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Moquillo

 

adie se explica de donde le vino el sobrenombre. Le decían Moquillo desde que era chico. Tal vez en uno de esos inicios de barriada, que hubo en los años 20 en las afuera de la ciudad, fue donde le pusieron el apodo.

En esos años el "moquillo" era enfermedad conocida en las gallinas, y ninguna casa de familia, pobre o rica, se podía preciar de tal si no tenía gallinero, y si no atravesaba en el cuero de la  cabeza de las gallinas con moquillo, una de sus propias plumas, el más conocido y aceptado remedio contra la epizootia.

Saltando zanjas, acequias y esos charcos que solían tener las orillas verdosas por el  agua estancada, prolífica en hongos diversos, Moquillo llegaba hacia la zona  del centro, que en aquellos años se delimitaba por las actuales avenidas Belgrano, San Martín y las calles 20 de Febrero y Córdoba. En este sector bullía una vida especial, que era algo así como la vanguardia social de la ciudad. En torno a la plaza estaban los cafés más concurridos, como restaurantes, club social, cines y hasta algunas heladerías en los meses de calor.

Moquillo cuando llegó la primera vez hacia esa zona iluminada de noche, con esa luz que surgía amarillenta pero  constante, de los faroles de gran bomba, y una especie de capota de metal, que seguramente eran de idéntico modelo al que adornaban las calles de París o alguna  otra metrópoli europea.

Sus primeras incursiones las hacía en la plaza 9 de julio, cuando solamente contaba con baldosas frente al Cabildo y frente a la Catedral Basílica. En el medio había poca iluminación, y esa penumbra ayudaba a calmar la timidez ciudadana de los muchachos que llegaban a conocer el "famoso" centro de la ciudad de esos años. Había personajes que gozaban de bien ganada fama, y Moquillo los contemplaba asombrado, protegido tras el tronco de alguno de los árboles de la plaza central.

Tenía sus veleidades artísticas, además de un acertado sentido del humor, aunque sus chistes y cuentos, además de subidos de color, eran contados con un vocabulario que nada tenía que ver con las palabras "decentes" de la lengua castellana. Su mayor habilidad  era ejecutar trozos de conocidas melodías, empleando como instrumento  un peine y un trozo de "papel de seda". Colocándose ambos elementos junto a la boca, arrancaba a estos un melódico zumbido, al cual manejaba de acuerdo a las ondulaciones de la melodía que hacía llegar  oídos de sus admiradores.

En esas interpretaciones ponía lo mejor de si, y las vibraciones, ora  tristes, ora alegres y veloces, iban trasuntando su estado de ánimo que cambiaba  a medida que ejecutaba su original concierto. Sus primeras interpretaciones surgieron como un extraño sonido desde las sombras del centro de la plaza, y muchos creyeron que tal vez se trataba de una nueva cruza de coyuyo que había llegado hasta la ciudad. Pero poco a poco se le fue conociendo, hasta  que apareció en las aceras, ofreciendo en venta revistas y billetes de loterías.

Así fue como "Moquillo" ingresó al gremio de los canillitas nocturnos de aquellos años, en que se les permitía hasta intervenir en las conversaciones que tenían lugar en torno a las mesas de los diferentes cafés de la ciudad. Corrían los años en que funcionaba el "Casino", verdadera escuela de billar, truco y otras habilidades en los juegos de azar, donde los muchachos adolescentes cometían sus primeras pillerías, entre el humo espeso de los cigarrillos y el aroma a café, que envolvía a los que entraban desde la calle, donde resonaban  todavía los cascos de los caballos de los coches de plaza, los taxis "tracción a  sangre", que recorrían día y noche las calles de Salta.

El tiempo pasó velozmente para el popular Moquillo, y su fama creció también al mismo ritmo. Un año llegó algo así como la consagración musical del original concertista, creador y ejecutante de tan insólito instrumento. Fue para una fiesta del Estudiante. Los muchachos del Nacional andaban escasos de intérpretes y de ideas, y pidieron a Moquillo  que llenara un claro en el programa que estaban preparando. Aceptó entre desconfiado y asombrado de la oportunidad que le brindaban. Ensayó con verdadero frenesí allá en su humilde vivienda, que integraba el rancherío  que conformaba un barrio en gestación.

Llegó el día de su debut y horas antes de la función estaba y listo en la puerta de acceso del viejo cine Alberdi. Comenzó la función con un lleno completo, el telón subía y bajaba, mientras en cada número los jóvenes estudiantes ridiculizaban, con no poca torpeza, a las autoridades del momento y algunos expectables personajes la ciudad. Por fin le tocó el turno a Moquillo. Al subir el telón apareció sólo, en medio del escenario, con su figura de escasa estatura, sus crenchas  empapadas en "brillantina", y una expresión de indisimulada  angustia en su rostro aindiado. Esgrimió el peine adosándole el papel de seda, y arrancó con una sentida nota para iniciar el concierto.

La verdad es que estaba muy nervioso, y al parecer secretaba más saliva que de costumbre. Nunca se supo que pieza interpretaba, porque mojó el papel de seda y no se escuchó melodía alguna. Solamente se veía una especie de fumigación de saliva que partía de entre los dientes de carey del peine marrón que esgrimía. El telón cayó piadosamente sobre el frustrado acto de Moquillo. Después de este debut, poco o nada se le vio en el centro, y más luego, tras un nube de polvo de los callejones de las afueras, marchó hacia el olvido con su peine y su papel de seda, que después de aquel momento crucial, volvieron a obedecerle  fielmente, como cuando en su rancho familiar comenzara a incursionar por la escala gráfica del  pentagrama.


Fuente: "Crónica del Noa"- 23/12/1981

 

Relatos recopilados por la historiadora María Inés Garrido de Solá


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