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El Ingeniero Martinetto

 


a gente en general, como la de todo el mundo y la de Salta, siempre ha sido cruel, desagradecida y, poco proclive a confiar en el progreso. La seguridad de la vida pareciera que la funda en la monotonía, y cualquier alteración sobre ello se considera como un riesgo grave. La vida transcurría dentro de las normas ajustadas a las costumbres tradicionales, sin que nadie pensara en progresar técnica o científicamente. La siesta era el común denominador de los hábitos de la ciudad, que todavía en los atardeceres policromos de este valle, se envolvía en la solemnidad sonora del toque de oración de las campanas de las altas torres de las iglesias, que algunas  viejas vecinas insistían en llamarle el Ángelus.

Muchas oraciones se elevaban bisbiseantes en los zaguanes de las casonas tranquilas y también muchos salteños, bien acicalados, salían de los dulces soportes de una larga siesta, para iniciar la última recorrida del día que, indefectiblemente, terminaba en algún bar o café, donde con otros contertulios hablaba de los que se consideraban novedades, y se barajaban suposiciones de todo tipo.

Transcurría por entonces la década de los años 30, período argentino durante el cual no faltaban agrias discusiones políticas, todas ellas fundadas en el derrocamiento de Hipólito Yrigoyen, y el advenimiento del conservadorismo con fuerte barniz británico. Eran tendencias irreconciliables, que a lo sumo se acercaban entre sí en el intercambio fugaz de un saludo de vereda a vereda. La solemnidad era la característica de los nuevos allegados al poder, y esta se ponía un tanto ridícula cerca de la medianoche o pasado este límite horario de brujas y aparecidos, cuando los vapores del alcohol hacían sus inexorables efectos en todos sin excepción.

Por ese entonces se hablaba de Marconi, el mago de la electrónica naciente, que comenzó a efectuar sus experimentos que parecían verdaderos milagros. Marconi era italiano  pero emigró a Londres por la incomprensión de sus conciudadanos. Por esos años Italia contaba con conocimientos electrónicos todavía desconocidos para el resto del mundo y estas experiencias se las transmitían gratuitamente en una especie de misterioso club de ciencias que tenía conexiones en todos lados.

Por Salta apareció un ingeniero italiano. Se apellidaba Martinetto. Era vehemente y vociferante como auténtico meridional y se impacientaba porque la gente de Salta no le comprendía. No le entendía cuáles eran sus puntos de vista, colocados medio siglo por delante de la época que se vivía. Era un enamorado de Salta y al mismo tiempo lo enfurecía. El trataba de sacudirle la molicie que detenía todas las iniciativas, y por este loable propósito se le bautizó popularmente como el "loco Martinetto".

Trabajaba continuamente en sus investigaciones ligadas a la electrónica y nadie le hacía caso. Ninguno le creía un hombre de capacidad científica, y sus explicaciones movían a risa. Fue así como comenzó a aislarse de la gente, a la cual consideraba ignorante, viviendo al margen de realidades que pronto irían a conmover el mundo. Una tarde comenzó a anunciar que había inventado un extraño aparato que emitiendo ondas de radio permitía el manejo a distancia de un automóvil.

En otras palabras anunciaba haber inventado un aparato para control remoto. La noticia corrió por la ciudad de a poco, hasta llegar a ocupar el interés de todos. Unos afirmaban que se había vuelto loco del todo y otros decían, aunque con cierta timidez, que se debería dejarlo hacer una prueba de lo que anunciaba para que quede aclarado el misterio o la realidad de lo que decía.

Pasaron más de dos meses, durante los cuales los comentarios crecían y se acallaban, hasta que por fin un diario local le dedicó unas columnas en las cuales informaba que efectivamente el ingeniero Martinetto hacía funcionar a distancia su automóvil manipulando una extraña "cajita", poniendo el motor en marcha e incluso haciendo maniobrar al vehículo. Muchos sostenían que había un "petiso" escondido dentro del automóvil y era quien lo maniobraba.

Finalmente se hizo una prueba pública. Se inspeccionó el coche que estaba vacío. Y desde unos 50 metros, el ingeniero manipuló su "botonera", haciendo funcionar el motor del coche, que anduvo unos cien metros hacia delante como hacia atrás. A pesar de ello, la mayoría de los asistentes, se retiraron moviendo la cabeza incrédulos. Sin embargo habían presenciado el primer manejo de una máquina a control remoto en el mundo. Fue, sin que nadie lo sospechara, el primer robot del planeta tierra.

 

Fuente: "Crónica del Noa" -06/06/1982

Relatos recopilados por la historiadora María Inés Garrido de Solá


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