LA BANDERA DE IRUYA

 

 

María Inés GARRIDO de SOLÁ ·

 

No se puede hablar de la Bandera de Iruya, si no se la sitúa en el tiempo y en el espacio en los que se desarrollaron los hechos que la generaron. Para ello, tenemos que comenzar por destacar la ubicación geoestratégica de Salta, en el centro del Virreinato del Río de la Plata. Esto le trajo prosperidad económica, poder político, vinculaciones sociales y desarrollo cultural, gozando de una situación privilegiada.

El pronunciamiento de 1810 en Buenos Aires, llevó a los americanos a asumir el ejercicio del gobierno propio. Como era de esperarse, el virreinato del Perú, centro del poderío hispánico en América, llevó adelante todo intento por anularlo, mientras desde Buenos Aires subían los ejércitos para terminar con dicha amenaza. Salta se adhirió al pronunciamiento con su posición y recursos; lo que la convirtió en el epicentro de un prolongado y encarnizado enfrentamiento.

Las derrotas de Huaqui, Vilcapugio y Ayohuma sucesivamente demostraron que, si el objetivo era terminar con el centro del poder realista, el camino no era por estos rumbos. El enemigo concentraba aquí todo su poderío, con el propósito de bajar hasta Buenos Aires, para terminar con el único foco, aún en pie de la rebeldía americana.

Para defender a las Provincias Unidas del Río de la Plata y emancipar el resto de América había que abandonar ésta ruta, optando por la ofensiva por el oeste, venciendo la barrera natural de los Andes, para caer en Chile primero y en el Perú después. Para que esto fuera viable, había que mantener la defensiva en el tradicional escenario de confrontación, el alto-peruano y el salto-jujeño, con un doble propósito. Por un lado, para evitar el avance del enemigo y que con ello, anulara toda posibilidad de acción y por el otro, dividir su poderío en espacios distantes y distintos, a fin de impedir que con su concentración tornara imposible la nueva opción por el oeste. Concretada ésta etapa, operaría la ofensiva e invasión, tanto desde las Provincias Unidas del Río de la Plata, cómo desde Chile, juntándose en el Perú los ejércitos operantes, para terminar con el dominio hispánico en América.

Güemes participó activamente en uno de los frentes decisivos de la contienda, el salto-jujeño. Primero liderando las avanzadas, con la misión de contener al enemigo, lográndolo con éxito y tras la derrota del grueso del ejército regular en Sipe - Sipe, le fue confiada la defensa de las Provincias Unidas del Río de la Plata y la seguridad del ejército derrotado. Los hechos históricos son muy complejos para ser obra de un hombre, evidentemente son concretados por el sujeto colectivo, el que enaltece a quien lo guía en aras de objetivos supremos.

A partir de junio de 1816, Güemes actuó como conductor, no como comúnmente escuchamos, de una montonera de gauchos desorganizados, sino del accionar de un auténtico ejército de milicias campesinas, no estable, pero sí organizado. Contaba con un Estado Mayor, escuadrones y compañías, agrupados acorde al lugar de dónde procedían y con todos los servicios propios de un ejército en campaña.

Las acciones que llevaron adelante no respondían a la estrategia de una guerra regular, con tropas de línea o veteranos, que lucharan mediante batallas campales, sino que apelaron a la guerra de recursos. Sin recibir, ni dar batalla decisiva al enemigo: persiguiendo, acosando y castigándolo en sus posiciones y movimientos; guerra lenta y penosa, llevada adelante por hombres aunados con el paisaje en una conspiración perpetua. Obligaron al enemigo a actuar en un vastísimo espacio, alejado de sus bases de operaciones, sin ningún apoyo logístico y enfrentado al desgaste de la guerra de recursos, la que a lo largo de la historia siempre resultó triunfante.

El espacio social en el que se desarrollaron las acciones no fue la frontera norte de las Provincias Unidas, cuyos límites en esa dirección, heredados del antiguo Virreinato estaban en el confín de la actual república de Bolivia. Por lo que a Güemes erróneamente se le sigue llamando defensor de la frontera norte de las Provincias Unidas, cuando en realidad fue el supremo defensor de su independencia. Los cientos de combates que libraron sus hombres, acontecimientos de efímera duración, formaron parte de un proceso histórico, obra del sujeto colectivo: el pueblo en armas, el que luchó y murió con valor y honor por la libertad de ésta tierra y la de su gente. El ejército regular no volvió a operar y los intentos enemigos de llegar a Buenos Aires, sólo se disiparon cuando San Martín desembarcó en Lima.

Ahora era necesario pasar a la ofensiva, desde el centro de las Provincias Unidas del Río de la Plata avanzando hacia el norte, con el apoyo de los altoperuanos. Mientras San Martín desde Lima se proyectaba hacia el interior para atrapar entre ambos, en un movimiento envolvente, a las fuerzas enemigas. Este desafío era de difícil ejecución, pues la guerra civil enfrentaba a las provincias hermanas, llevándolas a la disolución nacional en 1820. Sólo se podía confiar en la demostrada eficiencia y disposición de Güemes y de quienes lo secundaban, en la larga contienda sostenida con recursos propios. San Martín lo nombró jefe del ejército, que debía accionar desde éste frente, logrando poner en marcha la avanzada que llegó a Inquisivi, en febrero de 1821. El enemigo asignó vital importancia a este doble frente ofensivo de San Martín y Güemes, tratando de evitarlo por todos los medios, a fin de neutralizar el eventual avance combinado. Para ello se inclinó por decisiones extremas, tales como la de apresar o matar a Güemes, logrando lo segundo en un desesperado y último avance sobre Salta.

Tras la muerte de Güemes en el frente salto-jujeño se acordó una tregua, la que comprometió la situación de San Martín, al permitir que las fuerzas enemigas, que operaban aquí pasaran a reforzar a las del Perú. Esta nueva situación afectó el desembarco de un ejército por los puertos intermedios, las operaciones en las Sierras y las de los patriotas del Alto Perú. Las sucesivas derrotas en estos frentes, llevaron a San Martín a entrevistarse con Bolívar en Guayaquil, dejando en sus manos el triunfo final frente al enemigo.

Con lo expuesto quedó demostrado que Güemes constituye con San Martín y Bolívar, la trípode gloriosa sobre la que descansa la independencia americana. En pro de la misma causa, actuaron en tres escenarios distintos: el centro de las provincias Unidas del Río de la Plata, Chile y Perú, Venezuela y Nueva Granada. Las tres campañas fueron fundamentales y se complementaron, en pro del visionario destino americano. Pensado, no sólo en lo militar en pro de la emancipación, sino fundamentalmente en lo político, en favor de la unidad.

La Bandera de Iruya es un testimonio de la actuación de los hombres del general Martín Miguel de Güemes, en la lucha por la independencia de la Gran América. Pero también lo es, de quienes en la época de don Juan Manuel de Rosas, defendieron la soberanía del actual territorio nacional, frente a la agresión extranjera.

Los episodios analizados no son suficientemente conocidos y demuestran cómo los hombres de ésta tierra no dejaron nunca de combatir por la Patria, desde la tierra que los cobijaba. Hemos analizado el primer contexto temporo-espacial, en el que se generó la Bandera de Iruya, el que se corresponde con su franja central, a la que dedicaremos toda nuestra atención. Dejamos para más adelante el abordaje del segundo contexto temporo-espacial, el que se corresponde con las franjas laterales, lo que nos permitirá develar el misterio de su origen.

La Bandera se encuentra depositada en la Iglesia de San Roque y Ntra. Sra. del Rosario en Iruya, Provincia de Salta.

 

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La misma está compuesta por una franja central y dos laterales. Las laterales no se corresponden con la central, ni en la textura de la tela y menos en su estado de conservación. A ello se suma la memoria colectiva, la bibliografía y la documentación existente, todo lo cual impone su tratamiento por separado. La franja central coincide con los estandartes de guerra en la época de la Independencia. Su antecedente es la "coronela" con el Escudo Real estampado, usada por los regimientos del ejército español.

En Mayo de 1810, como ya dijimos, los americanos asumieron el ejercicio del gobierno propio en el Río de la Plata y la Asamblea General Constituyente a comienzos de 1813, hizo lo propio con la soberanía política, en representación del pueblo.

En Salta y Jujuy al conmemorar el tercer aniversario de las decisiones citadas, para presidir los festejos en mayo de 1813, ya no cabía la presencia del pendón real, por lo que se enarbolaron los “estandartes de la libertad”. En ellos se reemplazó el escudo de las armas reales por el sello de la Asamblea, el que representaba al nuevo soberano[1]. En el de Salta al sello del nuevo soberano se sumó el escudo de la ciudad, en el lugar de las insignias de los regimientos. Se enarboló únicamente en esa conmemoración.

 

 

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También el sello de la Asamblea es el que aparece -con pequeñas variantes-, en la franja central de la bandera de Iruya.

 

 

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Lo primero que concentra la atención, es la elipse trazada verticalmente y su campo cortado en dos partes iguales, por el diámetro menor de la figura. El cuartel superior es del color natural de la tela, amarillenta por el paso del tiempo; el inferior es más oscuro, hoy amarronado, lo que evidencia que fue coloreado, pero con los colores invertidos en relación al original celeste y blanco, que es el que todos conocemos. En el cuartel inferior se mueven de ambos lados, dos brazos - no desnudos-, uno inclinado ligeramente de abajo hacia arriba y el otro a la inversa, y sus manos encajadas sostienen la pica, cuya base no llega al pie de la elipse. La pica alza un gorro frigio, con su tradicional color rojo, a una altura de la parte central del cuartel superior, que remata cerca de la extremidad superior de la elipse. El campo está flanqueado por una rama de laurel por un lado y por el otro de una que parece ser de una especie distinta, quizás de mirto. Las ramas unidas abajo por un lazo de cintas y abiertas arriba, coronadas por un sol esplendente -no naciente-, en forma de disco con cara completa, rodeada de rayos rectos -no alternados con ondulantes-, pero si con un áurea resplandeciente de gran tamaño.

La presencia de trofeos militares: un tambor y puntas de bayonetas, en el lugar que antes ocupaban las Armas Reales, se corresponden con la moneda de oro mandada a acuñar por la Asamblea General Constituyente, en la Casa de la Moneda de Potosí a principios de 1813. Este detalle refuerza la fecha de origen del estandarte[2]. Los estandartes se hacían con la tela disponible, en este caso, es rústica como si fuera liencillo, raído en partes por el paso del tiempo.

Los colores identificables son sólo el amarillo y el rojo, el resto es amarronado, por la acción del tiempo o por la falta de disponibilidad de otros, ya que sólo disponían de los que la naturaleza les brindaba. Su forma es rectangular, pero los bordes unidos a las franjas laterales no se muestran raídos ni deshilachados y el escudo no está centrado, lo que evidencia que fueron recortados, haciendo que luzca mayor el alto que el ancho. Sus medidas son aproximadamente: 1,88 mts. de alto por 0,67 cm. de ancho. Estas dimensiones son coincidentes con las de los estandartes de la época. Los estandartes no eran extraños en los ejércitos de la independencia.

Los Valles y serranías de Santa Victoria e Iruya, por su posición geográfica, participan activamente en las guerras de nuestra independencia. Desde septiembre de 1810 la región se pone en pie de guerra (...) Como lugar casi obligado de tránsito (...) Durante la gloriosa guerra gaucha, Iruya y Santa Victoria tuvieron un papel descollante (...) En el primer escenario, las partidas gauchas batieron al enemigo en múltiples ocasiones, especialmente en Colanzulí el 25 de noviembre de 1817 y en Iruya el 12 de mayo de 1819.

El estandarte es un hecho, que identificara a las milicias campesinas lugareñas, en los combates librados contra las fuerzas españolas. Múltiples son las fuentes que dan testimonio de ambos combates. El primer combate aparece citado en un parte de guerra, de uno de los más dilectos capitanes de Güemes, el coronel Manuel Arias, se dirigía al primero el 28 de noviembre de 1817 diciéndole entre otras cosas: “De mi parte he tenido dos hombres muertos (...) Estos han labrado con su sangre la defensa de nuestra libertad. Una partida que tenía por Colanzulí y que no se me ha reunido, ha tomado dos prisioneros de los granaderos de reserva, ambos con sus fusiles y municiones, y un muchacho pequeño que venía incorporado al enemigo”[3].

Reconocidos historiadores de Salta y Jujuy - Atilio Cornejo, Emilio Bidondo, Ricardo Rojas y Ricardo Solá entre otros-, citan ambos combates en sus más destacadas obras[4]. También aparecen citados en las Publicaciones Oficiales, como la del Ministerio de Acción Social y Salud Pública de Salta, sobre los Departamentos de Santa Victoria e Iruya[5].

Las fuentes son incontestables en cuanto a la existencia real de los estandartes de la libertad, en las luchas por la Independencia y de los combates, que tuvieron al de Iruya frente a sus sufridos gauchos. Aunque no aparezca citado expresamente el estandarte, tras el cual marcharon los héroes de ambas jornadas, la correspondencia con la época, el lugar y la situación es total y por otra parte era común que no se los mencionara. Es más, no había razón alguna para hacerlo por ser un distintivo que identificaba y motivaba a quienes marchaban y luchaban en su lugar de origen.

Con respecto a las franjas laterales, ni la textura de la tela, ni su color, ni su estado de conservación se corresponden con la época de los combates de Colanzulí e Iruya respectivamente. Por las fechas de los combates -1817 y 1819-, podría plantearse el interrogante ¿por qué el uso de un estandarte de guerra cuyos elementos se remontan a 1813, cuando el Congreso reunido en Tucumán, tras declarar la independencia el 9 de julio de 1816, había reconocido como distintivo de la nueva nación a la bandera celeste y blanca?

Es decir, ¿por qué no marcharon al combate los bravos gauchos, que en el frente salto-jujeño y altoperuano, defendieron la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, tras la bandera celeste y blanca?. En esto, no sólo influyeron las distancias, la dificultad de las comunicaciones y el ser escenario de la guerra, sino que quedó expresamente establecido por el Congreso, que la misma: “se usaría como bandera menor por parte de los ejércitos, buques y fortalezas”[6]. Es imprescindible aclarar que los gauchos no formaban un ejército regular en operaciones, sino heroicos cuerpos de las milicias campesinas locales. Estas mediante la guerra de recursos, llevaron adelante la gloriosa defensa de la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, conducidos por Güemes y sus capitanes, entre los que se destacaban Manuel Arias y Luis Burela, cuyos hombres fueron los que definieron a favor de la libertad el primer y segundo combate respectivamente, presididos por el motivador estandarte[7].

Diez años después, en 1829 el general Andrés Santa Cruz se hizo cargo del gobierno de Bolivia y en agosto de 1836, por la fuerza de las armas reunía en un sólo estado a las repúblicas de Bolivia y del Perú. Durante los años 1837 y 1838, los territorios que fueron escenario de la guerra por la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, nuevamente eran testigos de hechos de armas.

Ahora en ocasión de la guerra invasora que el mariscal Santa Cruz emprendió contra las provincias del Norte, en una tentativa por incorporar una parte de su territorio a Bolivia, constituida en nación independiente once años atrás, por determinación del libertador Bolívar. El ahora mariscal Santa Cruz, frente al gobierno de la Confederación Peruano-Boliviana, a mediados de 1836 empezó a hacer sentir su presión expansionista sobre Chile y la Confederación Argentina. En ambos casos sus actitudes hostiles desencadenaron la guerra. En la Confederación Argentina Juan Manuel de Rosas -a quién las provincias le confirieron autoridad para la dirección de los negocios de la paz y guerra- el 19 de mayo de 1837 le declaró la guerra.          

Los bolivianos iniciaron las hostilidades y otra vez - como en el pasado-, el frente salto-jujeño se convertía en escenario bélico. Los territorios de Santa Victoria e Iruya, y otros de la Puna jujeña, constituían el principal motivo de ambición del presidente Santa Cruz, quien por estar en guerra con Chile, aliado a su vez de la Confederación Argentina invadió el territorio argentino en agosto de 1837. “El propósito de Rosas fue que la guerra contra Bolivia estuviese a cargo de salteños y jujeños” (…) En realidad, no estábamos preparados para una guerra y sobre todo no lo estaban los salteños y jujeños quienes eran los destinados a sostenerla”[8].

Pero a los descendientes de los heroicos gauchos se les presentó un nuevo desafío en defensa de la tierra y la libertad. Era la ocasión para marchar nuevamente tras el histórico estandarte de 1813, al que le agregaron las franjas laterales azul turquí.

 

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Esta suposición no es antojadiza sino que está sustentada en estudios de especialistas sobre las banderas de la época de Rosas, como Juan De Lellis, el que entre otras cosas dice: "Fue precisamente el 13 de abril de 1836, al cumplir el general Rosas el primer aniversario de su ascensión al mando, cuando le fue obsequiada una bandera cuyos colores diferían notablemente de los conocidos hasta el momento. El azul celeste había sido reemplazado por un azul turquí casi índigo (...) El azul turquí se empleó en la necesidad de no utilizar la celeste divisa unitaria. Por otra parte, el mismo Rosas en carta al gobernador de Santiago del Estero, general Juan Felipe Ibarra, fechada el 11 de junio de 1836, sostenía que el color de la bandera no era el celeste sino el ya mencionado azul turquí (...)”.

Más adelante el destacado investigador, refiriéndose a su objeto de estudio agrega: “Las banderas provistas al Ejército y Policía serán todas de un tamaño uniforme (...) formadas por dos franjas laterales de color azul turquí y una central blanca, llevando esta última un sol o el escudo nacional. En las cuatro esquinas: gorros frigios y en las tres bandas inscripciones pintadas sobre la tela (...) Los nuevos símbolos y las inscripciones identificaban a los Federales. Estas banderas argentinas fueron provistas a los cuerpos militares a partir del año 1836, encontrándose por consiguiente en la guerra contra el presidente de la confederación peruano- boliviana, mariscal D. Andrés de Santa Cruz (1837- 1839)”[9].

Iruya tenía ya la franja central de una posible bandera: un estandarte con significativo valor histórico, al que agregó las franjas laterales azul turquí, de aproximadamente 0,67 cm. de ancho por 1,88m de largo cada una. La franja central los identificaba con su pasado glorioso y las laterales con las fuerzas de la Confederación Argentina frente al enemigo: los invasores bolivianos.

El ejército de la Confederación Argentina marchó tras la enseña reconocida como oficial en esa época y de la que, varios ejemplares se encuentran hoy custodiados en museos históricos. Las milicias campesinas locales se incorporaron al Ejército de la Confederación con su bandera local. La poderosa Confederación Peruano-Boliviana se hizo presente al mando del general don Felipe Braum, cuyos hombres avanzaron, y el 13 de septiembre de 1837 una columna boliviana invadió el pueblo de Humahuaca, estableciendo ahí su campamento.

El enfrentamiento se produjo en la planicie de Santa Bárbara y la victoria fue para los argentinos, quienes recuperaron Humahuaca. De este triunfo dejó testimonio don Bernardo Jiménez, Comandante del 3º Escuadrón “Restauradores a Caballo”, cuando desde Huacalera el 24 de septiembre de 1837 le dice al gobernador de Salta: “Como Comandante del “Tercer escuadrón Restauradores a Caballo, solicito a Vd. en forma urgente sirva enviarme un poco de yerba y azúcar para los enfermos y coca para todos principalmente para las avanzadas y bomberos. Después de diez días del triunfo de Santa Bárbara, mis pobres hombres desfallecen de hambre, de agotamiento, de frío y de sueño. Este único premio le pido a Vd. En estos momentos tan angustiantes”[10].

No obstante el triunfo, las tropas argentinas debieron abandonar la quebrada por su reducido número, frente al avance de las fuerzas bolivianas muy superiores. En diciembre y enero de 1838 se enfrentaron en pequeños combates y aprovechando la derrota del ejército chileno, aliado de la Confederación Argentina, el mariscal Santa Cruz avanzó sobre nuestro territorio, lo que obligó al ejército a replegarse hasta Hornillos (Santa Victoria).

Repuesto el ejército chileno entró en acción, obligando a las fuerzas bolivianas a replegarse, reteniendo la Puna, Iruya y Santa Victoria, pero posibilitando el avance del ejército de la Confederación Argentina. ­El 11 de junio de 1838 las fuerzas de la Confederación Argentina al mando del teniente coronel Virto, recuperaron Iruya en poder del enemigo, pero tras seis horas de sangrienta lucha cuerpo a cuerpo, los argentinos se retiraron fracasando en su empeño[11].

La otra división al mando del coronel Gregorio Paz, tras triunfos y derrotas, luego de un serio contraste frente al enemigo en Cayambuyo, retrocedió en total desorden[12]. De allí que el Gobernador y Capitán General Propietario de la Provincia de Salta, Don Felipe Heredia, el 2 de agosto dirigiéndose a la Junta General de Representantes de la misma, justificaba con el estado de beligerancia, la demora en la convocatoria de la misma, al estar concluido su mandato como gobernador. En base a ello argumentaba, que cuando: “el tiempo anunciaba (...) la época de la realización de aquel acontecimiento tan plausible, el suceso de Iruya, la jornada de Cayambuyo”[13] lo retrazaron.

Los enemigos agregaron toda la Puna de Jujuy a Bolivia en aquel año, pero en los últimos meses y comienzos del año 1839 el mariscal Santa Cruz sufrió frente a Chile sucesivas derrotas en el Perú, las que culminaron el 20 de enero de 1839 en Jungay. A ello se sumó una sublevación interna en Bolivia que desplazó al mariscal Santa cruz y trajo la paz.

El nuevo gobierno boliviano, reconociendo que la guerra promovida por Santa Cruz contra la Argentina fue injusta, mandó a desocupar la Puna, quedando las fronteras como eran en 1836, cuando se iniciaron las hostilidades. “Jujuy y Salta...supieron llevar con heroísmo admirable las amargas vicisitudes de una guerra injusta...Fueron como en la independencia, los vigías que supieron conservar incólume el sagrado recinto de la patria”[14]. Como en la guerra de la independencia, sobre este conflicto en defensa de la soberanía, muchos son los historiadores, que en sus obras se refieren al mismo, citando especialmente el combate de Iruya[15].

Puede ser que este estandarte convertido en bandera haya acompañado a los lugareños en otros múltiples episodios, pero los mencionados son los más trascendentes, en defensa de la libertad y la soberanía de nuestra tierra, dándole un valor histórico incuestionable, las manchas de sangre estampadas como mudo testimonio de tan heroicas acciones. El valor de este legado del pasado, demanda la implementación de acciones para su conservación y el acondicionamiento de su lugar de depósito y custodia. La historia de Salta, se construyó en gran parte en las gestas en defensa de la independencia y de la soberanía de la Patria, como lo demuestran los que marcharon tras un estandarte convertido en bandera.

Aunque esta historia, ni empieza ni termina en las gloriosas gestas que citamos, nuestra conciencia histórica demanda que se difundan figurando en los contenidos a enseñar y aprender en todos los niveles de la educación argentina; si como sociedad respondemos a la necesidad de construir una identidad sobre los más auténticos valores. Es un desafío, que debemos asumir como comunidad, por tratarse no sólo de un reconocimiento material y moral, a quienes defendieron nuestro suelo nacional, sino porque es el único camino hacia una auténtica reflexión, acerca de quienes y como somos; generando con ello nuestra identidad con respecto al país que habitamos y nuestro compromiso con su destino. La formación de recursos humanos conscientes del devenir histórico del que son producto, es un elemento clave para la concreción de cualquier proyecto socio-político y económico de un país que apunta a la modernización en el siglo XXI, en un mundo envuelto en un proceso de globalización y de crisis de los valores, que templaron el espíritu de quienes forjaron nuestra nación.

El Poder Ejecutivo de la Provincia de Salta, atento al rescate de esos valores, resolvió declarar Patrimonio Cultural de la Provincia de Salta al glorioso estandarte de la libertad, convertido en bandera de la soberanía nacional, depositada en la Iglesia de San Roque y Nuestra Señora del Rosario en Iruya[16].

 

 

 

BOLETÍN DEL INSTITUTO GÜEMESIANO DE SALTA

Nº 32

 

 

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· Profesora universitaria en historia, actualmente es directora de la Biblioteca Dr. Atilio Cornejo. Académica de número del Instituto Güemesiano de Salta.

[1] Jacob, Ricardo. Los Colores Nacionales. Rev. Todo es Historia Nº 300. Pág. 8 a 37. Bs. As. 1992.

[2] Levene, Ricardo (D). Historia de la Nación Argentina. T. VI. Pág. 295. El Ateneo. Bs. As. 1962.

[3] Güemes, Luis. Güemes Documentado. T. 5 Pág. 96. Plus Ultra. Bs. As. 1980.

[4] Cornejo, Atilio. Apuntes Históricos de Salta. Pág. 640. Inst. de San Felipe y Santiago de Estudios Históricos de Salta. Bs. As. 1937.

Bidondo, Emilio. Contribución al Estudio de la Guerra de la Independencia en la Frontera Norte. T. II Pág. 14 y 215. Círculo Militar. Bs. As. 1968.

Bidondo, Emilio. La Guerra de la Independencia en el Norte Argentino. Pág. 170 y 182. EUDEBA Bs. As. 1976.

Bidondo, Emilio. Coronel Juan Guillermo Marquiegui. Un personaje americano al servicio de España... Pág. 174 y 175. Servicio Histórico Militar. Madrid. España. 1982.

Solá, Ricardo. El General Güemes. Su actuación en la Guerra de la Independencia y su justificación ante la posteridad. Pág. 238. Círculo Militar. Bs. As. 1933.

Rojas, Ricardo. Archivo Capitular de Jujuy. T. IV (Mapa). Bs. As. 1944.

[5] Ministerio de Acción Social y Salud Pública. Los Departamentos de Santa Victoria e Iruya. Estudio económico, social y sanitario de Salta. Pág. 58/59. Rómulo D’ Uva. Salta 1943.

[6] Sociedad de Historia Argentina. Documentos Relativos a la Creación de la Bandera Argentina. Bs. As. 1962.

[7] Yaben, Francisco. Los Capitanes de Güemes. Coroneles Manuel Eduardo Arias y Luis Burela. Pág. 11 y 22. Litio Bs. As. 1971.

[8] Colmenares, Luis Oscar Las relaciones de Salta con Bolivia hasta la dimisión del presidente Santa Cruz Pág. 93 y 95. Instituto de San Felipe y Santiago de Estudios Históricos de Salta. Gofica. Salta. 1999.

[9] De Lellis, Juan. Las Banderas de Rosas. Rev. Todo es Historia. Nº 19. Pág. 81 y 89. Bs. As. 1968.

[10] Giménez, María de los Ángeles. Desde el Plata al Condorkanqui. Pág. 159. Gofica. Salta 2001.

[11] Pbro. Vergara, Miguel Ángel. La República Argentina contra el Mariscal Santa Cruz. Inst. de San Felipe y Santiago de Estudios Históricos de Salta. Pág. 20. Salta. 1937.

[12] Ministerio de Acción Social y Salud Pública. Los Departamentos de Santa Victoria e Iruya. Estudio económico, social y sanitario de Salta. Pág. 61/62. Rómulo D’ Uva. Salta 1943.

[13] Archivo y Biblioteca Históricos de Salta. Carpeta Agosto de 1838.

[14] Pbro. Vergara, Miguel Ángel. Ob. Cit. pág. 22.

[15] Rosa, José María. Historia Argentina T. IV. Pág. 262 y 264. Juan Granda. Bs. As. 1965.

Best, Félix. Historia de las guerras argentinas T. II. Pág. 172 y 173. Peuser. Bs. As. 1.960.

[16] Decreto del Poder ejecutivo de la Provincia de Salta, Nº 2814, del 19 de Octubre del año 2000.