Historia de Salta

Levantamiento de Quito - 1809

Por: Emilio A. Bidondo


Para completar el cuadro de los sucesos ocurridos en el año 1809 en los virreinatos del Río de la Plata y el Perú, nos referiremos a los acontecimientos que tuvieron por escenario la ciudad de Quito y su jurisdicción.

No terminaban las preocupaciones del virrey Abascal. A los sucesos de Chuquisaca y La Paz se sumaron otros, esta vez en el norte del virreinato. Aún no iniciadas las operaciones conducidas por Goyeneche -comenzó el 20 de setiembre-, cuando Abascal tuvo noticias de una insurrección en la Presidencia de Quito. Ello colocaba al virrey del Perú entre dos fuegos: por el sudeste La Paz y por el norte de Lima, Quito que había iniciado el alzamiento en agosto.

La situación se tornó más que difícil, sobre todo si se tiene en cuenta la declinación del otrora poderosísimo virreinato de Lima; a ello debe agregarse que, por esos días casi desde siempre- las tropas veteranas y las milicias, más que insuficientes por su número y equipamiento, no estaban en condiciones de actuar simultáneamente, en dos teatros de operaciones muy alejados entre sí.

El levantamiento de Quito estalló el 10 de agosto y fue la resultante de una serie de situaciones internas y externas que arrancaban en el siglo XVIII.

En lo que se refiere a las primeras debemos recordar que allí hubo movimientos insurreccionales de carácter popular desde el siglo XVI hasta el XVIII, contándose entre los últimos, la ya tantas veces citada rebelión de Túpac -Amaru cuyas ramificaciones llegaron, por el norte, precisamente hasta la Presidencia de Quito.

Al comenzar el siglo XIX, allí había varios grupos sociales que actuaban disímil mente en los procesos revolucionarios mencionados.

Los naturales -en mayoría como población- se habían sublevado en distintas oportunidades durante el siglo XVIII y ejecutaron a funcionarios españoles y también arrasaron poblaciones. "Pero carecieron de matiz político, y para ellos, criollos, mestizos o españoles significaban lo mismo: lo que los movía, era más bien una tempestad de odios raciales".

El clero era en Quito un grupo social de magnitud no sólo por su número, sino también por su predicamento. Podemos repetir lo que dijera el doctor González Suárez arzobispo e historiador ecuatoriano-: "En sólo la ciudad de Quito llegó a haber más de cuatrocientos religiosos, y Quito no tenía entonces ni siquiera treinta mil habitantes". Este estamento de los sacerdotes, ilustrado, rico, numeroso e influyente sobre todo en las masas populares, actuará dividido en los sucesos revolucionarios, aunque cabe advertir que, en la mayoría de los conventos se cultivaba el sentimiento americano del criollismo, y que la lucha entre las dos tendencias políticas, se libró con tanto ardor, o más, que en los otros estratos sociales.

El grupo de los aristócratas -más reducido que los anteriores­ recién en la segunda mitad del siglo XVIII se habría de manifestar proclive a la revolución, sobre todo cuando se vio postergado en favor de los españoles para ocupar funciones de gobierno. Entre estos se puede citar a don Ignacio Sánchez Flores, marqués- de Miraflores, quien luego de cumplir elevadas funciones en el Alto Perú, aspiraba a ser nombrado virrey del Perú, pero tan solo logró finalizar su carrera de funcionario para dar, con sus huesos en la cárcel, donde pronto habría de morir. Otro miembro de la aristocracia quiteña fue don Juan Pío de Montúfar, marqués de Selva Alegre, decidido revolucionario así como varios miembros de su familia.

Como representante del grupo social de los criollos, sin duda que el precursor revolucionario más relevante, fue el doctor Eugenio de Santa Cruz y Espejo -graduado primero en medicina y luego en jurisprudencia y derecho canónico- quien ya en 1789, elaboró un plan para producir el cambio que él preconizaba.

Santa Cruz y Espejo inició su carrera política atacando la ignorancia de sus conciudadanos y la de su tiempo. Luego, sin haber podido influir suficientemente en los estratos populares, se vinculó a la clase social elevada, donde fue bien acogido -a pesar de su origen mestizo- gracias a su caudal de conocimientos y su espíritu progresista y revolucionario.

Entre 1786 -fecha en que Espejo planeara el trabajo que mencionaremos- y 1789, siguió con sus estudios político revolucionarios, hasta que fue detenido y desterrado a Bogotá, adonde lo recibió don Juan Pío de Montúfar, marqués de Selva Alegre y desde allí ambos decidieron hacer un llamamiento a los integrantes de la Audiencia de Quito incitándolos a que se plegaran al ideal político de los nuevos tiempos.

A su regreso del destierro, se enteró de que Carlos II había mandado organizar una "Sociedad Patriótica de Amigos del País", la que se integró con gente de la aristocracia, y de la cual Santa Cruz y Espejo fue secretario. Aunque públicamente nada podía hacer para producir el cambio, sus contactos personales y muy reservados, le permitieron actuar en procura de sostener y difundir sus ideales.

El 21 de octubre de 1794 aparecieron en Quito varios. panfletos revolucionarios; el alcalde de Guayaquil recibió una carta en la que se lo invitaba a participar de una sublevación general. Santa Cruz y Espejo, acusado de inspirar panfletos y otros escritos, fue detenido en enero de 1795, y sufrió prisión hasta su muerte ocurrida. un año después, (1796).

La semilla estaba sembrada y pronto fructificaría. En 1808 los antiguos amigos de Santa Cruz y Espejo iniciaron la preparación de un movimiento revolucionario y hasta crearon una junta secreta. En diciembre de ese año los conspiradores fueron apresados y sometidos a proceso, pero otros revolucionarios robaron los expedientes de la causa, por lo que finalmente el marqués de Selva Alegre y sus compañeros fueron liberados por falta de pruebas.

Ya libres trabajaron con más ahínco. Vinieron a jugar en su favor, los sucesos de Buenos Aires, Chuquisaca y La Paz. Alentados por tales pronunciamientos los cabecillas revolucionarios -ya estaban comprometidos muchos jefes militares de Quito, así cómo miembros de la clase alta y hasta el obispo- en la noche del 9 de agosto organizaron una "Junta Soberana, representativa del pueblo de Quito".

El 10 de agosto los revolucionarios intimaron al Presidente de la Real Audiencia don Manuel Urriez, conde de Ruíz de Castilla, para que cesara en el cargo. A su vez las tropas de la guarnición dieron su apoyo a la Junta, que así fortalecida, pasó a efectuar cambios en la administración pública.

El 16 de agosto, las nuevas autoridades convocaban a un cabildo abierto al que concurrieron todos los estamentos sociales de Quito, quienes aprobaron lo ejecutado por la Junta de Gobierno; de esta manera se ratificaba el deseo de la independencia. Así se lo manifestaba el depuesto Presidente de la Audiencia de Quito al virrey Abascal, "el verdadero término a que aspiran es su soñada independencia [...) fruto que dejó sembrado un vecino nombrado Espejo, que se ha cultivado después por la vitanda familia de los Montúfares".

La revolución había trabajado en Quito.

El virrey Abascal al conocer los sucesos de aquella ciudad, procedió a elaborar un plan para derrotar a los sublevados. Movilizó todas las tropas disponibles en los distritos vecinos a Quito y ordenó que, si ello fuese necesario, se coordinaran las operaciones con el virrey de Nueva Granada y el gobernador de Popayán, para poner sitio a la ciudad insurrecta. Además envió desde Lima un cuerpo de mulatos y mestizos el que, a las órdenes del coronel Manuel Arredondo cercó a Quito por el oeste. A <` su vez Miguel Tacón, gobernador de Popayán, organizó la acometida desde el norte.

Iniciado el ataque a la ciudad, el 28 de agostó la Junta ': capitulaba y reasumía el cargo el Presidente de la Real Audiencia, el conde Ruiz de Castilla.  

La revolución había sido vencida, pero los miembros de la Junta no fueron acusados y menos juzgados por su actuación revolucionaria.

Adviértase la diferencia con las represiones de Chuquisaca y La Paz, sobre todo esta última.

El año 1809, signado por estos procesos revolucionarios, mostraba que el régimen español en América aún tenía poder de reacción suficiente como para mantener su poder en estos dominios americanos. Según lo que dijera Saavedra en Buenos Aires poco tiempo después, "las brevas aún no están maduras". 

 

Fragmento extraido del libro: LA EXPEDICIÓN DE AUXILIO A LAS PROVINCIAS INTERIORES de Emilio Bidondo – Círculo Militar – 1987.

 

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