Miguel de Ardiles

Por Luis Mesquita Errea

Teniente de Gobernador de Santiago del Estero

por Francisco de Villagrán (1557)

Serenidad en medio de las turbulencias.

Podemos hacernos una idea de Miguel de Ardiles según lo presenta Juan Núñez de Prado: "un Caballero principal y antiguo conquistador del Perú". Sus esfuerzos y buenos sucesos lo distinguieron en las jornadas de exploración y conquista de " la Gran Entrada". Era hombre del amanecer histórico del Noroeste hispano-indígena.

Nacido en Osuna, Sevilla, en 1515, "fue una de las figuras de mayor prestigio en los primeros años de la conquista del Tucumán", escribe el historiador jujeño Jorge Zenarruza en sus "Crónicas".

Se halló entre los que "fueron descubriendo casi todo el territorio del actual Noroeste, Centro y Este, de la Republica Argentina. Pasaron cuatro inviernos y tres veranos abriéndose camino entre la maraña de la selva a punta de espada y cuchillo...llegaron a tener que cubrir sus cuerpos con pieles de animales salvajes..." y debían "repartir entre los soldados más necesitados lo poco que tenían..."

"En todo este trajín expedicionario se destacaba la personalidad del Capitán Miguel de Ardiles (el Viejo), por la bondad de su trato y la ayuda que prestaba a los expedicionarios". Lo llamaban "padre de los pobres y amparo de las milicias", porque "teniendo entraña de misericordia , nada reservaba para alivio de las necesidades comunes y particulares", dice el Padre Lozano en su "Historia de la Conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán".

En la expedición fundadora de Barco ocupó el segundo puesto de mando, como Maestre de Campo. El Capitán General Núñez de Prado lo designó por sus antecedentes en "la conquista y jornada trabajosa de los Mojos, y haber estado en el ejército del Licenciado La Gasca en la lucha contra Gonzalo Pizarro", agrega el Padre Lozano (ver nuestro artículo sobre Núñez de Prado en el Portal de Salta ).

"...Era la primera persona de todos aquellos conquistadores, después del Capitán Prado" dicen las probanzas. Las primeras personas en aquellos tiempos eran las que más tenían que arriesgarse. Fue el primero en entrar en la peligrosa Quebrada de Humahuaca a enfrentar a los indígenas que la defendían, "que tenían fama de ser muy valerosos y tenaces defensores de sus tierras" (Zenarruza).

Su constante vigilancia le permitió mantener la posición, gracias a lo cual Núñez de Prado pudo llegar a Chicoana, poblado y antiguo tambo que servían al Inca y sus tropas para controlar la región, durante la vigencia del Imperio incaico. De estos esfuerzos nacería finalmente Barco, la primera ciudad argentina.

Allí le encargó Prado a Ardiles la difícil misión de regresar al Perú a buscar sacerdotes y soldados. Cumplió el objetivo y además logró la incorporación de una "persona muy principal" y de "de la primera Nobleza" de Talavera de la Reina : era Juan Gregorio Bazán, que había vendido sus bienes y armado a su costa "criados", hombres de acción para la pacificación del Perú. Ambos entablaron entrañable amistad y fueron puntales del surgimiento del Tucumán.

Acción memorable de Ardiles fue convertirse en portavoz de los legendarios "antiguos de la Entrada", en ocasión de su famoso alegato contra el despoblamiento de Santiago del Estero. Argumentó entonces que dejar la ciudad significaría perder las encomiendas que habían recibido en retribución de sus servicios, y, peor aún, causar gran perjuicio al Rey al abandonarse la obra de evangelización de los naturales, principal finalidad de la Conquista para los Reyes, nunca olvidada por los protagonistas de la colonización.

El Teniente de Gobernador Bazán, su amigo, que escuchó a Ardiles en ese momento crucial, lo mandó luego a Chile a pedirle a Francisco de Aguirre que aclarase quién mandaba en la gobernación después de la muerte de Pedro de Valdivia (ver artículo sobre Juan Gregorio Bazán) .

Ardiles no quedó conforme con la actitud de Aguirre, ni con la designación de su sobrino Rodrigo como Lugarteniente. Este se presentó en Santiago y recibió la tenencia de manos de Bazán. Y aquel se quedó en Chile al servicio de Villagrán.

Intentemos analizar este momento histórico complejo, con su madeja de hechos que ocurrían simultáneamente en Lima, Chile o el Tucumán, produciendo consecuencias a la corta o a la larga. Ante la situación de acefalía, la Real Audiencia de Lima nombró provisoriamente a Villagrán Corregidor de Chile. Era el rival de Aguirre en la contienda por la sucesión de Valdivia. Por eso removió a su sobrino Rodrigo como Teniente de Gobernador de Santiago del Estero, y nombró en su lugar al Capitán Miguel de Ardiles.

Al volver éste a Santiago la encontró perturbada por el fracasado intento de los partidarios de Núñez de Prado de apoderarse de ella; y con una novedad adicional: la autoridad de Villagrán, de la que derivaba la suya, también había caducado por la llegada al Perú del nuevo Virrey, Marqués de Cañete.

Con su habitual lógica y sentido del deber, manifestó su voluntad de hacerse cargo de la Tenencia hasta que se aclarara definitivamente la situación. Los vecinos quedaron conformes y Rodrigo de Aguirre le transmitió el mando sin oposición.

Ardiles tenía fama de pacificador de naturales, lo que, según el Padre Lozano, conseguía con "la felicidad que le solía acompañar en todas sus empresas". Este logro era fruto de "su mucha cristiandad, porque era Caballero muy piadoso y puesto en razón, temeroso de Dios, amigo de la Justicia , sin consentir desmanes en su gente, para que los naturales no extrañasen el nuevo dominio, y por estos medios los redujo a nuestra amistad, ofreciéndose como vasallos tributarios del rey de España, y como se gozaba quietud, se iba adelantando la nueva ciudad, en su fábrica" (Padre Lozano, o.c.).

Siendo ahora Teniente de Gobernador de Santiago del Estero, gobernó con los mismos criterios en los brevísimos días que duró su gestión.

Cambios trascendentales en el cuadro

La situación del Tucumán iba a cambiar profundamente con el nuevo Virrey del Perú. Don Andrés Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, era varón noble y de vigorosa personalidad. Su apellido dio el nombre a la provincia de Mendoza.

La existencia de dos bandos antagónicos, el de Aguirre y el de Villagrán, en el que militaban soldados de las guerras pizarristas, valientes pero conflictivos, era un desafío que tenía que enfrentar. Temiendo una guerra civil, designó en enero de 1557 gobernador de Chile a su hijo don García Hurtado de Mendoza, para dar fin a la tensa situación que se vivía desde hacía tres años.

Los hombres experimentados que por su indicación aconsejaron al joven Gobernador, llamaron la atención sobre el Tucumán, importante región que contaba con Santiago del Estero como única ciudad, "pueblo pobrísimo, encerrado y olvidado", como lo describió el Virrey (T. Piossek, "Poblar un pueblo", p. 310).

Aguirre y Villagrán tenían razones para creerse legítimos sucesores de Valdivia. Su lugar lo ocupaba ahora don García Hurtado de Mendoza, que pronto llegaría a Chile: "con cada uno debía [éste] obrar de manera acorde y sin escrúpulos pues ninguno de los dos los tendrían con él." (ibid., p. 312).

El Mariscal Villagrán acababa de obtener un resonante triunfo sobre Lautaro, jefe de los araucanos. Se aprestaba para volver a Santiago de Chile para ser recibido como triunfador y ejercer el cargo de Corregidor. (Fue entonces que designó a Miguel de Ardiles lugarteniente de gobernador del Tucumán).

Además de Aguirre y Villagrán, también codiciaba de lejos el Tucumán el malhadado Núñez de Prado, inquieto al ver que ni el Virrey ni su hijo le ofrecían el gobierno de la bella región.

Mientras tomaba parte en una entrada a las selvas del Pilcomayo bajo las órdenes de Andrés Manso, un puñado de partidarios suyos cayeron sobre Santiago del Estero, tratando de apoderarse del gobierno por un audaz golpe de mano, como vimos. Su audacia llegó al extremo de arrestar al Teniente Rodrigo de Aguirre. Ya veremos cómo terminó la aventura.

Entretanto, llegaba a Chile el gobernador Hurtado de Mendoza, a quien Aguirre recibía haciendo alarde y despliegue de su fuerza militar. Con astucias propias de esos tiempos renacentistas, don García se gana la confianza del viejo caudillo -que tomaba aires de abuelo que aconsejaba a un nieto, dice Teresa Piossek- y en el momento menos pensado, lo hace arrestar por sorpresa. Fue una humillación para el poderoso guerrero dejarse "trampear así por un mozalbete chapetón", refiere la misma autora.

A todo esto, el joven Hurtado de Mendoza había designado un nuevo Teniente para el Tucumán, que no eran justamente Aguirre ni Villagrán, sino un Capitán recién venido, de brillante foja de servicios, Juan Pérez de Zurita (o Çorita ).

Un viajero de Santiago del Estero puso al corriente a don García y a Zurita de la aflictiva situación por la que pasaba la ciudad, obligada a grandes trabajos para subsistir, falta de hombres y acosada por indígenas. Otra vez se hallaba sin sacerdote: el P. Cedrón la había abandonado o ya no estaba con vida.

Para hacer frente al aprieto económico, don García tomó la discutible decisión de secuestrar los bienes de Aguirre y disponer de ellos.

También ordenó la captura de Villagrán, con instrucciones de matarlo si se resistía, dados sus antecedentes de hombre de recursos, astuto y violento. Pero éste se entregó, y fue remitido a Valparaíso, compartiendo el encierro con su antagonista Aguirre. Podemos imaginar las amargas conversaciones entre ambos, tan poderosos en la víspera y ahora presos del hijo del Virrey.

* * *

Volvamos a Santiago del Estero. Fue en septiembre de 1557 que los partidarios de Núñez de Prado, con alarde y gritos, y fingiendo contar con órdenes superiores, apresaron al Teniente Rodrigo de Aguirre. En cuestión de horas, los santiagueños descubrieron el ardid y los prendieron; el cabecilla Salazar fue ejecutado y las cosas volvieron a la relativa tranquilidad anterior.

Por sus dichos se enteró Rodrigo que su tío Francisco no era más gobernador de Chile y que el nuevo mandatario ya había designado lugarteniente a Juan Pérez de Zurita, panorama que le cayó muy mal...

Sorpresivamente se presentó en escena nuestro Ardiles quien, ignorando todo lo sucedido, venía a hacerse cargo de la tenencia por designación del Corregidor Villagrán. "En respuesta le contaron las novedades transmitidas por los reos, de las cuales resultaba que esos títulos ya no valían nada" (T. Piossek, o.c., p. 324).

La respuesta de Ardiles fue que ejercería el cargo hasta que llegara su reemplazante, actitud razonable que halló eco en la comunidad por ser uno de los vecinos más respetados.

Interrogando a los reos confirmó la veracidad de las informaciones. Acto seguido los envió a Chile para ser juzgados, confiando la responsabilidad del traslado al Capitán Hernán Mejía Mirabal.

Había éste avanzado un buen trecho cuando vio venir en sentido contrario una vistosa comitiva de hombres de armas. Al mando venía el General Zurita, rodeado de una cantidad de guerreros. Mejía le presentó sus respetos.

Zurita le dio órdenes de dejar los reos bajo su cuidado, y de volverse a Santiago a anunciar su llegada. Antes de despacharlo conversó con él largamente, para enterarse de la situación que lo aguardaba.

También Mejía aprovechó para informarse acerca del nuevo jefe del Tucumán. Supo que era hombre de coraje y autoridad, sereno y sin arrogancia, pero capaz de todo, cuando estaba en juego la justicia y el honor caballeresco.

"Con esa buena noticia e informe de los sucesos chilenos, llegaron a la ciudad. Miguel de Ardiles, en cumplimiento de una norma básica de hospitalidad, despachó una cuadrilla llevando víveres frescos para que los viajeros se alimentaran. También ordenó preparar la vivienda que ocuparía el nuevo lugarteniente de gobernador".

Al llegar a Santiago del Estero, Zurita se encontró con un pueblo chato, medio tapado por la hirsuta arboleda, "pueblo solo en el más lato sentido de la palabra". "Eso era Santiago del Estero, el paradigma del aislamiento y superarlo debía ser su primordial labor de gobernante" (T. Piossek, "Poblar un pueblo", p. 331-32).

Bajo festivos arcos de ramas, como aún hoy se acostumbra en el Noroeste para las fiestas patronales, pasó con su comitiva y se dirigió al Cabildo a presentar su provisión. Pues sin la presentación del nombramiento y el reconocimiento del Cabildo, no se podía ejercer acto jurisdiccional alguno ni se debía obediencia a ninguna autoridad, por importante que fuese (cf. L. Mesquita Errea, "Aristocracia, sociedad orgánica y espíritu de gesta en la Argentina capitular", Salta, 2007).

El Teniente de Gobernador Ardiles entregó el mando recibido el mes anterior a su sucesor, sin oposición, como él lo recibiera de Rodrigo de Aguirre -que ahora desempeñaba la función de Alcalde de 1er. voto. Un capítulo importante en la historia del Tucumán se abría con el General Juan Pérez de Zurita.

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