EL GOBERNADOR VELASCO, LOS JESUITAS Y EL CACIQUE SILPITOCLE

Por Rafael Gutierrez

En el año de 1586, el gobierno interino de Salta estuvo a cargo del Capitán Alonso de Cepeda, hasta la llegada del nuevo gobernador, don Juan Ramírez de Velasco. El primero se desempeñaba en el cargo desde 1584 debido a que el Licenciado Don Hernando de Lerma partió preso hacia Chuquisaca para ser juzgado por su mal desempeño en el gobierno de la joven Ciudad de Lerma en el Valle de Salta.

            Don Juan Ramírez de Velasco llegaba precedido por una prosapia que lo emparentaba con los reyes de Navarra, un Virrey de México, otro del Perú y con el Marqués de Salinas. Su reputación como militar la había ganado en una carrera que lo llevó por las guerras de Sena, Milán y Flandes y sofocando las rebeliones de los moriscos en Granada. Esos treinta años de servicio a la corona le fueron pagados con la Gobernación de Salta.

            Durante el gobierno de Velasco, Salta fue visitada por San Francisco Solano, reconocido religioso que venía realizando una ardua tarea de evangelización de los habitantes de la región, entre ellos los lules, cuya belicosidad había puesto en riesgo las fundaciones de esta zona del virreinato.

            Hacia fines de 1586 llegó a Salta la Compañía de Jesús, a quienes el Gobernador Velasco recibió gustosamente, albergándolos en su propia hacienda y disponiendo que los indios mitayos y demás empleados dejaran sus labores para asistir a las prédicas de los jesuitas; medida que lo enfrentó con los encomenderos que veían afectada así la explotación de la mano de obra indígena.

            Esta preocupación de Velasco por favorecer a la Compañía de Jesús no sólo se tradujo en su gobierno de Salta sino también en el mismo cargo que ejerció en el Paraguay y Río de la Plata a partir de 1591.

            Durante su gobierno en Salta, el veterano capitán debió enfrentar el levantamiento de los indómitos calchaquíes que, por aquellos años, se encontraban liderados por el cacique Silpitocle, cuya habilidad guerrera le dio fama entre sus aliados y enemigos.

            Las tropas de Silpitocle llegaron a preocupar a la ciudad de Salta de tal modo que el Capitán Velasco dispuso a los veteranos de su guarnición en alerta día y noche. Sólo la experiencia de esos curtidos soldados pudo defender a la ciudad de un ataque que la puso en serio riesgo. Ante semejante amenaza el Gobernador organizó un ejército compuesto por trescientos indios aliados y cien españoles, a los que pertrechó con el dinero de las arcas del gobierno y con el apoyo, no siempre voluntario, de los vecinos de la ciudad. Con este ejército se lanzó en una campaña punitiva por los valles calchaquíes, sorprendiendo y derrotando a los indígenas en su propio territorio.

            La eficacia de la campaña de Velasco estuvo centrada en su sólida disciplina militar que lo llevó a guiar sus tropas por un terreno inexplorado, sin detenerse ante las inundaciones de la época estival ni ante la fatiga de sus hombres. Lo que le permitió ejecutar ataques por sorpresa desbandando a los calchaquíes que, dispersos por las serranías, debieron esperar las propuestas de paz del vencedor.

            El Gobernador envió emisarios al resto de los aliados de Silpitocle, entre los mensajeros se destacaba el Padre Bárcena, cuya osadía lo llevó a exponerse a las flechas de los calchaquíes para acordar las entrevistas entre ambos bandos.

            Concertada la paz con algunos pueblos, sirvieron de guía al ejército español para adentrarse en el territorio, oportunidad que aprovecharon los indígenas aliados para atacar otras aldeas con las que guardaban viejas rencillas, lo que nos muestra a las claras que en América no primó siempre la solidaridad étnica sino que se aprovechó la presencia extranjera para saldar disputas locales.

            La campaña, que duró cinco meses y recorrió más de cuatrocientas leguas, concluyó con la detención de Silpitocle y otros caciques principales que fueron llevados a la ciudad de Santiago, aunque rodeados de ciertos lujos que se confería a los enemigos con rango de nobleza.

A partir de entonces pudo comenzar la Compañía de Jesús la evangelización de los valles calchaquíes, aunque los indígenas mostraban constante recelo porque asociaban la fe católica a las armas españolas que la habían precedido.




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