"Masones, liberales y jacobinos: la otra Guerra de Belgrano"

 

 

 

Autor: Ernesto Bisceglia

 

 

 

Primer Premio del Instituto Nacional Belgraniano y del Instituto Belgraniano de Salta

 

 

 

Editado por Biblioteca Salvador Grifasi Gangi - Prólogo del Dr. Félix Luna

 

 

 

 

Presentación del libro en el Recinto de Sesiones de la Legislatura con el Dr. Félix Luna

 

 

 

"En la obra que sigue, en el marco del análisis de la lucha interna que debió sostener el General Manuel Belgrano se cuentan sus esfuerzos -quizás más ingentes que los que demandaban las armas- por superar las dificultades que le oponían sus propios paisanos; muchos de ellos más guiados por el cuidado de sus intereses personales que por los ideales patrióticos. Entre esos problemas que hubo de enfrentar se halla el episodio que tuviera por protagonista al primer Obispo de Salta, el Dr. Nicolás Videla del Pino".

El Autor.

 

 

 

La historia oficial registra siempre para los tiempos y los hombres venideros, los hechos de una manera “objetiva” y horizontal, ya fueran en su contexto amplio, ya en lo particular de cada protagonista, pero siempre desde un dudoso punto de vista “equidistante”. Es decir, quedan ocultos para el conocimiento general innúmeros sucesos y personajes cuya actuación si bien protagónica tal vez, no siempre fue favorable a los superiores intereses de la Patria. Por el contrario, a la sombra de esos mismos acontecimientos, en realidad buscaron solamente la satisfacción de sus propios intereses personales y/o sectoriales; y tantas son las veces que permanecen agazapados en la ignorancia del común como tantas otras resultan claves para la comprensión de determinados procesos, generalmente emparentados con el fracaso nacional.

Una explicación puede encontrarse en los parámetros utilizados para configurar una historia de bronce y mármol apropiada para el objetivo político que significaba plasmar en los programas educativos una cosmogonía de héroes prístinos que impresionara el carácter de los miles de educandos, hijos de la inmigración que se incorporaban a la alfabetización argentina. Era necesario mostrar un país sólido, con grandes prohombres, prototipos inmarcesibles e irreprochables, con cuya admiración se buscaba consolidar ese sentido de pertenencia y permanencia.

Otra explicación puede ensayarse desde el color –y el calor- político de quien abordara la tarea historiográfica, sus sentimientos y sus intereses. Particularmente éstos últimos que cuando estuvieron comprometidos, más si eran económicos, lo fueron con una filiación anglosajona para la cual era inconveniente mostrar “el lado oscuro” de una historia como la de la República Argentina que rebosa de ejemplos admirables de heroísmo y desprendimiento, dignos de exaltar en tan oportuna hora como la actual.

De esta suerte, aquellos en quienes recayó la tarea egregia de conducir los destinos políticos y sobre todo militares de la contienda independentista se vieron en repetidas oportunidades ubicados entre dos fuegos: aquel que provenía del frente invasor, y aquél cuya herida provocaba más dolor, el de los propios hermanos.

Así debieron librar anónimos combates, ora con la fuerza de las armas, ora con la pluma; y tantas veces con sus mismas conciencias, haciendo así que la empresa fuera aún más difícil.

Sin embargo, lo mismo que el sufrimiento cristianamente soportado ensalza las virtudes del alma, mientras más lacerante se hacía la lucha, proporcionalmente se agigantaba su figura. Así, hasta alcanzar la gloria perenne de los pedestales donde descansan sus bronces y desde los cuales reclaman a las generaciones venideras la práctica de los valores del ser nacional y la emulación de tan puros ejemplos.

El caso del General Manuel  Belgrano es uno de estos ponderables ejemplos. Es el hombre que a despecho de su condición familiar e intelectual, aparta la posibilidad del enriquecimiento lícito y el reconocimiento social, para embarcarse en el afán de la guerra por la Independencia del suelo patrio.

Así lo hizo porque, como sus pares, comprendió el sentido profundo del vocablo “Patria”, heredad del concepto romano que lo define como “la tierra de los padres”, que se convierte en patrimonio propio, y todavía de los hijos, y por el cual vale todo empeño en su defensa.

De esta suerte, al abogado, al periodista, al funcionario real, al posible comerciante le siguió el militar, sin saber seguramente que detrás de la empuñadura del sable esperaba un destino de grandeza y el agradecimiento “ad eternum” de las generaciones posteriores.

Pero no todos comprendían a la Patria de este modo. Para muchos, la lucha que se avecinaba y en la que se comprometieron contemplaba otras finalidades, algunas estrictamente políticas, otras solamente económicas, pero todas espurias como sus espíritus.  Y aunque vistieran la misma casaca con sus actitudes mancillaron el ideario de Mayo.

Y el General debió atender dos frentes, aquel sobre el cual avanzaban las bayonetas españolas, y el que se abrigaba cómodo en los propios despachos porteños, cumpliendo las órdenes del Foreing Office británico, retaceando pertrechos y elaborando documentos absurdos que entorpecían con su burocracia de levita el avance sobre el escabroso terreno norteño, incrementando el riesgo no sólo de perder la vida ante la falta de elementos, sino lo que es más grave, exponiendo al país incipiente al riesgo de que la otrora colonia española solamente cambiara de amo.

De estos sucesos, de algunos de sus protagonistas y del modo en que Manuel Belgrano hubo de sortear esos peligros es que tratan las líneas que siguen de echar, al menos, una incipiente luz.

 

Porqué una Revolución.

 

Es esencial comprender en manera completa el cuadro de situación que rodeaba los prolegómenos de un Movimiento como el de Mayo. particular en su concepción puesto que no fue resultado ni de angustias sociales producto de alguna escasez como tampoco de odios de clase o nacionalidad, tanto que podría afirmarse que en realidad aquel habitante del Virreinato se encontraba en general satisfecho ya que no imperaban la pobreza ni las luchas. No obstante todo ello, promueve un régimen distinto al existente entonces.

Aquella sociedad no conocía los abismos de clase y se encontraba en cierto modo nivelada producto de las únicas fuentes de riqueza que eran la agricultura y la ganadería, con un predominio –un monopolio- del comercio hispano, típico de esa “época mercantilista”.  “El indígena tuvo frente a sí la pampa para internase o un trabajo llevadero; el esclavo no se vio ante la terrible plantación y fue con frecuencia artesano y sirviente familiar; el criollo blanco no conoció vejámenes ni fue excluido por sistema en los empleos medianos, en ciertas jerarquías de la vida social o económica”[1]. Así la historia vio a criollos como  Manuel Moreno en la Secretaría de Sobremonte, a su hermano Mariano como Relator de la Audiencia, al potosino Saavedra nada menos que jefe de milicias, y dos hijos de inmigrantes italianos, Castelli como Asesor en muchos asuntos de la audiencia y del Tribunal de Cuentas y a Manuel Belgrano, Secretario del Consulado; éste último, testigo y actor presencial de esta situación que dejará testimonios contestes en sus informes.

Se trataba, pues, de una sociedad muy particular, abroquelada a tal punto que no estaba dispuesta a correr aventuras, desde los esclavos hasta las mismas clases blancas nativas. Así lo atestigua Belgrano en su “Autobiografía” cuando consigna entre otros apuntes, el rechazo a la libertad de comercio y de culto ofrecida por el invasor inglés en 1806.

Sin embargo, en el ambiente flotaba el descontento hacia algunas autoridades hispanas.

Fueron, paradójicamente esas condiciones económicas que en pequeñas dosis desbordaron a las no menos pequeñas soluciones que se proporcionaban: contrabando, anulación de aduanas interiores, recargo de precios en los transportes, tardanza en conseguir productos manufacturados esenciales.

 

LA HISTORIA

 

Toda historia tiene su historia. Y la que narra los episodios que comprenden los años previos a Mayo de 1810 en adelante -podría decirse hasta la actualidad-, es sólo una pintura de tono épico que responde al criterio de quienes escribieron la “versión oficial” de la verdadera “Historia Argentina”. Sabido y aceptado es que existen en el derrotero histórico de todo pueblo fuerzas ocultas que deciden en última instancia sobre los sucesos, más allá de la visión legendaria o poética que los historiadores refieren, sólo reducida a hechos y personajes, sin considerar que existe una visión de mayor profundidad.[2]

Son esas otras fuerzas e intereses ocultos que conducen la historia de los últimos siglos, muy alejados de la visión simplista y hasta escolar de los que se refieren únicamente a dos dimensiones, es decir, a fechas y nombres, sin considerar la profunda existencia factores desencadenantes y decisivos.

Los orígenes del conflicto americano en general y los acaecidos en Buenos Aires y el resto del entonces Virreinato del Río de la Plata, obedecieron a la lucha de intereses en cuyo centro giraban  los conflictos europeos de la época, cuando las grandes potencias (España, Inglaterra y Francia) se disputaban el dominio universal.

El 25 de Mayo de 1810 se tiene para los argentinos como el día en que comenzó a desarrollarse la “historia independiente”, cuando en realidad, ese día, desde las sombras, el Virreinato y décadas después los países que se configuraron en el cuadro sudamericano, comenzaron a ser incorporados a la órbita británica. En los hechos el proceso comenzó exactamente un año antes, el 25 de mayo de 1809 cuando tuvo lugar el llamado “Grito de Chuquisaca”, violentamente aplastado, pero de cuyos resultados fue la propagación por las grandes ciudades de las ideas libertarias que sostenían inspirados y honestos patriotas.

En aquel momento algo comenzaba a cambiar. Los grandes imperios del mundo europeo –que aunque absolutistas estaban inspirados en una concepción superior y trascendente- comenzaron a ser reemplazados por los estados-nación, luego conocidos como imperialismos, producto de una visión totalmente inversa ya que el basamento de éstos últimos es el fin económico.

El imperio español que ya evidenciaba notoria decadencia sufre en 1808 la invasión de Napoleón que obra como detonante de la crisis.

Sin embargo, la invasión napoleónica a España convirtió a Ésta en circunstancial “aliada” de Gran Bretaña que de largo tiempo ya, apetecía los territorios del Virreinato del Río de la Plata y a fin de lograr su propósito desplegó una estrategia cuyos frutos hoy se comprueban en la realidad y que puede considerarse que tuvo tres momentos.

El primero fue el intento de invasión armado durante en 1806 y 1807, donde ya tienen papeles protagónicos quienes luego ocuparían descollantes espacios en los sucesos de los próximos años.

El segundo intento inglés de hacerse con América estuvo a cargo de la diplomacia, donde aparece la masonería cumpliendo una labor de vital  importancia, cuyo germen había arribado a Buenos Aires por dos vías principales: los recién llegados de Europa que habían tenido contacto con las logias allí establecidas y las propias invasiones cuyos generales y soldados eran masones, algunos de los cuales se afincaron en tierra americana.

En este punto ya Inglaterra abandona el plan de conquista directa para iniciar una campaña doctrinaria que –paradójicamente- favoreciera el triunfo de los dogmas políticos españoles de cuño medieval, muy afines para germanos e ingleses, cuyo destino final era lograr la anhelada libertad de comercio, ya tentada unos años antes y que como se mencionara “ut supra”, ya se divulgaban desde el movimiento de Chuquisaca.

En Buenos Aires ya podían observase los primeros frutos positivos de aquella política. El propio virrey Cisneros –aunque de modo transitorio- dictaba una provisión favorable al libre comercio invocando “razones netamente fiscales para aportar fondos a las finanzas vecinales” [3]. Esta precaria autorización fenecía de hecho al ordenar el gobierno español la expulsión de los mercados ingleses, la cual debía cumplirse el 19 de mayo de 1810, aún por la fuerza de ser necesario si para entonces no se habían retirado. Sugestivamente seis días antes del 25 de Mayo de 1810.

Los peligros que corría América decidieron la tercera vía: propiciar la formación de gobiernos locales americanos “de neta inspiración visigótica, cada uno independiente de los demás, y que gobernarían hasta que volviese el rey a su trono”[4]. A partir de allí se perfeccionó la maquinaria de dominación mediante la manipulación económica a través de empréstitos destinados a financiar a esos gobiernos y la lucha que tendrían que llevar más adelante para mantener su “independencia”, obligaciones que decenios más tarde se convertirían en sucesivos y reiterados préstamos de cuyo destino nunca nadie podrá dar acabada fe y que actualmente es el mejor instrumento de dominio del tandem anglosajón.

Por eso es que con toda razón se afirma, que: “Inglaterra, (era) dueña del mercado criollo y reinó soberana en el Río de la Plata y fue su única prestamista con anuencia del grupo porteño; obteniendo así, sin esfuerzo, lo que no pudo conseguir militarmente en 1806”[5]

Así es como autores hay que opinan que la Revolución de Mayo tuvo un trasfondo económico-político muy distinto a aquel que los textos escolares describen, opiniones que resultan muy polémicas, tal vez por el hecho de que incorporan elementos a los cuales el común no conoce en su real dimensión, como es la presencia de las logias secretas de carácter masónico. En ese sentido, por ejemplo Sampay [6] opina que hubo una clara participación de los británicos en los sucesos del 25 de Mayo: “Los revolucionarios de Buenos Aires fueron ayudados por los marinos y los residentes ingleses hasta con armas y municiones...”. y  “tuvieron influencia gravitante en la misma conformación de la Primera Junta”.

Una de esas influencias atribuidas es la masonería que desde 1717[7] estaba bajo control británico sirviendo a los intereses del imperialismo inglés a la cual se atribuye haber colocado a cinco de los nueve miembros de la Junta, los cuales según la literatura masónica fueron: Moreno, Larrea, Castelli, Matheu y Manuel Belgrano[8], hipótesis ésta última de la cual, precisamente, se tratará de demostrar su inexactitud basados en los mismos hechos históricos protagonizados por Belgrano que demuestran cuán lejano estaba de pertenecer a la masonería. Por el contrario, ésta fue parte de esa “otra guerra” que debió librar, porque fueron sus adictos los que proporcionaron las mayores trabas para que tanto él, como el propio Libertador se condujeran según los dictados de sus rectas  y patrióticas conciencias.

 

 

Las Sociedades Secretas.

 

La consideración de la participación de las sociedades secretas en el marco del proceso pre y pos revolucionario es tantas veces contradictorio según sea el criterio de los autores, ya que mientras unos dan rienda suelta a la fantasía y confunden el papel del historiador con el del novelista, otros son una trama de oposiciones que “relevan de la tarea de contradecirlos, porque se contradicen solos”[9]

Es conocida la influencia de los intelectuales europeos cuyas obras impresionaron el espíritu de los hombres de Mayo, particularmente en cuanto hace a la reivindicación de los derechos del hombre y las prácticas políticas que éstos llevaban adelante.

La unión de estos elementos conspirativos contra el régimen –cualquiera fuere- encontraba inspiración en los círculos carbonarios de la Revolución Francesa, influencia que se plasmó en la formación de estas sociedades secretas, de las cuales la Sociedad Patriótica resulta emblemática y de la cual bien dice el historiador Bauzá que “en su seno se hablaba mucho de los derechos naturales y se votaban sacrificios contra los que negasen su legimitidad[10], además hacían gala de su “despreocupación profana”, término que para la mentalidad de entonces resultaba equivalente a la profesión de ideas anticatólicas, y sabido es que la influencia del clero en el espíritu de la época era determinante para considerar la “bondad” o no de cualquiera.

La distancia entre el espíritu que animaba a estas sociedades secretas y las logias masónicas es absoluta.

Lo que el investigador actual sí puede dar por cierto es que aquellos hombres, formados en Europa hubiesen tenido contacto con masones e inclusive en algún momento haber integrado las logias, experiencia que sirvió a sus fines patrióticos ya que es verosímil que le diesen a sus organizaciones –como la Logia Lautaro o la Sociedad Patriótica- la conformación y las normas de aquellas logias, sin ser por ello masones.

Existieron puntos de comparación muy cercanos, esto es verdad. Véase el caso de San Martín o del mismo Manuel Belgrano, particularmente éste último, quien por su formación estaba distante de conducir un ejército.

Sin embargo alcanzó el mando posiblemente por sus contactos “secretos” y lo hizo con total idoneidad. Es que hay en las actitudes de ambos una vislumbre de los templarios en su obra militar y de los principios rosacruces en su conducta privada, pero de allí al hecho de  afirmar que fueron masones solamente por conocer el manejo de la logias es lo mismo que pensar que San Juan Bosco habría sido masón por su amistad con Cavour y otros masones italianos,  piamonteses en particular.

En forma elocuente  y determinante el profesor Juan Canter [11] sostiene que “La Sociedad Patriótica, derivación de la Logia, perseguía un afán de unidad continental (...) Se ocupó de celebrar la victoria de Tucumán y rendir homenaje a los caídos en la Batalla. Sus componentes revolucionarios netos, eran creyentes y consecuentes con sus ideas religiosas y organizaron no sólo un acto público, sino también un gran funeral”.  Y Tonelli afirmará más categórico que:  “No pueden ser aceptadas las aseveraciones sobre el carácter masónico que atrevidamente se le ha querido otorgar a la Sociedad Patriótica y a sus miembros” [12]

Se atribuye al venezolano Francisco de Miranda la fundación y organización de las sociedades secretas patrióticas que como la “Junta de Diputados de los Pueblos y Provincias de la América Meridional” estaban integradas por civiles, militares y sacerdotes. “Los hermanos argentinos norteños José y Francisco Gurruchaga, el coronel salteño José Moldes y los sacerdotes americanos José Cortés Madariaga, Servando Mier y Juan Pablo Fretes –entre otros muchos- formaron parte de esta junta o sociedad patriótica, en la cual pudo haber también algún masón encubierto”[13]

La clave del movimiento secreto independentista sudamericano en cuanto a sus orígenes y posteriores implicaciones tiene como punto de partida la reunión efectuada en París en 1797 entre Miranda y los distintos delegados. Allí se decidió solicitar ayuda militar a Inglaterra a cambio de un empréstito, luego de lo cual se disolvieron como sociedad y partieron a sus distintos pueblos a propagar estas ideas.

El salteño José Gurruchaga estaba a cargo de la “Sociedad de Lautaro” en Cádiz y José Moldes de la “Conjuración de Patriotas en Madrid”, todas “asociaciones secretas de jóvenes americanos que habían resuelto lanzarse a trabajar denodadamente por la independencia de la Patria”[14]

Con estas mismas aspiraciones y similares propósitos es que Manuel Belgrano fundó la Logia Argentina en Tucumán, cuyo objetivo político era lograr un estado liberal independiente, sin filiación masónica alguna.

De esta forma es como se ha dado el error histórico persistente de no saber diferenciar entre logias masónicas y sociedades patrióticas. Para abonar el criterio que se sostiene en orden a demostrar este acierto, valgan las opiniones de prestigiosos investigadores y de masones argentinos reconocidos como Domingo Faustino Sarmiento y Bartolomé Mitre.

Dice el Dr. Ferrer Benimelli, investigador español y Presidente del Centro de Estudios Históricos de la Masonería Española: “Es un mito tal, ya que hasta ahora nadie ha podido demostrar que San Martín o Belgrano fueran masones, no existen documentos probatorios; la ausencia de documentos no quiere decir que no, pero no se puede demostrar que lo fueran”; “Las logias Lautaro nunca fueron sociedades masónicas, lo que sucede es que de la masonería adoptaron la terminología y la organización, ya que era una forma clandestina de poder extenderse y actuar”

Hay que pensar en la influencia de la religión católica en los pueblos americanos, herencia de España, para la cual las ideas europeas y el libre pensamiento eran incompatibles con la fe. Esta confusión de ideas  condujo a que el mismo fervor religioso de Belgrano fuese puesto en tela de juicio.  Al respecto el Dr. Horacio Bauer, abogado argentino y conocedor del tema, expresa: “No se hace ningún comentario del fervor religioso de Belgrano durante su vida y de cómo no tuvo problema en romper con cuanto logista o sociedad secreta fuera la que se oponía a su causa. Tomó, como San Martín, los medios y las formas masónicas al servicio de la causa”.

Sarmiento, reconocido masón, niega la índole masónica de las logias inspiradas en Lautaro confirmando su sentido político. En 1857 escribe: “El levantamiento de los criollos requería prudencia, sigilo y combinación en todos los puntos de la América española, y cosa natural, aunque sorprendente, en España se urdió la trama de la tela de los grandes acontecimientos que muy luego se realizaron en América. Cuatrocientos hispanoamericanos diseminados en la Península, en los colegios, el comercio o en los ejércitos, se entendieron desde temprano para forma una sociedad secreta conocida después en América bajo el nombre de Lautaro. Para guardar secreto tan comprometedor, se revistieron de fórmulas, signos, juramentos y grados de las sociedades masónicas, pero no era una masonería, como generalmente se ha creído, ni menos las sociedades masónicas entrometidas en la política colonial”[15].

Bartolomé Mitre, también masón y que había alcanzado el grado 33 en 1860[16], señaló que las sociedades lautarinas  era políticas no masónicas, y dice en uno de sus textos: “Las sociedades compuestas por americanos, que antes de estallar la revolución se habían generalizado en Europa, revestían todas las formas de las logias masónicas, pero sólo tenían de tales los signos, fórmulas, etc. Su objeto era más elevado, no iniciaban en los misterios sino en profesar el dogma republicano y se hallaban dispuestos a trabajar por la independencia de América”.

Basten estos testimonios para dejar fehacientemente establecido que el Gral. Manuel Belgrano lo mismo que San Martín y tantos otros próceres bien intencionados nunca pertenecieron a la masonería. Lo demuestran sus ideas; pues tanto San Martín como Belgrano además de contar en sus filas a reconocidos católicos y sacerdotes, auspiciaban la forma monárquica de gobierno. Esto se explica así: Manuel Belgrano, ya en las frías noches de media luz en la jabonería de Vieytes asumía que se podía reconocer la dinastía de Napoleón, pero tampoco pensar en la constitución de una república porque no se daban las condiciones para ello. Enumeraba entre éstos la ausencia de conocimiento, la carencia de una posición económica, además de las profundas divisiones entre sus habitantes que seguían distinguiéndose entre europeos, ya españoles, ya ingleses y sobre todo franceses que en los acontecimientos de España veían una posibilidad cierta de afianzar sus reales. Esta última circunstancia hacía muy probable una guerra civil “sangrienta y cruel que pondría al país en estado de indefensión”. La salida posible que veía al dilema era convocar a la Infanta Carlota Joaquina de Borbón, hermana mayor de Fernando VII y esposa de Don Juan de Braganza, Regente del Portugal. La princesa, como hija del Rey de España, Carlos IV –prisionero de Napoleón, y en ausencia del príncipe heredero, con igual suerte- “tenía legítimos derechos sobre los intereses en el Río de la Plata”. En igual sentido pensaban en el seno de las sociedades secretas muchos patriotas como Saavedra y Pueyrredón.

Un criterio de solución como el ofrecido nunca hubiera cabido en un espíritu masón, pues sabido es que la masonería es antimonárquica por principio. “Solo tolera a aquellos reyes que reinan pero no gobiernan, que son algo así como un mueble viviente o portacorona, y nada más. Como figuras decorativas en el gobierno admite esa clase de monarcas, que no brillan con luz propia y de quienes nada puede temer”[17].

Ahora bien, puede existir quien pretenda realizar un hilado fino sobre las dos posturas expresadas y afirmar que puestas una sobre otra coinciden perfectamente, es decir, un supuesto gobierno de la Infanta se parecía en mucho –o en todo- a lo que el autor sostiene respecto de la masonería. Y se podría avanzar aún más diciendo que, tal como sostiene la hipótesis de este trabajo sobre las maniobras ocultas de los grupos de interés, que el pensamiento de Belgrano sobre la conveniencia de una monarquía era “un anillo al dedo” de la masonería. Para contradecir este arriesgado criterio, el propio Bartolomé Mitre explica porqué los patriotas pensaban en la Infanta como una solución al problema de la ausencia de gobierno en España; dice: “...se inclinaban a pensar que el establecimiento de una monarquía constitucional apoyada por la Europa monárquica podría ser la solución del problema político, idea de que a la sazón participaban la mayor parte de sus contemporáneos con influencia en los negocios públicos. Al respecto estaban poseídos de una verdadera pasión”[18]

La insistencia el reprochar a los próceres como masones encuentra explicación en  que ésta pretende contar en sus filas con todos los nombre prestigiosos que pueda para valorizar su existencia y demostrar su pretendida importancia.

Se ha dicho ya que Belgrano fundó una logia en Tucumán y así lo aseveran distintos autores, pero siguiendo el criterio que se expone, nunca pudo ésta ser masónica sino de corte político, como todas las derivadas de “Lautaro”. Ocurre que autores hay, historiadores inclusive, tal el caso de Adolfo Saldías quien refiriéndose a la Logia Lautaro no duda en afirmar que “la de Buenos Aires (la logia) se apresuró a iniciar en sus misterios a San Martín y a Alvear, tal luego como éstos llegaron a Buenos Aires, aunque el último poco tiempo permaneció en ella” [19]. Dice más aún Saldías: “Conservo en mi archivo el diploma de un oficial, de mi familia, de Belgrano, iniciado por éste en la logia de Tucumán, el cual oficial, ya anciano, me refirió el hecho, como también que las tenidas, a las que asistieron después Besares, Argerich y otros del ejército auxiliar del Perú, se verificaban en la antigua casa de Padilla, la que hacía cruz con el Cabildo de esa ciudad”[20].

Que Saldías incurre en un error lo afirma Martín Lazcano[21] observando que Saldías –que fue hermano Grado 33- no puede afirmar que posee en su poder un diploma de la logia de Tucumán, fundada por Belgrano, porque “Salvo en las logias inglesas de 1806, no hay hasta hoy (el texto corresponde más o menos al año 1930) quien haya exhibido un modelo de diploma desde la “Lautaro” inclusive y demás sociedades secretas hasta la constitución del Gran Oriente Masónico Argentino (1856)”.

Es principio fundamental en Moral y en Derecho que nunca se puede dudar de la sinceridad de una persona basándose en hipótesis. Sólo es lícito hacerlo cuando se tienen pruebas valederas que permitan apoyar en ellas la suposición. Y eso ha ocurrido con Belgrano. Se ha dicho de él que fue masón, y hasta enemigo del clero católico. Pero se lo ha dicho sin pruebas, sin documentos que certifiquen tan temerarias acusaciones.

Bien expresa el historiador Coronel Juan Beverina que: “Entre las virtudes que adornaban a los grandes conductores de los ejércitos de la Revolución y de la Independencia, se destaca con caracteres inequívocos su acendrado espíritu religioso. Respondía ello no sólo a un sentimiento íntimo de creyente, sino también al convencimiento de que, por ser la religión un auxiliar valiosísimo para conservar la disciplina y un dique al desenfreno de licencia y de las bajas pasiones..., el ejemplo del jefe no podía menos que resultar beneficioso para inculcar y mantener vivo en la tropa el concepto del deber hacia Dios y la Patria y del respecto hacia los semejantes”.  Y continúa diciendo: “Limitándonos aquí a las dos figuras más representativas de la milicia, San Martín y Belgrano –pues sería muy largo enumerar los ejemplos de muchos otros generales (Paz, Saavedra, Soler, Zapiola, etc.), cuyas creencias religiosas eran igualmente muy arraigadas, recordemos (las) circunstancias en que aquellos dieron pruebas de sus piadosos sentimientos cristianos”.

Y surge de la historia el General Paz para dar fe de estas palabras que lo anteceden, cuando en sus “Memorias Póstumas” escribe: “Muchos han criticado al General Belgrano como un hipócrita que, sin creencia fija, hacía ostentación de las prácticas religiosas para engañar a la muchedumbre. Creo primeramente, que el General Belgrano era cristiano sincero”[22]

Así se ingresa en otro ángulo de visión de este capítulo destinado a demostrar que Belgrano no fue masón sino patriota llano y limpio, y que su figura como tantas otras pretendió ser tomada por la masonería con el fin de acreditarse mayor importancia.

Por eso, a modo de colofón de este título, dígase lo que en conjunto varios autores aseveran; que todas las sociedades secretas que se fundaron en la República Argentina antes de 1856, fueron de índole político-social y ninguna de ellas fue estrictamente masónica.

 

La Otra Guerra de Belgrano

 

 Los Generales de la Patria no sólo tuvieron que enfrentar al enemigo en el frente de batalla. También hubieron de librar sordos combates dentro del propio entorno del gobierno porteño, éste sí constituido por elementos afiliados a logias que buscaban favorecer los intereses de sus “hermanos mayores” que dictaban órdenes desde Inglaterra, como  todavía vérselas con aquellos que por pequeños intereses humanos con su accionar conspiraban contra el principio superior de librar a la América de invasores externos.

Debe pensarse de qué manera debían aquellos apelar a la prudencia para no caer en engaños y librarse de traiciones. Como fuera, de uno u otro modo estas situaciones no hacían sino entorpecer la mente del comandante en momentos en que era necesario contar con la mayor tranquilidad y confianza posible.

La historia no relata cómo fueron aquellos primeros momentos cuando desde la “jabonería de Vieytes” aquél grupo de hombres de distinta extracción, formación y hasta nacionalidad pensaba en la Patria posible.

Tal vez la novela acerque una imagen de cómo fueron aquellas agitadas horas. “Buenos sentimientos políticos y muchas ensoñaciones flotaban en el espacio de ese recinto cerrado y oscurecido en el cual se apiñaban hombres de encendida conversación ...  apenas visibles las identidades en razón de hora y escasez de lumbre, severos los rostros a consecuencia de la materia encarada. (...) “Las últimas noticias que he tenido a través de un amigo que me ha escrito mediante correo procedente de Brasil dicen que la familia real está presa y los franceses, listos para el zarpazo. Algunos españoles, dispuestos a enfrentar a Napoleón, están creando en cada ciudad una junta popular de gobierno” (...) “Algunos como Liniers, opinan que debemos seguir la suerte de la metrópolis aunque se reconozca la dinastía de Napoleón; otros piensan que debe continuar el gobierno en manos del actual jefe hasta la vuelta de Fernando VII, haciéndonos a la idea de que la monarquía no ha sido alterada; otros, como Álzaga, piensan en la constitución de una república”. (...) “Lo cierto es que debe resolverse. No podemos seguir con esta anarquía”[23]

Dentro de ese grupo se destacaban desde el primer momento varios personajes a los cuales la historia juzgaría de modo diferente. La oficial dirá que fueron todos –sin exclusión- próceres que diseñaron una nación libre y soberana. La otra historia de la Historia se dividirá en opiniones diversas. Siguiendo la línea propuesta, será el caso de mencionar sólo algunos cuyas acciones posteriores tuvieron incidencia vital en la futura constitución del país, y significaron en más de una oportunidad dolores de cabeza para quienes asumieron la responsabilidad más expuesta, aquella de las armas para jugar en el campo de batalla, no sólo la vida propia sino la del suelo Americano.

Mariano Moreno, secretario de la Primera Junta de 1810 provenía de una formación católica y estaba doctorado en leyes bajo el juramento de defender el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, tal como lo hiciera Belgrano en España al graduarse de abogado.

Será consecuente con este juramento cuando como integrante del Primer Gobierno Patrio escribe en la Gaceta del 21 de junio 1810: “Habrá libertad de hablar y escribir en todo asunto que no se oponga en modo alguno a las verdades santas de Nuestra Augusta Religión”[24]. Más severo aún al traducir el “Contrato Social” de Rousseau, luego de censurarlo afirmando que “en materia religiosa, Rousseau delira”.

Sin embargo, la Enciclopedia y el Iluminismo habían influido demasiado en él, además de sus aceitadas relaciones con personeros ingleses antes de 1810, al punto de hacer decir a Ricardo Levene que –y suscribiendo lo antes ya expresado- que el puesto de Secretario de la Primera Junta se debió a la influencia de Mr. Alex Mackinnon, presidente de la Comisión de Comerciantes de Londres en Buenos Aires a quien lo unía notoria amistad. Esta relación llevó a Moreno a prometer a los ingleses ventajas comerciales y privilegios de toda clase y “hasta concesiones territoriales como el Uruguay y la Isla Martín García”[25]; todo esto a cambio del apoyo armado de Inglaterra. Así afirmaba: “Debemos proteger su comercio (el inglés) aunque suframos algunas extorsiones; sus bienes deben ser para nosotros sagrados”.

Estos extravíos llevaron a Moreno a conducirse como un verdadero jacobino, tanto así, que aunque católico decide el fusilamiento de un obispo al que un azar salva, sin dejar de mencionar las “Instrucciones Reservadas” donde aconseja “dejar que los soldados hicieran estragos en los vencidos para infundir terror”, pues “la Junta aprueba tal sistema de rigor y de sangre” (...) La menor semiprueba contra la causa debe castigarse con pena capital, ya que ningún Estado puede regenerarse sin verter arroyos de sangre... No deben por tanto, escandalizar las voces de “verter sangre”, “cortar cabezas”, “sacrificar a toda costa”[26]. Éste es el mismo Moreno que pretende ajusticiar a todos los miembros del Cabildo de Buenos Aires, absurdo que impedirá Saavedra y sobre el que le dirá: “Trate ud. doctor, de derramar sangre, pero tenga por cierto que esto no se hará. Yo tengo el mando de las armas y para tan perjudicial ejecución protesto desde ahora no prestar auxilio”. Rottjer, citando a Antonio Zúñiga –masón-, dice que para éste “Saavedra representaba al partido retrógrado del jesuitismo, y Moreno al liberalismo renovador, por lo que , si no fue masón, merecía serlo”.

¿Tiene todo esto algo que ver con Belgrano? ¿Existe punto de contacto?. La respuesta es afirmativa, porque lo que el gobierno porteño, cuyo ideólogo es este Moreno presentado decida, incidirá directamente en los problemas que deberá afrontar como comandante en el Norte. Y así como se tacha a Moreno de anglófilo y quizás de masón, se verá en el rubio General que sus procedimientos distan diametralmente de aquellos, dando otro argumento más para deslindar su supuesta índole masónica.

El caso del obispo Videla

Observa  bien Patricia Pasquali[27] que estos hombres pudieron haber ingresado en la masonería, tal vez, pero su finalidad teleológica era derribar todo absolutismo y en su concepto, la libertad valía cualquier penuria. Como Belgrano fueron acusados en más de una oportunidad de anticatólicos, razón que no existe dentro de la masonería donde impera la tolerancia a todos los cultos. En todo caso y cuando fue necesario fueron anticlericales, que es cosa bien distinta y con razones bien fundadas.

Es el caso ocurrido en Salta con el primer obispo de la diócesis, el Dr. Nicolás Videla del Pino[28], quien para algunos cometió lisa y llanamente un acto de traición, mientras que para otros fue víctima de ese “anticatolicismo” del “masón Belgrano”. Aquí se plantea una tercera opinión y es aquella que inscribe este episodio entre las actitudes equívocas del entorno de Belgrano, esa otra guerra que debió librar.

Una carta del obispo al general español Goyeneche le es interceptada: he aquí el cargo. Belgrano da cuenta, desde Campo Santo, al Gobierno de Buenos Aires de haber intimado al obispo de Salta orden de destierro, en el término perentorio de veinticuatro horas, acusándolo de “maquinar contra la causa de los patriotas y de mantener comunicación con los enemigos”[29].

El caso debe tratarse con cuidado, toda vez que implica a la máxima autoridad eclesiástica en ese momento, y por esta razón la pregunta es por qué Belgrano procedió con tanta energía. Son equívocos los datos que surgen, tanto de la biografía d1el Obispo como los motivos que llevaron a Belgrano a tal decisión, abonadas aún más por las distintas fuentes, lo que hace pensar en el complicado entorno de Belgrano y cuán difícil debió ser proceder como lo hizo.

Un párrafo cuenta de la manera más objetiva posible cómo fueron aquellos momentos: El prelado hubo de verse envuelto en la marejada que venía ya cundiendo por toda Sudamérica. Y comenzó desde el 19 de junio del mencionado 1810. Pues al enterarse los vecinos salteños de los sucesos bonaerenses, en esta fecha optaron por celebrar un cabildo abierto para deliberar sobre la postura que habíase de adoptar por parte de las autoridades locales. Y saltó la discusión sobre el punto principal: si se debía o no reconocer a la Junta de gobierno de la capital porteña.

En esta ocasión, el obispo Videla dio abiertamente su sentencia afirmativa, motivándola en dos antecedentes ya verificados: la dimisión del virrey Cisneros y la afirmación de dicha Junta, que actuaría en nombre de Fernando VII en tanto que éste volviese al poder. Esta postura venía el prelado a corroborarla en su despacho a la Junta con fecha 2º de junio, razonándola “para mantener tranquilos estos dominios, para que reine en ellos el señor rey don Fernando”.

Se supone que los hombres de la revolución pensaron que esta disposición de Videla obedecía más que al convencimiento de la justicia intrínseca de la causa, “a cierto oportunismo pastoral”. Tal vez la misma idea  se haya formado de este accionar el general Belgrano, que en abril de 1812 atravesaba la diócesis al mando del Ejército del Norte.

Por esos días Videla afirmaba que contemplaba contristado “el funestísimo semblante que ha tomado la capital de Buenos Aires con inminente riesgo de la ruina total de estos dominios... Era mejor morirse que no ver tales deserciones, infidelidades e ingratitudes al mayor y más infeliz de los reyes”

Al prístino Belgrano en mucho y mal  le impresionaría tomar conocimiento de estas actitudes cuando pudo verificar que tanto clero y obispo se las ingeniaban para mantener más o menos directamente correspondencia con el general realista peruano José M. Goyeneche.

Hay que recordar que por aquellos días estaba vigente el decreto del 31 de julio de 1810 que condenaba a muerte a los “mantenedores de tales carteos”, como se registraba en el caso de Lué. Esto sumado a la incertidumbre en que las armas de la Patria se hallaban frente al realista que avanzaba del Alto Perú, Belgrano dictó el oficio: “Ilustrísimo señor: En el término de veinticuatro horas se pondrá V .S. I. en marcha para la capital de Buenos Aires, pidiendo todos los auxilios precisos, pero a su costa, al prefecto de ésa, a quien con esta fecha imparto la orden consecuente. Dios guarde a V. S .I. muchos años. Estancia del Río Blanco, 16 de abril de 1812. Manuel Belgrano”.[30]

Videla trató de ocultarse en casa de un amigo, aunque la orden debió cumplirla presentándose en Buenos Aires, adonde Belgrano ya había remitido los antecedentes.

Se procederá sobre Belgrano como supuesto avasallador del poder eclesiástico y se dará como  prueba de su correspondencia masónica el nombramiento anticanónico de don José Ildefonso Zabala, lo que motivó la queja airada de Videla ante la Asamblea del Año XIII, objetando los “trastornos y perplejidades que naturalmente se han de seguir en la línea eclesiástica y espiritual en todo mi obispado, con la inducción de una vacante por vía de hecho y contra derecho, removiendo aún a mi provisor y poniendo el gobierno eclesiástico en el capítulo, como si yo hubiese fallecido o sido depuesto de que resulta la anxiedad (sic) de las conciencias por la nulidad de los actos jurisdiccionales y de fueros internos”[31]

No pudo Videla impedir que el gobierno eclesiástico recayera en el candidato de la Junta; no sólo eso, además en febrero de 1813 hubo de rendir juramento de fidelidad a las nuevas autoridades “sin interpretaciones”, manteniendo encierro en el convento bonaerense de La Merced “en donde se le tiene en arresto, con guardias a la puerta de su habitación”[32]

En realidad, puede argüirse defensa de ambas partes. Ni masón anticatólico Belgrano, ni traidor Videla, simplemente ambos víctimas de las circunstancias. En el caso de Belgrano el Dr. Toscano opina que procedió con tanta severidad, sea cumpliendo una orden de la Junta de Buenos Aires, sea por “complacencia con los que tenían interés en poner dificultades al prelado”. Puede agregarse a éstas, una tercera posibilidad, el trabajo oculto de quienes conspiraban contra Belgrano que presentaron ante el general un cuadro desfigurado de los hechos. El general se movía en aguas tormentosas. El enemigo a unas leguas, Buenos Aires que jugaba su propia partida y en Salta oficiales, hacendados y otros que perseguían su propio interés y utilizaban la situación para zanjar rencillas personales u obtener la mejor ganancia, política o económica.

Trazando esta diagonal sobre este escenario, la cuestión –y es válida para ambos hombres- debe observarse, así; el dilema se extendía a dos campos: el meramente político y el estrictamente eclesiástico. Videla había reconocido a la Junta de Gobierno y continuó por ese camino, pero en lo eclesiástico jugó un papel importante el liberalismo masónico de los personeros de esa Junta que arremetió contra las investiduras y los altares –tal es el caso de Castelli y los problemas que su conducta originó en el Norte, de las cuales hubo de hacerse cargo Belgrano, como se verá-, y que por ejemplo impuso nombramientos en contra de la voluntad de los obispos, además de la pretensión de que materia de los sermones de los curas fuera “una instrucción acerca del acatamiento al gobierno establecido” y como si fuera poco que “a la última oración de la misa se añadiera una cláusula deprecatoria “pro pia et sancta nostrae libertatis causa” de aplicación urgente”. Estaba fechada el 3 de febrero de 1812.

Muy propio de carbonarios franceses esta intromisión del poder civil en el ámbito eclesiástico generó extrañeza y rechazo, tanto entre los clérigos como entre el pueblo mismo. En igual sentido se inclina Fray Honorato Pistoia observando que “Para las leyes de la Orden, tal (actuación) era inválida, porque ninguna autoridad, a excepción del Papa, puede anular un capítulo canónicamente congregado. Por otra parte era inválido (nombrar autoridades eclesiásticas) por el gobierno, tanto que para su validez, dado que resultaba un gobierno de facto (...) El mismo problema tuvieron otras órdenes religiosas”[33]

Videla se enfrentó así a su propia educación escolástica para la cual “hay que honrar a los padres, es así que los gobernantes de Buenos Aires, legítimos de hecho, son nuestros padres; luego hay que honrarlos, obedecerlos y orar por ellos”. La cuestión estaba en la premisa menor: la legitimidad del gobierno porteño, de allí que ¿orar por ellos? Privadamente sí, ¿pero públicamente en oración litúrgica oficial?.

Cabe un recuerdo más, la Santa Sede ordenaba “elevar preces por los reyes de España en la misa, y hasta ese día “Las Provincias Unidas del Río de la Plata se gobiernan a nombre del Rey Fernando”. ¿Cómo entonces admitir como “legítimo” un gobierno que en conciencia no lo era?.

El laicismo liberal y el entrometimiento masón en el gobierno porteño, llegó al delirio de redactar la famosa “Organización eclesiástica” que nombraba un comisario general para el clero secular y un comisario de regulares. Este accionar hizo que “el período que va desde 1810 hasta 1860, fuera un continuo calvario. Fueron cerradas todas las casas religiosas donde no había un alto número de religiosos; hubo infiltración de elementos espías; se restringió y supervisó toda actividad apostólica; se vigiló estrictamente cada misión indígena”[34]

Un último punto surge de las sombras y seguramente allí quedará como tantos hechos de la historia que se juzgan y cuyos verdaderos entretelones jamás saldrán a la luz.  El 10 de abril de aquel año 813, Videla publicó una instrucción pastoral, de la cual no se conoce si se imprimieron la cantidad de copias suficientes para todo el clero, como tampoco es conocido si el documento tuvo mayor difusión. Sólo queda para el campo de las especulaciones qué ocurrió en la entrevista que el obispo Videla sostuvo con Belgrano que estaba en Salta por esos días. Tampoco es conocido que influencia tuvo la reunión sobre el documento. Lo único históricamente cierto es que seis días después, Videla partía hacia su destierro en Buenos Aires.

Dice Antonio de Engaña S.J.[35] “Estas pasiones de los hombres públicos y particulares de aquél momento histórico de disección de dos regímenes cerraban el horizonte visual, enervaban el autodeterminismo aún de los hombres de voluntad robusta, zurcían males mayores y males menores, quitando a los gobernantes (laicos y eclesiásticos), la posibilidad de un juicio sereno y objetivo. Y ésta, estimamos fue la tragedia del obispo Videla, como fue la de Orellana y la de Lué, (...) el duelo entre el mal mayor y el mal menor que duramente se batían en sus conciencias rectas”

También fue el problema espiritual de hombres como Belgrano, que debieron resolver sobre el terreno situaciones cuyo mal de origen anidaba a miles de leguas de distancia y que se recreaba en manos de oscuros personajes que contribuían a confundir las cosas, no obstante lo cual, no se puede negar que Belgrano vio claro cuando a pesar de sus palabras “mi ánimo propenso siempre a pensar bien de todos”, precisó que el obispo de Salta no era apto para el nuevo régimen.

Otros problemas en el Norte

Coincidentes son varios autores al juzgar la conducta del “hermano masón” Castelli en el Norte al comando del ejército al Alto Perú.  También que alentados por Moreno se produjeron hechos de barbarie que se contraponían con el espíritu mismo de la Revolución. Esa inspiración morenista dicta el 12 de setiembre de 1810 las “Instrucciones Reservadas” a Castelli, en las cuales en el punto sexto especifica: “En la primera victoria que logre dejará que los soldados hagan estragos en los vencidos para infundir el terror en los enemigos”, lo mismo que en el punto doce donde da rienda suelta a todo tipo de ejecuciones. [36]

Tal sed de sangre morenista – Castelli en el Norte ya tenía en la conciencia la muerte de Liniers-,  impulsaba estas barbaridades;  “Vaya Vm. -dijo el Dr. Moreno dirigiéndose a Castelli_, y espero que no incurra en las debilidades de nuestros generales; si todavía no se cumpliesen las determinaciones tomadas, irá el vocal Larrea, a quien pienso no  faltará resolución y por último iré yo mismo si fuese necesario”[37] . Para indicar también a Castelli que “La Junta aprueba el sistema de sangre y rigor que V.S. propone contra los enemigos y espera tendrá particular cuidado en no dar un paso adelante sin dejar los de atrás en perfecta seguridad”.

Este criterio seguido y aplicado fielmente por Castelli, que le valiera el apelativo de “verdugo de la revolución”, generaría en el Norte más rechazos que adhesiones a la causa de la Revolución, originando enconadas resistencias que debilitaron la moral y la justa causa hasta desembocar en la derrota de Huaqui el 20 de junio de 1811, de la cual se dice, los oficiales de Castelli, ebrios de poder aclamaban a los gritos “Venceremos contra la voluntad del mismo Dios”.

El historiador Julio Raffo [38] traza un cuadro verdaderamente desolador y escalofriante, dice: “la torpe conducta de muchos oficiales de Buenos Aires que con sus expresiones de desusada incredulidad y ateísmo creían atraer la admiración general –atropellando sacrílegamente las procesiones de los devotos indígenas y vistiendo los ornamentos sacerdotales para arengar al pueblo desde el púlpito, como lo hiciera Monteagudo, después de la parodia de oficiar la misa en el pueblo de Laja- motivó el desprestigio total de la Revolución, adquiriendo en las poblaciones del altiplano, un sentido anticatólico e impío que nunca tuvo”. Tanto fue así que el mismo Gregorio de Lamadrid en sus “Memorias” afirma que los soldados del Norte decían: “Cristiano soy y líbreme Dios de ser porteño”.                                                                                                                                                                              

Consecuente con este testimonio Núñez agrega: “El curato de Laja donde Castelli fijó su residencia fue el foco de una licenciosa democracia. Los diferentes campamentos eran otras tantas ferias diurnas y nocturnas, donde entraban y salían discrecionalmente los hombres y las mujeres; donde se bailaba, se jugaba, se cantaba y se bebía como en una paz octaviana... y luego se desbandaban por las poblaciones para propagar sus doctrinas”. Tras referir aquellos excesos, concluye: “Si Castelli no prescribía estos graves extravíos, por lo menos los toleraba”. Saavedra en carta del 15 de enero de 1811 a Feliciano Chiclana, por entonces gobernador de Salta le expresa su preocupación por  “el sistema robespierreano que se quiere adoptar en ésta (Buenos Aires).

De aquellos años el cancionero popular recoge estas coplas:

“¡Se va perdiendo la fe!

Los jueces y los ministros

presidentes y gobiernos,

todos van a la moderna

quitando el poder a Cristo.

Satán nos está engañando

con leyes desconocidas;

concluyen con lo mejor.

¡Se va perdiendo la fe!.

Y si más concluyente se quiere ser sobre el escenario que estos jacobinos le dejaban a Belgrano en el Norte, véanse las páginas de Monseñor Agustín Piaggio[39]de cuya autorizaba palabra conviene leer textualmente: “Admirábase Castelli al ver cómo venían a él pueblos enteros, encabezados por sus caciques y sus alcaldes, durante su carrera de Humahuaca y Potosí. (...)”¿Quién movía así aquellos pueblos que el representante de la Junta creía impulsados por mano invisible que no acertaba a descubrir? Era la misma Revolución, cuyo genio había iluminado al pueblo; la Revolución popular, no militar, eran aquellos tribunos ignorados, esos agentes desconocidos y voluntarios, aquellos curas perdidos en el fondo de los valles que habían santificado la causa y movían ahora por ella las poblaciones en masa. Y era tal la verdad, que tres mil hombres, armados por su cuenta y prestos a correr al primer llamado, se jactaba Castelli que obtendría de sólo los valles entre Jujuy y Tupiza”. Continúa diciendo Piaggio: “¿Cómo retribuyó Castelli esta adhesión y activo trabajo del clero y de los pueblos que, arrastrados por el ejemplo de sus pastores, se plegaban a la Revolución?. Vergüenza nos da decirlo, que, al fin, somos argentinos; de la manera más impolítica e innoble que imaginarse pueda. Escandalizó a la sociedad con sus orgías y crápula, y provocó la indignación general, escarneciendo el sentimiento religioso, tan arraigado en aquellas comarcas, sin distinción de clase ni de jerarquías”

La conducta de Castelli se convirtió en un arma en manos españolas que no tardaron en utilizar aquellos excesos para convertir su invasión en una especie de “guerra santa” contra los “corrompidos, ateos y herejes” porteños.

Mal entonces puede alguien en llamar masón o liberal a Belgrano, quien al arribar al Norte encontró un escenario no sólo en completo desorden sino además abiertamente hostil al que procuró enderezar con su ejemplo de hombre cristiano y disciplinado militar

Amargamente se queja Belgrano –en oficio del 28 de abril de 1812 desde Campo Santo- al notar que el godo Goyeneche encuentra campo fértil y piensa aquellos pueblos a favor suyo y que en nada coincide con lo que ha visto en Santiago del Estero y Tucumán. “Por el contrario, quejas, lamentos, frialdad, total indiferencia, y diré más, odio mortal; que casi estoy por asegurar que preferirían a Goyeneche, cuando no fuese más que por variar de situación, por ver si mejoraban”. Estremecedor es el final de aquel parte: “Créame V.E., el ejército no está en un país amigo; no hay una sola demostración que no me lo indique; no se nota que haya un solo hombre que una a él, no digo para servirle, ni aún para ayudarle; todo se hace a costa de gastos y sacrificios, y aún los individuos en su particular lo notan en cualesquiera de estos puntos que se dirigen a satisfacer sus primeras atenciones de la vida: es preciso andar a cada paso reglando los precios, porque se nos trata como a verdaderos enemigos.(...) Pero, ¿qué mucho, si se ha dicho que se acabó la hospitalidad con los porteños, y que los han de exprimir hasta chuparles la sangre”

Poco más tarde, el 2 de mayo del mismo 1812, también desde Campo Santo dice: “que se haga comprender a estos pueblos que Buenos Aires no quiere dominarlos, idea que va cundiendo hasta en los pueblos interiores y de que se trata aún en el mismo Cochabamba”

Era menester recuperar para el pueblo las tradiciones hispánicas de vida, de raigambre profundamente cristiana y “restablecer la opinión religiosa de nuestro Ejército”[40]

Lo primero es recuperar la religiosidad para la tropa distribuyendo cuatro mil escapularios y estableciendo las prácticas religiosas y con ello ganar de nuevo la simpatía del clero, afianzando la disciplina en sus filas e inspirando confianza en las poblaciones.

Este procedimiento le valió inmediatamente críticas y recelos, llegando incluso algunos a acusar a Belgrano de hipócrita, de agnóstico o bien directamente ateo que sólo hacía apariencia de cristianismo para engañar a la muchedumbre. En su defensa, el general Paz deja escrito para la historia que a pesar de todo lo que escuchaban alrededor, “Creo, primeramente, que el general Belgrano era cristiano sincero; pero aún examinando su conducta en este sentido, por sólo el lado político, produjo inmensos resultados”.[41]

Fueron los hechos de Belgrano, su impronta personal lo que llevó a que ese concepto de incredulidad que se atribuía a los jefes del ejército y que tanto daño causó en estas provincias se desvaneciera hasta desaparecer completamente. Dice también Paz: “(a partir de este ejemplo) Nuestras tropas se moralizaron, y el ejército era ya un cuerpo homogéneo con las poblaciones, e inofensivo  a las costumbres y a las creencias populares. Y ¿qué diremos del efecto que este sabio manejo causó en las provincias del Perú y en el mismo ejército real?”. Este último comentario de Paz hace alusión a lo que las crónicas dicen del general Goyeneche, quien aprovechando lo actuado por Castelli y sus secuaces y careciendo de la misma religiosidad de Belgrano llegó a fascinar a sus soldados con un discurso en el que los convenció de que morir en batalla los convertía en mártires de la religión y por lo tanto “volaban directamente al cielo a recibir los premios eternos”[42]

Surge de observar detenidamente los hechos que esta guerra había trascendido los límites de lo militar y de lo político, bien se puede afirmar que alcanzó un costado religioso, algo que hace necesario aguzar la imaginación para comprender cuánto peso añadía en contra de las armas de la Patria esta circunstancia, a más de los ya muy graves obstáculos que debían ser vencidos. Y sin embargo, Belgrano logró revertir la situación. Sólo un hombre con convicciones cristianas muy fuertes pudo hacerlo. Sabido es cómo hacía oficiar funerales por los caídos de ambos bandos.

Si una Orden religiosa ha dado hombres calificados a la Historia Argentina es la de los Hijos de San Francisco. ¿Acaso un espíritu renegado de la fe, acudiría a ellos en tan emotivos trances? En su convento de Tucumán encontrará Belgrano junto con sus oficiales y tropa reposo “En esa residencia de paz, el piadosísimo general cumplía diariamente sus deberes religiosos y estimulado poderosamente por el fervor patriótico de los religiosos, preparó la defensa de la ciudad y obtuvo el 24 de setiembre de ese año, fiesta de Nuestra Señora de las Mercedes, la célebre victoria”[43]

Y en Salta, luego del triunfo del 20 de Febrero,  Bernardo Frías[44] refiere respecto de Belgrano que “antes de entregarse él y sus tropas a otros regocijos, apenas entraron en la plaza, fueron a dar gracias a Dios por la victoria, cantando el Te Deum en la Iglesia de San Francisco, asistiendo a misa por los muertos en la batalla, vencedores y vencidos”. Sin que pueda dejar de mencionarse el hecho conocido de entregar los cañones tomados al enemigo para la fundición de la Campana de la Patria, de 1.700 kg, realizada con dibujo y plano de Fray Luis Giorgi, donde perdura para la memoria de los salteños la inscripción: “Viva la Patria”. Me hizo Miguel Mariano de Silva el año 1813 en Salta. A la Concepción Inmaculada de la Virgen Madre de Dios y de toda la religión seráfica singular patrona”.

Otra prueba que concurre a respaldar las virtudes de Belgrano son las distintas adhesiones de pueblos y curas antes de él, adversos a la Revolución. Escribe el 4 de agosto que “un fraile agustino fugado de Potosí, Juan Medrano, le ha denunciado que tres ciudadanos de Santiago del Estero escribían al cura Costa, de Potosí, dándole cuenta de todos los movimientos del ejército patriota”[45] y otro parte del 19 de ese mismo mes y año donde consigna al gobierno central “el parte original que le da el cura D. Manuel Ignacio del Portal, que se ha unido a nosotros, y que conduce otras noticias que ya de antemano tengo como la venida de Picoaga a Tupiza y la del marqués”.[46]

Así, con convicción y ejemplo Manuel Belgrano pudo ordenar el Norte y ganar para las armas de la Patria las fundamentales Batallas de Rio Piedras, Salta y Tucumán, de la que Avellaneda pudo decir “es el primer canto de la epopeya que desde Panamá hasta Buenos Aires escribirán con su espada Belgrano, Bolívar y San Martín. Tucumán fue desde entonces, el límite que los ejércitos españoles no habían de pasar jamás”.

El problema de los recursos

A los antedichos problemas políticos que hubo de solucionar Belgrano, todavía había de vérselas con los inconvenientes de la falta de logística para la campaña, y con los conflictos personales entre hombres que se veían desplazados y se convertían en trabas para el desarrollo de tan inmensa empresa, que descansaba sobre sus solos hombros.

Han quedado atrás Salta y Tucumán y después de Sipe-Sipe, las provincias altoperuanas se han perdido. En tanto, la frontera Norte sólo es resistida por Güemes y sus gauchos. Para entonces es anécdota el suceso que los enfrentara años atrás cuando un escrupuloso Belgrano[47] disponía el destierro del salteño. Sin embargo, el respeto de Güemes por Belgrano es muy grande y ante el anuncio de Pueyrredón de que aquel reemplazará a Rondeau, el caudillo lo respalda sin vacilar y hace a un lado al coronel Moldes, quien será un enemigo “tan solapado como irreconciliable”, al decir de algún autor. Moldes, distanciado de Güemes por razones políticas se dará a tarea de intentar predisponer a Belgrano en contra de su propio jefe. No será éste el único que entorpezca esta relación tan necesaria para unificar la defensa de la frontera Norte. Otros también difaman y resucitan antiguas reyertas, le aseguran a Belgrano que Güemes nunca a perdonado aquel arrebato de 1812, y hasta le afirman que el salteño le habría manifestado a Rondeau que “pasaría por todo menos por admitir a Belgrano como jefe”[48]

Hay que pensar cuánto podían pesar en el ánimo de alguien en su posición estas apostillas. Pero Belgrano mira mucho más allá de estas pequeñas rencillas producto de almas retorcidas y envidiosas. Y así responde a una carta de Güemes en estos términos:

“Me honra usted demasiado con el adjetivo virtuoso: no lo crea usted, no lo soy; me falta mucho para ello; tengo, sí, buenas intenciones y sinceridad, y cuando me digo amigo y conozco méritos en el sujeto, lo soy y lo seré siempre, como lo soy de usted; porque al cabo de sus incomodidades, desvelos y fatigas por la empresa en que estamos, sin embargo de que me han querido persuadir lo contrario, no los doctores, hablo la verdad, sino una lengua maldiciente que usted conoce, para quien nada hay bueno, que en cuanto vino de ésa me hizo la pintura más horrenda, que a no conocerlo yo como lo conozco tiempo ha, me habría causado mucho disgusto: me parece que no necesito decir a usted quién es; es preciso no haberlo tratado para no estar al alcance de su fondo; no diré que sea ladrón, pero sí el hombre más a propósito para revolverlo todo, injuriar a todos y a pretexto de hablar verdad, satisfacer sus enconos y, a mi entender, la envidia que le devora; sirva esto para precaución y no dejarse alucinar de los hombres que se dicen de probidad, fundándola en degradar a los demás, y queriendo hacer con el cuento, con el chisme, contando las debilidades de los otros, que ellos son los únicos”[49]

El tiempo ha transcurrido y ahora los afanes son otros y más agudos. Belgrano está reducido en Tucumán a sólo servir de reserva al caudillo, nada hay alrededor. La amargura se desprende de la letra de sus cartas: “Yo mismo estoy pidiendo prestado para comer. La tropa que tiene el gobernador Güemes está desnuda, hambrienta y sin paga, como nos hallamos todos”.

A pesar de todo, colabora con Güemes con lo que tiene, dispone de 300 hombres a las órdenes de Gregorio Aráoz de Lamadrid con dos piezas de artillería para avanzar hacia Tarija. También destaca el Regimiento Nº 2 al mando de Juan Bautista Bustos para perseguir la retaguardia realista, pero todo es invalidado por el gobierno central cuyos hombres sólo atienden a sus conflictos personales. Se generaliza el desorden interno, y a poco de alcanzar la década desde Mayo de 1810, en el horizonte de la Patria naciente se avizora el tiempo de la anarquía, de las luchas entre caudillos provinciales.

El Directorio, establecido sobre el criterio porteño enfrenta numerosas penurias para proseguir la lucha por la Independencia ya que otros frentes se han abierto: Santa Fe, la Banda Oriental.

El 7 de enero de 1819, Belgrano es nombrado para asumir la jefatura de las fuerzas que operan en Santa Fe, aunque conservando la del Ejército Auxiliar del Perú. Parte al frente de 5.500 hombres, dejando sólo 500 en Tucumán. Cuando arriba a las cercanías de Rosario, los porteños han sido derrotados por las huestes de Estanislao López y deben pactar un armisticio cuyos términos Belgrano apoya, y en cumplimiento de los mismos, se dirige hacia Cruz Alta (Córdoba). Más sacrificio y angustia sobre el espíritu del general, la miseria campea sobre las filas incrementando la deserción. No era ésta la guerra que esperaban, ahora el desconcierto y la duda. ¿Qué hacer?:  “En nuestro presente conflicto –dice- ¿cuál es el recurso que se presenta para continuar la indispensable lucha a que estamos comprometidos?.¿Despedir las tropas porque el Erario carece de fondos para sostenerlas?. Esto es decir que, disponiendo de armas, pidamos el tiránico yugo español”. “Consumo cincuenta reses diarias, no sé de dónde sacarlas, porque se han agotado los depósitos. Se ha disminuido la ración de carne: vivimos con el arroz traído de Tucumán; vamos a echar mano de los bueyes. A consecuencia de esto la deserción se pronuncia. Estoy en un desierto”.[50]

La correspondencia denuncia un ánimo abatido. El ideal de la Patria ya le ha arrebatado buena parte de su existencia y todos sus bienes. Ha soportado la intemperie, el dolor físico y aquel otro, el producido por la calumnia, por la injuria y aún por la traición, como le sucede a su regreso a Tucumán, donde las tropas se han amotinado, producto de una intriga de Bernabé Aráoz –de triste memoria- y hasta se pretende el agravio de engrillarlo.

Todavía la Patria le requeriría más, iba ahora por su salud que se convertía para Belgrano en otro combate más, él último, en un viaje de retorno a Buenos Aires pleno de angustias y dolores.

Se aprestaba a librar la última batalla, que, lo mismo que en la Campaña, enfrentaría en soledad y olvido. Sin dinero alguno y servido sólo de la mano generosa de unos pocos leales. Viendo próximo el desenlace, sus palabras son muy pocas, pero en sus actos dice mucho más. El hombre vilipendiado tantas veces, difamado como liberal anticatólico, hipócrita jacobino y hasta como masón, pide ser amortajado con el hábito de Santo Domingo, en cuya iglesia solicita ser depositado.

La muerte finalmente lo abate, pero su triunfo moral se proyecta iluminando la Historia Argentina, particularmente la de los días presentes, convirtiéndose en ejemplo notable para esta Patria que tanto duele y desvela.

No existe capítulo ni momento histórico donde la figura de Manuel Belgrano pueda ser apartada. Tampoco disciplina profesional. Porque allí donde se hable de Educación, estará su impronta de generosidad y preocupación por el estudio. Donde se analice el recurso agropecuario argentino, se podrá abrevar en sus conceptos de rentabilidad de la tierra. Cuando se plantee consideración económica, dictará consejo. Ni siquiera en las modernas preocupaciones ambientales podrá estar ausente.

Y qué decir de la política. Ejemplo augusto e intachable de vocación política frente al cual han de inclinar sonrojados la cabeza –salvo honrosas excepciones- todos los que le siguieron en el decurso público. Haciendo caso de la más clásica tradición grecolatina, hizo seguramente suyas las palabras de Isócrates cuando sentencia: “Si has de acceder a algún cargo público, procura dejarlo más pobre de cuando accediste al mismo”.

Así lo encontró la muerte, en la más absoluta escasez. Así la enfrentó, como  otros combates en que saliera derrotado.

Pero de los cuales le verían elevarse entre la bruma con la más alta dignidad.

La Masonería en la Argentina. Brevísima referencia.

Ahora sí, conviene ilustrar sobre las actividades de las logias masónicas y en particular de los masones y su incidencia en los hechos de la historia argentina que no son del todo conocidas. Por el contrario, son absolutamente desconocidas, siendo una de las razones su propio carácter de sociedades con actividades reservadas.

No obstante, en muchas ocasiones esas actividades fueron determinantes en el desenlace de hechos cuyos resultados se consignan como sucesos históricos, manteniéndose sus preludios en la oscuridad.

Si bien como nacimiento oficial de la masonería en la Argentina se considera la fecha del 9 de marzo de 1856 con la apertura de la logia madre “Unión del Plata”, dicho está que sus actividades se extendieron a lo largo de toda la historia desde los días de la emancipación.

Francia era sin duda el semillero de las nuevas rebeldías ideológicas contra el “Antiguo Régimen”, comparada por alguien como “la gran diócesis que cuenta por millares los deístas, los espiritualistas y los adeptos a la religión llamada natural”, los panteístas, los positivistas y los seguidores de la ciencia pura. A su lado, la francmasonería juega un papel que no todos pueden precisar  “diecisiete mil logias unen a más de un millón de masones, de los cuales, según parece, hay la mitad en América”. Son cultores de un laicismo que rechaza la idea de que la Iglesia sea la depositaria de la Verdad Revelada y rechazan la visión católica del mundo, actuando solidariamente contra ella.

Hay que insistir en el silencio de la Historia Oficial sobre estos temas que sin embargo eran de tal envergadura que sus iniquidades llegan a oídos de Pío VII, en Roma, quien se ocupaba prolijamente de ordenar los informes de los obispos americanos sobre el estado de sus respectivas diócesis. Se debe a un franciscano “fray Pedro Pacheco”, o “fray Pedro el Americano” quien consigue hacer llegar a conocimiento de la Congregación Propaganda Fide un informe que inquieta sobre los acontecimientos americanos. Éste junto a un pedido de Bernardo de O’Higgins desde Chile al Papa, deciden el envío de un representante pontificio para investigar “in situ”, entre otras cosas, la actividad de las logias masónicas en el incipiente proceso de independencia. La designación recayó en Monseñor Juan Muzi, quien trajo consigo en carácter de secretario a un joven canónico que conocía el idioma castellano: Giovanni Mastai Ferreti, de quien dicen las crónicas quedó profundamente impresionado por lo que vio. Su nombre no dirá nada sino hasta años después en que acceda a la Silla Apostólica bajo el nombre de Pío IX, uno de los papas que más combatió la masonería.

Monseñor Muzi se alojó en la posada “Los Tres Reyes”, propiedad de un inglés apellidado Faunch, donde nadie del gobierno fue a saludarlo, a excepción del General San Martín, entre otros pocos. Rivadavia era ministro y no sólo se negó a visitarlo sino que le prohibió que confirmase a numerosos fieles en la Catedral, debiendo hacerlo en la propia posada.

En su diario Pío IX recuerda con desprecio la figura de Rivadavia, calificando su verborragia de “repugnante”.

Una muestra más de que el interior palpitaba a otro ritmo lo demuestra la carta que el gobernador de Salta, Juan Álvarez de Arenales le dirige a monseñor Muzi, donde dice: “... Vuestra Señoría Ilustrísima será quien derrame sobre los fieles de Sudamérica, las bendiciones y consuelos del sucesor de San Pedro; y la provincia a mi mando, incapaz de separarse de la religión de sus padres, con pleno conocimiento de que no hay sobre la faz de la tierra un código que tanto apoye la libertad bien entendida como el sacrosanto Evangelio del Salvador del mundo, es una de las primeras en tributar a su Santidad, en la persona de V.S.I. como su Nuncio en estas regiones del continente americano todos los respetos y los homenajes que demanden los sagrados títulos del Santo Padre”[51]

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En los días en que Belgrano finalizaba su existencia, el país comenzaba la lucha por las autonomías provinciales producto del enfrentamiento entre esos dos modelos: el porteño liberal y masón, favorable a los intereses anglosajones y a los comerciantes y hacendados de Buenos Aires y el del interior profundo, que vio en las “montoneras” y los caudillos la solución al problema de la propiedad de la tierra y de un verdadero gobierno patrio.

Muy clara fue la visión de Alberdi que echa luz sobre la cuestión diciendo en sus “Estudios Económicos” que : “la independencia para los provincianos consistió en dejar de ser colonos de España para serlo de Buenos Aires. Los argentinos vienen a ser tributarios de la metrópoli como los indios lo eran de España. La libertad ha sido para ellos un cambio de esclavitud y de amo: han sido libres dentro de la cárcel. Sólo Artigas ha sido excepción de esta regla; de ahí proviene el odio implacable que Buenos Aires le profesa”[52]

Inglaterra, habiendo fracasado con las armas dejó la masonería y mediante el sutil juego de las intrigas alcanzó que las colonias españolas se emanciparan de España para convertirse solapadamente en colonias inglesas. Esto le permitió escribir al ministro Canning en 1825: “Hispanoamérica es libre, y si nosotros sentamos “rectamente” nuestros negocios, ella será inglesa”. Nada más cierto.

Fueron estos personeros anglófilos los que de la mano de Rivadavia en 1811 marcharon contra los diputados provinciales acusándolos de “enemigos de la patria” por defender sus derechos. Los mismos que luego de la “rebelión de las trenzas” quitaron el uniforme, el número y la antigüedad al Regimiento de Patricios y, también, los que anatematizaron a Belgrano por su temeridad de izar la Bandera Argentina en las Barrancas del Paraná y hacerla flamear en Jujuy... los mismos que en 1814 aconsejarán al Gobierno Supremo de la Nación que devuelva las banderas que con tanta sangre había arrebatado Belgrano al enemigo.

No podía esperarse otra actitud, si guardaban con rencor el recuerdo de que Belgrano “junto a la parte más sana” del pueblo habían condenado el exceso que significó el fusilamiento de Alzaga y sus compañeros en 1812, entre otras decisiones equivocadas.

Muy apropiado es el párrafo de un autor que consigna que “mientras estos ‘liberales’ porteños declamaban sus discursos filomasónicos individualistas y afrancesados, las huestes criollas y tradicionalistas de Belgrano y Artigas, de cuño hispanocristiano, daban su vida en los campos de batalla en lucha frontal contra el régimen del déspota ilustrado y contra el invasor político, social, económico e ideológico. De allí que Artigas termine siendo para algunos historiadores un personaje “anarquista arrastrado por sus fanáticos delirios de mando y poderío”, y en baja voz proclamen a Belgrano como un “visionario fanático e inepto”, que a pesar de contar con el apoyo irrestricto del Libertador, tuvo que peregrinar a Buenos Aires a defender su honor de las calumnias procuradas por una campaña de descrédito que lanzaron contra él sus “enemigos logistas”[53]

Esos, los mismos que hipotecaron la Patria a Inglaterra con el famoso empréstito rivadaviano de un millón y medio de libras esterlinas[54], como si la Nación que tanta sangre había costado fuese un vulgar terreno, olvidándose del botín de un millón y medio de pesos fuertes que los ingleses habían saqueado del Tesoro durante la primera invasión y que a pesar de haberse comprometido a devolverlo en el acta de capitulación en la Reconquista del 12 de agosto de 1806, jamás lo hizo.

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Pasarían los años y Caseros se convertiría en un antes y un después. El liberalismo y el positivismo se adueñarían de la dirigencia desfigurando la tradicional fisonomía, provocando en opinión de algunos autores delitos de “lesa patria”, “violentando nuestras convicciones espirituales, comprometiendo nuestra independencia, dilapidando nuestras riquezas, traicionando las justas aspiraciones del pueblo, abatiendo las columnas que defendían nuestra soberanía y falsificando los hechos históricos para desalentar toda posible empresa recuperdadora”.

La lista será enorme y consignará títulos como los de “ilustre hermano Santiago Derqui, presidente de la República Argentina” ; “ilustre hermano general Bartolomé Mitre”; “ilustre hermano Domingo Faustino Sarmiento” y también “ilustre hermano Justo José de Urquiza”.

Un ejemplo –porque no es materia del presente abundar en estos temas- sirve para ilustrar acabadamente cuál es al trasfondo de la cuestión. Se trata de un hecho histórico puntual y que según esa otra historia reconoce sus antecedentes en el acto celebrado el 27 de julio de1860 en la logia Unión del Plata donde juraron sobre la escuadra y el compás Mitre y Urquiza, conocido como el “compromiso de honor Urquiza-Mitre”, y que explicaría la “misteriosa” retirada del primero en la batalla de Pavón del 17 de setiembre  de 1861 dejando el triunfo en manos de Mitre.

Sin embargo, muchos renegaron tiempo después de su juramento y arrepentidos dejaron testimonios como la carta que el propio Urquiza le escribe al salteño Rudecindo Alvarado en la que le expresa: “El círculo pérfido de Buenos aires traiciona todas mis esperanzas y todos mis esfuerzos. Están decididos a no traer a Buenos Aires la unión, sino a condición de someter a las demás provincias al capricho, a la ambición y a la voluntad de ese mismo círculo... El plan es manifiesto. Se proponen hacer del Liberalismo lo que Rosas hizo de la Federación: el ariete para destruir, para dividir las provincias y para construir el despotismo absurdo de ese círculo a que deben sacrificarse”[55]

Aceptado está que la primera logia “de hecho” se habría instalado en la República Argentina entre 1795 a 1802 bajo el nombre de “Logia Independencia”, pero no hay documentación que pruebe que así sea ni mucho menos si tuvo alguna participación.

Sí es conocido que las primeras logias masónicas fueron fundadas por los ingleses en 1806, durante la primera invasión inglesa, afirmándose que el mismo general Beresford asistió dos veces a sus “tenidas”. Éste “fue el tiempo cuando por primera vez en estos países se colocaron los cimientos de logias masónicas" [56]. Así se afirma de igual modo que el dicho general Beresford y el coronel Pack “pudieron evadirse de la cárcel, gracias a los agentes masónicos a quienes les servían de enlace Saturnino Rodríguez Peña y el boliviano Manuel Aniceto Padilla”[57],

Estas logias desaparecieron luego de las invasiones inglesas, pero sus componentes se infiltraron luego en las sociedades secretas fundadas por los patriotas para influir con sus ideas en el ánimo de los dirigentes de la Revolución de Mayo con intencionalidad de desviarla de su cauce inicial.

Mucho queda por decir, lo cierto es que se puede deducir de estos –apenas- apuntes que hubo detrás de bambalinas, otra historia. No es sorprendente ni un descubrimiento, es simplemente abordar el pasado desde una óptica distinta, tratar de bucear en espacios donde muchas veces la documentación o la bibliografía son equívocas, o simplemente no existen.

Tampoco es una alquimia histórica, en los días presentes, cuando la información no puede ser reducida a un total secreto, es posible ver que las decisiones políticas, tanto nacionales como internaciones continúan estando atadas al criterio de reservados cenáculos donde cada vez más pocos, deciden la suerte de millones.

Por otro lado, según los autores y los propios “hermanos”, es un hecho reconocido que los integrantes de la masonería de alto rango revisten en puestos de gobierno de la Unión Europea, los Estados Unidos, tienen a su cargo la gerencia de Bancas Internacionales, y aún, se encuentran en puestos claves de la jerarquía del propio Vaticano.

En el mundo globalizado de hoy, cuando los países subdesarrollados como la República Argentina dependen de esos organismos hasta en las más elementales necesidades, si se compara el cuadro de situación con aquél de las primeras décadas del siglo XIX, se podrá comprobar que en los hechos, la situación no ha cambiado.

Algo hay distinto, sí. La moral, la integridad y el sentido de patriotismo de quienes hoy conducen el país, que ha quedado tan lejano como esos épicos días de gloria.

La Logia Manuel Belgrano en Salta.

Lo que sigue es tan sólo un relato sumario que pretende dar una idea de cómo actúan las logias aún en los días presentes. A modo de advertencia hay que decir que esta parte del título carece por completo de respaldo documental alguno, pues es tan sólo trascripción de relaciones orales de miembros actuales y otros que ya no pertenecen a la misma. Lógicamente, los nombres no existen, y en ese orden, tampoco las “conversaciones”.

Tampoco existe en este parágrafo juicio de valoración alguno sobre actividades o miembros. Quedará a criterio del lector tomar una posición o simplemente leerlo consciente de que se trata de una historia. Una historia más de la Historia.

Dicen quienes dicen saber que la “Logia” como tal existe en la provincia de Salta desde los tiempos del Gral. Güemes, ya que según esta especie, fue él mismo quien la fundó ya que era “iniciado en Europa”. Por supuesto,  en aquellos años no se llamaba “Manuel Belgrano”.

Probable o no, la pertenencia de Güemes a una “Logia” es un criterio que puede incluso estudiarse según se lo ha desarrollado en estas mismas páginas, o bien, atender a lo que dicen los “hermanos” y considerarlo masón sin más. Hay que advertir, sin embargo, que entre los mismos logistas  se tienta la discusión que divide “Logias” en sentido estricto y “Sociedades Secretas”. En ese orden “Lautaro” y las que le siguieron, siguen siendo motivo de discusión.

Otra fuente comparte el criterio antecedente, agregando que la fundación de la Logia Manuel Belgrano en Salta data de mediados del siglo XIX, “Por algún personaje de familia patricia con poder económico y político”. Esta misma expresión fue recogida de boca de un importante funcionario eclesiástico, que incluso va más allá agregando que “ese personaje –el que pudiera haber sido- estuvo muy ligado al Club 20 de Febrero”. De más queda decir que no significa en modo alguno que la institución aludida pueda ser sospechada de masónica. Con ese criterio, en peores condiciones estaría la Sociedad Italiana de Salta que antiguamente se denominaba “XX de Settembre”, en recuerdo de la fecha en que Giuseppe Garibaldi cruzó Porta Pía y “corrió al Papa” como gustan decir algunos viejos italianos. Más aún la centenaria mesa de reuniones que actualmente se utiliza es un típico “templo masón”[58]

Para quienes no están al tanto, la fecha del 20 de Setiembre está muy vinculada a la masonería italiana. De hecho, muchas “Sociedades de Socorros Mutuos” de ese origen fueron formadas por masones que incluso ni siquiera disimularon sus actividades, exponiendo su nombre, como por ejemplo: Operai Italiani di General”; “Masónica, Unión y Constancia” (fundada en 1907, en la ciudad de Junín, formada por comerciantes); “Logia Guillermo Oberdán” (1909-La Plata-Comerciantes); “Patriottica Italiana XX Settembre” (05-Ottobre-1896-Paraná-Entre Ríos), y tantas otras más.

En cuanto al relato sobre la Logia de Salta, sabido y notorio es que el Dr. Joaquín Castellanos la integró en su calidad de Gran Maestre y masón confeso.

Esta tradición oral dice que luego, hacia mediados del siglo XX, un personaje de apellido patricio, con notable actuación pública, con poder económico y político, inclusive a nivel nacional, tuvo en sus manos el manejo de la Logia decidiendo desde las sombras el destino de muchos gobiernos de la provincia, aún en tiempos de dictadura militar. Tampoco es desconocido que las cúpulas castrenses fueron muy afines a estas prácticas, particularmente la marina. Entre estos, destacados fueron el Almirante Issac Rojas y más recientemente, Emilio E. Massera, quien actuaba en la Logia italiana P2.

A la muerte de aquél personaje, la Logia padeció un prolongado tiempo de “horfandad”, hasta que un miembro de la Logia madre de Buenos Aires, de alto rango, vino a  investir de todo ese poder a un importante empresario y político, el cual habría detentado ese poder hasta el final de sus días.

Cuentan asimismo que en torno al mismo y ya incorporados a la Logia, revistaron muchos e importantes profesionales, empresarios y políticos que de esta forma escalaron posiciones en los últimos años desde el retorno de la democracia.

Estas actividades de los “logistas” le fueron reveladas a otro importante hombre de la política por algunos “despechados” que no pudieron ingresar al reparto. En conocimiento de cuanto se movía, cuando las elecciones le fueron favorables a éste último, el grupo que integraba el “pull” de su adversario llamó a su puerta para ponerse a su servicio, siendo rechazados por completo.

Con el alejamiento de aquél que fuera investido, la Logia quedó nuevamente sin cabeza, ocupando este lugar algunos personajes de menor peso, pero hábiles en el manejo de ciertas cuestiones políticas y económicas, alguno hasta vinculado con los resagos de los servicios de inteligencia. Ocuparon distintos cargos, incluso en importantes instituciones católicas, lo cual en algún momento ocasionó problemas que llegaron hasta los oídos del arzobispo de turno, quien tuvo que mediar en la cuestión solicitando se expulse a los sospechados.

En realidad, esta cuestión no es nueva, ni mucho menos. Tanto en lo económico y político, como en lo eclesiástico, las cosas se manejaron de esta forma siempre. Baste con decir, que, por ejemplo, se adjudica la instalación de la Orden Lateranense en Salta a un pedido del Papa (posiblemente Pío IX), para que libraran este combate contra la masonería. No se podido constatar que así sea, pero estos informantes afirman que en las actas de fundación de la Orden estaría establecido este principio.

En este sentido, la misma historia cuenta que el obispo de Salta, Rizzo Patrón, escribía en una pastoral que: ”Mediten en presencia de Dios sobre los males que por causa de no pocos católicos sufre hoy la Iglesia entre nosotros cuya libertad e independencia se pretende sacrificar en obsequio de una secta tenebrosa, recientemente desenmascarada” (...) “de una secta que tiene a su servicio elementos poderosísimos de seducción, de fuerza material; que ha jurado no darse descanso hasta dar en tierra con la cruz de la última iglesia, proponiéndose, como diligencias previas para sus fines ulteriores, el destierro de Cristo, por medio de la escuela laica, del corazón de la infancia y de la sociedad”...

Por lo tanto, hablar en los días presentes de masones entre los que ejercen el poder (no necesariamente debe ser el poder político, mucho más se maneja hoy desde cenáculos privados y aún lejos de Argentina, que en los propios despachos gubernamentales), no tiene porqué llamar a la alarma. Es historia vieja que así ocurre.

Cuando la red Internet apareció en sociedad, la masonería estuvo presente desde todos los lugares del mundo. Hoy es posible asociarse a una logia masónica desde el propio domicilio. En el sitio oficial de la Masonería Argentina, sito en Cangallo al 1200 de la ciudad de Buenos Aires, donde se puede apreciar la foto de la entrada y del Gran Maestre luciendo su mandil, se encuentran todas las logias del país. La de Salta, cuyo nombre Manuel Belgrano se mantiene desde los tiempos aquellos, no tenía más datos. Sólo recientemente –ver documento adjunto- se brinda la dirección, días de reunión y dirección. En la actualidad es una casa verde con detalles amarillos ocre que en sus ventanas luce la escuadra y el compás, todo en dorado, con la inconfundible inscripción AL.G.A.D.U. (Al Gran Arquitecto del Universo).

Según quienes dicen asistir, lleva el nombre del General Belgrano en memoria de su ilustre fundador y miembro.

Éste no es más que un breve relato que pretende iniciar sobre lo que se mueve más allá de  lo que las cámaras y los periódicos dicen y ven. Más allá de lo que muchos saben, o siquiera imaginan que existe.

Como inicia advirtiendo esta narración –podemos llamar-, no existe documentación alguna que pruebe lo expuesto, al menos no ha sido posible acceder a ninguna. Sólo es una imagen, una pintura de algo que muchas veces se niega, las más se desconoce, pero que está.

Lo demás es pura historia. O no...

 

BIBLIOGRAFÍA

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TODO ES HISTORIA, Nro. 238 – Marzo 1987.

ARTÍCULOS VARIOS: “25 de Mayo: Triunfaron los ingleses” por Julián Ramírez;  “La Francmasonería y su relación con la Iglesia” por Lic. Giovanni Lapporta”; “La Independencia y el compromiso con la verdad: la verdad oculta de los libertadores lautarinos” por Dr. José Zamorano (Itagüa; Santiago de Chile); “La Logia Lautaro”; “Consecuencias de la derrota de Moreno”; “Salta y Tucumán”.

Citas:

[1] Ortega, Ezequiel Cesar. “La primera pena de muerte resuelta por la Junta de Mayo” .Nuevos Talleres Gráficos. Bs. As. 1954

[2] Según refiere Julius Evola en “Los hombres y las ruinas” Ed. Heracles. Bs. As. 1991 . Cap. XIII.

 

[3] Irazusta Julio. “Influencia británica en el Río de la Plata”. Eudebe. Bs. As. 1984. 

[4] Binayán Narciso. “La Doctrina de Mayo”. Ed. Kapeluz, Bs.As. 1960. Pág. 30.

[5] Rotjjer, Aníbal A. “La Masonería en la Argentina y en el Mundo”. Ed. Nuevo Orden. Bs. As. 1976. Pág. 263.

[6] Sampay, Arturo E. Las Constituciones de la Argentina,

[7] Ver Apéndice.

[8] Hipótesis  que se sostendría según los archivos de la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones por Alcibíades Lappas en “Masonería a través de sus hombres” Bs. As. 1958

[9] Tonelli, Armando.  “El General San Martín y la Masonería “. Bs. As. 1943. Pág.4

[10] Citado por Bauzá en  “Dominación Española en el Uruguay”. T. III. Pág. 256.

[11] Miembro del Instituto de Investigaciones Históricas de Buenos Aires.

[12] Tonelli; Op. Cit. Pág. 6. El subrayado pertenece al autor del presente.

[13] Rottjer, Aníbal A. . “La Masonería en la Argentina y en el Mundo”. Ed. Nuevo Orden. Bs.As. 1976

[14] Frías, Bernardo. “Historia de Güemes y de la provincia de Salta”. Pág. 131

[15] El subrayado pertenece al autor, que disiente con el último párrafo de la declaración de Sarmiento, en el pensamiento de que efectivamente las sociedades masónicas tuvieron un papel importante.

[16] En vísperas  de la transmisión del mando a Sarmiento dijo: “¿Qué es Sarmiento? Un pobre hombre como yo, un instrumento de éste”; y señaló el compás, para añadir luego: “Daré mi mensaje a las logias masónicas. Se ha dicho que era tiempo que los hermanos masones conquistasen en la sociedad los derechos que les fueran negados. Señores, los masones están conquistando esos derechos en la vida y más allá de la muerte”. En el día de su sepelio La Nación publicó los avisos fúnebres de los Grandes Orientes nacionales y extranjeros, los cuales siempre lo consideraron un “hermano”. (En Rojtter. Op. Cit. Pág. 310-311).

[17] Tonelli, Armando. “San Martín y la Masonería”.  Bs. As. 1943. Pág. 48.

[18] Tonelli,Op. Cit. Pág.49. El subrayado pertenece al autor.

[19] Saldías, A. “La evolución republicana durante la Revolución Argentina. Pág. 66. Citado por Rottjer. Op. Cit.

[20] Saldías. Op. Cit.

[21] Lazcano, Martín. “Las Sociedades Secretas, Políticas y Masónicas”.  T. I, Pág. 262 .Bs. As. 1927.

[22] Paz, “Memorias Póstumas” T. I. Pág. 62.

[23] De Miguel, María Esther. “Las Batallas secretas de Belgrano”. Seix Barral. Bs. As. 1999. Pág. 119

[24] Rottjer. Aníbal. A. Op. Cit. Pág. 256.

[25] Ver Ibarguren, Federico, “Así fue Mayo”. Pág. 22. Bs. As. 1956

[26] Ortega Exequiel César. “La Primera Pena de Muerte resuelta por la Junta de Mayo”. Pág. 175.

[27] Pasquali Patricia. “San Martín, la fuerza de la misión y la soledad de la gloria”. Pág. 131

[28]  En esta publicación se trazan algunos rasgos de las personalidad del Obispo Videla  del Pino que contribuyen a comprender los sucesos que se enuncian. Dice el libro: “Un prestigioso sacerdote cordobés que descendía de don Alonso Videla Núñez, hidalgo del siglo XVII, había sido escogido por la Corona de España en 1804, para ocupar la ilustre sede Episcopal del Paraguay. Era el Dr. Nicolás Videla del Pino. Con él la Iglesia de Salta vio nuevos esplendores que vinieron a oscurecerse en la época caótica de la Independencia Americana. El grito de Mayo, en la ciudad de Buenos Aires, tenía las tonalidades de la libertad y de la rebelión. Los patriotas se escudaron tras la sombra del Rey Fernando VII y el Obispo de Salta se unió a la Junta de Mayo hasta que regresara el Monarca en cuyo nombre aquella gobernaría. Pero cuando la Junta y los Gobiernos que se sucedieron manifestaron claramente sus propósitos materializados en los ejércitos, Mons. Videla del Pino, patriota y realista, aunque americano, permaneció fiel al Rey y a su juramento.

El proceso de su conciencia es claro y no habría razón valedera para cargar con los epítetos de enemigo de la libertad y traidor a la patria. Fue fiel a su legítimo soberano mientras la evolución patriótica no dio el resultado de una nueva y gloriosa nación. Facilitó las comunicaciones con el realista por lo cual el General Belgrano, con los debidos respetos y consideraciones, dispuso su apartamiento de Salta, con destino a Buenos Aires, en 1812. “Los Obispos de Salta . Homenaje de la Iglesia Salteña a los Pastores que rigieron con su talento y la ilustraron con sus virtudes – En el año Jubilar del Señor del Milagro 1592 –1942.”. Pág. 3 y ss.

 

[29] Tal vez resulten de utilidad para comprender el carácter del Obispo Videla del Pino sus antecedentes: “Por Real Cédula firmada en Aranjuez Carlos IV se dirigía al Gobernador Intendente de la ciudad y Provincia de Salta y demás jueces y justicias a quienes corresponda haciéndoles saber “que habiéndome dignado resolver se erija un nuevo Obispado que se titule de Salta, fui servido por mi Real Decreto de siete de mil ochocientos seis, presentar para esta Mitra al Reverendo Obispo del Paraguay Don Nicolás Videla del Pino, y habiéndosele despachado sus Bulas y presentándose en referido mi consejo de Cámara,(..) y en su consecuencia ordeno y mando a todos y a cada uno de vos, que reconociendo las Bulas originales o su trasunto en forma jurídica, observéis su tenor y haciendo dar al nominado Don Nicolás Videla del Pino, la posesión de ese Obispado y que le tengáis por tal Prelado de él, dejándole hacer su Oficio Pastoral, y usar y ejercer su Jurisdicción por sí (...) estando advertidos de que en conformidad . En Peña Roberto I. “Aporte Documental sobre la creación de la Diócesis de Salta”.

[30] De Engaña Antonio. S.J. “Historia de la Iglesia en la América Española. B.A.C. Madrir. 1966. Pág.728

[31] De Engaña Antonio, Op. Cit. Pág.728

[32] Una crónica comenta que si bien ningún cargo político se había podido concretar sobre la figura de Videla, se tiene por muy cierto que el cargo elevado por el general Belgrano en realidad existió, es decir, aquella comunicación con los realistas, delito punible con la pena de muerte en virtud de aquel decreto del 31 de julio de 1810. Parece ser que el no haber procedido con la estricta justicia con Videla en 1814, tal como se hizo con los cómplices del obispo Lué, fue ya por indulgencia del tribunal, o bien por no querer cargar los jueces con otra situación tan comprometida como aquella.

[33] Pistoia, Honorato O.F.M. “Los Franciscanos en el Tucumán y en el Norte Argentino1566-1973). Salta. 1988. Pág. 69.

[34] Pistoia. Op.Cit. Pág. 69

[35] Op. Cit. Pág. 734

 

[36] Ortega, Ezequiel César. Op. Cit. Pág. 99.

[37] Ortega, Ezequiel César, citando a Manuel Moreno en “Vida y Memorias del Dr. D. Mariano Moreno”.

[38] Citado por Rottjer , Pág. 259

[39] Piaggio, Agustín Mons. “Influencia del Clero en la Independencia Argentina (1810-1820). Barcelona. 1912

[40] Paz, José María, “Memorias Póstumas”

[41] Paz, Op.Cit.

[42] Piaggio Op. Cit-

[43] Apunte del Archivo Histórico de Tucumán, manuscrito, citado por Honorato Pistoia

[44] Frías Bernardo, Historia del General Güemes. T. II. Pág. 526

[45] Cuaderno borrador de Mitre, citado por Piaggio. Pág. 70

[46] Idem anterior.

[47] El episodio marca una vez más la estricta moral de Belgrano que destierra a Güemes, entonces teniente coronel a Buenos Aires por sus relaciones amorosas con una mujer de apellido Iguanzo. Bernardo Frías en su Historia de Salta (T III) relata el episodio marcando ese carácter, apostrofando a Belgrano, pero valorando sus virtudes: “Pero vino Belgrano, su debilidad y su defecto para tomar en serio cosas triviales y regirse por ello, di motivo esta vez para que la murmuración, que crece siempre al lado de los hombres de mérito, fuera también a arañar la reputación del jefe salteño. (...) Y así fue que hablaron al oído de Belgrano, de ciertos excesos cometidos, decían, los que casi se presentaron con semblante de delitos a la vista del General, que para creerlos, decía éste tenía fundamentos muy graves, aunque no los documentó. Tomó, pues, de Güemes, la idea de un ser despreciable, desnudo de virtudes, llegando en su prestada animosidad para con él –bien rara por cierto en un alma tan pura como la suya- hasta a desconocer los méritos de sus servicios, quizá hasta negarlos, pasando sobre ellos con desdén. Pero lo que parece que más lo mortificaba entre todas estas cosas, al extremo de constituir la causa única y eficiente para la medida que tomaría contra él, fue la vida pública que hacía con la Iguanzo, escandalizando, a su manera en Jujuy, en Salta y en Santiago del Estero. Por este pecado no más –en el que tanto y en tan gran medida incurrieron los más famosos reyes de la cristiandad moderna; por este descarriamiento en la vida privada a la que la espada del General no podía alcanzar, por cierto; queriendo extirpar del ejército todo vicio y devolverle todas las virtudes del soldado y aún las del particular, sin escapar de esto ni lo referente a la castidad-, determinó de enviarlo confinado a Buenos Aires.

[48] Según afirma Mitre.

[49] Newton, Jorge. “Güemes, el caudillo de la guerra gaucha”. Ed. Plus Ultra. Bs. As. 1986. Pág. 82.

[50] Instituto Nacional Belgraniano “General Belgrano, apuntes biográficos”. Bs. As. 1994. Pág. 101-102.

[51] Lucía Gálvez de Tiscornia  “La Iglesia en la Argentina – Cuatro Siglos de conflictos y entendimientos” en Todo es Historia. Nro. 238 – Marzo de 1987.

[52] Alberdi, Juan Bautista. Escritos Póstumos. Tomo IX, Pág. 332.

[53] Zúñiga. Op. Cit. Pág. 189-90.

[54] El documento firmado por John Parish decía: “El Estado de Buenos Aires, con sus bienes, rentas, tierras y territorios quedan prendados al debido y fiel pago de dicha suma”.

[55] Rottjer, Aníbal A. Op. Cit. Pág. 254.

[56] Lazcano; Martín. “Las Sociedades Secretas, políticas y masónicas”. Bs.As. 1927

[57] Rottjer, Aníbal A. “La Masonería en la Argentina y en el Mundo”. Ed. Nuevo Orden. Bs. As. 1976

[58]  Ésta es la disposición de la mesa de reuniones de la H.C.D. En la original, el lado recto es más angosto que el frente curvo, donde se ubica el Gran Maestre y tiene la forma y símbolo de un gran abrazo.