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Sitial Nº 23 - SALTA, EL HOMBRE Y SU QUERENCIA

por el Poeta Don Raúl Aráoz Anzoátegui

"Porque allí crecen los maíces del alto de un hombre de a caballo:
(Respuesta dada a don Hernando de Lerma por un vecino de Santiago del Estero.. cuando aquél preparaba su expedición para fundar un nuevo poblado camino al virreinato de Lima y aún no se había decidido su emplazamiento).

Dicen las crónicas que por esos años en que el licenciado don Hernando de Lerma tenía, ante sí, los rasgos imprecisos de aquella intrincada región donde era necesario fijar una población que limitase las distancias al Alto Perú, muchas opiniones había dispares o convergentes sobre el lugar de esta aldea española en tierras del indio. Pero casi todas reconocían con preferencia los valles del calchaquí por sus mentadas riquezas minerales, o acaso las muy fértiles planicies del valle de Salta cuyas pasturas permitían mantener mayor número de caballares y procurar más fácil sustento a las personas que habitasen la comarca.

Pareciera así que el temperamento aconsejado en segundo término y sostenido por una hermosa frase -testimonio que equivalía a sentencia-, hubiese bastado para imponer la concreción de un acto trascendente. Sobre el interés material que impulsaba la codicia hispánica, se antepuso por esta vez al menos, la necesidad real, inmediata, de un contorno geográfico que además de crear un clima alrededor de cada ser, lo arraigara profundamente, le diese permanencia.
Y sucedió que las grandes leyes naturales concibieron, en este valle de Salta (1) donde los maíces están a la altura de los ojos sin que para ello sea necesario desmontar siquiera, una raza capaz de hacer las tareas de la guerra conservando esa misma estatura sobre el lomo de sus caballos. Es típico aquel episodio recogido mucho más tarde del general Valdés (2) que, cierto día, al avanzar por territorio salteño frente a su columna, vio a un niño de cuatro años subir en pelo a instancias de su madre para salir a escape y dar cuenta de la presencia del enemigo: ''A este pueblo -exclamó el militar realista- no lo conquistaremos jamás". Es que de este modo el gauchaje defendería cada palmo suyo, domado con entereza o coraje, cayendo de improviso y cerrando la trampa tendida a las tropas que España mandaba para rescatar sus perdidas colonias.
"Yo reivindico el mote de gaucho -dirá Juan Carlos Dávalos- para aquel varón ecuestre, ya legendario en la memoria de los argentinos del litoral, y para su hermano gemelo del norte que es todavía, en ciertas regiones, una realidad anacrónica, una supervivencia casi fantástica, un resabio (sic) sorprendente de nobles cualidades espirituales y físicas", Esta evocación deja constancia, sin duda, de un conmovido homenaje del poeta preocupado por entonces en la elaboración de su libro Los Gauchos(3) tomando como prototipo al hombre de la selva anteña, mientras recibía en aquel tiempo y escenario al propio Ricardo Güiraldes (4); pero la visión es incompleta si no se sigue rastreando en sus páginas para advertir, entre estas dos figuras gauchescas de tan distinta extracción, relieves diferenciales. Y posiblemente una de tales características señalada ya con agudeza por algunos autores, está en el más firme aquerenciamiento del norteño, en su apego al terruño como si sus raíces tuvieran que nutrirse de continuo en sus entrañas, a riesgo de secarse a la intemperie de otros vientos.
El fenómeno permite apreciar la medida del espíritu salteño, no en lo exterior y circunstanciado -defecto muy común a todas las provincianías que sobrestiman su localismo-, sino en relación al arraigo que experimenta en sumo grado.
A imagen del gaucho de su campaña y en contraposición al personaje desheredado y trashumante de la literatura gauchesca, también defensor de la justicia, el alejamiento fisico le produce cierta insatisfacción, y podría agregarse que en este caso no todas sus facultades funcionan normalmente. Le falta el ámbito donde desarrollarse.
Su tendencia al retorno es evidente y se da por regla general cuando el ánimo reclama su lugar, el paraje preciso del cual el destino, o la fatalidad, no acabará nunca de arrancarlo. No como aquellos objetos del Louvre que nos revelaba Rilke a través de la visión rodiniana5, ya sean animales o simples piedras, cuya inmovilidad asumía todo un mundo de vivencias hasta entonces no visibles, formada por "innumerables momentos de movimientos" que se equilibraban, para efectuar el mágico trasplante a aquel recinto que los contenía ya en una nueva vida inerte, donde debían permanecer para siempre. Aquí, aunque el proceso produjese signos muy semejantes, sus últimos efectos son distintos. Pues si bien nuestro hombre arrastra igualmente consigo como un halo su ambiente, esa lúcida presencia que no acaba de abandonar su cuerpo comienza a retrotraerlo luego, no solo en el plano ideal sino en su materia, a modo de una fuerza centrípeta que lo volviera al centro mismo de su origen.
Hay diversos lugares del país aún, en que la naturaleza no ejerce esa atracción, y hasta es posible alguna manera de desvinculación con lo nativo sin que ello menoscabe el poder de creación o amortigüe las incitaciones muy directas, muy poderosas, que hacen del salteño, por contacto -tal vez por ósmosis-, un tipo definidamente humano.
Nace de tal inserción en su paisaje, su predilección por el mito y la leyenda. Y lo que en otras partes es postergación de un estado de cosas, se impregna de una tradición todavía viviente, en acción, que sobrepasa la envoltura de una época para aflorar con perfiles propios y actuantes, con un tono diferente. Las expresiones folklóricas, por ejemplo, adquieren de tal suerte vigencia verdadera; es decir, no se hallan reservadas como espectáculo vulgar sino se incorporan a las. sensaciones de un pueblo que las cultiva y las hace suyas en una permanente actitud de elaboración referida a la necesidad de transferir sus tradiciones, sumándose a ellas. Estos procesos de folklorización que apuntan estudios sistematizados(6) , condicionan la continuidad de algo que, si entronca con el pasado, no se detiene en su trabajo evolutivo.
Por eso, es frecuente que religión y mito se fundan hasta inundarse, mutuamente, como metales derretidos en la misma concavidad terrestre, resplandecientes bajo un mismo sol meridiano.
En las rituales ceremonias no es extraño ver junto a las imágenes de la Virgen Patrona o del San Santiago, la ofrenda de las reses de cabrito cuyos cuartos se disputan de a caballo o a pie, en forcejeos increíbles, a medida que las costumbres paganas van incendiando la noche traspasada por una música tristísima (7). Y sobre este trasfondo un cúmulo de cuentos, leyendas, creencias, refranes, animan aquel aquelarre que puntualmente, con sólo cambiantes matices, se repite cuando llega el carnaval con sus cajas y bombos, y los rostros aún despiertos a la alegría ya no son rostros, sino que muestran su máscara de piedra. Detrás de esa corteza se acumulan, sin embargo, las pasiones, la soledad, y el grito de la sangre que, de a ratos, semeja empozárseles en el alma.
Hasta las festividades mayores se prolonga el éxtasis, convertido en el ademán puro de tocar con un pañuelo la herida del Cristo o en la paciente espera, en el atrio donde se apoyan las enormes colunmas, para tener el privilegio de l1evar las andas durante la Procesión del Milagro.
El panorama es por lo demás, en este sentido religioso, característico de todo el noroeste argentino al cual alcanzaron las últimas ramificaciones del imperio incaico y afluyeron fuertes correntadas hispánicas.
Garcilaso en sus Comentarios reales, explica como prendió la fe de la cristiandad en aquellas inteligencias sin ceder, desde luego, en lo que hace a ciertas formas atávicas,
y como se efectuó el traspaso que no fue igual entre tales gentes y los naturales de zonas que escapaban a su influencia.
Después de relatar el historiador de los incas en sus primeros capítulos los motivos de adoración que las tribus más primarias del continente habían buscado, exaltando a la
e deidad la aparentemente sobrenatural presencia del mar, de la tierra, del maíz, de la ballena, de los peces, de las fuentes caudalosas, nos expone sus impresiones sobre lo que constituye ese período de asimilación y lo difícil que resultó despejar de sus mentes el fermento de una idolatría que iba en proporción directa al alejamiento experimentado, por esos aborígenes, del punto de mayor concentración cultural de aquella civilización. Y añade: "Que por experiencia muy clara se ha notado cuánto más prontos y ágiles estaban para recibir el evangelio los indios que los reyes Incas sujetaron, gobernaron y enseñaron, que no las demás naciones comarcanas, donde aún no había llegado la enseñanza de los Incas; muchas de las cuales se están hoy tan bárbaras y brutas como antes se estaban con haber setenta y un años que los españoles entraron en el Perú" (8.)
La descripción de los modelos humanos cuya variedad puebla la provincia, no desdibuja la idea de un personaje que resume, más que ninguno, condiciones que únicamente en él se definen: el gaucho. Es unánime esta coincidencia de su predominio, y sirve de base a análisis exhaustivos y más especializados que el presente. Un mosaico bastante completo traza Ernesto M. Aráoz en su ensayo titulado Salta en la Caracterología Regional Norteña (9), delimitando esta figura ya legendaria de otros tipos menores que conceptúa muy genuinos y también representativos: el "hombre culto de la ciudad" y el "colla". El indio, reducido a la zona chaqueña local, tiene a su criterio más acentuada prevalencia confluyendo al mestizaje sobre todo en lo que hace al habitante del altiplano influido principalmente por las razas "quichua y aimara". Resulta interesante su referencia a lo que califica como "población de aluvión": "el elemento criollo venido del litoral, los italianos, los españoles de nuevo cuño, y los sirios, libaneses e hindúes".
Sin embargo, la síntesis concretada por el gaucho aporta relieves muy personales y acusados.
En cierta manera, da impulso y vitalidad a una nueva progenie radicada, embrionada, y absolutamente individualizable en un determinado lugar. Tan fuerte es en ello la acción del medio, que si el colla ha rebasado las fronteras circunvecinas y sus músicas, sus canciones, sus instrumentos típicos son exteriorizaciones de una misma veta que se reproduce por el subsuelo americano, el gaucho con su baguala (10) Va cavando su propia soledad. En sus tonadas hay vibraciones íntimas, telúricas, aunque tampoco sean uniformes, porque sin desvirtuar su unidad retoñan de modo diferente en cada paisaje salteño, desde las selvas del Pilcomayo a las altas tierras calchaquíes cercadas de montañas.
Sus faenas de campo, en consecuencia, no son similares en las distintas zonas y se adaptan a la lucha que debe emprender frente a la naturaleza para subsistir.
El gaucho montaraz se reconoce en su espesura, en cuyas picadas algún tigre cebado puede estar a su acecho después de provocar estragos entre sus ganados, y no es la réplica exacta de aquel otro que vive en los valles intermedios cultivando la heredad trajinada y dominada por generaciones, durante siglos.
Ambos tienen, a pesar de todo, mucho en común aunque la vida haya desarrollado en ellos ciertas habilidades e intuiciones propias a las necesidades que cada cual debe afrontar de acuerdo al ambiente en que actúa. Pero el nexo de una misma ascendencia racial les 'confiere igual autenticidad. Ordenan sus existencias a normas dictadas por un temperamento férreo, hacen honor a la palabra empeñada y son compañeros inseparables del caballo que, en una forma u otra, es el medio que emplean para sus largos viajes o para aquellas tareas que llevan a efecto cotidianamente. No abandonan por lo general su predio o, cuando las circunstancias se lo exigen, jamás olvidan la querencia pues en ella logran la plenitud de un estilo, el goce total de sus virtudes físicas y mentales.

Sus usos tampoco difieren prácticamente y su destreza no admite límites si ocasiones al salir a un claro en las corridas del monte, a veces en las yerras (11) dentro del corral de las fincas rurales, es preciso pialar (12) un potro o enlazar un toro del testuz. Aparte de sus bombachas amplias y ceñida chaquetilla, el cuero entra en la confección de complementos necesarios a la montura de su animal e indumentaria criolla, como el guardamonte(13), el coleto(14) y el guardacalzón (15).
Faltaría averiguar, por supuesto, como este gaucho salteño que de tal modo interpreta su región, ha encajado su idiosincrasia en los moldes comarcanos mediante ajuste tan perfecto.
Se ha hablado con frecuencia de un mayor caudal español en su conformación, en cuanto a su mestizaje con el indígena, y la obra de recopilación y confrontación realizada por Juan Alfonso Carrizo (16) así parece demostrarlo. La poesía ibérica - la del romancero, particularmente- ha calado hondas huellas en su copla popular, y se traduce además el vocabulario y giros castellanos hasta nuestros días, en su idioma corriente (17) .
No obstante, sin confundir a este gaucho genérico con el gaucho patrón en que está impreso a flor de piel el sello español, conviene no desdeñar signos que subyacen en su interior como un río de sangre que se manifiesta en profundidad, aunque su poco contacto con la lengua aborigen y el desconocimiento de una escritura que aun no se puede afirmar haya existido, impidan una más expresiva comunicación. De tales fuentes ocultas se patentizan tendencias fundamentales. Si seguimos los lineamientos dados por Pedro Henríquez Ureña en la obra ya citada en otro ensayo nuestro (18), vemos varios aspectos comparables a la organización que, por su índole, particularizan al gaucho nuestro como ser social, dócil a cierta natural disciplina impuesta por un deber de conciencia y porque sabe que ella es el único camino hacia su pleno y libre albedrío.

El soldado de la conquista, en contraposición, desquició el orden de cosas que encontró y que era ejemplar en numerosos campos, como le reconocen los primeros testigos llegados a América, entre los cuales Cieza de León, comentaba: "No fue nada la calzada que hicieron los romanos, que pasa por España, para que con ésta (la gran calzada de los Incas) se compare". Dicha cita aludida por el mismo autor dominicano, está abonada por datos muy interesantes tal la práctica oficial de las estadísticas, como hoy no existe "en ningún país civilizado".
Nada sumemos sobre su literatura que oralmente se conoce por fragmentos y que había adquirido notable desenvolvimiento, o de sus artes plásticas sepultadas e ignoradas por muchísimos años hasta que empiezan a ser rescatadas con el tiempo. Mas donde deseábamos desembocar es en su comportamiento colectivo, esa suerte de extraordinario sentido de solidaridad comunitaria que creaba la obligación de mantener a los niños, mujeres e inválidos y hacía que se conservara el sobrante de las cosechas para socorrer a los necesitados.
El pueblo -prescindamos de su sistema de gobierno imperial- trabajaba la tierra con tanta habilidad y perseverancia, que todavía al pasar cerca de lugares a simple vista ubicados en niveles superiores, podemos asombramos con qué maestría la mano del hombre guió cursos de agua sin ayuda de la moderna ingeniería.
Recogió nuestro gaucho aquel instinto primitivo con una constancia que lo hizo apto a los quehaceres de la agricultura (19), aunque prefirió siempre las labores más rudas, dejando de lado algunos oficios como la alfarería y los tejidos más propios del colla o del indio. Tal vez sea la industria del cuero propicia en grados de preferencia a sus manualidades, porque con este material se procura los elementos que lo defienden (guardamonte, coleto) o que prolongan su fuerza (riendas, lazo). El caballo era, por otra parte, un nuevo aliado que resultó para él de incalculable valor.
Agregó además, el gaucho, en sus tareas de la siembra y del monte, su firmeza; esa seguridad que en el español tendía a dispersarse sobre un continente demasiado vasto cuya totalidad quiso abarcar solamente para sí. Y cuando ambos se enfrentaron, revelóse su dimensión que vino a cuajar dentro de una coyuntura histórica decisiva. Disputaba y afirmaba, a la par, algo que le era más precioso que su personal situación, que el aislamiento de que gozaba y en que transcurrían sus días; o sea que tuvo el advertimiento de que con su suerte se arriesgaba, a cara o cruz, el futuro y la unidad nacionales.
De ahí que al recortarse en escena el perfil de Güemes, pudo éste convertirse en caudillo. En un caudillo diferente, porque miraba más lejos, en proyección a los planes sanmartinianos y al afianzamiento de una independencia que pugnaba entre las pasiones, la desorganización, la anarquía, la pequeña ambición localista, el desánimo. Y el gaucho apoyó y realizó esta empresa quebrando en su pecho la lanza de siete invasiones. Y también apoyó a Güemes en sus momentos de amargura, cuando el desgaste del largo esfuerzo exigido predispuso en su contra voluntades menos firmes y, sobre el triunfo casi concluido, vio disminuir su ascendiente entre grupos directivos que hacia mediados de 1821 formaban el Cabildo de Salta y cuyos patrimonios habían mermado como consecuencia de la misma guerra. No en vano el jefe de estos guerreros americanos que acosaban y destruían a los mejores ejércitos del rey, se propuso ya en 1816 liberar a sus gauchos del pago de arriendos mientras durase la contiendas (20), medida de justicia que contribuyó a granjearle la confianza y adhesión de la mayoría, aunque le atrajo por otro lado las primeras dificultades internas.
A tal punto el gaucho se sintió sacudido por su causa, a través de la cual tomó responsabilidad de su condición humana, que aún a la muerte de Güemes fue la única fuerza que cumplió su promesa de continuar la lucha hasta abatir el poder realista en territorio patrio (21).

Una esencial y subterránea comunicación telúrica lo mantenía, y lo mantiene, impregnado por todos sus poros. Por esa razón su actitud, sin otra fórmula que la sabia intuición popular, es absolutamente coherente. Apartado de otros problemas ajenos a la consecución de sus ideales no participó de la montonera, y nada más desacertado que colocarlo en ese casillero, al ocupamos de los distintos períodos de nuestra emancipación y posterior desarrollo.
Las constantes de un pueblo se establecen, pues, de acuerdo a muchas contingencias étnicas e históricas. Pero la subsistencia de tales caracteres, como cuerpo homogéneo que tiende a integrarse con los medios que encuentra más a mano en su transcurrir cotidiano, está en las relaciones del hombre con su régimen de lluvias, sus sistemas fluviales, la fauna, la flora, la sustancia perdurable que posibilita una mayor o menor emoción, o interés, por los acontecimientos que nos envuelven. La historia misma precisa de un marco que le preste grandiosidad de gesta, que en vez de dispersar la atención general, la circunscriba a determinados puntos y la grabe en la memoria.
El territorio de Salta, a pesar de su dilatada extensión provoca esa suerte de sortilegio con apartados valles, quebradas profundas, selvas todavía impenetrables, desoladas cumbres, en fin, diversos accidentes geográficos que marcan aspectos muy particulares y a la vez concurrentes. Y todas esas parcelas tienen nombres propios, fechas entrañables al recuerdo de algún hecho preciso, afectos más que antiguos. No es el campo abierto de la llanura, de la pampa, del río sin orillas, donde la existencia se pierde en la infinitud con solo la lejanía por delante, como una tentación a la aventura y lo desconocido. Nuestro ser también siente esa ansiedad de recorrer caminos -herencia, quizá, de sus antepasados que se dedicaban al comercio de mulas o al arreo de ganado-, mas sabe que ha dejado sitios tremendamente identificables, formas que casi puede palpar y se le hacen imprescindibles. y por ello, el llamado de su naturaleza: una íntima afinidad, consustancial, entre tierra y hombre.

Enero de 1966

1 Don Hernando de Lerma fundó la ciudad que bautizó con su propio apellido en el llamado valle de Salta.: no es difícil conjeturar que el uso trastrocase los términos quedando la ciudad de Salta en el valle de Lerma.
2 Dr. Bernardo Frías: "Historia del General Güemes”: publicación del Gobierno de Salta. 1955; Tomo IV, pág 125. (Este hecho se refiere al general Gerónimo Valdés. jefe del Estado Mayor del general en jefe de las tropas realistas D. José AIvarez de la Serna e Hinojosa, no al Barbarucho (Valdez) que más adelante, en 1821, comandaba la partida de Olañeta que penetrando subrepticiamente a Salta hirió mortalmente a Güemes).
(3) Juan Carlos Dávalos: "Los Gauchos”: Edit. La Facultad, Bs. Aires, 1928, pág, 14.
(4) Juan Carlos Dávalos: "Ricardo Güiraldes en Salta”: nota transcripta en el diario El Tribuno e1 3/1 0/65. Fue tomada de una carpeta que perteneció a Dávalos conteniendo un recorte de El Intransigente, del 31/10/56.
Esta primera publicación cuyo subtítulo general era "Recuerdos Literarios”: tiene más de cuarenta enmiendas y agregados de puño y letra del auto y que suman frases íntegras no registradas en su texto originario. Tal evocación deja constancia del encuentro producido en "abri1 de 1921 "y de los sucesivos episodios que tuvieron lugar inmediatamente en ocasión de este viaje de Güiraldes a Salta, permanencia prolongada durante una semana en que ambos escritores pasaron en la estancia El Rey (ahí mismo de donde Dávalos extrajo hechos y protagonistas incorporados a su obra Los Gauchos). Complétase dicho testimonio con apreciaciones y circunstancias valiosas, como por ejemplo: "Los gauchos, puesteros de la estancia, nos acompañaban y asistían de continuo, y entre ellos estaba uno, Cruz Guíez, de quien Güiraldes decía que era idéntico a su Segundo Sombra, por aquel entonces ya en ciernes, en la imaginación del escritor”. Es posible que esta afirmación no sea tan rigurosa. pues el libro en cuestión de Güiraldes -referencia abonada por su esposa, Adelina del Carri1- ya se encontraba en plena realización y fue comenzado en París en 1920, donde había escrito diez capítulos de una sola tirada además de ciertas descripciones ambientales concluidas ese mismo verano en una estancia porteña. Sobre que este contacto haya influido en los últimos retoques dados al Segundo Sombra arrima posibilidades Roberto García Pinto en su libro Autores y Personajes editado en Cuadernos Humanitas Nº.5. Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán, 1961. No creo que sea muy estricta esa suposición. El tema ofrece, sin duda, interesantes facetas para nuevas indagaciones aunque una influencia de Dávalos sobre Güiraldes no pueda ser definida (o viceversa), sobre todo por la diferencia notable de ambientes y caracteres, o también de dos estilos, si bien admirables, formados en tan disímiles corrientes literarias.
5 Rainer Mana Rilke: ~lEteRodin'" Blit. Poseidón, Es. Aú~ 1947,pigs.15y 16

8 Inea Garcilaso de la Vega: "Comentarios Reales de los Incas”, Libro 1, Cap. .XV
9 Emesto M. Araoz.' Artículo publicado en La Nación, 1/1/36, y recogido en su libro "El Alma Legendaria de Salta'~ Edit. La Facultad, Bs. Aires, 1936, págs.33 a 43.

10 BAGUALA: "Canto melancólico del gaucho que anda solo en el monte. También de los arrieros. Del quichua WA WALLA, cuya interpretación, según Storni, sería: WA WA = capullo, brote; LLA = amor, ternura: (Del Diccionario de Regionalismos de Salta de José Vicente Solá, 2da. edición del Gobierno de Salta, Bs. Aires, 1950, Pág.53).
11 YERRA: " Vulg. por tierra. Es el herradero del Dicc., voz conocida en otras partes":
(ibídem, del Diccionario de Solá, pág.353).
12 PIALAR: "En otras partes PEALAR.. esto es enlazar al animal de las patas delanteras y derribarlo. Es el MANGANEAR del Dicc." (íbídem, del Diccionario de Solá, pág.259).
13 GUARDAMONIE: "Resguardo de cuero, colocado a ambos lados del apero, que protege al gaucho de las ramas y agudas púas de los montes salteños" (íbídem.. del DiccionarÍo de Solá.. pág. 168).
14 COLETO: "Saco de cuero para correr en el monte. Esta voz figura en la decimosexta edición del Dicc. ,.. (ibídem. del Diccionario de Solá, pág. 86). 15GUARDACALZON'Protección de cuero que el gaucho ajusta mediante un Cinturón de la misma pieza, cubriéndole sobre todo hacía adelante. Tiene un amplio tajo entre las piernas y se emplea también para trabajos que son realizados a pie. (José Vicente Solá no registra esta voz en su Diccionario ).
16 Juan Alfonso Carrizo: “Antecedentes Hispano-Medievales de la Poesía Tradicional Argentina.: Edic. Publicaciones de Estudios Hispánicos. Bs Aires: 1945. Además sus importantísimos "Cancioneros Populares" de Catamarca, Salta y Jujuy. Tucumán y La Rioja, editados de 1926 a 1942 por la Universidad Nacional de Tucumán, a excepción del primero impreso en Bs. Aires.
17 Raúl Aráoz Anzoátegui: (ver en este mismo tomo, el ensayo anterior titulado "Poesia de Proyección Folklórica - Apuntes sobre sus influencias y posibilidades Pág. 19.
18 Pedro Henriquez Ureña: " Historia de la Cultura en la América Hispánica.; (3ra.Edición), Edit. Fondo de Cultura Económica. México. 1955, Págs. 22 a 25
19 "… esa masa de población campestre se dedicaba a la agricultura, en que era hábil y diestra..." (De la ''Historia del General Güemes" del Dr. Bemardo Frías, Edic. de la Comisión de la Historia del Sesquicentenario de Mayo en la Prov. de Salta, 1961, tomo V, pág.103).

20 "Nada más justo les presentó, ni equitativo, que concederles la gracia mientras prestaban sus servicios a la Nación, que no pagaran sus arrendamientos por las tierras que ocupaban'~ (Ibidem. de la Historia de Frías, tomo V, pág.l02).
21 "Esta fuerza que rodeaba a Güemes era la única, de esta manera, que en tan profunda y dolorosa crisis salía a hacer frente a la invasión. No era esta laudable comparación, es bueno advertirlo, efecto de circunstancias del momento: que también en lo sucesivo de la defensa del País, hasta el fin de la campaña, esos gauchos serán así mismos (sic), los únicos que
permanecerán en el puesto de combate, haciendo fuego al enemigo; como para cerrar con este postrer esfuerzo la corona de su héroe que en esos propios días acababa de desaparecer de esta vida para siempre (ibidem de la Historia de Frías. tomo V, págs. 352 y 353).