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Monseñor Buenaventura Risso Patrón

 

Tercer Obispo de Salta

Por Ernesto Bisceglia

A Monseñor Colombres lo sucedió un franciscano proveniente de la ciudad de Catamarca, Buenaventura Risso Patrón, que había sido Provincial de su Orden.

No pudieron sin embargo, renovarse los desencuentros en los ánimos de la sociedad de Salta y entre los mismos clérigos que ostentaban sus rivalidades -tal como continua sucediendo hoy- y agitaban "contrarias tendencias". Tal era la situación que dice una crónica del propio Arzobispado que:

"Hasta los laicos y lo que más asombra, hasta las damas, intervinieron a una con los gobiernos civiles para enredar más y más la cuestión eclesiástica de Salta".

Hay que decir que parece una inveterada costumbre salteña el que al morir un obispo, el Prebisterio se divide en facciones que apoyan a tal o cual candidato, y cuando las voces murmullan un nombre como "candidato puesto", el elegido viene de afuera. Ocurrió lo mismo a la muerte de Colombres y "cuando nadie sospechaba en el ambiente del destrozado Obispado de Salta" (Op. Cit.), llegó la noticia del nombramiento de Risso Patrón.

Calificado como austero y talentoso, este religioso era oriundo de Catamarca donde había nacido en 1811; hombre de robusta formación humanística y teológica sobresalía con gran prestigio dentro de su Orden.

El Senado de la Nación había propuesto el 2 de julio de 1859 la terna de obispos para Salta y el 14 de ese mes se ofrecía el decreto de presentación ante la Santa Sede. Cuando recibió la noticia estando en Paraná de su designación, inmediatamente redactó una misiva renunciando a tal investidura, allí intervino el Nuncio Apostólico, Monseñor Marini para persuadirlo de aceptar el cargo, encontrándose con una firme negativa de Risso Patrón. Será finalmente necesario que el propio Nuncio le dirija una carta en severos términos para que el elegido acceda a ocupar la Diócesis de Salta. Consagrado en la ciudad de Córdoba, Monseñor Risso Patrón tomó dos años en esa ciudad preparando su llegada a Salta.

Mientras tanto, se hizo cargo el Doctor Isidoro Fernández, quien ejercía el argo de Vicario Capitular y Delegado en el gobierno de la Diócesis. Era por entonces el sacerdote de mayor prestigio en Salta "y la figura más interesante de su época por la variedad de sus actividades benefactoras y por el empuje del apostolado cristiano".

Fotografía suministrada por Dn. Martín Risso Patrón

En Salta le esperaban no pocos y graves problemas. Los años de la Guerra y la exagerada vacancia habían dejado secuelas muy difíciles de salvar. La sociedad había caído en una indiferencia que hasta había afectado la participación en el culto que únicamente se refugiaba en aquellas familias que aún conservaban la piedad. La organización burocrática eclesiástica estaba prácticamente desmantelada, siendo como era entonces la parroquia el centro de convergencia de la sociedad, allí se hallaban los registros que daban razón del transcurso social; pues, bien, esos registros habían desaparecido y así están hasta hoy, habiéndose perdido con ellos valiosos datos historiográficos.

Ni qué decir del trato con los gobiernos civiles que hacían gala de un cesarismo autocrático, poniendo a toda la estructura religiosa a merced de los vientos que soplasen. Por supuesto, de aquel seminario no quedaban más que recuerdos.

Al llegar Risso Patrón a Salta el 6 de julio de 1862 -finalizaban con ello cincuenta años de Sede Vacante-, encontró la simiente de una nueva casa de formación espiritual, era aquella que había emprendido Isidoro Fernández bajo el nombre de "Seminario de los Dolores", el segundo que tuvo Salta. Pero, aunque el nuevo obispo había confirmado la iniciativa con fecha el 3 de octubre de  1863, el establecimiento sólo tendría un año de vida, porque al año siguiente su Rector, el Doctor Luis Alfaro era enviado a prisión en el marco de una campaña desatada contra el obispo por el entonces gobernador Cleto Aguirre.

Los hechos se sucedieron más o menos así: el gobernador Cleto Aguirre deseaba deshacerse del cura de Rosario de Lerma, según la fórmula "quia nominos leo", sólo que se encontró con la férrea oposición del obispo Risso Patrón quien defendió los derechos que le correspondían al clérigo. Aguirre hizo uso entonces de cuanto estuvo a su alcance, incluso de la policía y amenazas de castigos.

Fotografía suministrada por Dn. Martín Risso Patrón

El sacerdote en cuestión se llamaba Sixto Sáenz y estaba acusado de indignidad por el gobernador. Inmediatamente, el obispo mandó conformar una comisión investigadora que determinó la inexistencia de culpa alguna en el clérigo y pidió que el gobernador retirase toda medida contra la Iglesia.

No haciéndolo el mandatario civil, el obispo mandó imponer una medida canóniga conocida como "Entredicho" a la parroquia, ordenando que todas las campanas de la ciudad de Salta tocasen a duelo durante el día en determinados momentos, lo cual desencadenó la ira del gobernante que inició una verdadera "caza de clérigos", en la cual ni siquiera los sacristanes quedaron librados; algunos fueron encarcelados y hasta maltratados.

Entre los apresados se contó Don Pascual Arze y Zelarrayán, sobrino del obispo Colombres (este sacerdote fue el fundador del poblado El Piquete, en Anta y contribuyó a la fundación de la Biblioteca Pública de Salta. El episodio pasó a la historia con el nombre de "Conflicto de las campanas". El 15 de diciembre de 1866, Risso Patrón desde la ciudad de Tinogasta levantó el "Entredicho" decretado en octubre de 1864 a la Parroquia de Rosario de Lerma.

Risso Patrón tuvo como secretario a Rainero Lugones, oriundo de Santiago del Estero (había nacido allí el 31 de octubre de 1841). Este sacerdote -que pudo completar sus estudios gracias a una beca otorgada por el General Urquiza- acompañó al obispo de Salta en calidad de consultor a las sesiones del Concilio Vaticano I. En Roma, Lugones publicó diez cartas en defensa de la "infalibilidad" del Papa, lo que le valió gran estima, incluso del propio pontífice -no podía ser menos- que lo nombró protonotario apostólico y canónigo honorario. Al regreso a la Argentina fue destinado como secretario del obispo de Cuyo.

En ese tiempo comenzaron a arribar desde Italia los misioneros franciscanos de Propaganda Fide, venidos a Salta mediante gestión del Doctor Isidoro Fernández. Entre ellos, Fray Joaquín Remedi, integrante de ese primer contingente. Fundaría misiones entre los matacos de Orán y se dedicaría a los estudios antropológicos, siendo su labor científica elogiada por el General Bartolomé Mitre. 

Quizás el capítulo más destacado del obispado de Risso Patrón haya su protagonismo en la construcción y conclusión de la actual Catedral Basílica. En 1862, una comisión formada para llevar adelante la construcción de la Matriz de Salta, -ya se había formado una por iniciativa de Monseñor Eusebio Colombres el 17 de enero de 1856-, y presidida por el infatigable Isidoro Fernández, le solicitó a nuevo obispo que concediera:

"cuarenta días de indulgencia y remisión a las personas que haga algún servicio personal, pecuniario o d cualquier otra especie que sea y por cada vez que lo hicieron y a los operarios, jornaleros y demás empleados o artífices, otros tantos por cada día que sirviesen a dicha obra con interés o exactitud".

El obispo accedió a dicha petición y en documento fechado el 22 de julio de 1862, decía lo siguiente:

"Considerando que el contribuir en cualquier manera a la edificación de la Casa del Señor es una obra altamente meritoria a lo ojos e la Majestad Divina, para cuya morada se edifica ese Templo y que la Iglesia Santa, llenando desde ya la promesa de su Esposo Santísimo, ha retribuido y retribuye el ciento por uno, premiando lo temporal con lo espiritual, en uso de las atribuciones que Nos son propias por Nuestro Oficio, concedemos las Indulgencias solicitadas por todo el tiempo que dure la obra de la Iglesia Catedral, debiendo elevarse original al postulante". (Op. Cit. idem)

Cualquiera que deseara denostar los esfuerzos populares por las obras religiosas, vería en el espíritu de esta declaración una analogía con la venta de la indulgencias que provocaron la Reforma Protestante; pero cierto es que si una tradición tiene el pueblo salteño es aquella de colaborar desinteresadamente en cuanto atañe el sostenimiento de su culto. Y así fue entonces.

No obstante, iniciados los cimientos, las obras se paralizaron debido a desavenencias y diferencias de criterios entre los miembros de dicha comisión. Risso Patrón resolvió entonces encargar en la persona del canónigo Alejo I. Marquiegui todo lo relacionado a la obra catedralicia. En esa oportunidad, Marquiegui propuso como tesorero al presbítero Matías Linares, quien 27 años más tarde ocuparía la silla episcopal salteña; como secretario actuó Segundo Linares. Procedió luego a presentar los planos a Risso Patrón "para que los mande analizar con personas inteligentes en la materia".

En este momento es cuando se convoca al fraile franciscano Luis Giorgi para que diera su parecer, a excepción del frente y las torres. Fray Giorgi se expidió el 21 de setiembre de 1872, diciendo:

"Después de un discreto examen los encontré muy a propósito para ponerlo en ejecución por sus juiciosas divisiones, acordadas precisamente para el sitio determinado por las paredes maestras ya existentes, sólo se hubiera deseado que la nave del medio fuese más ancha para ponerla en mayor proporción con su longitud" (...)

"no creo que pueda caber duda ninguna de que no resulte un Templo no tan sólo suficientemente majestuoso, sino también enriquecido de las cualidades indispensables para todo edificio, como son la solidez, la elegancia y sencillez". (Chiericotti. Op. Cit. Pág. 11-12)

La nueva Catedral estaba prácticamente terminada -sin frente, atrio y torres- hacia fines de 1876. La obra efectuada por la empresa Cánepa y Cía. pedía que se le recibiera la misma y se pagara la suma adeudada que en razón de no haber alcanzado lo colectado se había hecho una cantidad abultada. Hubieron, es verdad también, algunas deficiencias que llevaron a sostener algún tipo de situación enojosa con la empresa constructora.

El 3 de setiembre de 1878, el obispo Risso Patrón ordenaba la conformación de una comisión a fin de que recaudara fondos entre los vecinos de la ciudad y los salteños del interior, incluso más, de otras provincias para poder solventar la suma de "13.000 pesos bolivianos" (sic).

Entre los que inmediatamente respondieron estuvo el canónigo Policarpo Segovia que donó una vivienda de su propiedad valuada en $ 3.000. A ésta comenzaban a sumarse otras donaciones que provenían de distintos puntos. El entonces Vicepresidente de la Nación en su nombre y de su esposa donó "un precioso cáliz con vinajeras y campanilla de plata dorada"

Marquiegui informaba que había hecho entrega de "seis blandones y un Santo Cristo, todo ello de rico metal, como igualmente un cáliz y patena de plata, toda dorada ésta y aquél sólo la copa por dentro que el Excelentísimo Señor Gobernador de Buenos Aires, Doctor Carlos Tejedor, obsequia para el servicio de esta nueva Catedral, disponiendo S. S. I. que dichas alhajas se destinen al uso diario del Altar Mayor" (Chiericotti. Op. Cit. Págs. 14 y ss.) 

Padrino del Templo habíase designado al gobernador de Santiago del Estero José Baltasar Olaechea, quien en la persona de su representante, Dr. Joaquín Bedoya acercaba una nota con el siguiente tenor:

"El día de mañana (1 de octubre de 1878) se inician las sesiones ordinarias e la Legislatura Provincial y muy luego me dirigiré a ella pidiéndole autorización para contribuir con algún fondo, a la cantidad que se precisa para satisfacer la deuda de lo señores Cánepa y Cía".

Otras donaciones no menos preciosas se ofrecieron; por ejemplo, dos mil pesos oro de parte "del Señor Lezama" y el nombrado Serapio Gallegos, también designado padrino, decía en carta dirigida a la comisión pertinente:

"Remito a ésta por el órgano de Ud., para el servicio de la Catedral un cáliz que tiene el mérito de haber sido consagrado por el finado Pontífice Pío IX y dos candeleros que podrán servir para las palmatorias del altar"

La consagración del Templo fue fijada para los días 13 y 16 de octubre de aquel 1878, en una ceremonia que tenía prevista una duración de cinco o seis horas, por lo que el Obispo Risso Patrón dispuso que la misa fuese rezada.

El periódico "La Reforma" del 2 de octubre anticipaba lo siguiente:

"Se avisa a los fieles que por orden del Ilustrísimo Señor Obispo Diocesano, el 24 del corriente tendrá lugar la procesión de las sagradas efigies de Nuestro Señor y la Santísima Virgen del Milagro con la solemnidad de costumbre".

Las crónicas de la época refieren la magnificencia de las ceremonias, los periódicos publican las homilías pronunciadas y destacan que el dato más afligente, solventar las deudas pendientes había sido superado y aquellas pagadas en su totalidad.

Nueve meses más tarde de aquellas jornadas, el Obispo disponía la firma del contrato con la firma Righetti y Cía para concluir el frente, el atrio y las torres.

Nuevamente se acudió a la voluntad popular para sufragar los gastos de estas obras. Doña Dolores C. de Cornejo era una de las primeras en entregar una valiosa donación y el Congreso de la Nación en abril de 1880, votaba una ley acordando un "subsidio de Seis mil pesos con destino a la Catedral de Salta". Incluso un grupo teatral llamado la "Compañía de Aficionados", ponía en escena obras cuyo producido, unos "Doscientos Pesos Bolivianos", entregaron a la comisión encargada de los trabajos.

Un episodio curioso ocurrió con la donación que hiciera mediante legado, poco antes de morir, Don Francisco Vásquez Maurín al obispado de Salta, que estaba destino a la construcción de la Catedral. El legado consistía en una importante suma de dinero, pero que estaba en poder el Estado Nacional desde tiempos de la Independencia. Marquiguie trató en 1875 de hacer efectivo dicho legado, pero el Estado no hizo lugar a la petición. Se solicitó entonces la intervención de Don Francisco Ortiz entonces senador nacional para lograr esos fondos. La gestión de Ortiz tuvo un resultado feliz y en 1882, ese dinero se libraba a los fines propuestos.

"La obra de la Catedral tiene en su poder el cuantioso crédito de Maurín, reconocido y mandado pagar por la Nación. El periódico La Nación publicaba al respecto lo siguiente:

Deuda de la Independencia.

En Fondos Públicos de la Ley del 2 de setiembre de 1881 se mandaron pagar ayer los siguientes créditos:

...A la Iglesia Catedral de Salta 41.689,05 pesos fuertes, importe de un legado hecho por el señor Vicente Maurín, heredero del señor Francisco Vásquez Maurín, que oblaron esa suma en las Arcas Reales de Salta el 22 de octubre de 1810, con destino a sus herederos ultramarinos y éstos la donaron a la Catedral"

La noticia se publicó con titulares y comentarios de alborozo en la prensa salteña; expresiones como "La (Comisión) que necesitaba el óbolo del pobre está repleta de dinero"; y otras parecidas. Sin embargo, poco duró el entusiasmo porque inmediatamente de conocida la noticia, los herederos de Don Francisco Vásquez Maurín alegaron que el legado había sido por persona incapaz de derechos para hacerlo y procedieron a iniciar un juicio a la Iglesia de Salta.

El Obispo Risso Patrón decidió desistir de dicha herencia.

De todos modos, la Iglesia de Salta tuvo una compensación, el Congreso de la Nación con fecha 2 de julio de 1883 sancionó la Ley Nro. 1.285 por la cual establecía que:

"Acuérdase al Ilustrísimo Señor Obispo de Salta la cantidad de Diez Mil Pesos Nacionales para el pago de créditos pendientes por la construcción de la Iglesia Catedral"

De ese modo pudieron sufragarse los gastos que faltaban para concluir la obra de la Catedral de Salta.

 

El último tramo del obispado de Risso Patrón:

Preocupado como estaba el Obispo por la formación espiritual de aquellos que abrazaran la vocación sacerdotal, el  2 de octubre de 1863, fundó el que sería el tercer seminario de Salta bajo el nombre de "María Inmaculada y San Buenaventura". El día 6 de ese mismo mes firma el decreto que erige la Parroquia de Cafayate, publicándose el respectivo decreto recién el 21 de febrero de 1864.

Tras penosos esfuerzos de largo aliento, el 16 de noviembre de 1874 consiguió reabrir el Seminario de Salta, conocido como Seminario Conciliar que subsiste hasta hoy. Los primeros miembros directivos y docentes fueron los siguientes eclesiásticos: Monseñor Moisés Miguel Aráoz, obispo auxiliar, rector; Canónigo Dr. Gregorio Romero, vicerrector; como profesores al Pbro. Carlos Pinilla y al Pbro. Buenaventura Risso Patrón Zabala, siendo el Pbro. Matías Linares el administrador.

Monseñor Risso Patrón también nombró al Presbítero Tiburcio López y Molina como "vicegerente y vicario foráneo en Tucumán". El dicho sacerdote era oriundo de esa provincia donde había nacido el 11 de agosto de 1817. Cursó sus estudios en la Orden de Santo Domingo, ordenándose en la ciudad de Sucre.  El Papa Pío IX lo distinguió con el título y facultades de Misionero Apostólico. En Salta ocupó el cargo de canónigo catedralicio y en Córdoba el rectorado de esa reputada Universidad y del Colegio Monserrat. A pesar de los esfuerzos de Nuncio Apostólico Marini y del propio Presidente Justo José de Urquiza, López y Molina no quiso aceptar la Mitra de Córdoba. A su muerte, el 3 de junio de 1881, quedaron escritos por él numerosos ensayos sobre Filosofía, Jurisprudencia y poesías populares.

El final del siglo XIX que proponía ese otro desafío para los espíritus, del que se dieran cuenta ut supra -el avance de la Masonería-, lo desafiaba a emprender otra nueva cruzada, como había lidiado con tantas. En eso estaba cuando  falleció en noviembre de 1884.

 

Por Ernesto Bisceglia - www.portaldesalta.gov.ar/bisceglia.html

 

 

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