.

Se casa con doña Aída Nefer Fidélibus, a quien, cariñosamente, llama Nefer. La vida les da dos hijos: Eduardo y Juan José. Juan José, al igual que su padre, siente una gran afición por la guitarra y el canto.

De estatura sobresaliente, ojos verdes, tristones, inundados de esa nostalgia de árabe acriollado en una tierra que aprendió a amar, casi más que a sí mismo. De esa mirada que fluctuaba entre la interrogación y el asombro, se desprendía la bondad y la mansedumbre, y tal vez un dejo de altivez sin desafío, que dejaba al descubierto un alma verdaderamente límpida, frontal y sincera.

Eduardo Falú fue un artista multifacético, aclamado de forma internacional, imposible de encasillar dentro de una sola idea. Guitarrista, cantante consumado y un distinguido compositor. La calidad de su barítona voz, fue admirada y amada en el mundo entero.

La trayectoria artística de Eduardo Falú comieza en el ambiente familiar, más tarde se extiende a Buenos Aires, para luego conquistar y apasionar a los públicos más disímiles: América, Europa, Rusia, y Japón.

Como compositor, no sólo fue el creador de obras modernas folclóricas, sino también de obras clásicas.

Falú con Ariel Ramirez

En su música se advierte una marcada influencia de las melodías de su provincia natal. Salta tiene ritmos propios: El Carnavalito, el Bailecito, la Cueca y algunos otros derivados de la combinación de la música india propia del lugar, y las melodías españolas que acompañaron a los conquistadores.

Eduardo Falú ha creado música para más de un centenar de poemas, no sólo de Jorge Luis Borges y Jaime Dávalos, sino también de León Benarós, Manuel Castilla, Alberico Mansilla entre muchos otros.

Hoy podemos decir que Dn. Eduardo, ese eterno amigo se ha diluido misteriosamente para pasar a ser parte de todos los corazones que aman el Folklore.

Luego de venir sufriendo una penosa enfermedad, a meses de cumplir noventa años falleció un 10 de agosto 2013.

 

 

 

 

 

Eduardo Falú

Por José Ríos

Cuantas palabras se necesitan

para nombrarlo,

para alcanzar su altura,

sus claros arpegios.

En sus manos la guitarra se hizo otro paisaje,

otro clima, otro canto.

Los latidos de su corazón están en cada cuerda,

palpitando entre lo popular y lo distinguido,

entre el monte y la montaña,

entre los ríos y los valles de Salta.

Tiene aptitudes de genio y de labrador.

Su destino es acompasar la voz de la tierra

y penetrar en la médula sonora de su gente.

Alta costumbre de afinar su territorio.

País adentro es él, porque conoce todos los ritmos

y los hace estallar jubilosos

cuando va por los caminos de la prima a la bordona.

Varonil en sus gestos, caballero en sus costumbres,

manso como un vino manso,

es un símbolo en cada escenario,

en cada patio solariego, en las vivencias del pueblo.

Sabe arrancar, con talento inconfundible,

hasta los más íntimos rincones de la música.

Simple y cristalino

anda recorriendo siempre otros cielos, lejanos

y vaporosos arenales.

Su voz agreste transita por las ondas del viento

y por el murmullo del agua sobre las piedras.

En las reuniones humildes

entrega su don y su señorío

y a veces es un bohemio de elegantes ademanes.

Creador de estilo, en buena hora él.

De tramo en tramo y en cada silencio,

bajo la luz de las estrellas campea

su aristocrática presencia musical.

Fino, acorde a su vida.

Así, nuestro amigo.

 


 

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