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Sitial Nº 9 - Julio César Luzzatto

Por Lic. David Slodky

Los pueblos que recuerdan a sus héroes, que los cantan con sus poetas, y que los proyectan al presente y al futuro, tienen un destino de árbol esplendente, asentado en hondas raíces.

Hoy, que se hace dramáticamente evidente que hemos perdido el rumbo de grandeza que nos merecemos, es más necesario que nunca volver nuestra mirada hacia nuestros Padres Fundadores, no para honrarlos acartonadamente, sino para retomar su ejemplo, sus ideales, sus sueños, su coraje, sus acciones. Para que retomemos la posta que nos legaron y que no supimos recoger; para que guíen nuestros pasos en esta etapa crucial de la patria.

Nuestro héroe, Martín Güemes, luchó aunando sus esfuerzos a los hombres más preclaros y decididos que la Patria naciente y en peligro había logrado forjar: San Martín y Belgrano. Creo que no es extraño que estos grandes entre los grandes de la Patria, nos hayan dejado uno tras otro en tres fatídicos años: en 1820 muere Belgrano, pobre y sin reconocimiento. En 1821, muere Martín Güemes, “el único general que en aquella guerra cae”, producto de un contubernio entre traidores locales y fuerzas realistas. En 1822, San Martín deja en manos de Bolívar la tarea final de la liberación americana, al no poder contar ya con la asistencia fundamental que Güemes y sus hombres iban a prestar a su tarea libertadora, ni con el respaldo del gobierno porteño que pretendía sumarlo a la guerra civil que ya se estaba desarrollando, antes que seguir aportando para la liberación de América toda del dominio colonial español.

En esta tarea de reivindicar y difundir la Gesta de Güemes y el pueblo que lo acompañó, muchos y meritorios trabajos han sido realizados por historiadores ilustres, algunos de los cuales son homenajeados en este mismo acto. Pero los pueblos saben más sobre Aquiles y Ulises por La Ilíada y la Odisea de Homero que por las crónicas históricas; saben más del Cid Campeador por el Cantar del Mío Cid que por lo que les enseñaran en la escuela. Es que el arte, la poesía, tienen un poder transmisor y potenciador enormemente mayor que cualquier crónica, porque aúnan al conocimiento histórico la pasión, la belleza, la emoción que sólo las Bellas Artes pueden sumar de esa manera.

Y así como la gesta güemesina está a la altura de las grandes gestas de la humanidad, el “Güemes” de Julio César Luzzatto (que yo me he atrevido a rebautizar “Romancero de Güemes”), está a la altura de los grandes poemarios de la literatura universal. La exaltación patriótica que despierta su escucha o lectura, el estado de dicha gozosa que provoca, de corazón acelerado por la emoción estética, épica, histórica, contribuye tanto o más a la difusión y empatía de lo que significó Güemes en los albores de la patria, que la más brillante página de crónica o interpretación histórica acerca de su figura.

Y esto al margen de que haya uno que otro hecho puntual que aún esté sujeto a discusión, por ejemplo, la presunta hemofilia del General o su participación en la toma de la fragata Justina. Pues aún si en estos hechos hubiera un error histórico, el poeta como el pueblo los toman para enaltecer aún más su figura (“Sólo él ha de ser guerrero / con ese mal de sus males”). Así como Homero y el pueblo helénico adjudicaron al baño en aguas mágicas la cuasi invulnerabilidad de Aquiles.

Nada como el romance “Carga Gaucha en el Río”, dará cuenta de la confianza en las propias fuerzas que generó en los criollos la defensa contra las Invasiones Inglesas: “Las fragatas de Inglaterra / invadieron Buenos Aires / (...) Una flota de prodigio / está inventando el coraje. / (...) caballos, caballos criollos / con jinetes por velamen, / se arrojan sobre un navío / que ha maneado la bajante/ (...) Emponchados con las olas / allá van al abordaje / jinetes de Pueyrredón / con Güemes de Comandante. / (...) Tacuaras de empaque gaucho / retan a los rubios sables. / Un lazo busca un cañón / para apagarlo en el cauce.” (...). No hay manera más vibrante que el romance “Suipacha” para dar a conocer el papel fundamental que tuvieron Güemes y sus gauchos en el bautismo de la patria: “Se une Güemes a Balcarce / que viene con sus paisanos. / Son sesenta los norteños / y usan ponchos colorados. / (...) Los godos bajan del cerro, / con su pabellón dorado. / La patria recién nacida, / sin bandera está luchando. / Un azul limpia flamea / en el mástil de un picacho. / Ya su bandera es el cielo, / antes de haberlo copiado. / (...) Los españoles recelan / de esos guardamontes gauchos / de esos “caballos con alas”/ que serán del mismo diablo. / El triunfo fue de los criollos. / ¡Y es claro, si en ese campo / se bautizaba a la Patria / que aún no ha cumplido un año! / El cerro de Potosí / desde hace siglos cavado /con sus mil bocas mineras / repite el grito de Mayo.”

La heroicidad de todos los que acompañaron a Güemes, el carácter de epopeya digna de casi míticas referencias, queda testimoniado de manera inigualable en el romance “Luis Burela, un Capitán de Güemes”: “Un mozo el clarín empina / y al hacerlo tiembla entero / como si a esa carga de oro / se la tuviera bebiendo. / -¡A la carga mis paisanos! / ordena el jefe salteño. / -¿Con qué armas mi comandante?, / preguntan los guerrilleros. / Y dice don Luis Burela: / -¡Con las que les quitaremos!”.

La ética incorruptible de Martín Güemes -¡tan opuesta a la que hoy impera en la política argentina!- debiera ser estandarte anatemizador contra los que hacen de su práctica una fuente de prebendas. En “La Oferta” se narra con lírica pasión un hecho histórico: cómo intentaron tentar a Güemes para que abandone la lucha patria ofreciéndole títulos nobiliarios y oro en abundancia, y la terminante y dignísima respuesta del gobernador, militar y caudillo salteño. El golpe de estado con el que un sector de los “señores poderosos” de Salta trataron de apartar a Güemes de la lucha libertaria e igualitaria, queda magníficamente registrado en “La Revuelta. 1821”: “Ya derrocaron a Güemes / los señores poderosos. / Esos que acuñan el mundo / en el aro de un monóculo. / Los nostálgicos del Rey, / que a la Patria niegan su oro, / mientras el pueblo en su sangre / da sus únicos ahorros”. / (...) “Por soñar en esa tierra / un lugar para los criollos, / se desata sobre Güemes / el aullido de los lobos.” / Pero también queda el lírico y resonante testimonio de la restitución por el gauchaje: “Estalla en un “Viva Güemes”/ el júbilo del recobro. / La boca de las quebradas / repite el grito de gozo. / Y Salta tiene de nuevo / su Gobernador de poncho. / ¡Qué han de poder los señores / prender a Güemes con criollos!”

La calumnia que los enemigos de Güemes hicieron correr acerca de la muerte de nuestro héroe por una cuestión de faldas (y que nuestros jóvenes repiten graciosa e irresponsablemente), queda definitivamente herida de muerte si somos capaces de transmitir la grandeza del Romance “Muerte del Héroe”: la traición de los mismos que catorce días antes intentaron dar un Golpe de Estado contra Güemes y su contubernio con las fuerzas realistas, adquieren ribetes poéticos lacerantes e inconmensurables en este romance.

En fin, insisto: No hay manera más profunda, visceral, conmovedora de conocer la historia de la gesta güemesina, que esta magnífica obra de don Julio César Luzzatto.

Y es por eso que considero de toda justicia, el sitial en el que en este acto se lo coloca.

Julio César Luzzato es uno de los grandes poetas que esta tierra ha dado al mundo. Pero como sucede en nuestra ingrata patria, aún no ha sido cabalmente reconocido ni siquiera por los mismos salteños.

Nació el 9 de agosto de 1915. En 1949 -esto es, a los 34 años- abandonó definitivamente nuestra tierra, que él tanto amara y cantara magistralmente. Me dicen que problemas de salud recomendaron su alejamiento. Yo estoy íntimamente convencido de que fue más bien nuestra indiferencia lo que la que motivó. De cualquier manera, siempre estuvo ligado poética y afectivamente a este suelo de héroes y gente buena y sencilla. A ellos dedicó su cantar.

Comienza a publicar en los diarios salteños Nueva Época y El Intransigente en 1932, con tan sólo 17 años. De esa misma edad es su poema-despedida a otro grande de nuestras letras: Joaquín Castellanos.
A los 18 años La Nación le publica su “Pastora de Orosmayo”

Con jóvenes 20 años, obtiene en 1935 el Primer Premio en los Juegos Florales de la Primavera, actuando como Jurado -entre otros-, el patriarca de las Letras Salteñas, don Juan Carlos Dávalos. Su enorme talento para unir la lírica con la épica ya se encuentra allí: el poema es un homenaje a la Batalla de Salta, “Las Campanas del 20 de febrero”, donde alude poéticamente a la grandeza de nuestros héroes, que supieron fundir en campanas de paz y piedad el metal de los cañones que rugieron en esa batalla.

En 1937, Luis Gudiño Kramer se entusiasma en una carta espontáneamente dirigida a nuestro joven poeta, adivinando ya su grande destino: es que al leer “La apacheta” se regocija tanto, que le escribe inmediatamente: “sobrio, emotivo y hondo poema de nuestra miseria y de nuestra sangre. Al leerlo, (...) sentí el sabor de lo auténtico, y esto es muy importante: hoy en día hay un exceso de falsificación de motivos folclóricos (...). Versos como el suyo dignifican nuestra poesía documental, lírica y costumbrista. (...) Lo supongo a Ud. joven y en el camino de una fácil ascensión hacia la culminación de sus destinos literarios.”

En 1938 publica “Letras Minúsculas”. Su mismo título simboliza -al decir de Jacobo Regen- su orgullosa modestia. Pues este solo libro bastaría para inscribirlo con letras de oro en la poesía salteña y argentina. Su aparición merecerá cálidos elogios en cartas personales de Ricardo Rojas (“me apresuro a felicitarlo por sus cantos. Hay en ellos corrección de formas, ritmos fáciles y sentimiento nativo”); de Rafael Jijena Sánchez (“Alabo en usted la frescura del agua y la perfección del vaso. Y más aún, la nobleza y la sobriedad del canto que por momentos me recuerdan a nuestro grande, querido y llorado Leopoldo Lugones”); de Conrado Nalé Roxlo (“tenía que decirle el entusiasmo y la alegría con que leí sus Letras Minúsculas, pues no es frecuente encontrarse con versos que sean versos y poesía que sea poesía. (...). ...sus versos, [son] tan llenos de frescura, de noble amor, siempre bellos y dignos...”); de José Pedroni: “Poeta: no hay duda alguna / que por la abierta ventana / en una noche lejana / te hizo su daño la luna. / He leído una a una / tus veinte o treinta poesías, / y por orden de las mías / digo, con la copa alta, / que es Luzzato el Jeremías / de los poetas de Salta”, poema del que da fe, graciosamente, don Juan Carlos Dávalos.

En 1942, recibe en Tucumán la medalla de oro instituida por la Comisión Nacional de Cultura, por su “Poema a Diego de Rojas, descubridor del norte Argentino”. Nuevamente, la lírica y la historia se amalgaman en nuestro poeta.

En 1947 la revista “El Hogar” inaugura una serie titulada “El Canto de la Tierra Natal” con su poema “Salta”, que motivara comentarios laudatorios de Ricardo Galassi desde Entre Ríos (“Desde aquí fatigué mis manos en el aplauso sincero y emocionado [ante] su hermosa poesía “Salta”, que gusté espléndidamente”). También de Julio Chazarreta (“Su maravilloso poema enviado al Hogar, encierra el presente y el pasado maravilloso de Salta”). Y otros.

En 1949 se traslada a Bs. As., en un ostracismo definitivo, del que alguna vez dirá “Soy un ser trasplantado, mi raíz añora el terruño”. Mientras ejerce su oficio de periodista, participa activamente de la vida literaria en tierras porteñas.

En mayo de 1954 publica en la revista “El Hogar” el poema “La Muerte del General Güemes”, que ya preanuncia la magna obra que vendrá, y donde claramente se muestra el articulado histórico que preparaba Güemes dentro de la estrategia sanmartiniana: “Hay prisa en matar a Güemes, / que ya con tropas de enlace / irá a unirse en el Perú / al Capitán de los Andes”. Ni deja dudas acerca del carácter de conjura que provoca la muerte del General: “Entra a Salta el “Barbarucho” / con fuerzas peninsulares, / tenebrosamente aliadas / a los traidores locales”.

En 1953 publica su segundo libro “Coplas y sonetos”. Luis Andolfi -años después- no dudó en calificar a Luzzatto como “uno de los más brillantes sonetistas argentinos”.

En 1964 recibe un Premio del Fondo Nacional de las Artes por el libro “Güemes y otros cantares”. Respecto a la obra que acá largamente hemos parafraseado, dirá Regen “es la experiencia lírica integral más trascendente que ha suscitado la figura del gran guerreo de la Independencia. (...) Es una obra magna a la que difícilmente pueda hallársele parangón en las letras de Salta y del país.”

En 1984, en una edición de la Dirección General de Cultura de Salta, con motivo del Cuarto Centenario, y con sendas semblanzas sobre su grande poesía y su enorme humanidad de Jacobo Regen y Manuel J. Castilla, se publica su “Obra Poética” que recoge toda su poesía publicada hasta entonces.

Escribió además dos comedias: “Tolarmuyo” y “La niña se rebela”; obtuvo en 1957 una mención especial por su drama “Cuauhtemoc” en el concurso de teatro organizado por la Municipalidad de Santa Fe, cuyo jurado presidía Bernardo Canal Feijó. Ha escrito una semblanza biográfica de don Juan Carlos Dávalos, que nadie aún conoce, y que seguramente debe estar a la altura de nuestro Padre Narrador.

Fue, además, miembro correspondiente en Buenos Aires del Instituto Felipe y Santiago de Estudios Históricos de Salta.

La burocracia salteña demoró 10 años en otorgarle la Pensión al Mérito Artístico, a la que accede recién poco antes de su muerte, acaecida el 2 de junio de 2000, a los 85 años de edad. Debiera habérsele otorgado sin que nuestro noble y grande poeta siquiera lo solicitase. Sus familiares habían iniciado los trámites el 3 de febrero de 1988. Otorgada oportunamente, esta pensión hubiera significado el merecido reconocimiento que tanto se demoró en concedérsele, y hubiera aliviado económicamente su austera vejez. Espero que no tardemos otros 10 años en publicar las obras aun inéditas y en reeditar las éditas de este Padre Poeta nuestro, agotadas hace tiempo.

Hoy ocupa el sitial que merece. Nuevamente, “Salta rinde homenaje a Su Héroe y Su Poeta”.

 

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