CAPÍTULO 8
Fiestas y diversiones

"Pachamama santa tierra
No me comás todavía
Voy a cantarte esta noche
Y mañana todo el día"1
Copla popular

En la Salta de la época aludida, la resignación fue la virtud característica que sirvió a los grupos populares para sobrellevar las duras condiciones de vida a las que estaban sometidos. Por ello los esparcimientos añaden un espacio de interés al estudio de la desigualdad y permiten atisbar las alegrías, esperanzas y temores generados entre los grupos populares urbanos y campesinos.

Estas diversiones simples, donde primaba la exaltación de los sentidos tenían como escenario las casas de bailes públicos, ubicadas en las afueras de la ciudad. En 1934 un escandalizado cronista escribía:

"[...] aire de lupanar es el que se respira desde el oscurecer por los barrios bajos del Río Arias [...] por el funcionamiento de Casas de Bailes Públicos que se convierten en lugares de juego, de exaltación sensual y venta de bebidas alcohólicas. Hay que evitar que el pueblo semi-indígena de los suburbios continúe entregándose a los jolgorios denigrantes. En vez de bailes públicos en el barrio del Río Arias se necesitan escuelas y estadios".2

En las fechas patrias, la comuna de la capital y el gobierno de la provincia tenían por costumbre repartir, por medio de la Comisión de Damas, pan y carne al pobrerío.

En el Parque San Martín, solían organizarse bailes populares frecuentados por las muchachas del servicio doméstico y los conscriptos de la guarnición local. Estas diversiones eran las únicas que podían permitirse tanto muchachitas como conscriptos y a ellas acudían con el fervor del primer día desafiando las iras de las patronas. Presentamos una vívida descripción del indignado periodista:

"El domingo, recorriendo la parte sur de la ciudad, por la calle 11 de Setiembre, tuvimos ocasión de contemplar actos vergonzosos reñidos con la cultura y la moral. En esa calle, todos los domingos se arman fenomenales bailongos que degeneran en orgías escandalosas. El Parque salteño es otro de los sitios predilectos en que se dan cita para los bailongos y parrandas muchos jóvenes y sirvientas de mala vida, verdaderas damiselas que, habiendo abandonado a las doce la casa donde prestan sus servicios, comprometiéndose a volver a las cinco de la tarde del domingo, no se acuerdan de regresar sino al día siguiente y esto, cuando por casualidad no han ido a completar la fiesta en los recomendados departamentos del "Hotel del Gallo"3 De allí que el servicio doméstico sea tan pésimo, pues las sirvientas, en su casi totalidad viven pendientes de los bailes y llegado el domingo no quieren saber nada de sus obligaciones, pues todo lo sacrifican, hasta el empleo si se les niega la licencia para ejercitar sus inocentes devociones".4

Veamos como describe el diario local los bailes públicos realizados en 1935, con motivo de conmemorarse el 20 de febrero:

"Bailes públicos en el Parque San Martín, frente a la Pérgola, con empanadas y vino y premios para las mejores parejas de bailarines, organizados por el Secretario de la Gobernación, José Hernán Figueroa. Por su parte la Municipalidad de la Capital repartió pan y carne a los pobres con motivo de la fecha histórica. De acuerdo a la resolución del Intendente Juan Cornejo Arias, en el canchón que la Comuna posee en calle Rivadavia esquina Mitre se procedió al reparto de pan, carne y ropas a dos mil familias menesterosas que llegaron en procura de tan noble obsequio".5

Las festividades religiosas, civiles y cotidianas servían para dar cierta solidez a las relaciones sociales vecinales y agrupar a la población campesina dispersa en las fincas.

Las ferias ambulantes, "hoy aquí, mañana allá" se convertían en lugar de regocijo, centro de curiosidad. Allí se exponían novedades, se vendían golosinas y productos que, de otro modo, no podían ser adquiridas en la campaña y en los pueblos alejados. Los curiosos podían contemplar desde máquinas de coser hasta agujas, desde telas brillantes y llamativas hasta puntillas y botones de todos los colores y tamaños; collares, pulseras color oro y de sugestivos brillos y, en fin todas las novedades de cosmética barata accesible a los asistentes: la infaltable Glostora, especie de aceite perfumado que permitía achatar y dar un brillo inusitado al pelo abundante y nada dócil de nuestros mestizos. Lociones baratas como la renombrada Mi clavel -preferida por las chicas del servicio doméstico- en fin, se trataba de la irrupción de un mundo desconocido, creador de necesidades inútiles pero atractivas.

Los sentimientos religiosos se expresaban con novenarios y calmaban las angustias ocasionadas por la falta de trabajo, sentidas necesidades cotidianas, males producidos por incontrolables fuerzas naturales: sequías, heladas, inundaciones y movimientos sísmicos. Para todas estas calamidades el fervor popular tenía su patrono y devoción particular.

Las diversiones, estrechamente unidas a estos eventos y a las inaplazables diversiones domingueras, eran semejantes en las zonas suburbanas y en la campaña: riña de gallos, trepar y ganar el premio en el palo enjabonado, juegos de azar como taba, sapo y dados, carreras cuadreras, ensartar la sortija galopando a caballo, bailes y beberaje en chicherías y en bodegones.

Aun hoy se festeja encendiendo grandes fogatas el 24 de junio día de San Juan. Jóvenes de ambos sexos saltan acompasadamente alrededor de la hoguera y dan brincos descomunales tratando de no quemarse. Sobre esta fiesta comentaba, desdeñosamente, el diario local:

"El día de San Juan se celebra en los suburbios de la ciudad y en la campaña con mucho ruido. Se hacen grandes fogones de paja de maíz alrededor de los cuales se apeñuscan niños, niñas y hombres a gritar ¡Viva San Juan! y a dar descomunales saltos sobre los fogones quemando cohetes y haciendo salvas de escopeta. Ignoramos el origen de esta costumbre indígena pero la hemos visto muchas veces en nuestra infancia. Esa costumbre tiene mucho de salvaje, fundada quizás en agüeros como el que las aguas de este día están benditas y merced a tan piadosa creencia, hombres y mujeres se mojan despiadadamente hasta zambullirse en acequias, pozos y manantiales de cuyas bruscas mojaduras en esta estación de frío varios han muerto. La civilización hará desaparecer por completo estas supercherías que aún vemos en el seno de pueblos que aspiran a no pasar por ignorantes".6

Una vecina de la calle Catamarca, doña Inesita, recuerda como, en la década de los años '60 festejaban en su barrio la fiesta de San Juan:

Inesita: La fiesta de San Juan, del 24 de junio, era en pleno invierno y el baldío de al lado de mi casa tenía, para esa época, todo el pasto seco. Entonces ese día, todos los chicos del barrio juntábamos los yuyos, las ramas, ramitas secas y armábamos una buena pira. A la nochecita, cuando empezaba a oscurecer caían todos los grandes. Los grandes llevaban sillas para sentarse alrededor del fuego porque hacía mucho frío y traían anís "Ocho Hermanos", traían masitas y para los chicos la diversión era jugar saltando alrededor del fuego, no sobre el fuego porque era alto y grande. El significado de la fiesta era honrar al santo y a los "juanes" del barrio. Mi tata lo organizaba porque él era el Juan de la cuadra. En la reunión los viejos contaban cuentos de "aparecidos" de la mula ánima, de la viuda sin cabeza y la gente se quedaba un buen rato conversando. Ese era un encuentro social de chicos, de grandes, de abuelos. Era la reunión de los vecinos, una fiesta muy linda donde se veían, charlaban, se relacionaban. En cambio ahora no sabés quién vive al frente, a quién tenés al lado. Si necesitás algo ¿a quién le vas a pedir ayuda? ¡No tenés a nadie! En cambio antes todos se conocían. Era otra clase de relación con los vecinos.7

Para los grupos populares las fogatas estaban cargadas de significados ancestrales pues el fuego, poderoso elemento, todo lo devora pero también todo lo construye. De las llamas surgen la luz y el calor que nutre la vida.

Es notable el menosprecio por diversiones ancestrales, practicadas con entusiasmo tanto en la ciudad como en la campaña. Estas, aún las más inocentes, eran visualizadas como emergencias salvajes propias de épocas "felizmente superadas", comentaban las buenas gentes reiterando la asignación de aborigen, de natural y de salvaje, sin reparar que esas diversiones eran mucho más civilizadas que el boxeo entre opas, sólo por dar un ejemplo.

Desde el siglo XIX comenzó el juego de billar. Este estaba circunscripto a los sectores dominantes. A partir del siglo XX el juego se popularizó y las mesas de paño verde se hicieron infaltables en bares y cafetines en las ciudades y hasta en los pueblos más apartados.

En una provincia tan católica, abundaban las fiestas religiosas, misas y procesiones. A ellas asistía en actitud devota y contrita el pobrerío. Portaban velas, rosarios, estampas, cantaban y rezaban compungidos, en otras palabras, la procesión ponía en evidencia símbolos, gestos, rituales para mostrar actitudes de arrepentimiento y penitencia.

Después de la solemne procesión con el Santo Patrono, tanto en los suburbios de la ciudad como en los pueblos, comenzaba el frenesí báquico con grandes atracos de comida, bebidas y la sexualidad exaltada. En fin, una extraña mezcla de misticismo y lujuria. Estos festejos y desbordes estaban profundamente unidos a festividades religiosas donde la Virgen María y la Pachamama quedaban entremezcladas en el ritual y ponían en evidencia el profundo sincretismo cultural y religioso existente.

Doña Claudia, a quien ya conocemos, expresa esta cuestión:

Pregunta: ¿Se acuerda de la fiesta de la Cruz?

Claudia: ¡Claro! Una vez con mi amiga hemos ido a enflorar. Había misa ahí, en la Quesera. Íbamos en caballo y cuando volvíamos de enflorar, pal día de la Cruz, iba un chango adelante. Y ella era guaranga, pues, yo no era así [...] y entonces me dice: lo hagamos pisotiar a este coya. No, le digo, como se vamo hacé pisotear. Quién era ese, yo ni lo conocía [...] y el chango se ha metío así, a los yuyales y ella me decía: se hagamo pisotiar8 [...] No, vamo, le decía yo, vamo. Ella iba en un caballo lobuno y yo iba en un caballo colorao. Entonces el chango agarrao la palabra, pues, y dice: yo a la del caballito colorao la quiero más que a la del caballo lobuno pero mi amiga al final sia ido con el chango al medio los yuyos.9

La diversión popular de mayor importancia fue y es el carnaval con sus infaltables juegos, bailes y desenfreno. Por una vez al año, se permitían todos los excesos y al golpear de la caja podían oírse coplas tan picantes y atrevidas como la siguiente:

      "Esa niña que baila,
            tan tinterilla,
            ¡cómo tendrá de dulce
            la empanadilla!"10

Los carnavales fueron y son verdaderas catarsis colectivas. Tras del júbilo y la mascarada se escondía y se hacía presente, a través de las coplas, la melancolía de una raza vencida. Tal sentir se refleja en estas líneas:

"Imprescindible para soportar los trabajos y las penas, el carnaval conserva entre nosotros su mayor pureza y autenticidad en el Valle Calchaquí, donde los sobrevivientes de una raza agobiada y con lastimaduras incurables hacen de él una deprimente alegría. Un lacerante júbilo que nos escalofría”.11

En la ciudad y en los pueblos los circos constituían un espectáculo esperado y muy concurrido.

Don Carlos, con su acostumbrado humor, relata:

Pregunta. ¿Puede describirnos algunas diversiones populares?

Carlos: Las carreras cuadreras eran una de las diversiones más comunes, se hacían en las orillas de la ciudad y en los pueblos. Se desafiaban entre los dueños de caballos para ver quien tenía el más veloz y ahí se hacían las apuestas y entraba la peonada a jugarse el sueldito. Esos desafíos se hacían de acuerdo a las mentas que corrían en los pueblos sobre algún caballo. En Rosario de la Frontera era la competencia permanente con los tucumanos. Eso era como Boca y River ahora. Lo máximo que se corría en las cuadreras, eran 800 metros, la mayoría eran de 300 a 500 metros. De acuerdo a la resistencia y velocidad del caballo. A los jinetes los pesaban con básculas de esas donde pesaban las bolsas de maíz. Antes había un cinto con pedazos de plomo o herraduras para nivelar el peso que debía llevar cada jinete. Lo máximo que debía pesar el jinete eran 58 o 60 kilos nomás, tenían que ser flacos. Participaban muchos en esas carreras, hasta las mujeres. A continuación de la carrera se armaba el alboroto central, se hacían desafíos entre la peonada porque ya alguno tenía algún reclamo y algunas copas.

En las cuadreras se apostaban sus jamelgos que según uno era mejor que el del otro y se enfrentaban. Si no tenían plata se jugaban el apero o alguna otra cosa de valor. ¡Uhh [...] en Cerrillos, La Caldera, Campo Quijano, La Silleta, los domingos la gente se divertía en las cuadreras, nomás, porque el sábado se trabajaba.12

Doña Hortensia, de 78 años, nacida en Campo Quijano, dirigente peronista y diputada provincial durante el breve y trágico gobierno del Dr. Miguel Ragone (1973-1974), rememora:

Pregunta: ¿Eran frecuentes en Quijano las carreras cuadreras?

Hortensia: Sí. La situación era muy ajustada. Vendíamos empanadas los 9 de julio. Había un ruso que tenía un boliche, se llamaba Regen.12 bis Yo siempre los ayudaba en el almacén y ellos me consideraban mucho. Tenían un nene precioso que le gustaba comer bollos. La madre lo malcriaba mucho y ¡me seguía! Yo no podía pasar por ahí porque se ponía a llorar. La gente del pueblo me quería mucho a mí, de chica y cuando hacían esas carreras de caballos mi mamá me mandaba con las canastas llenas de masitas y yo participaba en las carreras y, siempre ganaba. Así que iba con las canastas llenas de masitas y volvía con las canastas llenas de los premios que ganaba.13

Volvemos a retomar la conversación con don Carlos:

Pregunta: ¿Qué otros juegos observó usted?

Carlos: También habían partidos de fútbol y, si se armaba, alguna bailanta donde participaban las mujeres. Por lo general en los pueblos el comisario tenía uno o dos caballos para correr y de ahí viene el dicho nunca juegues contra el caballo del comisario. En el campo era común escuchar en las fiestas a copleros y copleras que siempre le cantaban al amor.

Otro juego que había era la taba. En la ciudad estaba prohibida la taba pero, en las orillas se jugaba. Hasta el comisario tabeaba. Se jugaba por dinero y, generalmente, los días domingo era cuando se hacían las tabeadas más fuertes. También en las fincas, después de comer en las reuniones familiares, después del asao, empanadas o locro se armaba la tabeada. Había lugares donde se jugaba a la taba cargada. Era una taba grande a la que le hacía perforaciones y le metían plomo derretido para hacerla más pesada o balancearla.

Pregunta: ¿Se apostaba mucho dinero?

Carlos: Depende... Si era día de pago entraba la peonada y se jugaba hasta la quincena.

Pregunta: ¿Eran frecuentes las peleas?

Don Carlos: ¡Claro!... más en las tabeadas que en las cuadreras. Algún resentido, mal perdedor le encontraba peros al ganador y las peleas, por lo general, eran a cuchilladas.

 

"3 fichas $ 1. Embocando Sapo o Vieja, pago $ 4" Iruya - Salta - Fotografía Alejandro Ahuerma

Otro juego muy común era el sapo. Había un mueble con una mesa de cuarenta por cuarenta y  una altura de ochenta cms. Toda esta mesa estaba revestida de chapa. El juego en sí consistía en que cada uno de los competidores apostaban por dinero y se les entregaba una cantidad, que no me acuerdo de tejos de bronce, muy pesados, que tenían que tirar a la mesa, a una distancia de unos 6 ó 7 metros. La mesa en sí tenía en la parte posterior lo que se le llamaba la vieja (era una carita con una boca que permitía la entrada del tejo) ésta era de mayor valor. Luego, hacia adelante estaban el o los sapos que también tenían la boca abierta para recibir los tejos. El resto  de la mesa tenía una serie de agujeros con distintos valores, pero siempre más bajos que la vieja y los sapos. El mueble tenía una serie de resbaladeros por donde caía el tejo y al frente tenían pintados los valores anotados. El que sacaba el más alto ganaba la partida.

Pregunta: ¿Se jugaba a los naipes?

Carlos: Sí. Se jugaba al truco, al siete y medio y al póker. En los bares habían mesas de billar. Era una forma muy común de diversión en la ciudad, para el que le gustaba ir a reunirse al café y jugar al billar. Había mesas de carambola y de snooker. Al Jockey Club, que quedaba frente a la plaza, en calle Zuviría, ahí iban los del Club 20 a timbiar y jugar al billar. Ahí sólo iban ellos. Sobre la calle Mitre, donde hoy está la Galería Continental había un gran café con doce mesas de billar. Ahí entraba cualquiera, el que podía entrar, menos los menores de 18. Otro café-billar, que se llamaba Tokio y era de un italiano, quedaba en la calle Alberdi frente al teatro.

Pregunta: En esa época la gente de la ciudad ¿frecuentaba el cine?

Carlos: Sí [...] sí [...] yo, cuando era changuito, de mañana vendía diarios, a la tarde lustraba zapatos en la Plaza 9 de Julio para juntar guita para ir al matiné los domingos. Costaba 30 guitas la entrada. Frente a la plaza central estaba el Cine Victoria y, al lado, donde hoy hay una guardería de autos estaba el Cine Güemes. Por los '30 se abrió el Cine Alberdi. Después estaban el Cine Florida entre Rioja y Tucumán que era un cine de barrio más pobretón y cerca de la estación, estaba el Cine Balcarce que tenía los asientos de madera pelada y si ibas salías lleno de pulgas.14

Embrutecedor espectáculo

Haremos un breve paréntesis para referirnos al problema de los retardados mentales, debido probablemente al bocio, mal endémico en las provincias del Noroeste, conocidos en el folclor y la jerga popular con el mote de opas. Traemos a colación el asunto por la acción llevada a cabo por el intendente Outes, antecesor del tristemente célebre interventor de Tucumán durante la última dictadura militar, general Antonio Domingo Bussi, quien resolvió cargar en camiones a borrachos, indeseables, cretinos, locos y prostitutas para descargarlos en zonas inhóspitas de la frontera entre Santiago del Estero y Catamarca. El Lord mayor de Salta, en el lejano marzo de 1919 resolvió solicitar la admisión de los cretinos salteños en hospicios nacionales. Un artículo titulado "Deportación de cretinos", comentaba:

[...] Nuestro Lord Mayor ha hecho la aguda observación de que se hospitalizan demasiados cretinos en Salta, con perjuicio de los pobres enfermos que necesitando también de camas y auxilio, no los encuentran porque las plazas están llenas [...] Outes ha decidido descongestionar de opas el Hospital del Milagro, enviándolos a Olivos, provincia de Córdoba, donde hay un establecimiento especial para el caso [...] Nuestro joven Intendente se limitará a extrañar a los cretinos como en otro tiempo solía hacerlo por su cuenta la Policía, desparramándolos en las estaciones de tránsito, donde los pobres diablos quedaban a merced de todas las inclemencias.15

Poco tiempo después el cronista que cubría el escabroso caso, reflotaba al asunto con el siguiente comentario:

[...] El señor Outes, al despoblar de opas nuestra ciudad, le quita a Salta sus opas característicos, opas tradicionales y profundos, opas familiares y risueños ¡Adiós!16

La situación del opa salteño, tan risueñamente tratado por el folclor y la literatura, constituye una trágica y vergonzosa realidad pues desempeñaban las tareas más penosas y serviles*. El testimonio de Ernesto Aráoz es particularmente esclarecedor:

"[...] Cada año era menester desocupar y limpiar letrinas, esos pozos ciegos mal olientes ubicados en el último rincón de las antiguas viviendas [...] En muchas casas se tenía para ello un "opa" ocupado de esos menesteres de paciencia".17

El cretinismo desarrolló la insensibilidad social hacia las personas que lo padecían por su discapacidad y por los trabajos que les eran encomendados. El opa, objeto de burla pública, se convirtió, también, en lucrativo negocio para individuos sin escrúpulos. Al respecto recuerda don Carlos, los espectáculos de boxeo entre los opas que solían congregar a gran cantidad de público. Esta gente contemplaba divertida las escenas protagonizadas por estos desdichados.

Carlos. Me acuerdo cuando era chico, que en el Cine Florida, se hacían peleas de boxeo. Se armaba el ring en el escenario y había un coya que organizaba peleas de opas. Había uno de aquí de la ciudad y otro que traían de Talapampa. El domingo los hacían dar vueltas por la ciudad, en un coche descubierto y con los guantes puestos para hacer propaganda. El Cine Florida se llenaba y la gente se moría de risa porque era muy gracioso verlos pelear, corrían por el ring uno para un lado y otro para el otro.

Semejante oprobio era tolerado por las autoridades de turno, visto con indiferencia por la buena gente salteña.

Pregunta: Además de esas vergonzosas peleas ¿la gente iba mucho al boxeo?

Carlos: El fútbol y el boxeo eran las dos principales diversiones. Si eran las únicas cosas que había, pues. Era gratis la entrada a los partidos de fútbol. Solamente se cobraba entrada en la cancha de Gimnasia y Tiro.

Las peleas se hacían en el Cine Florida y las más importantes en un galpón grande que había en la calle Córdoba y San Martín. Ahí peleó mi hermano José con Cliver. Los dos eran boxeadores profesionales y eran dos estrellas del norte. En una de esas peleas yo estaba de segundo de José. Resulta que Cliver. era sucio para pelear, en cuanto podía metía cabezazos, codazos y a mí, me daba una bronca! [...] hasta que no aguanté más y me subí al ring y le metí una piña. Entonces saltó también el padre de Cliver. y me empezó a correr por todo el ring para pegarme, hasta que me agarró de la manga de la camisa y yo le pegué el tirón y se quedó con la manga en la mano. Al final me escapé. Pero a mi hermano José lo descalificaron y él me retó. Fue un escándalo que salió en todos los diarios.

Además del Cine Florida, desde que yo era pibito se organizaban peleas en el Cicles Box que estaba en la calle Necochea, al costado de la estación ferroviaria.

Pregunta: ¿Recuerda cómo eran los circos que venían a Salta?

Carlos: ¡Ah [...] los circos, hermosos! [...] me acuerdo del Circo Podestá, del Circo Totó, del Gran Circo Sarrasani y cirquitos chicos con modestas carpitas que iban también por los pueblos. En los circos después que actuaban los equilibristas, los payasos, todo eso, hacían obras de gauchos. Ahí vi a Santos Vega, a Martín Fierro y mi hermano Pancho, que le gustaba actuar, cuando venían los circos lo conchababan. Se vestía de gaucho y hacía el papel de comisario. Y mi otro hermano, José, que también era metido para esas cosas de teatro y era bastante pintudo, hacía papeles de galán joven. Antes los circos se armaban en cualquier lado. Si había terrenos a patadas. En la Plaza Alvarado sabían parar. Ahí sabía venir el Circo California, que era bastante grande. El Totó era chico, tenía capacidad para trescientas personas nomás.

A la gente le gustaba mucho! La gente era sencilla. No había la malicia ni la maldad de ahora. Así que gustaba el circo no sólo a los chicos. Con decirte que a veces los maridos le decían a la mujer "portate bien y te llevo al circo" ¡Cuántas veces habré oído esa frase! La entrada de los chicos eran 0,10 guitas, adultos 0,50 guitas y si el fulano iba acompañao con una mina, la mina no pagaba. Me acuerdo que el Circo Totó, la última vez que lo vi antes de irme pal’ norte puso en escena un sainete de Alberto Vaccareza, "El Conventillo de la Paloma".18

Notas del capítulo 8

1       (2000) Compiladora Leda Valladares. Cantando las raíces. Coplas ancestrales del Noroeste Argentino. Bs. As. Editorial Emecé. Pág. 61.

2       (1934) Diario Nueva Época. Salta.

3       Se llamaba así a la Seccional de Policía donde se detenía a los perturbadores del orden y la moral pública.

4       (1915) Diario El Nacional. Salta.

5       (1935) Diario Nueva Época. Salta.

6       (1910) Diario La Montaña. Salta.

7       Diálogo con doña Inesita.

8       Alude al acto sexual.

9       (2001) Historia de doña Claudia. Anexo N° 15.

10     (1987) Carrizo, Juan Alfonso. Selección del Cancionero Popular de Salta. Bs. As. Editorial Dictio. Pág. 359.

11     Adet, Walter. Nota "El jubiloso carnaval y sus raíces en la historia", en diario El Intransigente. 1980. Salta.

12     (1998) Historia de don Carlos. Anexo N° 9.

12 b. Las autoras creen que el “precioso nene” al que se refiere doña Hortensia” no es otro que el gran poeta salteño Jacobo Regen, nacido y criado por esos años en Campo Quijano.

13     (1999) Historia de doña Hortensia. Anexo. N° 21.

14     (1998) Historia de don Carlos. Anexo. N° 9

15     (1919) Diario Nueva Época. Salta.

16     Idem anterior.

17     (1944) Aráoz, Ernesto. Al margen del pasado. Obra citada. Pág. 41.

18     (1998) Historia de don Carlos. Anexo N° 9.

 

 

CAPÍTULO 9
Problemas urbanos. La vivienda