Dn. Juan José Fernández Campero

(Nacido en San Francisco de Yavi, Gobernación del Tucumán (hoy Jujuy), Virreinato del Río de la Plata, 15 de junio de 1777. Fallece en Kingston, Jamaica, el 22 de octubre de 1820) Don Juan José Fernández Campero Maturana del Barranco, Pérez de Uriondo, Hernández de la Laya, marqués del Valle de Tojo, vizconde de San Mateo, comandante general de la Puna y coronel del Primer Regimiento peruano, como solía firmar en sus bandos y proclamas este patricio de la nobleza española, es mejor recordado como el Marqués de Yavi.

Por Rodolfo Martín Campero

PRESENTACION

Muchos de los personajes que fueron actores de la historia Patria, y que cayeron por sostener la causa en la que creyeron, fueron presos del peor de los enemigos: el olvido y la indiferencia. Se cedió así el paso al desconocimiento de las razones y los medios con los que se construyó la epopeya de una nueva Nación y de quienes fueron sus protagonistas.

Esa ignorancia sobre el hilado de nuestra historia y su gente explican tal vez en buena parte la razón por la que se percibe con cierta habitualidad en nuestra sociedad comportamientos propios de un país con crisis de identidad y con disconductas colectivas características de la ausencia de valoración del pasado y del esfuerzo de quienes lo forjaron.

Una de las tantas figuras que quedó apenas pincelada por los registros históricos, limitando su imagen a la de una curiosidad superficial de la nobleza de la zona, fue Juan José Fernández Campero, popularmente conocido como el marqués de Yavi.

Fernández Campero vivía en el epicentro del conflicto bélico independentista, lugar clave de los combates que definían la posesión territorial que determinaría la geopolítica de la región. Su consideración es insoslayable para la comprensión de los sucesos que gestaron Bolivia y Argentina.

Por la relevancia política y social de su persona, la postura americanista que asumió el Marqués de Yavi era ciertamente decisiva por sí misma. Su sola presencia actuaba de modo determinante por tratarse del único noble y poderoso feudatario que convivía en la región.

Fue uno de los protagonistas esenciales de la gesta que se desarrolló en la Puna jujeña y que, la tragedia de su final, llevó a que culminara sus días en su exilio forzoso en Kingston, Jamaica. Allí fue desembarcado enfermo en su tránsito hacia España como cautivo por su condición de noble alzado en armas contra la corona a favor de la nueva Nación, luego de ser tomado prisionero durante La Sorpresa de Yavi el 15 de noviembre de 1816 después de combatir durante tres años a las órdenes de Martín Miguel de Güemes.

Una ley del Congreso de la Nación del año 2001, promovida por el entonces Senador Nacional por Jujuy Fernando Cabana, dispuso que la casa del marqués en Yavi fuese incorporada al estado nacional como uno de sus monumentos históricos, dando comienzo a la reparación de la memoria de este personaje olvidado.

Se contaba con el antecedente de que, en la década de los años cuarenta, había sido incorporada también la iglesia del marquesado a los monumentos de la historia nacional. Obra como un elemento precedente de relevancia, que el gobierno de Lima consagró años atrás al coronel marqués como uno de los héroes de la independencia del Perú.

Por esas cosas del destino no se consideró que sus restos mortales, olvidados en Jamaica, merecían también un tratamiento, del que no cabría otro resultado que la devolución de sus despojos a la provincia en la que nació: Jujuy.

SEMBLANZA

La novelesca vida del Coronel Mayor Juan José Fernández Campero no culminó con su muerte, ya que su ausencia generó un vacío que no ha sido cubierto hasta el presente constituyendo un caso único en la historia en que un oficial superior que combatió por la independencia nacional, que fue diputado electo al Congreso de la Independencia en Tucumán, no tenga reposo en su tierra.

Por esos dramas paradójicos si bien su persona se encuentra en injusto olvido, sí se recuerdan algunas de sus acciones, de los combates vinculados a sus hechos de armas o las de quienes lo acompañaron, tal vez sin tomar conciencia de su relación. Baste como ejemplo que solo la Ciudad de Buenos Aires tiene tres de sus calles con nombres de su referencia: Quesada (su segundo jefe), Colpayo y Acoyte (combates).

Esta importante personalidad jujeña tuvo un desempeño político y militar trascendente para la geopolítica de Argentina y Bolivia. Dos provincias argentinas, Salta y Jujuy, y una porción importante de Tarija en Bolivia, constituyeron su geografía con territorios de lo que alguna vez fuera el vasto marquesado disuelto. Los mitos que se construyeron a su alrededor constituyen una parte importante del acervo cultural e histórico de la región.

El Coronel Juan José Fernández Campero, más conocido como el marqués de Yavi, había sido Alcalde de Primer Voto del Cabildo de Tarija además de Coronel Mayor del Regimiento de Dragones de las Milicias de San Salvador de Jujuy en 1802, y luego del Regimiento de Caballería de Salta. Con ese rango militar se incorporó al Ejército del Norte en 1813, con la misma jerarquía que contaba cuando aun servía al reino de España.

Su patrimonio, cedido voluntariamente a la causa, y la vastedad de sus posesiones que se incorporaron a la nueva Nación, estaba integrado por toda la Puna, parte de la Quebrada de Humahuaca, la proyección cordillerana hacia el límite con Chile incluyendo San Antonio de los Cobres, más un segmento del Alto Perú. Sumados, el territorio total, era mayor al de varios países europeos juntos. La extensión de sus posesiones en lo que hoy es el noroeste argentino era de más de tres millones de hectáreas que, junto a las tierras de la región cordillerana de Los Cobres, completaban más de cincuenta mil kilómetros cuadrados.

Como muchos de su época, este hombre, que nació realista, fue patriota por elección, y murió por la Nación. Su pronunciamiento por la libertad de las Provincias Unidas del Río de la Plata fue el producto de una decisión personal tomada dentro del entorno que frecuentaba.

Esta determinación se vio favorecida sin lugar a duda por la amistad y el parentesco con la familia Güemes, con la que tenía un vínculo por vía paterna del general ya que el padre de Martín Miguel de Güemes era Gabriel Güemes Montero de la Bárcena y Campero. Su rumbo político y militar estaría signado para siempre por la presencia de Güemes y su esposa Carmen Puch, quién era además su sobrina. De Güemes y su esposa se diría con el tiempo que:

“su influencia obró sobre Campero como un potente imán para la causa de las filas de la Patria, que tuvo en el coronel marqués un soldado más”

Igual que con Güemes, según señala la tradición, compartía las grandes decisiones en el ámbito familiar. Así ocurrió con las familias de los Pérez de Uriondo, los Lanza, y los Ovando, lo mismo que con los amigos de su intimidad, como Pacheco de Melo, Moldes, Santiesteban y Gurruchaga con quienes compartió también en forma concurrente las determinaciones de su vida.

Su apoyo sincero a la causa americana, hasta su muerte, acelerada por la crueldad con que fue tratado por sus carceleros, debe ser valorado desde la formación que recibió, casi cercana al pensamiento del siglo XVI, educación que no fue orientada hacia las disciplinas militares - a pesar de los rangos que detentaba - por lo que la desdicha de su final le otorga aún mayor mérito.

Abrazó la causa americana como un verdadero americano, por ella fue hecho prisionero y por ella murió, cooperando de la manera más eficaz que le fuera posible a un hombre sin formación guerrera, ni dotes de un militar, haciéndolo justamente como era más necesario: con su presencia en el frente de combate hasta su prisión y muerte y el aporte a la causa de la totalidad de su patrimonio.

HEROICA DECISION

La intermediación de Manuel Críspulo Dorrego, Coronel de Belgrano en la campaña del Ejército del Norte, y su amistad con la resuelta patriota jujeña Juana Gabriela Moro Díaz, actuaron como razón agregada para su determinación final. El decidido vuelco militar del Coronel Campero a favor de Belgrano se concretó en la Batalla de Salta en 1813, en oportunidad de gobernar en emergencia la Provincia por unos pocos días en reemplazo de Márquez de la Plata. Este se hallaba sobrepasado por el dramatismo de las circunstancias que se vivían en la ciudad, separada en dos fracciones: las del llamado partido patriota y las del partido realista.

Si bien Campero había colaborado con Güemes, Castelli y Balcarce en la batalla de Suipacha, tuvo un comprensible período de dudas y oscilaciones con respecto a la dependencia del rey Fernando VII, lo que fue interpretado por algunos como de apoyo a la posición de Santiago de Liniers en Córdoba. Este tiempo de dificultades e incertidumbres en que españoles y nativos dudaban en forma cruzada sobre la subordinación real, tuvo su más difícil momento en Nazareno cuando aceptó actuar bajo las órdenes del general Nieto, culminando el año1813 en el que adhirió a la causa de la independencia. Este período es coincidente con la ausencia en Salta de Martín Güemes, su referente político.

En febrero de 1813, por su condición de gobernador estaba a cargo de la comandancia de la plaza militar de Salta responsable del ala militar izquierda de las tropas del general peruano Pío de Tristán y Moscoso. Desencadenada la Batalla, Campero decidió el retiro de sus tropas ante el ataque del coronel Dorrego, llevando su caballería hacia las lomas de Medeiros en una operación concertada de antemano.

El militar salteño Apolinario Saravia, en el momento del encuentro armado, sorprendió a los realistas por el flanco derecho, produciendo la derrota y la posterior capitulación de Pío Tristán ante el General Manuel Belgrano en los términos que se habrían convenido previamente para proteger la integridad de Tristán, lo que no fue bien visto.

Concluido el combate y retirado Tristán bajo el compromiso personal y de sus oficiales de no acometer nunca más contra los libertarios, lo que no se cumplió, Belgrano y Campero levantaron la cruz de homenaje a los caídos, tanto para los vencedores como para los vencidos. La cruz de esta batalla se preserva actualmente en la Iglesia de la Merced de la ciudad de Salta

Difícil determinación sería ésta para el coronel marqués ya que el general Tristán, a quién tendría que combatir en adelante, era uno de tres amigos que se habían conocido en Tupiza junto con el cura José Andrés Pacheco de Melo. Tristán era además el padrino de bautismo de su hijo.

Esta decisión independentista le significó la imposición de un consejo de guerra por parte de las fuerzas realistas, el embargo de sus bienes y una implacable persecución por los años que siguieron, hasta su captura.

Desde aquel momento Campero actuó para la causa emancipadora incorporándose a las órdenes de Manuel Belgrano.

EL COMANDANTE GENERAL DE LA PUNA

Las distintas acciones que realizó en los dos años siguientes fueron abordadas con la creación a su cargo de un regimiento en la vanguardia de la frontera, que le valieron a Fernández Campero que fuera nombrado por el gobierno revolucionario de Buenos Aires Coronel del Ejército Patriota el día 27 de junio de 1814. Sus tropas actuaron en los combates que se sucedieron en tierras de la Puna entre 1814 y diciembre de 1816 Durante esos años y los que siguieron hasta 1825, el territorio de Jujuy fue sometido a más de una decena de invasiones militares, que provocaron una intensa reacción armada -más propiamente cívico militar- registrándose más de doscientos combates con las fuerzas regulares de la corona que intentaban recuperar el dominio del territorio ya liberado. Los episodios de mayor violencia se sucedieron en la llamada “la Invasión Grande”, la tercera de ellas, a las órdenes del general De la Serna.
Atendiendo a sus méritos, el Director Alvear ascendió a Campero a Coronel Mayor Graduado de las Provincias Unidas del Río de la Plata el 24 de febrero de 1815. Después de la derrota de Sipe Sipe del 28 de noviembre de 1815, Güemes reorganizó el ejército del confín norte de las Provincias Unidas del Río de la Plata en tres divisiones defensivas: la primera en Orán, con el Teniente Coronel Manuel Eduardo Arias, la segunda en Tarija, con el Teniente Coronel Francisco Pérez de Uriondo y la tercera en Humahuaca con el recientemente ascendido Coronel Mayor Juan José Fernández Campero. El comando de las tres secciones estaba a cargo del Coronel Urdininea, que había sido designado por Manuel Belgrano. Con ellos y los demás oficiales se llevaría adelante la campaña militar liderada por el General Martín Miguel de Güemes a la que más tarde Leopoldo Lugones llamaría “La Guerra Gaucha”.

Campero tuvo a su cargo la defensa del flanco oriental de la Puna y la quebrada de Humahuaca, campaña libertaria de esa parte del norte argentino a la que sostuvo militarmente durante los siguientes años, participando en los múltiples enfrentamientos que allí se registraron.

Las distintas brigadas gauchas lucharon en ese período en cuarenta y un combates; catorce de ellos se desenvolvieron en Yavi y sus zonas de aledañas, y en alguna medida mayor o menor, en casi todas ellas actuaron las tropas de Campero, con el auxilio y el apoyo logístico a su alcance.

En el mismo Yavi se combatió el 15 de junio, el 21 de agosto, el 12 de octubre y el 10 de noviembre de 1814 y el 29 de marzo de 1815. Posteriormente apoyó con las tropas de la vanguardia en Puesto Grande del Marqués el 14 de Abril de 1815, donde el Regimiento de Campero estuvo bajo el mando superior del general Francisco Fernández de la Cruz.

Este combate también llamado del Puesto Grande, organizado y conducido por Martín Miguel de Güemes, fue el único victorioso del período de comandancia del general Rondeau. Resultó crucial para el Ejercito Patriota pues abrió nuevamente las puertas del Alto Perú, permitiendo llegar hasta el Río Desaguadero, extremo de los dos virreinatos y límite natural del virreinato del Río de la Plata con el del Bajo Perú.

Fernández Campero había formado para estas defensas un destacamento militar de la causa de la independencia, compuesto por seiscientos hombres armados al que llamaba Primer Regimiento Peruano.
Este regimiento, un cuerpo de línea creado y sostenido por él mismo, estaba compuesto por una plana mayor y cuatrocientos catorce soldados de línea, ocho sargentos, veintiséis cabos y tres tambores. Contaba además con una partida externa de otros ciento cuarenta hombres, conducidos todos ellos por el propio Coronel Mayor Campero con el título de Comandante General de la Puna. Para su aprovisionamiento militar levantó en Tastil y en Casabindo, lugares alejados y precarios, dos fábricas de pólvora con que asistía a sus soldados, a Güemes, a los demás oficiales y a la tropa gaucha Producía los proyectiles de metal para los cartuchos, elaborándolos con plomo y estaño extraídos de las minas que se encontraban entre Tarija y Potosí, el que también se fundía en barras que eran entregadas al comandante gaucho.

A pesar de la precariedad de medios y las dificultades para el manejo del hierro, el Coronel Campero también producía a su cargo sables para los gauchos en dos fraguas de acero que levantó en plena montaña, lejos del alcance del enemigo, una en Acoyte, en las inmediaciones altas de Yavi, y otra en la zona de Santa Victoria. El primer sable que salió de aquellos yunques le fue entregado al general Martín Miguel de Güemes.

Dispuso para los gastos de la campaña de guerra una suma estimada en más de doscientos mil pesos de entonces, estableciendo un antecedente de aporte voluntario a la Nación en volumen dinerario que nunca sería igualado, hasta agotar sus recursos y disolverse el marquesado. En esa época la contabilidad de Salta era de unos ciento ochenta mil pesos anuales.

FERNANDEZ CAMPERO Y EL CONGRESO DE TUCUMAN

Bajo el intenso asedio realista Campero fue oficiado a principios de 1816 por Gervasio Antonio de Posadas para representar al departamento de Chichas, localidad del Alto Perú, en el Congreso de Tucumán.La designación de diputado le había sido conferida como resultado de la elección realizada el 17 de octubre de 1815 en la villa de Tupiza. Tanto Chichas como Tarija integraban por entonces la Gobernación de Salta.
Su acreditación fue coincidente con la de su amigo y compañero, el abogado de la Cámara de Apelaciones de la Corte de Justicia de La Plata y al mismo tiempo cura párroco del pueblo chicheño de Livi Livi José Andrés Pacheco de Melo. Su asistencia a Tucumán le fue impedida por el dramático bloqueo militar en que se encontraba, cuando sostenía la insurrección del norte jujeño a cargo de la vanguardia de Güemes

Lo secundaban el Teniente Coronel Juan José Quesada y los Capitanes Juan Antonio Rojas, Gregorio López y Diego Cala y, como adjunto, el comandante de gauchos infernales Bonifacio Ruiz de los Llanos. También colaboraron con él por un tiempo, el coronel José Antonio de Acevey, proveniente de Charcas, y un militar realista que se pasó al bando patrio: el teniente coronel de los ejércitos de España don Manuel Almonte y Fuente.

El ejército de De la Serna se desplazaba desde Tupiza hacia el sur desde principios de 1816, en búsqueda del Cuartel General de Campero en Casabindo. Estaba compuesto por más de siete mil hombres organizados en catorce cuerpos de línea veteranos, repartidos por igual según sus armas en siete de infantería y otros siete de caballería: Húsares del Rey, Dragones de la Unión de Fernando VII, dos Batallones de Imperiales de Alejandro, el Batallón de Granaderos de la Guardia y el Destacamento de Cazadores a Caballo, a los que se sumaba el apoyo de los regimientos de Extremadura, Gerona y Cantabria que eran los más numerosos. Contaba además con más de mil caballos frescos sin monta, sólo utilizables en combate, más otras mil mulas de monte y el soporte de una fuerza de artillería de montaña de cuatro piezas que se completaba con otra formación de dieciséis cañones.

En pleno Congreso, y sin contar aún con el auxilio de refuerzos, las tropas del coronel Campero -que había replegado su Cuartel general nuevamente desde Casabindo hasta Moreno- lucharon en mayo, en la guerrilla de Orosas, en agosto de 1816, en Huacalera, el 16 de septiembre, en Colpayo, el 19 de Septiembre en Tilcara y luego en Cangrejos y El Moreno. En el combate sucedido en el lugar llamado Colpayo los soldados gauchos del Regimiento Peruano, conducidas por los capitanes Rivera y Cala, se batieron ferozmente con las tropas del teniente coronel Pedro Zabala. Esta victoria fue celebrada en Buenos Aires, donde se publicó la noticia en el periódico El Censor, en su número 59, unos días después, el jueves 10 de octubre de 1816. En aquella ciudad se festejó este éxito jubilosamente. Una calle de esta capital llevaría posteriormente el nombre de este combate: “Colpayo”.

La lucha con triunfos parciales se desenvolvía en forma desigual, lo que motivó a Güemes al urgente envío de otros quinientos gauchos infernales al mando de Manuel Eduardo Arias, en marcha forzada hacia Yavi. El día 24 de septiembre de 1816, en las Sierras de Santa Victoria, y bajo un intenso fuego de artillería liviana, los “infernales” derrotaron en una sola carga a los “angélicos”, en un combate en que cayó preso su comandante después del tiroteo: el Teniente Coronel Cura Doctor Zerda. Los siguientes ataques del Coronel Campero se realizaron en Abra Pampa, y nuevamente sobre Santa Victoria, donde hicieron prisionero al comandante realista de Las Salinas don José Costas y al alférez Francisco Alizedo.

Avanzaron luego repetidamente sobre los realistas hasta Miraflores, en Noviembre de 1816. Hasta esa instancia las tropas de Campero y los demás comandantes habían avanzado trescientos kilómetros al norte, despertando una euforia triunfalista.

EL MARTIRIO

Cumpliendo órdenes de Güemes, Campero cargó sobre Yavi ocupando el campamento dejado por las tropas de los cuerpos de Patricios y del regimiento de Cuzco, a cargo del jefe de la vanguardia realista, el coronel Benavente, y cerró el camino de Tupiza con las tropas del capitán Rojas, lugar desde donde se esperaba el contraataque, la Quebrada de SocochaUna orden mal interpretada de Güemes a Rojas, referida a la entrega de los bienes requisados en los combates precedentes, llevó a éste a descender hacia Yavi con su tropa completa de infernales para cumplir con la orden, desguarneciendo la zona vigilada de la quebrada, lo que fue aprovechado por Olañeta y Marquiegui.

El día 15 de ese mes, mientras el Marqués y su tropa escuchaban misa en la iglesia fueron agredidos por el camino que se había dejado abierto. El ataque de las tropas de Olañeta al Coronel Campero fue fulminante, avanzando en tropel sobre la plaza con dos grupos, mientras los tambores tocaban a degüello con el compás de “cala cuerda”, cayendo doscientos soldados sobre la iglesia. El ataque, que se conocería como “La Sorpresa de Yavi”, le hizo caer prisionero en manos del coronel Juan Marquiegui sin poder valerse para su huida de la ayuda de su segundo, el capitán Ruiz de los Llanos, quien le cedió un caballo con el que trató de huir, volteándose al saltar una acequia. Campero cayó detenido junto con treinta y seis oficiales, su segundo comandante Quesada, el que resultó herido de varios sablazos, y otros trescientos cuarenta combatientes. El Capitán Cala, también apresado, fue fusilado en el acto bajo el vil argumento de “ser indígena nativo”. El parte militar realista no señalaba que seguramente también había sido motivo de la ejecución el hecho que Cala había sido uno de los verdugos del coronel realista Zabala en el Combate de Colpayo.

Preso en la Puna, Campero fue enviado luego al Alto Perú, donde fue encarcelado en Tupiza y en Potosí durante más de un año. En este último lugar fue juzgado por una corte marcial que lo consideró culpable de infidelidad al rey, causa agravada por su condición de noble alzado en armas, por lo que fue condenado a la pena de prisión perpetua.

Después de un año de cárcel y castigos, el coronel Campero escapó de la prisión de Potosí vestido con
ropas de soldado; deambuló en soledad hacia sus tierras, esperando abatido tal vez un auxilio que nunca llegó, hasta que voluntariamente permitió ser recapturado por una patrulla. Fue trasladado al Perú y encarcelado en la prisión del Regimiento de Lima el 23 de enero de 1818.

La amenaza de tormentos por parte de los realistas, había motivado una sesión del Congreso de Tucumán el 3 de enero de 1817, en la que el Doctor Teodoro Sánchez de Bustamante solicitó que se hiciese saber al enemigo las eventuales represalias de las fuerzas patriotas si se torturase o pasase por las armas al prisionero. Belgrano ofició a De la Serna reclamando duramente por las torturas sufridas por Campero en la cárcel de Tupiza, de las que ya se había tomado conocimiento, al exigir compasión y respeto hacia su persona y ofrecer una sustitución de presos para su liberación, proponiendo a cambio dos coroneles realistas cautivos, a lo que De la Serna se negó.

Luego el general José de San Martín solicitó la liberación de los presos de Yavi, proponiendo nuevamente un canje de prisioneros, logrando la liberación de Quesada de su humillante prisión en las Casas Matas del Callao casi dos años después, en 1818.

En Lima Campeo fue nuevamente sometido a Consejo de Guerra, como lo había sido antes en ausencia en 1813 después de la Batalla de Salta, por las mismas razones: haber pertenecido a la nobleza y por su condición de ex-coronel del rey sublevado contra la corona, por lo que fue enviado a los calabozos de la metrópoli española. Martín Miguel de Güemes, al conocer la situación del cautivo, también ofició por él a De la Serna, imputándole que la responsabilidad de los apremios que se sabía que habían sido aplicados sobre el coronel caía en su subalterno Buenaventura Centeno, a quién calificaba como el autor material de los suplicios.

Cuando se contabilizaron las bajas del año 1816, la lista de oficiales y jefes de las guerras de republiquetas y montoneras muertos en aquellos lugares, sumaban más de ciento treinta. Al concluir los combates en el año 1825 solo sobrevivían nueve del total de casi doscientos jefes que actuaron en estas guerrillas. Al concluir la guerra en Jujuy después de 15 años de lucha, había perdido la vida un tercio de la población de esta cuidad, siendo en su mayoría hombres.

Desde Lima, Campero fue llevado a las costas del océano Atlántico hacia la entonces región colombiana de Panamá, donde fue embarcado en las aguas caribeñas rumbo a España en un tormentoso viaje. Enfermó gravemente en alta mar por el deterioro físico que le provocaron los tormentos de la prisión y del viaje, los que forzaron el desembarco en Jamaica, detenido y bajo el control del gobernador de la isla, en Kingston. Fue en este lugar donde posteriormente murió, a los cuarenta y tres años de edad.

PALABRAS FINALES

El Coronel del Ejército de las Provincias Unidas del Río de la Plata, Juan José Fernández Campero, falleció el 22 de Octubre, sus restos se encuentran aun hoy en el cementerio de la Iglesia Católica de esa ciudad, en la que fue enterrado el día 28 de Octubre de 1820.

Como se aprecia en este breve relato, hay razones históricas, políticas y militares que fundamentan lo solicitado en Junio de 2005 al Senador por la Provincia de Jujuy Gerardo Morales, para que se trate una ley en el Senado de la Nación que permita la repatriación del Marqués de Yavi a Jujuy, en la República Argentina. El proyecto de ley se encuentra actualmente en tratamiento en el Congreso Nacional y cuenta con el apoyo de numerosas instituciones.

Quiera Dios que los preciados restos del singular patriota regresen al suelo por el que luchó hasta el martirio.


DOCUMENTOS

EL MARQUES DE YAVI A LA LUZ DE LOS DOCUMENTOS, por M C
Fernández

Procurando contribuir al porqué del pedido de repatriación de los restos de Juan José Fernández Campero, se analizan Cartas y Oficios de la época. De ellos se extraen párrafos que testimonian los que serían sus últimos días en libertad, antes de ser tomado prisionero en el suceso históricamente conocido como Sorpresa de Yavi.


En carta del 26 de Agosto de 1816, desde Jujuy, Martín Miguel de Güemes –primo y jefe del Marqués- le decía: 
“Es preciso que a toda costa, y sin omitir sacrificio que esté a tus alcances, pongas en ejercicio todo el celo, energía y actividad de que estás revestido, y, sea como fuese, montes al menos una partida, que armada, ejecute el proyecto, con prevención de retirarse si por algún acontecimiento fuese sentida de los enemigos y la cargasen con fuerza superior”.
En el lenguaje de esta carta puede apreciarse la jefatura ejercida por Güemes respecto del Marqués, que se desempeñaba como Comandante General de la Puna, a sus órdenes.  En ella le pide que no omita sacrificios para disponer una partida que vigile y acose al invasor. 
Tres días después, desde Jujuy, Güemes le pedía que sujete un poco su genio sulfúrico. Al parecer Fernández Campero se encontraba ofuscado por la carencia de víveres porque luego Güemes hace referencia a que las vacas que iba a enviarle, inesperadamente habían desaparecido. En la misma carta Güemes le comenta que hizo jurar la Independencia en la Ciudad de Jujuy y que prevé realizarla también en Salta una vez que pueda regresar a ella. 
Desde Moreno, el 2 de setiembre de 1816, el marqués decía a Güemes:  
“El día de Santa Rosa hicimos aquí el juramento de la Independencia, por orden que para ello me pasó el general Belgrano. Les eché la arenguita que va.
No te olvides de enviarme las vacas, ya me faltan los auxilios. Yo no me descuido en irte remitiendo los pellejos de corderos. Se ha puesto la fábrica de pólvora en Tastil, creo que no faltará este material. Sé que ya me han salido algunos auxilios del Tucumán por haberlo así ordenado el Congreso a mi pedimento. 
Comunícame lo que por ahí ocurra, que yo no me descuido en hacerlo de esta parte. Pásala bien y manda a tu mejor amigo y pariente que te abraza en el alma”. 
La “arenguita” que mencionaba el marqués, fechada el 30 de agosto, dice: 
“Hoy que es día en que la Iglesia celebra la única santa canonizada del Perú, hemos jurado la independencia de la América del Sud, de orden del señor general en jefe don Manuel Belgrano, por disposición del Soberano Congreso reunido en el Tucumán, que componen la Nación; es decir: que nos separamos absolutamente de toda dominación europea. Nada hacemos con hablarlo, ofrecerlo y prometerlo, si nuestra constancia falta y el valor desmaya. Al arma, americanos. Advertir que más de 300 años hemos sido cautivos y con este acto se han roto las cadenas que nos oprimían: tratemos de realizar este gran proyecto. El tirano procurará devorarnos; opongámosles pecho firme, ánimo resuelto, unión y virtud para resistirlo. Veréis que el imperio de nuestros Incas renace, la antigua corte del Cuzco florece. Nosotros nos haremos de un gobierno dulce y nuestros nombres serán eternos en los fastos de la historia. Repito: si queréis ser independientes, si apetecéis componer una nación grande, llegar al rango de nuestros antepasados, conservad la Religión Católica, la virtud arregle nuestras operaciones, el valor y entusiasmo las rija. Con esto lograremos nuestros fines. Entra tanto resuenen por el aire las voces halagüeñas. 
¡Viva la América del Sud! ¡Viva nuestra amada Patria!
¡Viva el Imperio peruano y vivan sus hijos en unión! 
En el texto de la “arenguita” se puede apreciar la firmeza con que actuaba Fernández Campero: “Nada hacemos con hablarlo, ofrecerlo y prometerlo, si nuestra constancia falta y el valor desmaya”. “El tirano procurará devorarnos; opongámosles pecho firme, ánimo resuelto, unión y virtud para resistirlo”. Desde que abrazó la causa americana, Juan José Fernández Campero fue  constante en ella, opuso pecho firme y resistió hasta el final. 
Luego menciona un anhelo compartido con otros próceres: la restauración del imperio incaico, de la gran Nación, de conservar la Religión Católica y la unión. 
Güemes, Belgrano y Fernández Campero interactuaban y compartían estrategias, ideales y penurias. En una carta escrita por Belgrano en Tucumán el 3 de setiembre, dirigida a Güemes, le decía: 
“Mi amigo, deseo que usted esté bueno. Yo estoy con la sangre malísima, porque todo lo quiero aprisa, y quiero tener medios para cuanto hay que atender; infelizmente las dificultades se multiplican y no veo el remedio.  
También nos dificulta la venida de los más precisos auxilios de Buenos Aires, las desavenencias de Córdoba y Santa Fe; y yo estoy creído que por satisfacer sus pasiones tan ridículas como pueriles, serían capaces de interceptarnos los objetos que nos vinieran, aunque viesen que los enemigos cargasen con éxito sobre nosotros. No sé cuándo querrá Dios que nuestros paisanos abran los ojos para sólo atender al interés general, y dejarse de particularidades.  
Todavía no aparecen los 200 caballos que faltan: me muero amigo con tanta pesadez que abruma”. 
Belgrano habla de su malestar, de la necesidad de obtener medios para enfrentar las necesidades y de las dificultades resultantes de las desavenencias internas que en ése momento reinaban en el centro del país. 
Mientras Belgrano sentía un gran pesar por no obtener auxilios, desde Moreno (Jujuy) el marqués se los exigía a Güemes: “No demores en mandarme las vacas, que ya me hacen notable falta, porque no hay de donde auxiliarnos. Los cueros de carnero van caminando, y creo ya algunos habrán llegado a ésa”. (6 de setiembre de 1816). 
El mismo día Güemes, desde Jujuy, Güemes le escribía: 
“Es en mi poder tu carta de 2 del corriente con inclusión de la proclama y manifiesto: ambos papeles están muy bien trabajados y muy a propósito para las actuales circunstancias. Corran en hora buena de un polo hasta el otro, que su ventajoso resultado, algún día lo hemos de disfrutar”. En este párrafo Güemes se refiere a la “Arenguita” dada por el Marqués al jurar la Independencia. Luego dice: 
“Ya no sé qué arbitrio tocar, para proporcionarte las vacas que me pides. Créeme por tu vida, que hoy mismo recibo cartas de Salta, las más tiernas y lastimosas, reducidas a decirme que no hay un pedazo de carne para el corto resto de tropas que allí han quedado, y que aún el pueblo, toca esta sensible necesidad. En fin, yo me restituiré allí, y tentaré los últimos sacrificios. Ten un poco de paciencia, como yo la tengo”. 
Con gran preocupación Güemes le pide al Marqués que crea lo que le dice porque los salteños están en la miseria. Y lo exhorta a tener paciencia, como si el hambre de la tropa pudiera esperar. Y agrega “como yo la tengo”, es decir, que sus tropas no estaban en mejores condiciones que las del Marqués. 
Luego le dice que espera con ansia los datos obtenidos de los bomberos tomados por las avanzadas del Marqués y la correspondencia incautada. Y finaliza el párrafo diciendo: “Con éstos es preciso hacer un riguroso escrutinio, para desenredar la madeja, hasta dar con la hebra”. Bella y significativa frase que parece aludir a las actividades de inteligencia que ambos bandos desarrollaban. 
Desde Moreno, el 9 de setiembre, el Marqués escribía a Güemes:
“Lo que me escasea es la carne, mi tropa no tiene otro gaje, y 2 reales que de mi faltriquera se dan semanalmente al soldado. Veo tus cuitas, las tienes grandes, las mías son mayores. En un despoblado no hay los recursos que en los pueblos, a pesar de estar aniquilados. Esto contrista mi corazón, gasto mi dinero. Desde diciembre ha que trabajo por formar este cuerpo, siempre hallo contradicciones. 
Esto es un ultraje que ellos hacen de tu persona y la mía. Los habitantes de los Cobres, nada hacen, pero son patrocinados por el célebre Martín Santos Rodríguez; los desertores hallan refugio en el comandante del Valle de Calchaquí; esta es una farsa. Yo he tratado de conservar el orden, no procuro otra cosa que la felicidad común. Soy un proscripto, se han puesto en pública subasta mis posesiones; se ha nombrado como a pupilo un administrador de mis bienes. A nombre de Fernando mis hijos con mi infeliz tía que sólo ha tenido el delito de ampararlos estarán en la Isla de Porto Carrero. Si la sangre no nos une, y la amistad de que te he dado tantas pruebas, nada hacemos. Manda una orden para que todos los aptos para tomar las armas en el Partido de San Antonio de los Cobres y sus adyacentes se alisten en el Peruano, den auxilios para su subsistencia, comunicada al comandante de Gauchos de Calchaquí, y así veréis que este cuerpo se aumenta. Si esto no te acomoda venga otro a ocupar mi lugar, pues yo iré al Tucumán al Congreso donde tendrás un amigo siempre fino y un pariente, pues sabes que esta relación jamás se acaba, en la inteligencia que la ambición no me estimula. Nací como vos con comodidades, y al año podía derrochar 40.000 pesos y ahora no tengo un medio; pero, hay constancia, a pesar que mi salud está bien quebrantada. Así se lo digo a Belgrano”. 
En el estado de la pólvora, no incluyo la que se va fabricando en Tastil. Es excelente, todos los días salen diez libras, y si te falta ocurre por ella. No la hago para mí sino para vos; y tuviéramos quintales de ella si cuando vine hubiera tratado de poner fábrica. Si quieres que exceda a la inglesa, mándame cuatro tablas y una alfajía para hacer la máquina del empavonado, que así durará más”. 
Fernández Campero mantenía de su propio peculio el Regimiento por él formado y comandado pero en ésos momentos necesitaba ganado para alimentar a la tropa. No lo obtenía mientras otros sacaban provecho de la situación, se decían patriotas y no actuaban como tales. Angustiado habla de sus sufrimientos, sus pérdidas materiales, del dolor de sus hijos y familia y dice a Güemes que si no está de acuerdo con lo que pide (víveres, gente) que envíe a otro en su lugar, agregando que su salud está quebrantada.  
Cuando Manuel Belgrano al fin recibe los caballos que había solicitado se encuentra con novedades que comenta a Güemes el 9 de setiembre de 1816: 
“Mi amigo y compañero querido: estoy bien incomodado con el asunto de los caballos al ver el número de los estropeados, flacos, viejos y tiernos que me avisa el señor Puch han ido; le pido un estadito de ellos para tomar mis medidas. Yo no sé de quién he de valerme, porque por todas no hallo más que dificultades y tropiezos, estoy por creer que sería mejor que se hubiesen valido de otro en mi lugar. Yo no deseo ser. Vivo bien en mi rincón y para perecer antes que ser esclavo no necesito ser general. Crea Ud. que tengo la sangre quemada al ver cómo se pospone el interés general por pasiones ridículas y pueriles a que nunca mi corazón será capaz de dar abrigo. 
Celebro mucho que Ud. haya dado sus disposiciones para la reconcentración del mando, y tener noticias de cuanto conduzca a la materia de guerra; todo esto es muy importante para Ud. y para mí; y al fin sabremos con qué puede contarse, y qué es lo que puede esperarse: lo demás sólo trae, como Ud. conoce muy bien, la confusión de que nada bueno puede salir”. 
Desde Moreno, el marqués escribía a Güemes el 14 de setiembre: 
“Va el oficio adjunto para el señor Belgrano, espero le des curso, única prueba que apetezco de tu amistad sincera y de nuestro parentesco”. “No procedo acalorado, nací con honor y trato de sostenerlo. Las cartas que me escriben no llegan y cuando las veo están abiertas; se desconfía de mí, después de que he sostenido estos puntos con mi dinero desde enero; basta, todos me mandan y nadie obedece”. En esta carta nuevamente se aprecia el desaliento que lo invade. 
En la próxima edición se continuarán analizando sus últimos escritos, procurando esclarecer el porqué del pedido de repatriación de sus restos. Juan José Fernández Campero, heredero de títulos y fortuna, renunció a ellos y puso en riesgo su vida abrazando la causa patriota. Por ello fue perseguido, detenido, torturado y condenado. Su decisión, heroica y ejemplar, lo llevó a morir en un país lejano y sumido en cruel dolor físico y espiritual. 
De haber permanecido fiel a la corona española, manteniendo y gozando de sus privilegios, otro hubiera sido su destino y quizás el de nuestro país ya que la ubicación de Yavi era estratégica.  
Por ello se lo reivindica, por ello se considera que debe regresar y descansar en el su país por el que luchó. 

El Marqués decía a Güemes el 14 de Febrero de 1816, agradeciéndole el envío de 63 mulas: “viene el auxilio tan a buen tiempo, que no teníamos en qué montar las partidas que necesariamente debo tener en diferentes puntos observando los movimientos del enemigo. Doy a Ud. todas las gracias que merece su generosidad, por el tiempo y por la dádiva”.
En esa misma carta expresaba: “Mis desvelos se dirigen a formar cuanto antes el regimiento de infantería que Ud. apetece con una fuerza capaz de contener al enemigo y escarmentarlo, obrando de conformidad con la invencible caballería que usted tiene. En esta hora tengo aquí mas de 200 hombres regularmente disciplinados, espero aumentar progresivamente este número, porque los subdelegados del partido y los de Atacama han salido personalmente a reclutar, fuera de otras partidas que he despachado por varios puntos con este objeto. Mi primo don Francisco  Uriondo me escribe con fecha 10 que tiene más de 200, y que espera en breve completar a 300, sobre la gente que se le ofrece en Tarija, con la que bien podremos contar con mil infantes”.

Y en otro párrafo: “Trabajo con todo el tesón que requiere la salvación de la Patria, contando ya se vé con el inviolable apoyo de Ud. Conozco sus desvelos y su amor a la justa causa, y esto mismo inflama mi corazón para hacer los últimos sacrificios.
La mayor necesidad es de dinero, pero veo que éste anda muy escaso y Ud. no lo puede proporcionar a pesar que su generosidad se extiende a todo. Qué hemos de hacer, paciencia, que también los enemigos están arañando las cubiertas, y perdiendo amigos por arrancar dinero”. Y, luego de despedirse agregaba: “P.D: Amigo y pariente. Viva la Patria y los peruanos. Ahí va la confirmación de la derrota hecha por Camargo. Yo estoy para marchar, con mi división a Mojo; auxílieme con cabalgaduras, y cien hombres de los suyos. Le mando muestra de los sables que estoy mandando hacer en Santa Victoria. Hemos de triunfar, espero en Dios, a pesar del infierno”.

El único hijo legítimo de la Patria
Desde Salta, el 4 de Mayo de 1816, Güemes decía al Marqués: “Mucho celebro los triunfos de nuestro Pancho (Francisco Pérez de Uriondo), según lo manifiestan los partes que me acompañas. Lo que importa es que en todas tus cartas privadas y de oficio, le digas que nunca presente acción decisiva, si no fuere sorprendiendo al enemigo. Que no le haga más guerra que la de recursos, y que lo hostilice de un modo que no pierda ni un hombre de los suyos.
Dile mucho sobre esto, y dale tus lecciones, según te sugieran tus conocimientos y práctica de aquellos lugares.
Al general (Rondeau) le escribo, que te auxilie con cuanto tenga y le pidas. Me dice que ha de venir aquí a las Fiestas Mayas. Yo lo espero del 16 al 20, para hablarle sobre varios puntos, y muy principalmente sobre uno interesantísimo, de cuyo resultado te instruiré a su tiempo. Por ahora, sólo diré para tu satisfacción que cada día estrechamos nuestra amistad con el general y trabajamos en unión…” En esta carta queda claro que Güemes respetaba el conocimiento de la gente y del lugar que tenía Fernández Campero y su capacidad para organizar tropas y aleccionar sus jefes.
Pero el campo patriota estaba minado de opositores. Juan Francisco Borges decía a Güemes desde Santiago el 27 de agosto de 1816: “He buscado los caballos y tenía ya algunos en el Salado, pero nuestro Aráoz (Bernabé) es un halcón que todo lo arrebata. No hubiera sucedido así, si yo hubiese estado suelto; pero no pierda usted las esperanzas de recibir algunos que se han reservado. También ha hecho recoger los que tenía en Copo, habiendo ocurrido algún choque en la resistencia para entregarlos, de cuya hechuría estoy haciendo curar en mi casa un herido de bala”.
 “Sé que tal vez es usted el único hijo legítimo que tiene la Patria, y me asista la confianza que le dará el día glorioso que se busca, aunque le cueste los trabajos y necesidades inmensas que le hacen sufrir, mientras los compadres se regalan con banquetes, borracheras y otras difusiones; pero también sé que el corazón del hombre de bien se llena y satisface con la pureza de su proceder. Algunos de los que pasan y de los que aquí existen, suelen llevar los salmoreos que yo acostumbro, porque no puedo sufrir que tomen a usted en boca para saciar su mordacidad y apoyar su cobardía”.
El 9 de setiembre de 1816, desde Jujuy, Güemes escribía al Marqués: “No dejes de mandar a Almonte, no seamos tan confiados, en circunstancias de que debemos desconfiar hasta de nuestra camisa. Para hallar la verdad debemos dudar (decía Carthecio) de todas cosas. No te canses, que el enemigo nos acecha por cuantos medios son imaginables. Tanto Almonte, como Huertas, quiero que vayan al Tucumán. Conviene.
Ya te he hablado del ganado, y te repito que no sé qué hacerme. Quisiera que vieras lo que dicen de Salta, miserias, lástimas y pobreza suma; y yo sin poderme desprender de aquí, que quizás allanaría lo que no pueden los interinos. En fin, paciencia amigo, que Dios es grande, dicen tus gauchos: iré a Salta y será otra cosa”.
Intentos de soborno
Mientras Martín Güemes y Juan José Fernández Campero penaban por caballos y víveres ante una nueva invasión, el 19 de Setiembre de 1816, Guillermo de Marquiegui y Pedro Antonio de Olañeta le escribían a Güemes. En sus cartas intentaban intimidarlo, seducirlo y sobornarlo. Olañeta le decía: «…avíseme Ud para que con mis jefes le proporcione cuanto desee para su familia…» coincidiendo con Marquiegui, quien le escribía: «yo tengo proporción……de protegerlo con ventajas…», a cambio de que abandone la lucha.
Martín Güemes les respondió con la dignidad que su altura moral le indicaba, rechazando con firmeza y convicción cuanto le ofrecían. Sus nobles virtudes, sus valores, son un ejemplo para todos los argentinos, como expresa Mns Bernacki.
Días antes el Marqués escribía Güemes: “Acabo de recibir dos tuyas de 13 y 14 de setiembre; ambas me llenan de la mayor satisfacción por ver el buen afecto que me profesas. A veces le falta a uno la paciencia, porque no es menos las calentasones de cabeza que le dan. Mañana contestaré a ambas con inserción del parte que por momentos aguardo de la avanzada. Entre tanto manda a tu constante primo y amigo”.
Si tú no me auxilias ¿cómo subsisto?
La última carta de Fernández Campero a Güemes –recopilada en el T VI de Güemes Documentado- fue escrita en setiembre de 1816 en Moreno (no se puede precisar el día por estar roto el original, pero se sabe que es posterior al 9 porque hace referencia a un oficio de ésa fecha). En ella se lee: “Tengo originales los partes de los bomberos por medio de Cala y de otros, y mantengo una lista de los indios pícaros; ando para pillarlos, si caen te los mandaré salvo si son muy delincuentes.
Veo los trabajos en que te hallas por carne para la tropa. Pero si tú no me auxilias ¿cómo subsisto? Ya no hay recursos; y esto nos mata. El enemigo debió salir de Yavi ayer, creo que no lo ha hecho, pero serán consecutivas las noticias si ocurre algo”.

Dada su importancia y actualidad, en el próximo Boletín se continuará desarrollando el tema, con lo sucedido después de la captura de Juan José Fernández Campero.

El 15 de Marzo de 1817 Belgrano decía a Güemes: “Dígame Ud. ¿no será conveniente que la gente que fue del Peruano (Regimiento creado y costeado por el Marqués de Yavi) se reorganizase? López, el José Gregorio y Ruiz de los Llanos podrían emprender ésta obra; déme usted su parecer en el particular para que entremos a esta obra, porque el asunto es hallarnos con gente útil por todas partes para concluir con la empresa pronto”. Belgrano, entonces Jefe del Ejército Auxiliar, consultaba a Güemes, Jefe de la Vanguardia de dicho Ejército, lo que permite inferir el respeto que existía entre ambos, en el orden militar.
El 3 de Abril de 1817 Belgrano escribe a Güemes: “Un oficial Plaza de los Escuadrones de San Carlos que ha huido de Potosí el 6 o 7 del pasado, declara que degollaron el día de Reyes en aquella plaza a cuarenta de los prisioneros de Yavi y cuatro mujeres patriotas; que él iba a Oruro con los demás cuando a dos jornadas encontraron al batallón de Fernandinos que traía más de mil patriotas de La Paz presos,  con quienes los hicieron regresar y que a Potosí llegarían poco más de doscientos porque los fusilaban en el camino. Esto, con la orden de Ramírez para que no llegase a Santiago ningún oficial vivo y haber muerto a cuatro en cuatro pascanas que hicieron, me confirma en mi opinión que son unos inicuos y me conservará en ella aunque les viese hacer milagros.  Aseguro a Ud. que calificados aquellos hechos, al primero que ahorco si lo pillo, es al general. También declara el tal Plaza que el día de su fuga le dijo un muchacho, del Marqués que estaba en capilla. Si esto es cierto le he de cumplir lo que ofrecí y he de fusilar a dos coroneles”…
El 3 de Setiembre de 1817, Belgrano decía a Güemes: “Nada creo de las noticias relativas al Marqués, así de las de su fuga, como de haber caído de nuevo en manos del enemigo; pero aún dado caso de que esto fuese cierto, ya vio Ud. como Serna me contestó de que el Marqués no había solicitado el canje y como me desairó y yo no puedo repetir semejante escena; ni entrando en ella, ofrecer a Seoane que ha visto nuestras cosas, ha visto el país y debe estar al cabo de nuestra situación moral y física; me duelo con Ud. de la suerte de ese amigo, pero es de aquellas cosas que deben dejarse a la Divina Providencia y esperar de Ella que no será tan amarga la desgracia como nos la figuramos”.
Aquí cabe incluir un párrafo de las Memorias del Gral. Tomás de Iriarte (1794-1876), quien regresó a América en 1816 integrando la plana mayor del ejército de La Serna y que solidarizándose con el Marqués lo ayudó a huir de su prisión en Potosí. Dice Iriarte: "La fuga del marqués y los antecedentes, me hicieron aparecer como sospechoso. Yo corrí gustoso el compromiso, no sólo en obsequio de la amistad que había contraído con el marqués, sino muy principalmente por hacer un servicio importante a la causa de la independencia, pues el marqués era un hombre de influjo, muy querido de los habitantes de sus estados, pues así pueden llamarse las tierras que poseía por su gran extensión, y él me había prometido que las iba a poner bajo el pie de guerra, lo que le era muy fácil por el gran ascendiente y popularidad que tenía entre ellos".
El texto prueba que lo que Belgrano no creyó ocurrió. Fernández Campero había logrado huir de sus captores pero volvió a ser tomado prisionero. Luego fue trasladado a Lima y de allí a España, falleciendo en el trayecto.

Fuente: Boletín Güemesiano 2009

 

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