Juan Gregorio Bazán

Vecino feudatario y Lugarteniente de Aguirre, consolida Santiago del Estero en una época angustiosa

Luis Mesquita Errea

  A fin de presentar al esforzado pionero Juan Gregorio Bazán, retrocedamos al momento en que Francisco de Aguirre, antes de partir a Chile, convocó el Cabildo de Santiago del Estero "para importantes actos protocolares" (ver nuestro artículo sobre F. de Aguirre en el Portal de Salta).

En ellos concretó su "dejación de cargo" o renuncia como Teniente de Pedro de Valdivia, Gobernador de Chile muerto en combate por los araucanos, y asumió el de " Gobernador y Capitán General de estas provincias del nuevo maestrazgo de Santiago y de la ciudad de la Serena" -que aquél le había concedido a partir de su muerte ("Actas Capitulares de Santiago del Estero", ed. Kraft, Bs. As., p. 36). Estas formalidades anunciaban cambios de trascendencia.

A Aguirre le correspondía, de acuerdo a lo establecido por Valdivia en la provisión del 14 de octubre de 1552 ser Gobernador (independiente de Chile) de Barco y La Serena , más los territorios que conquistare en esta región; y, de acuerdo a su testamento, sucederlo como Gobernador de la Capitanía General de Chile .

Para tratar de asegurar ambas posibilidades, Aguirre se preparaba a cruzar la cordillera, llevándose hombres necesarios en extremo para la subsistencia de la ciudad, única que existía en la actual Argentina. No imaginaba los sinsabores que lo esperaban.

Ya Gobernador de La Serena y Barco, dejó como su Teniente y Capitán a Juan Gregorio , su primo, quien presentó la provisión en el Cabildo, "el cual juró por Dios y por Santa María y por una señal de cruz tal como ésta + en que corporalmente puso su mano derecha, que como bueno y fiel cristiano, temiendo a Dios...usaría del dicho oficio y cargo de teniente gobernador y capitán bien y diligentemente...".

Consciente de los problemas que le tocaría enfrentar, asentó una llamativa declaración: que se comprometía a hacer justicia, a no ser parcial, y en todo buscar "el servicio de Dios y de su Majestad y de su Señoría (Aguirre), y procuraría sus reales derechos y en todo obedecerá sus mandamientos..." y evitará todo daño al Rey, y que en caso no poder hacerlo "se lo hará saber lo más presto (velozmente) que pudiere" ("Actas", o.c., p. 47). Quedaba expresada en las entrelíneas la precariedad de su situación, debida a la partida del Gobernador con los hombres que tanto necesitaba Santiago para defenderse y afirmarse.

Las crónicas mencionan a Bazán como conquistador. Para Solórzano en "Política Indiana" (s. XVII), "no puede haber más glorioso nombre que el de conquistador de un Nuevo Mundo".

Su familia era de Talavera de la Reina: "Ciudad de caballeros, cofradías -de las que sólo se era cofrade siendo hidalgo-, apellidos ilustres y mayorazgos ricos. Uno de éstos fue el de los Gregorio . Nuestro protagonista pertenecía a ese linaje; su madre se apellidaba Bazán. Fue el fundador de esa estirpe en América; sus servicios y los de sus descendientes, en política, milicia y religión, hicieron de ella una de las más ilustres familias del interior" (Elena Brizuela y Doria, "La estirpe del conquistador Juan Gregorio Bazán entronca con el Vínculo de Sañogasta (La Rioja)", Tucumán, 2005). Así, en la pequeña ciudad, iban naciendo las primeras familias argentinas, y algunas de ellas con gran futuro histórico.

Personas de la Nobleza "abundaban" en la Conquista, ya que "de suyo esa clase es la más propicia a las aventuras", afirma Constantino Bayle S.J en su clásica obra sobre los Cabildos. Juan Gregorio Bazán necesitaba tener y tenía espíritu de aventuras, ya que le tocaba actuar en "una época angustiosa, que los habitantes nunca olvidaron" . "La situación de la pequeña colonia era en extremo difícil. Su debilidad ...para resistir a los indios...envalentonaba a éstos, incitándoles al asedio. Pero Bazán era experto en la guerra y supo contenerlos cuando no traerlos de paz" (cf. Roberto Levillier, "Nueva Crónica de la Conquista del Tucumán", t. I, p. 206).

Aguirre le dejó precisas instrucciones de atender este peligro, el mayor que amenazaba a los habitantes hispanos y naturales de la incipiente aldea. El problema eran los levantiscos indios de guerra , ya que no toleraban la presencia de blancos ni de sus aliados indígenas -sin la ayuda de quienes tan pocos españoles no habrían podido mantenerse.

La primitiva campana de Santiago llamaba a los vecinos a la reunión o a la oración, y con ella latía diariamente el pulso de la aldea. Era un venerable hierro colgado de un gran algarrobo junto a la Iglesia, que con su lenguaje sonoro comunicaba velozmente los mensajes. Un buen día el Teniente de Gobernador la hizo sonar de modo insistente: todos comprendieron que se trataba de un peligro y de una convocatoria.

Tenía noticias de que los juríes del Río Salado se estaban coaligando con los temibles chiriguanaes, que habían decidido correr su frontera al sur y arrasar la población. Era preciso frenarlos pues de lo contrario tendrían a sus puertas a estos comedores de carne humana, cuyos efectos bien conocían los débiles chanés, como refiere fray Reginaldo de Lizárraga.

Era obligación esencial del vecino feudatario vivir en la ciudad y defenderla con su persona, armas y caballos, a su propia costa. Bazán los arengó encendiendo su vigilancia ante la amenaza. Era literalmente situación de luchar o morir. Así lo entendieron y se prepararon a combatir sin saber si volverían con vida.

Teresa Piossek nos relata la escena en "Poblar un Pueblo", obra en que aporta preciosos datos sobre toda esta historia: "...partió con 23 (hombres) rumbo al foco del conflicto..., debían cruzar el río Dulce, muy crecido por las lluvias de verano...; una vez cruzado, salieron al galope, con el estandarte real ondeando en el viento. Llevaban picas, espadas y arcabuces; ...charqui , maíz y agua, más las hierbas que servían de antídoto para el caso de ser heridos con flechas envenenadas... . Cada español iba acompañado por un batallón de indios de su encomienda que lo seguían con la veloz, característica marcha mezcla de trote y carrera que hacía famosos a los juríes y que podían mantener durante horas sin cansarse".

En Santiago, se atrincheraron los guardianes. Las indias los secundaban, ya diestras en la recarga de arcabuces. Una de ellas, María del Mancho, tomó a sus hijas de la mano pidiendo protección para Hernán Mejía Miraval "ante la imagen de la Virgen que éste había traído desde la Sevilla natal. Temía por él porque sabía que siempre se metía en el nudo de la batalla".

"Gregorio Bazán llegó a donde los rebeldes y los acometió al grito de ¡Santiago y a ellos! que toda la hueste repitió en un solo bramido. La batalla fue larga y furiosa pero finalmente los desbarató y los trajo de paz..." (T. Piossek P., "Poblar un pueblo - Comienzo del poblamiento de Argentina en 1550", San Miguel de Tucumán, 2004, p. 278).

Regresaron exhaustos y malheridos, trayendo los cadáveres de los muertos en combate. Los desgarraba el recuerdo de sus últimos momentos, en que lamentaban morir sin los sacramentos, pidiendo que cuidaran a sus mujeres e hijos y que escribieran a sus padres, en la querida y distante España, contándoles "que se esforzaron por vivir y morir con honra".

"Gregorio Bazán se decía que los santiagueños habían ganado la batalla por gracia de Dios pues la superioridad numérica de los indígenas fue aterrante...". Se alegraba de esta victoria que le permitió consolidar las relaciones con los indios y recompensar con encomiendas a quienes desde hacía años venían luchando por el poblamiento, viviendo de la caridad de los otros. Y se preguntaba si Santiago del Estero podría sobrevivir a otro levantamiento con tan pocos hombres en condiciones de pelear.

Desde Chile, llegó una expedición de socorro, con semillas, plantines y otros elementos imprescindibles que Aguirre mandaba para la aún precaria subsistencia de la población. Pero las siembras, con los grandes calores santiagueños, no daban el resultado esperado. Era un factor de frustración agravado por el fantasma de la posible vuelta de Núñez de Prado, con ánimo de vengarse, el que se hallaba en Lima pleiteando la devolución del cargo de Gobernador de que lo privara Aguirre,.

Si bien éste no olvidaba su ciudad en las riberas del Dulce, tampoco volvía a gobernarla. El clima comenzaba a enrarecerse y Juan Gregorio sentía que su autoridad se erosionaba.

Recurrió a un remedio característico del ordenamiento jurídico hispanoamericano: convocar un Cabildo abierto con todos los vecinos (quienes tenían casa, hacienda e indios encomendados).

Ante rumores de gente que quería abandonar la ciudad que creían condenada al fracaso, les hizo el planteo de que, si no le daban el respaldo suficiente, él mismo sería partidario de salirse del Tucumán por la vía del Perú .

El principal apoyo lo recibió de los admirados "antiguos de la tierra", los legendarios "hombres de la Entrada" venidos con Diego de Rojas y Francisco de Mendoza. Por boca de Miguel de Ardiles le dijeron que desamparar Santiago sería faltar a sus obligaciones "abandonando la conquista...Y que...considerase el gran servicio a Dios que era la mantención de... (la) ciudad, de donde se podía propagar el Evangelio... dilatando, por tan extendidas provincias la monarquía española..." (T. Piossek P., o.c.., p. 290). Estos gestos iban modelando la sociedad desde adentro y consolidando una tradición, trasplante de la vieja España que comenzaba a arraigar en nuestro suelo y adaptarse a él.

Fortalecido por este apoyo, Bazán se dispuso a seguir llevando el timón del gobierno. Luego envió a Miguel de Ardiles a Chile para saber en qué situación estaba su primo y pedirle una definición.

La mayor aflicción de los habitantes era la falta del auxilio religioso y guía espiritual de un sacerdote. Vivían en condiciones de vida que a veces los "animalizaban". Hallaban alivio y esperanza en actos de piedad organizados por un grupo de vecinos que mantenían la Iglesia, y que lunes y sábados dirigían la procesión hasta la ermita de la Virgen. No pocos dejaban correr las lágrimas ante las privaciones y desgracias, pidiendo a la Virgen que los ampare, rezando el Rosario y entonando letanías y cánticos aprendidos en su niñez en Sevilla o en Talavera de la Reina.

Los rumores de la posible vuelta de Núñez de Prado movió a varios pobladores a levantar una probanza en su contra, valioso documento, no obstante el encono que le guardaban. Allí detallaron las iniquidades que atribuían al fundador de Barco y declararon a Aguirre un buen cristiano -lo que bajo algunos aspectos es cuestionable-, y un hombre providencial , sin el cual todo se hubiese perdido -lo que es, a nuestro juicio, verdadero.

Iniciativa notable por el empuje en la adversidad de estos primeros forjadores del pueblo argentino, fue la de otro grupo de vecinos que, con sus indios encomendados, recolectaron productos que la naturaleza santiagueña prodigaba: miel de variados sabores, cera excelente, cochinilla de finísima púrpura y un añil de perfecto azul. Con esa "moneda de la tierra" realizarían el audaz proyecto de ir a vender a Potosí, desafiando la distancia, los indios y la vergüenza de llegar tan pobres y mal vestidos a la Villa Imperial, de cuyo Cerro Rico fluía la plata.

En Chile, Ardiles no quedó satisfecho con el recibimiento de Aguirre, a quien le pidió que vuelva con soldados. El conquistador estaba concentrado en sus problemas trasandinos, enfrentando la oposición de Villagrán, del Cabildo de Santiago de Chile y de muchos que lo temían o detestaban.

Aguirre sintió un cargo de conciencia por haber dejado a su primo Bazán prácticamente abandonado durante dos años, y armó una segunda expedición de socorro.

Para aliviarlo de su carga, decidió reemplazarlo con su sobrino Rodrigo de Aguirre. Menos le gustó a Ardiles esto último, ocasión que aprovechó Villagrán para atraer a este valiente vecino feudatario de Santiago del Estero a la tremenda lucha con los guerreros indígenas chilenos, contienda que inspiró a Ercilla los versos épicos de "La Araucana".

El gobierno de Juan Gregorio Bazán llegaba a su fin. Estuvo a la altura de las penosas circunstancias, afirmando la incipiente ciudad con denuedo y Fe.