Historia de Salta

Levantamiento de La Paz - 1809

Por: Emilio A. Bidondo

n esta importante ciudad de La Paz, existía una tradición revolucionaria, pues ahí se habían sucedido no menos de cuatro considerables alzamientos -la revuelta de Tomás Catar en 1781, los de 1798 y 1801 y el más reciente de 1805-, por lo tanto el clima era propicio a acciones de tal naturaleza.

El siguiente movimiento insurreccional, debía estallar el 30 de marzo de 1809, posiblemente en connivencia con la asonada en Buenos Aires del 1°- de enero, pero su fracaso aplazó el golpe, quizás para vincularlo con el de Chuquisaca del 25 de mayo. Fue entonces que la insurrección paceña cobró nuevo impulso. Autores bolivianos sostienen que por no haber suficiente coordinación se produjo el aniquilamiento de los alzados en ambas regiones.

Recordamos que los revoltosos de Chuquisaca tuvieron la idea de propalar sus propósitos y que, a tal efecto había sido enviado a La Paz -entre otras ciudades- el doctor Mariano Michel y Mercado, quien se vinculó con éxito a los confabulados de esta ciudad.

Los proyectos revolucionarios de La Paz estuvieron concretados al finalizar la primera quincena de julio, y se eligió el 16 -día de la Virgen del Carmen- para ponerlos en marcha.

El 16 de julio el pueblo de La Paz se amotinó exigiendo al Ayuntamiento que fueran separados de sus cargos el obispo don Remigio de la Santa y el gobernador intendente interino don Tadeo Dávila.

Al lograr su objetivo, tanto el cabildo eclesiástico como el secular dispusieron que el coronel don Pedro Domingo Murillo se hiciera cargo del mando de la ciudad y fuera obedecido en todo ciegamente.

A las órdenes del coronel Murillo, que asumiría las funciones de comandante de la Plaza y de Juan Pedro Indaburu, que sería el gobernador intendente, la revolución se inició con éxito. Los sublevados lograron arrancar la renuncia al gobernador y al arzobispo, y el Cabildo se hizo cargo del gobierno de la jurisdicción. De inmediato se unieron a dicha corporación algunos de los prominentes complotados, y entre todos ellos constituyeron una Junta de gobierno -Tuitiva la llamaron- que tuvo carácter consultivo.

"El 22 de julio quedó aprobado el "Plan de Gobierno" redactado en diez artículos, en el que, aparte la exposición de motivos y fundamentos de la revolución, se reglamenta el funcionamiento de la Junta representativa y tuitiva de los derechos del pueblo, con el fin de que se aquiete y subordine como debe a las autoridades constituidas; se mandaría un diputado a cada partido para persuadir a los indios de los sagrados objetos que medita este pueblo, debiéndose agregar un indio de cada partido de las seis subdelegaciones, al congreso del pueblo, ese''.

Murillo, en su carácter de comandante de la plaza, organizó las tropas, reunió armas y víveres para estar en condiciones de afrontar la muy previsible reacción de las autoridades españolas.

En La Paz, por esos días se vivía en un clima de neta subversión. Circulaban allí impresos y papeles anónimos, casi todos de parecido contenido al que transcribimos parcialmente como ejemplo: "Apología de la conducta de la ciudad de La Paz", en el que se consignaban frases como esta:


"Es pues amados americanos imitad el heroísmo de La Paz y sereis felices: jurad una unión recíproca entre todos y no temais a los desoladores Monstruos de la Europa: acordaos ya de vuestra Patria y olvidad la de vuestros Tiranos en una palabra sed patriotas y esforzad vuestra voz hasta el presente abatida para aclamar a presencia del Orbe entero: VIVA LA PAZ. VIVA CHUQUISACA. VIVA LA AMÉRICA TODA ELLA TRIUNFANTE."


Organizada la Junta Tuitiva -con doce miembros- ésta mandó al gobernador de Potosí un oficio en el que justificaba lo sucedido, diciendo entre otras cosas:


"Si este Pueblo reunido con todas sus jerarquías que lo forman pidió a voces la deposición de sus autoridades, fue porque le eran sospechosas y caminaban de acuerdo con otros jefes de este Reino para realizar sus miras infames y ambiciosas”.

Sin embargo, la revolución no se expandía con rapidez en el Alto Perú -pese a los esfuerzos de Chuquisaca y La Paz-; así el Ayuntamiento de la ciudad de Cochabamba contestaba un oficio de Murillo en términos más que duros, no reconociéndolo como comandante y capitán general de armas de la provincia de La Paz; pero además lo apercibía de que en el futuro, "no se exceda otra vez el insultar los respetos de este Cuerpo con Oficios subversivos de la tranquilidad pública".

La reacción en contra de los revolucionarios habría de venir del virreinato vecino. El brigadier Goyeneche, del Cuzco había sido designado para ejecutarla por el virrey Abascal, y siguiendo sus instrucciones, aquél se dirigió al virrey Cisneros, ofreciéndole sus recursos militares para llevar a cabo la pacificación de La Paz y Charcas; éste le contestó el 21 de setiembre dándole las gracias, al tiempo que le pedía acordara con el general Vicente Nieto -nombrado además de Presidente de la Audiencia de Charcas, Comandante General de las cuatro Provincias Interiores­ las disposiciones a tomar para tranquilizar el Alto Perú.

Cisneros -con el asentimiento de Abascal y en acuerdo con Goyeneche- dispuso que los gobernadores de Arequipa y Puno -en el Perú-, auxiliasen a Sanz para que éste apresurara sus operaciones sobre Charcas. El 21 de setiembre, Sanz escribía a Goyeneche poniendo en su conocimiento que, hasta ese día no había podido salir a campaña para restablecer el orden en Chuquisaca y menos en La Paz, pues toda la jurisdicción bajo su mando estaba perturbada con los escritos subversivos divulgados desde las dos ciudades sublevadas.

El 20 de setiembre ya Goyeneche se encontraba en mar­cha hacia La Paz para reprimir la subversión allí instala­da. Según los acuerdos establecidos entre los dos virrey­, Goyeneche tenía en mente -si ello fuera necesario seguir hasta Chuquisaca, en donde se reuniría con las tropas­ movilizadas por Sanz en el Alto Perú, así como con las que enviaba Cisneros desde Buenos Aires. Al respecto le escribía a Sanz diciéndole:          

"Debemos interesarnos sin separación de límite ni jurisdicción en la tranquilidad y sosiego de aquellos pueblos que pertenecen a un solo Soberano".


Le comunicaba que era su intención destruir a los insurrectos en su cuna, sin tomar en cuenta ninguna otra alternativa.

Como puede inferirse de lo dicho por Goyeneche, éste no admitía otro temperamento que aniquilar a los sublevados, y en eso era contundente.

La Junta Tuitiva atrincherada en La Paz tuvo oportuno conocimiento del avance e intenciones de Goyeneche, y se dispuso a reforzar la defensa de la plaza. Mandó a Victoriano Lanza a Chuquisaca para que solicitara auxilios en hombres y armas; al mismo tiempo pretendió -sin mucho resultado­ generalizar la insurrección en otras ciudades altoperuanas.

Para colmo de desgracias, rencillas internas empezaron a dividir a los complotados, y eso sin duda resentiría la ejecución de la defensa. El mismo presidente de la Junta Tuitiva y algunos de sus seguidores pensaron que, dado el avance cierto de Goyeneche, se podría llegar a transar con él.

La represión en La Paz. El virrey Abascal y su ingerencia en el Alto Perú. El brigadier Goyeneche.


Don José Fernando de Abascal y Sousa nació en Oviedo en 1743. Dedicado a la carrera militar, se distinguió tanto en ese campo como en el político; participó de las operaciones en Argel y en la Colonia del Sacramento, fue Teniente de rey en Cuba y Presidente de la Audiencia de Guadalajara; designado virrey del Río de la Plata, no se hizo cargo pues fue nombrado casi de inmediato para igual función en el Perú.

En navegación hacia América del Sur cayó prisionero de los ingleses y conducido a Lisboa donde fue canjeado. De regreso al Nuevo Mundo, desembarcó en Buenos Aires y desde allí se dirigió al Perú. Durante este viaje conoció el camino que unía ambas capitales, y apreció personalmente la verdadera situación de estos dominios.

Llegado a Lima. en 1806, no mucho tiempo después comenzaron sus dificultades.

En 1808 tres pretendientes se disputaban la corona de España; el rey José -impuesto por su hermano Napoleón-, las juntas peninsulares que apoyaban a Fernando VII, y la Infanta Carlota Joaquina que pretendía sacar buena tajada de la situación.

Los tres enviaban emisarios a Lima para obtener la adhesión del virrey; en tanto que los dos primeros buscaban un reconocimiento total de sus derechos, la Infanta aspiraba a ser la regente de los dominios españoles en América hasta que Fernando VII reinara efectivamente.

Abascal decidido servidor del monarca, respondió a todos los requerimientos y con acuerdo del cabildo limeño proclamó a Fernando el 13 de octubre de 1808. El primer inconveniente había sido salvado, al menos por el momento.

Esta actitud del virrey Abascal causó el enojo de la Infanta Carlota, quién trató de sacarlo de en medio; una nota que la Infanta dirigió a la Junta Central de España revela a las claras sus propósitos.

"La conducta de este Virrey no parece ser bastante arreglada, y cuando no sea por otra cosa que por la negligencia con que mira las funciones de su ministerio, dejándolas todas al venal capricho de su secretario Simón de Rábajo, sería muy conveniente a las justas intenciones de mi hermano Fernando y a los deseos de los habitantes de sana intención de Lima, el que fuese relevado de su empleo [...1". (60).

Por supuesto que la Junta, considerando quién era y qué quería su remitente, hizo caso omiso del deseo de la Infanta Carlota, y Abascal siguió siendo virrey hasta su reemplazo en 1815.

Al año siguiente otro fue el motivo de sus preocupaciones. Los movimientos de Chuquisaca y La Paz eran -el segundo más que el otro- de carácter independentista, y ello llevó a Abascal a tomar la decisión de atajarlos antes de que se propagaran tales ideas a su propia jurisdicción.

Aunque el Alto Perú formaba parte del virreinato del Plata -desde hacía tan sólo tres décadas- Abascal tomó en consideración la facilidad con que se podía extender la rebelión al Perú- recordemos sus estrechos lazos comerciales- y se puso de acuerdo con el virrey Cisneros para actuar coordinadamente.

Establecido el necesario acuerdo, la reacción del virrey de Lima fue contundente, sobre todo habiendo tenido noticia, el 26 de julio de 1809, según informe del gobernador intendente de Puno -desde poco antes en su jurisdicción- "del terrible tumulto en que La Paz se encontraba y pedía con insistencia providencias para remediar tamaño escándalo, no menos que para asegurar la defensa de la inmediata provincia que le estaba encomendada".

Abascal ya convencido de que el peligro podría golpear las puertas de su virreinato -aunque por ahora los sucesos estaban ocurriendo fuera de ella- se decidió a obrar con la energía que el caso requería.

Designó como jefe de la represión al brigadier don José Manuel de Goyeneche, quien estaba interinamente a cargo del gobierno del Cuzco, y mandó que partiera hacia la frontera este de Puno -sobre el río Desaguadero- al coronel Juan Ramírez Orozco, gobernador de Huarochiri, para que se hiciera cargo de inmediato del mando de las tropas que apresuradamente estaba reuniendo el virrey.

Además dispuso que toda la tropa movilizada se concentrara en Zepita, lugar donde también debía reunirse el armamento, munición y pertrechos de guerra. Desplazó hacia el mismo lugar, una compañía del Regimiento veterano Real de Lima, y ordenó que, con las milicias de las provincias de Arequipa, Cuzco y Puno, se formase de inmediato un cuerpo que debía también emplazarse en Zepita.

Por último informó el virrey Cisneros sobre todo lo actuado y su futuro plan de acción. También escribió al gobernador de Potosí -quien como ya vimos, había sido comisionado por Cisneros para pacificar el Alto Perú- con el fin de interiorizarlo sobre las medidas que tomara, y coordinar esfuerzos para aplastar la rebelión.

El brigadier Goyeneche -a quien dejamos en Lima luego de cumplir la misión encomendada por la Junta de Sevilla- cuando se disponía a regresar a España, debió cubrir por fallecimiento del titular, el cargo vacante de la Presidencia y gobernación del Cuzco. La situación geográfica de esta jurisdicción, nexo entre los virreinatos de Lima y Buenos Aires, así como frontera con el Brasil "exigía fuese ocupado aquel cargo por un militar de las reconocidas dotes de Goyeneche".

El 23 de junio se disponía a marchar hacia el Cuzco para asumir las funciones para las que había sido designado, cuando recibió un oficio del virrey Cisneros en el cual se incluía su nombramiento como gobernador de Charcas, para lo cual debía trasladarse con premura a Potosí, adonde se le habían remitido ya las instrucciones pertinentes. Goyeneche declinó tal nombramiento por haber aceptado idéntico cargo en el Cuzco.

Estos sucesivos, casi diríamos simultáneos nombramientos revelan que, tanto en Lima como en Buenos Aires, no había mucha gente de jerarquía -por lo menos en el ámbito castrense para ocupar cargos importantes en regiones difíciles sobre todo teniendo en cuenta las situaciones subversivas que en ellas se producían.

El brigadier don Juan Manuel de Goyeneche -arequipeño al servicio de España- tan vilipendiado por muchos historiadores de Argentina y Bolivia, seguramente por su acendrada profesión de fe realista y su accionar decidido y a veces sanguinario en contra de la revolución, así como por su vinculación con las maquinaciones de la Infanta Carlota, si es mirado desde el punto de vista de los partidarios de la dinastía española, no resulta ni tan maquiavélico ni tan cruel, y menos aún incompetente e inculto.

Su más detallista -aunque panegirista- biógrafo nos informa que nació en Arequipa en 1776, siendo el segundo de los hijos del sargento mayor don Juan de Goyeneche y Aguarrevere, natural de Navarra, y de doña María de Barreda y Benavides, nacida en Arequipa.

A los ocho años de edad ingresó como cadete de la 3a. Compañía del 1er. Batallón de Milicias de Infantería de Arequipa, y pronto fue destinado en carácter de teniente, a la 4a. Compañía del Regimiento de Milicias de Caballería de Cumaña, en la cual revistó hasta 1792.

Antes de ese año, en 1788 viajó a Sevilla, donde residía su tío Francisco de Barreda -administrador general de la Real Aduana ­en cuya casa vivió hasta 1795, momento en que dio término a sus estudios de filosofía, obteniendo el doctorado a los 21 años de edad.

Al finalizar su carrera universitaria en la Real Academia de Sevilla pasó a continuar su carrera militar y fue nombrado capitán del Regimiento de Granaderos del Estado, siendo destinado como agregado al Real Cuerpo de Artillería con guarnición en Cádiz. Tuvo su primera experiencia bélica en 1797, cuando la escuadra británica bombardeó esa plaza; tres años después se produjo un nuevo ataque a esa ciudad, y el capitán Goyeneche, al mando de dos baterías, contribuyó al rechazo de la intentona inglesa.

En febrero de 1802 el rey le hizo merced del Hábito de Santiago. Continuó su carrera militar, y el gobierno español, al año siguiente le "comisionó para que estudiase los progresos de la táctica militar en diferentes países de Europa".

Sus conocimientos profesionales, unidos a su título de doctor en filosofía, le permitieron recorrer parte del Viejo Mundo con adecuado provecho. En Berlín y Potsdám presenció maniobras de los ejércitos mandados por Federico Guillermo III de Prusia, así como las que dirigió el Archiduque Carlos, en Viena, y luego las efectuadas por Napoleón en París y Bruselas. También visitó Inglaterra, Holanda, Suiza, Alemania e Italia, países estos en los cuales estudió sus ejércitos anotando adecuadas observaciones sobre organización, movilización, reemplazos, logísticas, sueldos y gratificaciones, y por sobre todo su preparación para la guerra.

En mayo de 1805, el capitán Goyeneche y el marqués de Casa Palacio, comisionado junto al primero para hacer "el estudio de las instituciones, progreso y estado de los ejércitos más florecientes" elevaban a don Manuel Godoy, "Príncipe de la Paz, nuestro dignísimo Generalísimo" su informe. Días después los nombrados recibían el acuse recibo de los "Quadernos Manuscritos y los planos y láminas que a él acompañan".

Este Informe o Memoria fue estudiado por las autoridades españolas y su contenido aprobado. El Inspector General de Infantería lo declaró "adaptable a nuestro adelantamiento militar" y Godoy expresó que se haría uso de él en provecho de la patria.

En julio de 1805, sin duda como premio a su labor, Goyeneche fue ascendido a coronel de Milicias Disciplinadas, en carácter de agregado.

De lo dicho hasta ahora se infiere que Goyeneche -además de su doctorado en filosofía- estaba haciendo una carrera militar brillante. Al cabo de veinte años de servicios alcanzaba el preciado grado de coronel. Por otro lado favoritismos aparte- su elección para estudiar los ejércitos europeos nos revela que tenía suficientes conocimientos profesionales como para informar con criterio, sobre lo visto.

Las especialísimas circunstancias que se empezaban a vivir en España, llevaron a que Goyeneche participara en la política del reino. Como consecuencia de los sucesos de Aranjuez y de Bayona, con las forzadas abdicaciones exigidas por Napoleón, España se levantaba en armas contra los invasores, iniciando la Guerra de la Independencia. Cuando la corte hispánica se trasladó a Bayona, muchos nobles se dispersaron por el reino; Goyeneche marchó a Sevilla -ciudad que bien conocía- en donde contemporáneamente a su llegada hubo de crearse la "Suprema Junta Central".

Por su situación geográfica y los recursos del sur español, en Sevilla se instaló esta Junta presidida por don Francisco Saavedra, quien dispuso que sus decisiones deberían ser obedecidas en las regiones ultramarinas.

Bien pronto Goyeneche fue protegido por-el presidente de la Junta y el Obispo de Laodicea, integrante de la misma. En julio de 1808 se lo promovió a brigadier de ejército, para que, con este grado, marchara a América con el objeto de que se verificase en los virreinatos de Buenos Aires y Lima "la proclamación y jura del rey don Fernando VII, y para que anunciase la invasión francesa y la guerra de la independencia en la Península". Debía procurar que los propósitos de Napoleón y su hermano José el usurpador, fueran completamente anulados en América; en cambio Goyeneche debía afianzar los derechos legítimos de Fernando. También buscaría establecer "la buena inteligencia con la nación portuguesa".

Salió Goyeneche para América en junio de 1808 y llegó a Montevideo el 19 de agosto. En esta ciudad dio cuenta de su misión a las autoridades, mas como ya había sido jurado Fernando VII marchó a Buenos Aires adonde llegó el 23. De inmediato puso en conocimiento del virrey, la audiencia y el ayuntamiento, cuáles eran las instrucciones que le había impartido la Junta de Sevilla, así como las novedades ocurridas en Europa y muy especialmente en la Península.

Las autoridades de Buenos Aires, plantearon una situación especial en esta región y coincidieron con Goyeneche en que era muy importante que la Junta enviara un comisionado "con noticias fidedignas para la Infanta Carlota Joaquina y para su marido el Príncipe Regente, con objeto de que aquel gobierno pudiese regular su actuación a ella".

El virrey ya había hecho verificar la jura de fidelidad a Fernando VII, de manera que Goyeneche se vio liberado de un punto de su cometido, pero él tema tomó un cariz complicado con motivo de haberse anunciado la llegada a Buenos Aires de "un oficial francés, con pliegos del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia y órdenes reservadas de Napoleón, apoyadas -decía Goyeneche- por carta del desgraciado Ministro español Avanza". aquél no era otro que el marqués de Sassenay, quien habría de procurar se volcara la opinión a favor de su mandante.

Recordemos que, entre las misiones que debía cumplir Goyeneche, tenía mucha importancia, dada la situación en el Río de la Plata, "restablecer la buena inteligencia con la nación portuguesa". Al respecto manifiesta Herreros de Tejada que esta negociación "sirvió a veces de pretexto para alentar los movimientos revolucionarios con motivo de las pretensiones de la Infanta Carlota Joaquina de Borbón a la Regencia de aquellas provincias, tan agitados entonces por las codicias extrañas y por las rivalidades y ambiciones de los mismos hijos de España".Y agrega a continuación, "Goyeneche tomó una parte muy activa y principal en aquellos sucesos en los que su nombre y el de la Infanta se utilizaban de bien distinta manera de lo que él pensaba y ella ambicionó."

La situación internacional en que Goyeneche se vio inmerso a su llegada al Río de la Plata, estaba signada por las maniobras diplomáticas de la corte de Río de Janeiro; allí la Infanta Carlota tenía como propósito -no divulgado en demasía- ocupar los territorios españoles al este del Plata, por otra parte vieja aspiración de la corona lusitana. Ante la situación peninsular ésta despachó a don Joaquín Javier Curado con el objeto confesado de estrechar la amistad entre ambas jurisdicciones; mas el propósito real quedó en descubierto cuando el enviado dirigió al cabildo una nota que entre promesas y no muy veladas amenazas, proponía a éste se pusiera bajo la protección del Príncipe Regente, cosa que el cabildo rechazó. Curado se instaló luego en Montevideo para intrigar con el gobernador Elío contra el virrey Liniers.

Al fracasar en su misión, Curado volvía a Río de Janeiro, no sin antes escribir a Liniers, casi conminándolo a entregar la Banda Oriental. Este no respondió; en cambio escribió a Goyeneche para plantearle el caso y se dirigió' por nota a la Infanta Carlota reclamándole el proceder de su comisionado; ésta tampoco respondió, haciéndolo en cambio su gobierno aduciendo que "Curado había obrado con arreglo a antiguas instrucciones que ya no eran oportunas en aquella ocasión".

La Infanta siguió intrigando. Escribió a Liniers insinuándole que, para preservar los dominios de su hermano Fernando o quien legítimamente le sucediese podría llegar a entrometerse en el virreinato. Y así seguía el juego lusitano.

Tres manifiestos, el primero y tercero de la Infanta Carlota y el segundo del Infante don Pedro Carlos, fueron enviados a los virreyes de Lima y Buenos Aires, así como a otros conspicuos personajes de ambas jurisdicciones. Goyeneche recibió ejemplares de estos documentos, que pasó de inmediato a la Junta de Sevilla.

No sólo remitió esta documentación a la Junta, sino que le escribió al virrey Abascal dándole cuenta detallada de todos los sucesos ocurridos en el Río de la Plata, al tiempo que le agregaba los escritos a que hicimos referencia y le daba sus puntos de vista sobre lo acaecido.

Por supuesto que esta descripción de la, al parecer prístina actuación de Goyeneche, tiene otra cara, así lo expresa Sierra al detallar las intrigas de la corte del Janeiro y la intervención de nuestro personaje en las maquinaciones de la Infanta Carlota.

Después de recoger abundantes noticias sobre la situación interna de la jurisdicción del virreinato del Plata, Goyeneche partió de Buenos Aires el 22 de setiembre de 1808. Había logrado acumular conocimientos suficientes como para poder formarse una adecuada idea del estado de cosas -sobre todo en Buenos Aires- donde, a' su juicio, la población y algunos niveles del gobierno estaban minados por una agitación que sólo desembocara en alzamientos en contra de la Corona.

A su paso por Potosí, adonde llegó el 6 de noviembre, informó al Presidente Pizarro, a la Real Audiencia, arzobispo y Ayuntamiento, sobre su misión y los hechos ocurridos en España y el Río de la Plata.

No vamos a interiorizarnos sobre la situación altoperuana - cuque bastante ya dijimos-, tan sólo mencionaremos que Goyeneche salió rumbo a La Paz con la sensación de que la cosa no podía menos que empeorar si una mano dura y fuerte no ponía a los hombres en su lugar, por supuesto en relación con su óptica.

Páginas atrás dejamos a Goyeneche marchando hacia La Paz para reprimir con mano dura el alzamiento, así como también algo dijimos sobre los problemas internos que afrontaban distintas fracciones de los revolucionarios.

Así estaban las cosas en la región cuando el 25 de octubre de 1809 Goyeneche ocupó los altos de Chacaltaya que dominaban las defensas de La Paz. Ante el conocimiento de la revuelta ocurrida dentro de la ciudad el pasado 19, ordenó el ataque y los insurgentes no pudieron resistir la embestida. Por su parte Tristán -primo de Goyeneche- a quien éste había mandado a los valles de Yungas para pacificarlos, también tuvo éxito.

El alzamiento quedó dominado y Goyeneche ordenó el juzgamiento de los protagonistas. La sustanciación de la causa duró casi cuatro meses y a su término, el jefe realista pidió a Cisneros que un oidor de la Audiencia fijara las penas, a lo que éste contestó que "procediese contra los reos pronta y militarmente aplicándoles todo el rigor de la ley".

Goyeneche decidió entonces poner en conocimiento de lo actuado al nombrado Presidente de Charcas -quien aún no había llegado a Chuquisaca ni había podido hacerse cargo de su función- general Vicente Nieto, quien se manifestó conforme con las conclusiones de la investigación y estuvo de acuerdo con Goyeneche en que era necesario "practicar el pronto, ejecutivo y veloz escarmiento”.

Con estas opiniones, tanto de Cisneros como de Nieto, Goyeneche procedió a dictar las condenas. Diez de los cabecillas fueron ahorcados, otros de ellos fueron degollados y sus cabezas clavadas en picas colocadas en la vía pública; más de ochenta personas sufrieron distintos castigos de prisión o destierro. Luego Goyeneche satisfecho de haber podido pacificar la jurisdicción de La Paz, aunque para ello hubiera necesitado una mano más que dura, mandó publicar, a nombre de Fernando VII, un perdón general para todos los habitantes de la ciudad ahora sometidas a la corona.

Participación rioplatense en la sofocación del alzamiento altoperuano.

Recordamos que, a poco de hacerse cargo del gobierno, el virrey Cisneros debió enfrentar tres cuestiones que habrían de ser resueltas con tacto y prudencia, mas también con energía.

La primera consistía en terminar con la causa incoada a los protagonistas de la asonada del 1°- de enero de 1809; la segunda tenía relación con el estado calamitoso de los caudales del virreinato. El tercer problema recién se presentó a mediados de este mismo año al producirse los levantamientos de Chuquisaca y La Paz, lo que ya analizamos. Ante la grave situación que estos hechos planteaban, tanto Cisneros como Abascal, establecieron acuerdos para la pacificación de las regiones en conflicto, además convinieron en la forma de actuar.: el primero debía someter a Chuquisaca, en tanto que el segundo actuaría sobre La Paz.

Cisneros nombró Presidente de la Audiencia al general Vicente Nieto y como Subinspector general al director del cuerpo de ingenieros don Bernardo Lecocq. Simultáneamente dispuso que se alistara una tropa, cuyo efectivo -algo menor que el millar debía ser incrementado en las ciudades del trayecto.

Salió la expedición el día 4 de octubre de 1809 a las órdenes del general Nieto. En el camino pudo incorporar pocos hombres, pues tan sólo Salta entregó una reducida cantidad de soldados. Se organizaron tres divisiones con soldados de Dragones, infantería y artillería de los cuerpos veteranos. Además integraron sus efectivos una compañía de marina y otras de Patricios, Arribeños, Andaluces, Montañeses y Artilleros de la Unión. Se incorporó a la expedición el capitán de fragata don José de Córdova y Roxas, que marcharía en calidad de mayor general (Segundo Jefe de la expedición y jefe de su estado mayor).

El 25 de diciembre -ya La Paz había sido sometida- poco antes de entrar en Chuquisaca, el general Nieto se enteró de que en esta ciudad reinaba la calma, y sus habitantes estaban dispuestos a prestarle obediencia. Nieto con serias dudas de cómo sería en realidad el recibimiento de esta comunidad, se instaló en Yatala -distante unas tres leguas de la ciudad- y recién a la noche marchó hacia ella acompañado tan sólo por dos oficiales, lo que nos da idea de su valor personal.

Inmediatamente fue reconocida su autoridad y la Junta cesó en sus funciones. Según las órdenes que le impartiera el virrey Cisneros, el general Nieto dispuso medidas punitorias para los integrantes de la Junta, colaboradores, simpatizantes y sospechosos; les fueron impuestas penas de cárcel, destierro y otras menores y el asunto quedó terminado.

Según el autor que nos proporciona información, una vez pacificada Chuquisaca, Nieto debía seguir operando 96 contra los revolucionarios de La Paz, pero sucedió que, Goyeneche anticipándose a la marcha del primero dominó la insurrección paceña. Vale la pena leer lo que dice Saguí sobre la personalidad y actitudes de Goyeneche.

Si bien esta opinión puede tener su fundamento, advertimos que -como ya expresáramos líneas atrás- el proceder de Goyeneche estuvo acorde con la forma de operar establecida por Cisneros y Abascal, así como con los dictámenes mencionados, y si alcanzó primero su objetivo, ello se debió a una serie de circunstancias concurrentes que lo condujeron al éxito, y de entre las cuales se puede destacar la rapidez con que actuó.

Como una síntesis de lo visto sobre las represiones llevadas a cabo en el Alto Perú por las tropas del rey, hacemos nuestro el juicio de Manuel M. Pinto con relación a las revoluciones del año 1809 en Chuquisaca y La Paz.

Expresa este autor que "no podía existir afinidad alguna en dos sociedades organizadas con distinta pauta, burocrática la una, independiente la otra; mirando aquélla por la autoridad real, compeliendo ésta por la autoridad nacional". Siguiendo con su análisis afirma que la soberbia de la Audiencia de Chuquisaca era revelación del espíritu de lucha por mantener sus históricos fueros jurisdiccionales y que no podía incurrir en el absurdo de suicidarse incitando a destruir la organización colonial "de la que arrancaba su prestigio". Y agrega que la anteposición del movimiento del 25 de mayo con respecto al del 16 de julio no reconoce sólido fundamento, pues la revolución de La Paz tiene otra filiación y deriva lógicamente de los intentos precedentemente evidenciados en la misma Intendencia desde 1798".

Por nuestra parte agregamos que la diferencia en las formas de efectuar la represión, también estuvo dada por los objetivos de cada una de estas ciudades: Chuquisaca buscaba el cambio de hombres sin atacar demasiado la autoridad real, salvo la opinión de Monteagudo y unos pocos; en cambio los revolucionarios de La Paz, mucho más radicalizados, apenas destituidas las autoridades de la corona, organizaron un gobierno totalmente independiente.

A nuestro juicio, otra razón es válida para diferenciar ambas represiones. En La Paz, la revolución -con mayúscula- fue protagonizada por elemento indígena, y los es-r pañoles tenían por norma ajusticiar a los naturales que se alzaban en contra de sus autoridades americanas. En cambio la de Chuquisaca -revuelta intelectual, por darle un calificativo- alcanzó apoyo popular cuando la rebelión ya estaba en la calle; alguien la llamó " la revolución de los doctores" o de "los togados".

Fragmento extraido del libro: LA EXPEDICIÓN DE AUXILIO A LAS PROVINCIAS INTERIORES de Emilio Bidondo – Círculo Militar – 1987.


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