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Juan Carlos Marín
Por Silvia Díaz

De profesión bandoneonista

Juan Carlos Marín es salteño y nació el 23 de junio de 1965. Estudia música desde chico, y aún hoy lo sigue haciendo aunque todo en él indique que el músico ya está maduro y crece después de haber transitado casi todos los caminos de una profesión lograda a fuerza de disciplina y dedicación.

La música llegó a su vida de la mano de un tío bandoneonista que le acercó los primeros acordes del instrumento que luego marcaría definitivamente su vida. Antes había intentado estudiar piano, pero no resultó pues pronto se dió cuenta de que sus inquietudes más auténticas estaban puestas en el bandoneón. En medio de esa búsqueda es que llegó, alrededor de los diez años, a la Escuela Superior de Música de la provincia, donde el maestro Celso Saluzi le enseñó las técnicas para estudiar y conocer al instrumento con el que él sabía que iba a quedarse. Para Juan Carlos, la vida de bandoneonista es una búsqueda permanente de nuevos espectros que lo ayuden a crecer como profesional. Por ello es que a los veintidos años decidió ir a ver qué pasaba en Buenos Aires, buscando también la forma de progresar académicamente. En esa ciudad aprendió más aún y con el tiempo se convirtió en el referente ineludible para aquellos músicos que quieren el acompañamiento de un bandoneón de primer nivel. Así lo entendieron artistas de la talla de Jairo, León Gieco, Peteco Carabajal, Fito Páez, Oscar Chaqueño Palavecino, entre otros, que en su momento requirieron del fuelle y el talento de Juan Carlos Marín.

Arte popular

Los deseos de aprendizaje de Marín no terminan en los espacios académicos, sino que como músico popular sabe que la verdadera esencia del folclore está en las producciones para nada divulgadas de la gente común. Por ello hace unos años vivió un tiempo en Santiago del Estero, donde se encontró con verdaderos tesoros musicales que ampliaron su experiencia de músico popular. Una vez más estudió, recopiló y aprendió.

Hay cosas que Juan Carlos enuncia sin rodeos y con absoluta claridad. Una de ellas es que no le interesa formar parte del sistema musical marketinero y mediático que prevalece hoy en el país, porque sabe que si bien sus vericuetos son cómodos y seductores, están alejados de lo que para él es su más auténtico compromiso: el arte. Esto no significa, aclara, que un artista no deba ser popular; sino que por el contrario su tarea debe ser dignificar lo más posible este tipo de manifestaciones, logrando así que la gente sea más pretenciosa a la hora de hacer elecciones musicales.

Tal vez por esto Marín es poco efusivo a la hora de nombrar artistas que actualmente podrían servir de referentes en la música popular salteña. "No los veo", dice, y observa que nadie se juega por otra cosa que tenga que ver con algo más que una moda musical. Los que sí supieron hacerlo, aclara, son creadores de la talla de Manuel J. Castilla, Gustavo Leguizamón, Lito Nieba, etc.

Para explicar cuáles son sus ambiciones y objetivos musicales cita a una voz muy autorizada: Alberto Ginastera, quien decía que la música debe ser un arte "totalizador" y por lo tanto, debe conectarse y retroalimentarse de todas las vertientes artísticas posibles.

"Carpa de luna"

Juan Carlos tiene escritas alrededor de 30 piezas musicales y algunas de ellas se conocerán en los próximos meses cuando salga a la calle su CD, "Carpa de luna". Este trabajo incluirá, además de sus propias producciones, temas de Miguel Simón y Lito Nieba, entre otros. Aparte de los caballos, el campo, el fútbol, el tango, el jazz y el folclore, Juan Carlos gusta también de pescar en el Bermejo acompañado de sus amigos, de una guitarra, un bombo y, por supuesto, de su bandoneón.

Afincado como está en Buenos Aires, confiesa que irse de Salta le cuesta una barbaridad, porque aquí están los amigos, los afectos, la madre, la tierra.

"¿Qué espero de la vida?... Que se porte bien conmigo", resume, para luego explicar que eso significa que le permita seguir escuchando, aprendiendo, tocando y escribiendo música. Es que Juan Carlos, a esta altura, y así como está de comprometido, ya no podría concebir otra forma de vida distinta de la que le han ido hilvanando la música y ese compañero del alma, el bandoneón.


Edición: Agenda Cultural del Tribuno del 21 de enero de 2001
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