Después de Huaqui

Julio 1811 - Junio 1812

Por Emilio A. Bidondo

Las operaciones al este del río Desaguadero

El Ejército Real del Alto Perú, siempre a órdenes del Brigadier Goyeneche salió del Desaguadero el día 3 de julio de 1811 con la intención de alcanzar, como primer objetivo la ciudad de La Paz y luego de asegurado éste continuar su avance para aplastar la rebelión.

Era deliberada idea de Goyeneche -magnánimo después del triunfo- no agraviar a nadie en su marcha, y por el contrario, pensaba atraer a los pueblos a la causa del rey; este proceder tenía además otro propósito: le era indispensable asegurar un adecuado acopio de recursos para que sus tropas pudieran continuar la campaña con posibilidades de éxito y esto sólo se podría obtener con el apoyo masivo de la ciudadanía, de lo contrario, tendría que actuar como tropa de ocupación en un país hostil.

Veremos luego que, a pesar de estas buenas intenciones, Goyeneche no pudo aplicar en demasía esta actitud benevolente ya que, a medida que pasaban los días la oposición que los altoperuanos hacían a los realistas se hizo más efectiva y contundente y ello habría de provocar las consiguientes represalias.

Ante la presencia de las tropas, los revolucionarios de la ciudad de La Paz tuvieron que rendirse dada la superioridad numérica de sus oponentes. El 10 de julio, Goyeneche entró en La Paz restablecida la administración realista. Logrado esto continuó su avance hacia Oruro, donde estableció su cuartel general el 22 de julio.

Al apreciar la situación, Goyeneche pensó que esta ciudad era el lugar más adecuado para apoyar las operaciones hacia el sur, y sobre todo, avanzar hacia Cochabamba y establecía una suerte de avanzada en Calamarca. Cuando todo parecía que los territorios bajo dominio realista estaban pacificados, los pobladores de La Paz se alzaron una vez más en armas. Goyeneche así informaba al virrey Abascal en Lima:

"Se entregaron los alborotados al saqueo de la ciudad, cometiendo toda clase de atrocidades y haciendo varias víctimas de sus odios, entre otras, al benemérito Coronel don Diego Quin, Marqués de San Felipe"

Al saber Goyeneche que Abascal enviaría otras tropas del Bajo Perú a pacificar la revuelta estallada en la Paz, decidió avanzar hacia Cochabamba y partió el 2 de agosto con el ejército dividido en tres columnas: la vanguardia a órdenes del brigadier Juan Ramírez, constituida por los batallones de "Paruro" y "Real de Lima", con seis piezas de artillería, más fracciones de exploración en base a caballerías e infantería; el grueso, al mando del propio Goyeneche, y la retaguardia mandada por el brigadier Pío Tristán.

El 13 de agosto la vanguardia -e inmediatamente después el grueso- descendía las alturas escabrosas de Tres Cruces en dirección al poblado de Sipe Sipe. Al recibir fuego de un enemigo que ocupaba las lomadas inmediatas al caserío de Tres Cruces, Goyeneche ordenó que la vanguardia lo desalojara al arma blanca; producido el ataque realista, los altoperuanos cambiaron de posición trasladándose a otras alturas más ventajosas detrás del río Amiralla; al observar tal movimiento Goyeneche apreció que el enemigo distribuido en dos agrupaciones lo atacaría por sus flancos y retaguardia.

Ante esta probabilidad, Goyeneche se reunió con Ramírez jefe de la vanguardia -lo que recién pudo llevar a cabo a las 15 horas-, entre ambos convinieron que, para evitar que la noche se les viniera encima, debía concretarse un ataque a la bayoneta para conquistar el caserío de Sipe Sipe. El ataque, ordenado por Goyeneche, fue ejecutado por tres columnas: la derecha mandada por Ramírez, la del centro por el propio Goyeneche y la izquierda a órdenes de Tristán; cada una de ellas fue reforzada con algunas piezas de artillería.

Después de tres horas de combate -casi al anochecer- los revolucionarios se dispersaron aprovechando las escabrosidades del terreno. Una fuente realista afirma que los altoperuanos en su retirada dejaron "seiscientos muertos en el campo, haciéndoles Goyeneche setenta prisioneros y cogiéndole ocho cañones (...) y una bandera".

Por su parte, los realistas tuvieron quince muertos, siete prisioneros y un oficial contuso según lo que afirma Goyeneche. A nuestro juicio, parece que las cifras asignadas a revolucionarios y realistas, son exageradas -las primeras en más y las segundas menos- ya que, más de tres horas de combate donde se llegó al arma blanca no pueden dar una diferencia de bajas tan dispar, nada menos que quince contra seiscientos, vale decir una proporción de uno a cuarenta.

El 14 de agosto Goyeneche reemprendía la marcha hacia Cochabamba. En su avance se encontró con un parlamentario que, salido de aquella ciudad, venía a solicitarle que ordenara el cese de la lucha, Goyeneche aceptó el temperamento y decidió entrar en aquella ciudad el día 16, lo que efectuó y, en un acto solemne perdonó a los equivocados, devolvió trofeos y prisioneros y pasó a acampar con su tropa en los aledaños.

Tranquilizada la inquieta Cochabamba, Goyeneche apreció que ahora el enemigo más importante estaba situado al sur deTupiza y ordenó que el coronel Francisco Picoaga al mando de la mitad de los efectivos del Ejército Real del Alto perú, marchara hacia esa población sometiendo a los pueblos del camino, y dándole como objetivo a alcanzar la ciudad de San Salvador de Jujuy.

Más como no cesaban los conflictos en la ciudad de la Paz y se producían alzamientos en Chayanta, Paria y Mizque, Goyenenche coordinó con el virrey Abascal una forma adecuada para reprimir los mismos. Se ordenó que el coronel indígena Mateo Pumacagua -cacique de Chincheros, en las cercanías de Puno- se dirigiera hacia Las Paz para sofocar tales movimientos subversivos. A las tropas de Pumacagua se sumaron unos mil doscientos hombres al mando del coronel Benavente que guarnecían los pasos sobre el río Desaguadero. Todas estas tropas fueron enviadas a La Paz para obligar a los indios a levantar el cerco que habían puesto a esta ciudad con autoridades realistas.

Goyeneche buscó la forma de asegurarse también la posesión efectiva de Oruro, y hacia allí envió al coronel Gerónimo de Lombera con dos mil hombres. Apenas esta columna salió de Cochabamba fue atacada por grupos indígenas; al continuar la marcha, cosa parecida ocurrió en Sica Sica; tras derrotar a ambas fracciones, Lombera pudo ocupar sin mayor problema la importante plaza de Oruro.

Acantonado en esta ciudad, Lombera destinó al coronel indígena Choqueguanca con tres mil naturales para que mantuviera expedito los caminos y la región comprendida entre Puno, Tiquina y el Desaguadero. Luego debía unirse al coronel Pumacagua y, entre ambos, vigilar la región de La Paz.

Tomadas estas disposiciones, Goyeneche marchó con sus tropas el 28 de agosto rumbo a La Plata (Chuquisaca) y Potosí. Estas ciudades fueron sometidas sin mayores problemas y Goyeneche estableciò su cuartel general en la última de las ciudades nombradas. Desde ahí planeó aislar a la provincia de Chichas (dependiente de la Intendencia de Potosí) para impedir que los revolucionarios tuvieran comunicación alguna con el Ejército Auxiliar establecido en Jujuy.

Pese a todas estas disposiciones, el Alto Perú aún mantenía vigente el espíritu de la revolución y el Ejército Auxiliar -pese a sus flaquezas- seguía siendo una amenaza constante contra el poder realista, ya que aún sin actuar, su sola presencia significaba un apoyo a los alzados de las provincias interiores que se materializaba por medio de una permanente acción sicológica contra el régimen realista.

Para finalizar este punto señalaremos una características de la lucha en el Alto Perú. El Ejército Real del Alto Perú manejaba bien las situaciones urbanas, vale decir ocupaba y mantenía las ciudades, en cambio en la campiña no era tan así, pues se lo combatía -algunas veces con bastante fortuna- cada vez que salía al descampado: en otras palabras, los realistas sólo eran dueños de las ciudades que ocupaban; el territorio -en su mayoría montañoso- favorecía a los naturales que lo conocían palmo a palmo. Otra característica de esa contienda estuvo dada por el alejamiento del Ejército Auxiliar que fue reemplazado por la guerra irregular, guerra de recurso o de partidarios que se inició después de Huaqui. Por último la presencia significativa de efectivos indígenas -los hubo en ambos bandos-, prueba de ello fueron los ataques a las tropas de Goyeneche en Sipe Sipe, el cerco a La Paz y su actuación en otras regiones.

Cochabamba recomenzó la lucha contra el realista en octubre de 1811 al grito de: "¡Mueran los chapetones... Viva la América independiente... Viva la libertad"

Las poblaciones rurales de Chayanta, Patria, Porco, Palpa, Tapacarí y otras -todas en la provincia de Cochabamba- se sublevaron apoyadas por una numerosísima indiada. Ello obligó al brigadier Goyeneche a movilizar los efectivos que se mantenían en proximidades de la ciudad de Cochabamba, pero como éstos no eran muchos, debió recurrir a otras tropas.

Hasta que pudo reunir fuerzas suficientes como para iniciar un ataque punitivo exitoso, tropas al mando del caudillo altoperuano Carlos Taboada se batían, con suerte varia, entre Chuquisaca y Cochabamba.

Por esos días se conoció en el cuartel general de Goyeneche que Elio y el gobierno de Buenos Aires habían firmado un armisticio y que éste había sido llamado a España y lo reemplazaría en la Banda Oriental el capital general Gaspar Vigodet. El tema del armisticio cayó muy mal entre los realistas del Alto Perú, pues se supuso, y con razón, que los revolucionarios de Buenos Aires tendrían un punto a su favor en el conflicto global.

En los primeros días de marzo de 1812, el brigadier Goyeneche resolvió atacar a los revolucionarios de Cochabamba. El 6 de marzo salió de Chuquisaca en dirección al campo rebelde. Mandaba el primer cuerpo de ejército el propio Goyeneche; el segundo cuerpo de ejército marcha al mando de Gerónimo Lombera; el tercero a órdenes de Agustín Huici; el cuarto cuerpo comandado por Juan Ramírez; y el quinto bajo la orden del capitán de navío Alvarez de Sotomayor. Otra fracción importante salió de Suipacha al mando de Francisco Picoaga para unirse a Goyeneche y constituir su reserva. Estas cinco columnas o cuerpos de ejército debían actuar coordinadamente en la ofensiva contra Cochabamba.

El 16 de enero llegaba Goyeneche al río Grande -divisoria de las jurisdicciones de Charcas y Cochabamba- y sobre la margen oeste estableció su cuartel general; a partir de la media tarde ya habían arribado al campamento las cinco columnas. El 17 se reiniciaba la marcha y el 18 la vanguardia chocaba con el enemigo en sus laderas- y para desalojarlo de su posición se tuvo que empeñar gran parte de la vanguardia.

Olvidándose de sus propósitos conciliatorios, Goyeneche ordenó que algunos prisioneros fueran pasados por las armas; entre otros, el día 23 fue fusilado el abogado Muñoz después de un juicio sumarísimo.

Antes de llegar a las alturas del Queñual -próximas a Cochabamba- la vanguardia realista fue interceptada por numerosos insurrectos mandados por Esteban Arce, los que fueron rechazados tras duro combate.

El 24 de mayo de 1812, la vanguardia realista al alcanzar una altura pudo divisar el dispositivo de los revolucionarios; éste constituido por tres escalones: una primera línea con la infantería y 18 cañones; la segunda -más importante- ocupaba con infantería y caballería la ladera de un cerro; la reserva constituía la tercera. Los realistas apreciaron que la posición enemiga contaba con unos cuatro mil hombres y algunas piezas de artillería.

Al iniciarse el combate se cruzó un violento fuego de infantería y artillería, mientras que fracciones revolucionarias menores intentaban ubicar el dispositivo enemigo. La vanguardia realista atacó vivamente la primera línea almando del coronel Esteban Arce, quien fue desalojado y rechazado de suposición, perdiendo en el repliegue su artillería. Entre la primera y segunda línea de los revolucionarios había un espacio de una o dos leguas, y este trayecto se cubrió combatiendo; aprovechando este respiro, la segunda y tercera línea mudaron de posición, poniendo distancia apreciable con la primera que se batía a la desesperada.

En esta circunstancia -afirmaba Goyeneche- se le presentó una diputación de los insurrectos ofreciendo rendición, actitud ésta que aceptó ordenando que cesara la actividad de combate. Dispuso Goyeneche que sus tropas avanzara hacia la ciudad y cuando se empezó a cumplir esta orden, desde el punto de Tamborenea se les abrió fuego nuevamente. Seguía informando Goyeneche que, a causa de ello, se reinició el ataque y los realistas comprobaron que sus oponentes se habían atrincherado en el elevado cerro de la "Coronilla", a donde se orientó ahora el ataque hasta que, después de dos horas de combate pudo tomarse esta posición.

"Entró el ejército de Goyeneche en Cochabamba con el furor de la venganza, saqueándola durante dos horas sin que pudiesen ser contenidos los solados"

Conocemos la versión revolucionaria del ataque realista a Cochabamba, gracias a que ha llegado hasta nuestros días el relato que hiciera el 4 de agosto de 1812 el soldado Francisco Turpín al general Belgrano establecido por este tiempo en Jujuy.

Afirmaba Turpín que después de la acción desgraciada del Desaguadero y no sin aportar arduas peripecias pudo reincorporarse a las filas revolucionarias en Cochabamba. Preparaba la defensa de dicha plaza, él integró las tropas que mandaba el coronel Esteban Arce -había logrado reunir unos tres mil hombres- quien mandaba la primera línea del sistema defensivo. Al producirse el avance realista dos indios adictos a la revolución "por tres noches no los dejaron pestañar" a las avanzadas enemigas; fue entonces que llegó a la posición mandada por Arce, un emisario del gobernador de Cochabamba don Mariano Antezana, pidiéndole al primero que inmediatamente se retirara a lo que éste aceptó no sin manifestar a sus hombres que "esta retirada ni se hace por mí; estamos en la mejor situación para vencerlos, y me manda a llamar Antezana".

Con respecto a este repliegue hacia Cochabamba manifestaba Turpín:

"Esa misma noche caminamos de regreso y al día encontramos todos con dicho Antezana y entonces empezaron a reñir con el general (sic. Coronel) Arce y el dicho Antezana, tanto que hubieron de pelearse entre los dos y se dijeron que cada uno vaya a defender el lugar donde vivía, esto es, el gobernador Antezana, Cochabamba y el general Arce el valle de Torata".

Afirmaba Turpín que él quedó en Cochabamba y allí se enteró, cuatro días después que el coronel Arce había sido derrotado en Pocona. Por su parte el gobernador Antezana concentró sus efectivos en la ciudad de Cochabamba y sus aledaños con la idea de resistir el ataque realista, pero -sigue anoticiando el declarante- tan sólo algunos respondieron al llamado del gobernador de entre los mil escasos hombres que ahí había, "solamente las mujeres dijeron si no hay hombres nosotras defenderemos".

Reiniciando el combate, mandó avisar el gobernador Antezana "que él ya se rendía" y dispuso que se retiraran las armas y se guardaran. Ante semejante proceder. "se congregaban todas las mujeres armadas de cuchillo, palos, barretas y piedras en busca del señor Antezana para matarlo".

Al no ser encontrado, buscaron estas mujeres a quien tenía las llaves del depósito de armas y entrando en él "las mujeres sacaron los fusiles, cañones y municiones y fueron al puesto de San Sebastián (el cerro de la "Coronilla" extramuros de la ciudad, donde colocaron las piezas de artillería".

Continuaba su relato el soldado Turín diciendo que, al día siguiente "hubo un embajador de parte de Goyeneche, previniendo que venían ellos a unirse con sus hermanos, que desistan de la bárbara empresa".

A esta propuesta respondieron las mujeres atrincheradas en el cerro de la "Coronilla" que ellas "tendrían la gloria de morir matando y el embajador que vino de Cochabamba murió a mano de las mujeres"

Tras ello se inició el ataque de los realistas que duró dos horas y en el cual las mujeres de la "Coronilla" se batieron furiosamente hasta que esta posición fue tomada; los atacantes "mataron treinta mujeres, seis hombres de garrote y tres fusileros".

Ocupada Cochabamba por los realistas, seis días después tomaron preso al gobernador Antezana a quien pasaron por las armas, luego lo degollaron y su cabeza fue expuesta en la plaza mayor; en tanto que su cuerpo era exhibido en el cerro de "La Coronilla" durante varios días. Las buenas intenciones del brigadier Goyeneche habían sido olvidadas y el soldado Turpín completaba su relato diciendo:

"Después que se había posesionado el enemigo de la ciudad empezaron a saquearla, cada división con sus respectivos jefes, quebrando todas las puertas y ventanas, los de caballería salieron a las estancias o haciendas a hacer otro tanto, quemando todas las sementeras así de maíz como de trigo".

Advertimos que el general Belgrano al elevar este parte al superior gobierno, expresaba con admiración:

"¡Gloria a las cochabambinas que se han demostrado con un entusiasmo tan digno de que pase a la memoria de las generaciones venideras"

Como puede apreciarse, las diferencias existentes en los relatos de fuente realista y revolucionaria es notoria y merece ser destacada.

Debemos mencionar que del relato que hace el soldado Turpín surgen nítidamente las diferencias de criterio que mantuvieron el coronel Arce y el gobernador Antezana; quizás ellas al sustentar dos posiciones tan encontradas -el primero quería continuar la lucha, en tanto que el segundo pretendía rendirse- contribuyeron a la derrota de los altoperuanos en Cochabamba. Antezana pagó con su vida su negativa a combatir y no lo hizo en el campo de batalla, sino en el cadalso. Pensamos que obró así influido por la adecuada propaganda realista que tan buenos frutos diera con otro cochabambino: el brigadier Francisco del Rivero, que poco antes se había pasado a los realistas.

En cuanto al valerosos comportamiento de las mujeres de Cochabamba, advertimos que Belgrano estuvo más que acertado al calibrar el hecho -su nota laudatoria al gobierno es más larga y apologética- pues la ciudadanía de Bolivia ha elegido el 27 de mayo como "día de la madre" para honrar anualmente a las "Heroínas de la Coronilla" que rindieron su vida ante el altar de la patria.

Oposición popular al Ejército Real del Alto Perú: "Guerra de recursos" o "Guerra de partidarios".

Luego de la retirada del Ejército Auxiliar de las Provincias interiores, los insurgentes que allí luchaban quedaron desvalidos, y más que eso, librados a su propia suerte. Pese a tal circunstancia adversa, su fervor revolucionario no decayó un ápice, y prueba de ello fueron los levantamientos de La Paz y Cochabamba -los más importantes y conocidos- a los que habrían de sumarse otros de parecida importancia.

En muchas regiones del Alto Perú la guerra -ahora irregular- se mantenía en plena actividad, pese a los esfuerzos del brigadier Goyeneche y sus jefes divisionarios. Entendemos que la toma de Cochabamba contribuyó en gran medida, a endurecer la lucha que siguió; las ejecuciones y el saqueo de la ciudad mostraron a los pueblos que ahora no había cuartel y la contienda era a matar o morir, tanto en el campo de batalla como en los cadalsos, y así fue: más de un centenar de caudillos murieron por conquistar la libertad del Alto Perú, durante un batallar sin pausa que se habría de prolongar por espacio de quince años.

Esta forma de lucha nueva para los altoperuanos -diríamos antigua como la sociedad misma- ha sido calificada de muy distinta manera por quienes la protagonizaron o más tarde la investigaron, así podemos anotar: "guerra de guerrillas", "guerra de recursos", "guerra de partidarios" y "guerra de republiquetas", entre las más conocidas.

El general del Ejército de Bolivia Miguel Ramallo da una vívida y ajustada descripción de esta forma de lucha irregular.

"La guerra de guerrilla que sostuvieron los altoperuanos es extraordinaria por su originalidad: la más cruel por sus sangrientas represalías y a la vez la más heroica por los sacrificios y hazañas que en ella se consumaron.

Lo lejano y aislado del teatro de estos acontecimientos maravillosos: la multitud de incidentes que en ella se sucedieron y que parecen inverosímiles, la humildad de los caudillos que allí figuran; lo áspero y agreste del terreno en que ha tenido lugar y, en fin el poco conocimiento que de esta guerra se tiene, le ha dado un carácter tan original que no se encuentra semejante en historia alguna.

Sucumben unos caudillos y aparecen otros; los guerrilleros brotan, por decirlo así, de detrás de los matorrales, de las grietas, de las montañas y del seno de las selvas.

Son exterminados, vencidos, martirizados; pero ellos jamás se extinguen y parece que se fecundaran con la sangre de sus predecesores".

Otro investigador nos da otra información sobre estos acontecimientos:

"Un eminente historiador afirman que figuran en esta titánica y obstinada lucha ciento dos caudillos, de los cuales sólo nueve sobrevivieron a ella pereciendo los noventa y tres restantes en los cadalsos o en los campos de batalla, sin que jamás ni uno solo de ellos capitulase o pidiera cuartel al enemigo en todo el transcurso de esta larga y sangrienta campaña".

En cuanto a los sucesos del año 1812 en el Alto Perú, agregaremos que, mientras el coronel Arce y el gobernador Antezana luchaban en Cochabamba, los indígenas de Sica Sica y otros lugares se sublevaron encabezados por los caciques Titicocha y Cáceres, en tanto que el teniente coronel Manuel Asencio Padilla y su mujer doña Juana Azurduy de Padilla insurreccionaban a los pueblos de la región de Tomina y establecían su cuartel general en Punilla, desde donde interceptaban el acopio de víveres así como los movimientos de los realistas.

En Chichas, Cinti, Puna, Chayanta, Mizque y Valle Grande se levantaban sus pobladores al grito de "guerra a muerte a los Sarracenos".

Sánchez de Velazco nos informa así de la situación de estas provincias interiores.

"No había territorio alguno en todo el Alto perú, donde no se persiguiesen de muerte a los realistas y los independientes: dividiéronse las familias y viéronse en distintas ocasiones los padres contra los hijos y los hermanos contra hermanos, que no temían derramar su sangre tratándose mutuamente".

Otro caudillo, Carlos Taboada se sublevaba en Huata y con sus milicias comenzó a operar en la región cercana a Chuquisaca, teniendo como objetivo tomar esta ciudad. El brigadier Juan Ramírez salió a Cochabamba para atacarlo, pero Taboada lo eludió replegándose a Huannipaya donde se hizo fuerte; al producirse el encuentro Taboada fue derrotado y se retiró hacia Valle Grande.

Por su parte el teniente coronel Padilla y su mujer al frente de una partida de seiscientos hombres ponían en jaque a los realistas de Chuquisaca. El brigadier Ramírez los atacó en Pintatora y los dispersó, pero Padilla se desprendió y pasó a las regiones de Chayanta y Porco, que insurreccionó.

En junio de 1812, reapareció Taboada y fue nuevamente derrotado y se retiró hacia Valle Grande.

Por su parte el teniente coronel Padilla y su mujer al frente de una partida de seiscientos hombres ponían en jaque a los realistas de Chuquisaca. El brigadier Ramírez los atacó en Pintatora y los dispersó, pero Padilla se desprendió y pasó a las regiones de Chayanta y Porco que insurreccionó.

En junio de 1812, reapareció Taboada y fue nuevamente derrotado en los Molles logrando escapar y refugiarse en los montes del este de Chuquisaca, donde tomado por los realistas, fue degollado junto con sus lugartenientes Melchor Silva y Mariano Nogales.

En otras regiones del Alto Perú, la insurrección se mantenía en plena actividad pese a los esfuerzos de Goyeneche y sus jefes subordinados. Después de múltiples encuentros, Goyeneche pudo establecerse sólidamente en Cochabamba, Chuquisaca, Oruro y Potosí, donde volvió a establecer su cuartel general. Desde ahí adelantó gran parte de su tropa al mando del brigadier Pio Tristán hacia Suipacha y más al sur. El Alto Perú quedaba -aunque no vencida ni apagada la insurrección- en mano de los realistas.

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