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Juan Pablo II en Salta

El 8 de abril de 1987, al llegar al Aeropuerto Internacional "Martín Miguel de Güemes" de Salta, Argentina, y descender del avión, Juan Pablo II, besó la tierra mientras lo aclamaban 600 mil personas.

Inmediatamente se trasladó al Hipódromo de Limache donde lo estaban esperando los fieles reunidos para celebrar “El V Centenario de la Evangelización de América Latina”. Entre ellos, había indios quechuas, tobas, matacos y chiriguanos llegados de todo el Noroeste de la Argentina, además de todo el pueblo de Salta.

El arzobispo de aquel entonces, monseñor Moisés Julio Blanchoud, dio la bienvenida al Santo Padre y él pronunció una homilía sobre la Evangelización . La misa fue concelebrada y contó con la participación del Coro Polifónico de Salta, dirigida por la profesora Margarita Grosso. Después ingresó a la ciudad de Salta, donde cenó y durmió en la sede del Arzobispado, un bello edificio de estilo colonial, ubicado a la izquierda de la Catedral salteña.

Por la mañana, 9 de abril de 1987, se trasladó a la Iglesia Matriz – no estaba previsto en el programa oficial – y se reclinó para rezar al pie de las imágenes del Señor y de la Virgen del Milagro, patronos de Salta. Tras adorar al Santísimo, Juan Pablo II se dirigió a los religiosos allí reunidos, invitándolos a meditar sobre el misterio de la redención.

Después, en un acto privado, recibió de manos del entonces gobernador de Salta, Roberto Romero, un regalo: el tradicional poncho salteño, que es de color rojo y tiene dos franjas de color negro, al igual que los flecos, el cuello y la línea central.

El poncho que Salta le regaló a Juan Pablo II había sido hecho a mano por don Alfonso “Tero” Guzmán, prestigioso tejedor de “El Colte”, Seclantás, en el corazón de los Valles Calchaquíes salteños. Es, en verdad, el “ponchero más famoso y cotizado” de Salta.

Juan Pablo II y el Gobernador de Salta Dn. Roberto Romero

El Santo Padre se lo colocó inmediatamente, y he aquí la foto muy poco difundida, con el tradicional poncho salteño que ahora se pasea por todo el mundo, incluido Washington DC, Estados Unidos.

DISCURSO DE SU SANTIDAD EL PAPA JUAN PABLO II EN SALTA CON MOTIVO DEL V CENTENARIODE LA EVANGELIZACIÓN

“Les predique que era necesario arrepentirse y convertirse a Dios, manifestando su conversión en obras” (Act 26,20)

Amadísimos hermanos y hermanas:

1.Con estas palabras recogidas en el libro de los Hechos de los Apóstoles, el mismo San Pablo, el Apóstol de las Gentes, compendia el contenido de su predicación. El había ido por el mundo para difundir el mensaje de Jesús entre los hombres de su tiempo, repitiendo la invitación apremiante del Maestro: “Se ha cumplido ya el tiempo, y el Reino de Dios está cerca haced penitencia, y creed la buena nueva” (Mc 1,15).

Toda la Iglesia, a lo largo de estos casi ya dos milenios de s peregrinación por esta tierra, no cesa de anunciar a toda la humanidad ese mensaje de penitencia y conversión a Dios.

Queridos hermanos y hermanas que me escucháis:

Mi agradecimiento a Dios por hallarme entre vosotros, es al mismo tiempo agradecimiento por estos siglos de Evangelización de la Argentina, que aquí en Salta se hacen particularmente visibles en su continuidad con los orígenes. En los hombres y mujeres de esta tierra, en sus costumbres y estilo de vida, hasta en su arquitectura, se descubren los frutos de aquel encuentro de dos mundos, que tuvo lugar cuando llegaron los primeros españoles y entraron en contacto con los pueblos indígenas que vivían en esta región, y en particular con la cultura quechua-aimará.

De este fructífero encuentro ha nacido vuestra cultura, vivificada por la fe católica que desde el principio arraigó tan hondamente en estas tierras. La proximidad del V Centenario de la Evangelización de América Latina es una gran ocasión para renovar nuestro agradecimiento a Dios por la herencia de fe y amor que habéis recibido, y para llenaros del santo y ardiente deseo de que ese patrimonio sea muy fecundo en vuestras vidas y en las de vuestros hijos. ¡La gracia de Dios, y la protección de la Santísima Virgen, de los Ángeles y de los Santos, no os faltarán!

3. Acabamos de escuchar a San Pablo que, tras narrar la historia de su conversión al Rey Agripa, agrega: “Desde ese momento, rey Agripa, nunca fui infiel a esta visión celestial” (Act. 26,19). La Iglesia, a pesar de las debilidades de alguno de sus hijos, siempre será fiel a Cristo y, apoyada en el poder de su Fundador y Cabeza – quien estará con sus discípulos hasta el fin del mundo (cf. Mt 28, 20)-, seguirá proclamando el Evangelio y bautizando a los hombres en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Al contemplar cómo el mandato de predicar y bautizar se ha hecho realidad en este continente, la Iglesia confiesa humildemente que ha recibido la misión y la autoridad de Cristo para continuar a través de los siglos su obra redentora. Como dije en Santo Domingo, “la Iglesia, en lo que a ella se refiere, quiere acercarse a celebrar este centenario con la humildad de la verdad, sin triunfalismos ni falsos pudores”. (Homilía, 12 de Octubre de 1984, II.3). Esa verdad sobre el ser y el destino de América me hace afirmar, con renovada convicción, que este es un continente de esperanza, no solo por la calidad de sus hombres y mujeres, y las posibilidades de su rica naturaleza, sino principalmente por su correspondencia a la Buena Nueva de Cristo. Por eso, cuando está a punto de empezar el tercer milenio del cristianismo, América ha de sentirse llamada a hacerse presente en la Iglesia Universal y en el mundo con una renovada acción evangelizadora, que muestra la potencia del amor de Cristo a todos los hombres, y siempre la esperanza cristiana en tantos corazones sedientos de Dios vivo.

4. Así, mirar hacia el pasado de la Evangelización en esta bendita nación Argentina, no es una muestra de sentimentalismo nostálgico, ni un llamado al inmovilismo. Por el contrario, es reconsiderar la presencia permanente de Cristo en vuestro pueblo y profundizar en esta vital conexión con la perenne novedad del Evangelio, que fue sembrado en esta tierra argentina a los pocos años del descubrimiento de América, con las expediciones de Magallanes, Caboto, Mendoza, Almagro, Núñez del Prado y otros.
Desde entonces, y gracias al tesón de los primeros evangelizadores, la Palabra y los Sacramentos de Cristo no han cesado de edificar la Iglesia Argentina: Los descendientes de los naturales de estas tierras se fueron convirtiendo y bautizando en gran número y se unieron a los hijos de España, que han dejado en herencia las hondas raíces cristianas de su cultura.

Muestra originalísima de las potencialidades humanas y cristianas de este proceso de creación de un “Nuevo Mundo”, fueron las justamente célebres misiones guaraníticas. Desde el principio, la evangelización fue de la mano con la promoción humana en todos los terrenos: cultural, laboral, asistencial. Y ha de seguir así especialmente en la evangelización de los más necesitados, entre los que no pocas veces se encuentran los descendientes de los primeros habitantes de estas tierras. Es necesario hacer llegar a ellos el mensaje cristino de modo que vivifique eficazmente sus propios valores tradicionales.

A lo largo del período colonial, la Iglesia se fue asentando, no sin dificultades en diversas regiones en vuestra vasta geografía. Al ver los edificios religiosos y civiles de Salta, sus patios de laja y su maciza rejería, parece como si nos trasladásemos a aquellos siglos, en los que tantos celosos misioneros trabajaron heroicamente en la obra del Evangelio. No puedo dejar de mencionar la vida sencilla, alegre, llena de amor por los indígenas, de San Francisco Solano, y de ese modelo de acción apostólica que fue el Beato Roque González de Santa Cruz, que selló con su sangre la fidelidad a Cristo.

En casi dos siglos de vida nacional independiente, la evangelización ha seguido avanzando, tanto en extensión territorial-hasta acabar todo el país, desde el extremo norte hasta la Patagonia-, como en organización eclesiástica y, sobre todo, la intensificación de la vida cristiana. Las grandes corrientes migratorias, al paso que daban una fisonomía cosmopolita a esta gran Nación y la conectaban singularmente con Europa, confirmaron la identidad cristiana con el país, siempre unido en torno a la fe bautismal de la mayoría de los que han venido a habitar el suelo argentino. Ciertamente no han faltado obstáculos en la tarea evangelizadora, sobre todo por las múltiples manifestaciones de esa mentalidad que pretende prescindir de los valores cristianos en la configuración humana e institucional de vuestra Patria. Sin embargo, esa misma dificultad se ha convertido en fuente de madurez y en estímulo constructivo para los cristianos argentinos.

Quisiera evocar, como momento clave de la historia de la Iglesia en Argentina durante este siglo, como llamado a renovar vuestra confianza en Dios es cara al futuro aquel gran Congreso Eucarístico Internacional, al que vino como legado pontificio el Cardenal Pacelli, futuro Papa Pío XII de venerada memoria. En este memorable evento, se puso de manifiesto, una vez más, que el centro de toda la vida de la Iglesia es la Santísima Eucaristía, que no ha dejado de venerarse desde aquellas primeras Misas en las costas patagónicas en 1519, durante el viaje de Magallanes.

5. Este proceso de progresiva maduración en la fe bautismal, que se ha llevado a cabo en la Evangelización de Argentina, debe madurar también en la vida de cada cristiano. Para esto debemos actualizar la memoria del propio bautismo. Ello nos dará ocasión de renovar nuestra fidelidad personal a la vocación cristiana que nace de ese sacramento.

Durante este tiempo de Cuaresma, nuestra Madre la Iglesia nos anima a “anhelar..., con el gozo de habernos purificado, la solemnidad de la Pascua, para que...por la participación en los misterios que nos dieron nueva vida, alcancemos la gracia de ser con plenitud hijos de Dios” (Prefacio de Cuaresma I). La liturgia nos llama a crecer en esa nueva vida que recibimos en el momento del bautismo, participando en los misterios de la Muerte y Resurrección nuestro Salvador.

Estos cuarenta días de penitencia y conversión que preceden cada año a la Pascua, recuerdan, con particular intensidad, que para vivir como cristianos no basta haber recibido la gracia primera del bautismo, sino que es preciso crecer continuamente en esa gracia. Además ante la realidad del pecado, aún presente cada día en la existencia humana, resulta necesario arrepentirse y convertirse a Dios, manifestando la conversión en obras (cf. Act 26,20).

Es lo que San Pablo hacía presente en su defensa ante Agripa, cuando contaba cómo Jesús le mostró los horizontes de su apostolado: “Te envío para que les abras los ojos, y se conviertan de las tinieblas a la luz y del Imperio de Satanás a al verdadero Dios, y por la fe en Mi, obtengan el perdón de los pecados y su parte en la herencia de los Santos” (Act 26,17-18). Ese paso de las tinieblas a la luz, del pecado a la gracia, de la esclavitud del demonio a la amistad con Dios, tuvo lugar en las aguas de nuestro bautismo, y se vuelve a realizar cada vez que se recupera la gracia mediante el sacramento de la penitencia.

Queridos hermanos y hermanas: ¡Vale la pena volver al Padre para ser perdonados!.

El camino de regreso hacia la casa del Padre, comporta arrepentimiento, hacer propósitos de nueva vida, confesarnos ante el ministro de Cristo y reparar por nuestros pecados mediante las obras de penitencia; es un camino que cuesta recorrerlo pero que nos conduce a una alegría y a una paz que son la alegría y la paz del mismo Cristo.

6. El futuro de la Evangelización en la Argentina requiere continua conversión a Cristo de todos los hijos de Dios que forman parte de esta Nación. Será posible afrontar los grandes retos de la hora presente si todos luchamos por participar cada vez más hondamente en los misterios de Cristo, muerto y resucitado por la salvación de los hombres.

La enseñanza de San Pablo que hemos oído en la lectura bíblica es siempre actual: “Hemos de manifestar nuestra conversión en obras” (cf. Act 26,20). Obras propias de la nueva vida de los hijos de Dios en Cristo, en las que se ejercen las tres virtudes teologales, que son como el entramado de la existencia cristiana: la fe, la esperanza y la caridad.

“Te envío para que les abras los ojos, y se conviertan de las tinieblas a la luz” (Act. 26, 17-18). Vuestros Obispos han querido subrayar que han venido a la Argentina como mensajero de la fe, para confirmar a mis hermanos argentinos en la fe de quien es único Maestro, el mismo Cristo (cf.Mt 23,8). Con los ojos de la fe descubriréis el sentido divino de vuestra nueva vida, y veréis que ninguna noble realidad humana queda al margen de los designios salvíficos de Dios. El Papa os exhorta a que crezcáis en vuestro conocimiento del depósito de la verdad revelada, y que vuestra fe se muestre siempre con obras (cf. Sant 2, 14-19), como claro testimonio del Evangelio que debe iluminar todos los instantes de vuestra existencia cotidiana y también vuestra actitud ante las grandes oposiciones que plantea el presente y el futuro de la Nación.

“Te envío para que... obtengan... su parte en la herencia de los Santos” (Act 26, 17-18). El mensaje del Evangelio transmite la única esperanza capaz de colmar las ansias de bien y de felicidad a todo ser humano: la esperanza de participar en la herencia de los Santos, que hemos recibido como germen en nuestro bautismo. Y esa herencia es Dios mismo, al que, si somos fieles a esta vida, conoceremos cara a cara y amaremos por toda la eternidad, participamos de esa herencia, y gozamos de un anticipo de las realidades celestiales. De ahí que nuestra esperanza también nos faltará la protección y la ayuda amorosa y paternal del Altísimo, para peregrinar gozosamente hasta nuestro destino final. Dios es nuestro Indio, y quiere que reluzca su potencia en esta amada Nación. Este es el mensaje de esperanza que os deja el Papa.

El mismo San Pablo, en su carta a los Corintios (cf. Cap.11), enseña que por encima de la fe y de la esperanza y de todo otro don divino, se encuentra la virtud de la caridad, del amor a Dios y al prójimo. La caridad jamás se acaba, y sin ellas las demás virtudes carecen de valor., El amor cristiano ha sido, queridos hermanos, el alma de la evangelización de América y de la Argentina; la caridad apostólica ha sido la fuerza divina que ha movido a los misioneros y evangelizadores, y que ha de seguir impulsando el crecimiento de la obra de Cristo entre vosotros, en la que todos los fieles estáis llamados a participar en virtud de vuestra vocación bautismal al apostolado.

Este amor a Dios, y a los demás por Dios, os llevará a permanecer siempre unidos al Señor y a vuestros hermanos. Con la caridad de Cristo combatiréis el pecado, que es el gran obstáculo para esta unión, y llevaréis a cabo una honda y sólida reconciliación entre todos los argentinos, basada en la reconciliación de cada uno con su Padre Dios.

7. “Yo he recibido por todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt. 28,18): son palabras de Jesús, con las que muestra el fundamento de toda la misión de la Iglesia. Ante esas palabras se disipa cualquier duda o temor que, a la vista de las dificultades de la vida presente pudiera anidarse en nuestro corazón. El Señor nos acompaña, Él está siempre presente con su Palabra y con los Sacramentos, que aseguran su acción salvífica en medio de nosotros hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 28,20).

Reunidos aquí en Salta para dar gracias a Dios por los cinco siglos de Evangelización en el continente americano, elevamos nuestra plegaria de alabanza al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, porque las promesas de Jesús se han cumplido abundantemente en estas tierras. Y, por la intercesión de la Madre de Dios, pedimos al Señor de la Historia una renovada conversión de la Argentina y de toda América la Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, y que su conversión se manifieste en obras. Amén.

Salta, 8 de Abril de 1987

EL TESTIMONIO DE ANDRES MENDIETA

En el semanario Nueva Propuesta, de Salta, Argentina, Andrés Mendieta, académico, historiador y periodista, columnista de Argentina Universal, ante la consulta de esa publicación recordó la visita del Santo Padre a Salta, en estos términos:

Mi vivencia más que periodística fue como católico. Deseché la entrada para un palco especial ubicado en el Aeropuerto de El Aybal para mezclarme con mi familia (mi esposa y ocho hijos, en ese entonces, pues ahora son nueve) entre los miles de devotos y nos ubicamos frente a la posible entrada del papamóvil al club hípico donde se cumplirían los actos centrales. Ocupábamos un lugar privilegiado: la primera fila. El Vicario de Cristo al notar este bullicioso grupo familiar hizo detener el vehículo y desde el mismo nos dio su bendición. Dimos gracias a Dios por tanta misericordia y, un oficial de policía, nos advirtió en voz baja que no nos apartáramos del lugar porque por ahí volvería a salir Juan Pablo II. Nuevamente, y por el apropiado lugar donde nos encontrábamos, Su Santidad repitió su gracia. ¿Qué más esperar de tanta belleza?

Días antes de la llegada del séquito papal un sacerdote nos sugirió que tanto el doctor Juan Antonio Urrestarazu Pizarro, entonces director de la radioemisora, y yo dejáramos una tarjeta personal , no del medio al que pertenecíamos consignando especialmente el teléfono particular en la consejería del hotel donde se alojaría toda la comitiva y consignada para el vocero papal Navarro Valls, con la siguiente leyenda: “Joaquín, para lo que nos necesites. Totus Tuus”.

Conciliar el sueño nos fue difícil después de tanta euforia. A la mañana siguiente, antes de la seis sonó el teléfono y una voz nos dijo –a Urrestarazu y a mí: “Hola soy Joaquín. Los espero a las 7 a desayunar juntos en el hotel”. ¿Era una broma? Y sin discurrir mucho nos encontramos con él.

Vestía traje oscuro y una especie de un jazmín en el ojal. Intercambio de abrazos y comenzamos a desayunar. De pronto la conversación se interrumpe en razón que lo requerían en la planta alta donde se encontraban los cardenales.

Cerca de las 8 bajó y nos dijo: “Ustedes serán recibidos por el Santo Padre”. Nos dirigimos a la Curia Eclesiástica y con unos golpes que parecían santos y seña nos abrieron las puertas. Los esperamos en el hall y luego nos entregó una estampa con un saludo del prelado, después un rosario con la cruz y el escudo papal y finalmente nos anunció que seríamos recibidos por el Santo Padre.

De inmediato nos ubicó junto a los miembros del clero anunciándonos que el fotógrafo del Vaticano nos tomaría una nota y las remitiría directamente a nuestros respectivos domicilios.

Al bajar las escalinatas la figura del Santo Padre parecía agigantarse. Me parecía fallecer ante lo que percibía con mis ojos. De mi garganta salían gritos de nerviosismo, mientras brotaban lágrimas que recorrían mi rostro. Ya frente mío tras tocarme la cabeza me dio la bendición, acción que también la repitió con mi rosario. ( Idéntico gesto tuvo con Antonio Urrestarazu Pizarro)

Más tarde, Navarro Valls nos permitió ingresar a la Catedral y participar de un mensaje a los sacerdotes y religiosas de la Arquidiócesis, donde dijo el Santo Padre: Sigan adelante, van por el buen camino. En esta visita pastoral, vengo a anunciaros el mensaje del evangelio, el mismo mensaje que predicaron en estas tierras hace ya casi quinientos años, los primeros misioneros llegados de España. Condenó las injusticias sociales y la desocupación.

Por última vez que recibí su bendición, muy cerca de él, fue minutos antes de su partida en la estación aérea cuando dijo a la multitud el Padre Santo que se había dado cita a El Aybal: “Bendigo en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo a todos los aquí presentes, a todos los que habitan esta ciudad, esta diócesis, arquidiócesis y a toda la región de Salta. Veo que la fe y el amor de Cristo a su madre están profundamente arraigados en el corazón de este pueblo. Lo único que puedo decirles, amigos, es simplemente: ¡Gracias Dios!”

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