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Los Mozos

Fue nuestro personaje un miembro el sindicato de mozos, que alcanzó notoriedad en Salta, entre las décadas de los años 30 y 40. Tenía una verdadera vocación de servicio para con todos. De natural  moderado y amable, gustábale las formas elegantes y galanas de la buena educación.

Se llamaba Manuel Aransaenz y había nacido en Seclantás, en una fecha que él mismo procuraba que no se supiera con exactitud. Su talla era monumental, rematada por la cabeza de cabello hirsuto y renegrido que peinaba hacia atrás. Fuerte como un roble, mostraba en sus movimientos una silueta que le venía de lejos.

Desde una heroica tribu aimará que seguramente se había desangrado en aquel paisaje ríspido y agreste de los valles calchaquíes, en cuyos paisajes él había soñado con bajar algún día a la ciudad. Siendo niño había visto desempeñarse un mozo de hotel que había llevado para un banquete una de las familias acomodadas del lugar. Le fascinó ver a ese hombre elegantemente vestido y correctamente ubicado entre la gente importante, a la cual atendía con sobria solicitud, como respondiendo a un rito desconocido que lo cautivó desde el primer instante. Hizo todo lo que pudo para llegar a materializar sus sueños, y así un día llegó hasta la ciudad de Salta.

Los salones de café y bar, aromados con el sahumerio de los "express", mezclados con el humo del tabaco rubio le embriagaron desde el instante que los conoció y no cejó hasta lograr sus propósitos. Cuando vistió el atuendo de mozo, limpio, inmaculado en su saco blanco y severo en los colores negros de la corbata "mariposa" y el pantalón de gala, sintióse en su propia salsa. Atendió correctamente a los clientes que le tocaron en suerte y su natural simpatía hizo lo demás.

Pronto comenzaron a lloverle los sobrenombres amables desde todas las mesas que atendía con cordial solicitud. Su figura movió a uno de sus clientes - el poeta Juan Carlos Dávalos - a motejarlo de "Guitarrón", haciendo una cómica comparación con el contrabajo de la orquesta que animaba el ambiente de la confitería. Siempre que se le preguntaba cuanto se debía, contestaba invariablemente: "Ocho cuarenta", frase relacionada con un adagio popular en boga por ese tiempo, que terminó siendo su sobrenombre más conocido. 

Prestó servicios en todos los rincones elegantes de Salta, a los cuales apreciaba y quería, pues consideraba que el funcionamiento de estos centros sociales, permitían a la gente de su gremio lucir sus verdaderas cualidades en el difícil oficio. Cuando se produjo la aparición del peronismo con sus actitudes populistas, "Guitarrón", los miró con pena, porque consideraba que inconscientemente estaban matando sus aspiraciones de mozo de lugares elegantes.

Solía relatar la historia de tiempos idos de la "belle-epoque", donde los mozos lucían prendedores de corbata adornados con  esmeraldas o rubíes, y atendían importantes personajes de gravitación nacional e internacional. Los años lo fueron alejando de los salones, hasta que un día resolvió independizarse. Para ello adquirió en Campo Quijano un establecimiento que venía funcionado como hotel y restaurante con servicio de confitería. Allí trabajo como él sabía hacerlo.

Pasaba los inviernos aguardando los días del verano, que llegaban con el calor y los turistas que llenaban su aseado y sencillo salón.

Tuvo que cerrarlo cuando ya los años lo doblegaban, y cuando la jubilación le llegó tarde y magra para atender sus necesidades.  Perdió un ojo al abrir una botella de champaña, y así, ya lesionado por su propio oficio, retornó al paisaje límpido y seco de Seclantás, donde terminó sus días relatando sus andanzas de mozo experimentado que disfrutó de la amistad personal de las figuras de primer plano que tuvo la provincia. 


FUENTE: Crónica del Noa. Salta, 10 de febrero de 1982.

Relatos recopilados por la historiadora María Inés Garrido de Solá

 

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