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Las Reducciones

 

Por Ernesto Bisceglia

Se entiende por Reducción el sistema impuesto por los misioneros para adoctrinar en la fe a los nativos y que consistía en reunirlos en poblaciones estables y fijas ya que habían observado que todo esfuerzo era inútil manteniéndolos dispersos. Aquellos que aceptaban ingresar en el régimen estaban liberados por orden real de tributo y servicio personal, lo que más tarde crearía el problema de que muchos se “reducían” solamente por el buen vivir que se les ofrecía despreocupados de toda otra intención. Una descripción muy interesante de los comportamientos de aquellos “infelices” –como se los llama en alguna relación de época- la da Toscano:

“Nosotros podemos dar fe, de cuantos obstáculos tuvimos que vencer para desarraigar y extirpar por completo estas parodias de fiestas y de devoción, convertidas en bacanales” (…) “Hoy todavía se las encuentra atrincheradas en sus últimos reductos… el bautismo se parodia fabricando figuras de formas humanas de masa de pan que llaman huahua, cuyo bautizo se hace por los mismos indios con la ceremonia de padrinos, celebrándose el acto con los excesos de una abundante bebida. Cualquiera tiene derecho de enviar una de estas huahuas á quien quiera del sexo contrario para formar compromisos de compadrazgo; y aunque el bautismo no se verifique, de hecho, con la aceptación del obsequio, quedan ligados. Estas periódicas reuniones suelen terminar con el mayor de los escándalos”.

“Ya pueden comprenderse los efectos desastrosos y consecuencias de tales reuniones y fiestas entre mujeres y hombres doblemente animalizados por las formas simuladas de cuadrúpedos y de la beodéz que los domina, que no obstante la idea religiosa adquirida en un largo aprendizaje, renacen en la mente del indígena los recuerdos de su gentilismo, que siente despertarse para volver al goce de sus primitivos hábitos y costumbres”.

“Cuánto había que vigilar en los centros de reducción; cuánto trabajo para el misionero. Enseñar los rudimentos de la fe, formar la idea religiosa en la mente del indígena, y luego modificar sus costumbres, purificarlas con los principios de la moral cristiana, requerían cuidados asiduos y perseverantes”.

Más escalofriantes son todavía otros comentarios desde los cuales se puede apreciar no sin angustia lo que debieron ser aquellas empresas a que se sometían los misioneros en las cuales además de los peligros que los acechaban debían soportar hambre, dolor, luchar contra la tentación de desesperanza y finalmente enfrentar la muerte, ya por causas naturales, ya a manos de los nativos o de los elementos de la naturaleza. En los Comentarios redactados por Pedro Hernández sobre los días en que transcurría el gobierno de Álvar Núñez Cabeza de Vaca traza un perfil muy descarnado sobre los bárbaros hábitos de las tribus guaraníes con quienes principalmente Jesuitas y Franciscanos tuvieron que vérselas:

“Esta generación de los guaraníes una gente que (…) comen carne humana de otras generaciones que tienen por enemigos, cuando tienen guerra unos con otros; y siendo de esta generación, si los captivan en las guerras, tráenlos a sus pueblos, y con ellos hacen grandes placeres y regocijos, bailando y cantando; lo cual dura hasta que el captivo está gordo, porque luego que lo captivan lo ponen a engordar y le dan todo cuanto quiere a comer, y a sus mismas mujeres e hijas para que haya con ellas sus placeres”.

“Componen y aderezan tres muchachos de edad de seis hasta siete, y danles en las manos unas hachetas de cobre, y un indio, el que es tenido por más valiente entre ellos, toma una espada de palo en las manos, que la llaman los indios macana; y sácanlo en una plaza, y allí le hacen bailar una hora, y desde que ha bailado, llega y le da en los lomos con ambas las manos un golpe, y otro en las espinillas para derribarle, y acontece, de seis golpes que le dan en la cabeza, no poderlo derribar, y es cosa muy de maravillar el gran testor que tienen en la cabeza, porque la espada de palo con que le dan es de un palo muy recio y pesado, negro y con ambas manos” (…) “…luego los niños llegan con sus hachetas, y primero el mayor de ellos o el hijo del principal, y danle con ellas en la cabeza tantos golpes, hasta que le hacen saltar la sangre, y estándoles dando, los indios les dicen a voces que sean valientes y tengan ánimos para matar a sus enemigos y que se acuerden de aquél que ha muerto de los suyos, que se venguen de él” (…) “…y luego las viejas lo despedazan y cuecen en sus ollas y reparten entre sí, y lo comen, y tiénenlo por cosa muy buena comer de él”

Huelgan más palabras, sin contar que estos breves párrafos son una exigua pincelada de cuanto se puede leer sobre las bárbaras costumbres que los misioneros debieron erradicar para transformar aquellos seres en personas civilizadas que cuando llegaron a abandonar ese estado de brutalidad resultaron expertos artesanos, músicos, maestros, literatos y hasta santos misioneros.

La reducción cumplía la primera urgencia que era provocar en el aborigen el abandono de la vida nómade o selvática, según el territorio. Se organizaban en torno a una plaza, con una iglesia principal y al lado la residencia de los padres,  preveían también un granero comunitario, un municipio, escuela y hospital. Separadas y debidamente trazadas las calles se erigían las casas de los nativos y allende ese trazado se disponían los campos de trabajo. La primera institución que los misioneros debían fomentar era la familia bajo las normas que son conocidas, la edad propicia para contraer matrimonio eran los diecisiete años, cuando los contrayentes formalizaban su relación podían disponer de su propia casa y un sector de tierra suficiente para cultivar. Cada reducción se hallaba encomendada a un misionero que recibía el nombre de cura quien era asistido por lo menos por dos compañeros.

Esa organización tenia un sentido social muy profundo; por ejemplo, se disponía de un terreno común que era cultivado alternadamente por todos cuyo producido se destinaba a sufragar las necesidades de los enfermos, las viudas y los huérfanos. El régimen de una reducción era de una libertad amplia, con excepción de la hora del oficio religioso y del toque para comenzar las tareas en el campo, por lo demás, los nativos tenían oportunidad de hacer cuanto quisieran. En el transcurso del tiempo fueron formándose los talleres de carpintería, metalurgia, escultura, música y tejido, sin dejar de mencionar que cuando hubo posibilidad se introdujo la imprenta, campo en que los Jesuitas fueron pioneros por excelencia. El “arma” más interesante de que dispuso el misionero fue la música, así es como la memoria colectiva conserva la imagen de estos hombres ejecutando algún instrumento, particularmente el oboe y el violín; por eso alguien llegó a decir que los “jesuitas podían conquistar América sólo con una orquesta”.

En el caso de las misiones del Paraguay el final de estas Reducciones fue muy triste, porque alcanzados los padres por los contubernios entre España y Portugal extensas zonas fueron cedidas a este último país, los misioneros debieron decirle a sus hijos que todo había terminado y que debían obedecer.

La Audiencia de Charcas y el propio virrey de Lima los dejaron librados a su suerte y muchos –nativos y misioneros- terminaron sus días a manos de los soldados portugueses y hasta españoles que ejecutaban órdenes de superiores que nunca conocieron lo que allí se había logrado solamente con la Cruz del Señor y el amor.

 

 

 

 

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