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Santos Vergara

ació en Orán (Salta), el 8 de julio de 1955. Es Profesor en Letras, escritor, artista plástico y gestor cultural. Fue docente de la U.N.Sa. Sede Regional Orán; también se desempeñó como profesor de Lengua, Literatura y Lenguajes Artísticos y Comunicacionales en establecimientos educacionales de los niveles secundarios y terciarios de Orán. Actualmente se encuentra gozando de su jubilación.

   Como artista plástico, se inició en el dibujo siendo muy joven ilustrando la colección "Conozcamos lo nuestro" del historiador Hugo Alberto Luna, y publicó en 1979 la historieta "El Familiar" en el diario "EL Tribuno" de Salta. Ha realizado exposiciones de dibujo, pintura, grabado y fotografía en salones de la provincia y otros puntos del país, además de ilustrar libros y revistas de la región. Recientemente, dos de sus historietas fueron incluíos en el libro “Castilla ilustrado”. Construyó junto a Damián Cortez las esculturas “Monumento al aborigen” (plaza Santa Marta), “Mariano Moreno” (plaza homónima), “Hombre americano” (Escuela Patrón Costas) y “Homenaje a Manuel Eduardo Arias” (Casa del Bicentenario), en la ciudad de Orán.

   Como gestor de actividades culturales, en 1982 fundó junto a otros artistas el Grupo Vocación de Orán, entidad cultural que durante 20 años se dedicó a promover y difundir las manifestaciones artísticas del norte salteño. También fue Presidente de la Comisión Organizadora de Escuela de Bellas Artes Orán "Luis Felipe Wagner", establecimiento que empezó a funcionar en agosto del año 2000. Luego, entre 2010 y 2019, fundó y dirigió el Grupo LEPEB (Letras por el bicentenario). Desde 2003, edita y dirige la publicación cultural "Cuadernos del Trópico" y es responsable de Ediciones Cooperativas del Trópico, destinada a rescatar y promover a los escritores de la región.

   Como escritor, es autor de libros de narrativa, crónicas históricas y ensayo. Ha logrado premios en diferentes certámenes regional, provinciales, nacional e internacionales, entre ellos: Primer Premio Cuento “El Quijote de Plata” (Santa Fe, 1984), Faja Nacional de Honor 1999 otorgada por ADEA, Primer Premio del Concurso Nacional de Cuentos “Carpa blanca” organizado por CTERA junto a la editorial “Libros de Tierra Firme” (Buenos Aires, 2000) y obtuvo Primer Premio Género Ensayo en el Concurso Literario 2002 de la Provincia de Salta.
   Ha publicado los siguientes libros: “El cuentista” (cuentos, 1996), “Las vueltas del perro” (novela, 1998), “Cuimbae Toro” (cuentos, primera edición 2009, y segunda 2018), “Orán Trópico Corazón” (relato histórico, 2008), “Textos fronterizos y otras imágenes” (relatos y fotografías, 2011) y “Pasaron cosas; crónicas de la ciudad tropical” (2020).
   Libros compartidos: "Las ausencias" (cuentos, 1985), con Eduardo Pereyra, Grupo Vocación de Orán; "Nuestra Palabra" (antología de varios autores, 1991), Grupo Vocación de Orán; "Carpa Blanca - Concurso Nacional de Poesía y Cuento 2000" (edición colectiva) de Editorial Libros de Tierra Firme, Bs. As; "La palabra de los Grupos: Poesía" (Edición colectiva), Grupo Vocación de Orán, Salta, 2001; "La palabra de los Grupos II: Relatos" (Edición colectiva), Grupo Vocación de Orán, Salta, 2002; "Abordajes y Perspectivas" (ensayos), Ministerio de Educación de la Provincia de Salta, 2003.
   También colabora en forma permanente con relatos y artículos sobre cultura regional en diarios y revistas del país.

Algunos textos en prosa de Santos Vergara

TIEMPO DE MARIPOSAS

  Las alas de la memoria me llevan nuevamente hacia los horizontes abiertos de la infancia, hacia las últimas calles del pueblo donde la inocencia se distraía en los juegos interminables de la siesta. Era el tiempo de las mariposas blancas. Ellas aparecían de improviso, una a una, como inquietos papelitos blancos que arrastrara el viento desde el infinito. Llegaban batiendo levemente sus alas por sobre la tupida vegetación que bordeaban los patios y los canales de agua; crecían en número hasta hacerse una alegre multitud.  La lluvia más reciente había dibujado charcos luminosos en las esquinas y por allí el cielo asomaba su rostro azul, mientras las nubes, como estrafalarias naves de algodón, navegaban por sobre nuestras cabezas, derivando en su inmensidad. Las mariposas tejían entonces sus encajes en la orilla del universo. También nuestra alegría de niños era inmensa, aún en la pobreza de aquellas márgenes con casas de maderas y callejones de tierra desnuda. Corríamos por la humedad del verano, detrás de las mariposas blancas, intentando cazarlas con un manojo de ramas, derramando gritos a borbotones. Cuando un pañuelo de luz las aglutinaba en su borde, un chasquido impertinente las hacía explotar y girar por el aire, como livianas plumas en remolino. De pronto el paisaje entero se encendía en ese hervidero de alas níveas y corazones alegres. Y con ojos de mariposas todo era diferente. Los altos árboles parecían derramar diminutas flores nevadas a la tierra. La chica del barrio caminaba bajo esa lluvia de pétalos enloquecidos y hasta nuestra madre, en sus reclamos, colmaba el aire de sílabas blancas. El paisaje entero florecía en la desmesura de nuestro asombro. Ellas venían desde el infinito y se iban, horizonte adentro, sostenidas en la levedad de su misterio. Nos quedábamos en la mitad de la calle, con las ramas de azotar maravillas en la mano, arrepentidos para siempre de nuestra travesura infantil, atisbando con tristeza y envidia aquel destino de lejanía.

   Cuando pasaba la época de las mariposas blancas, toda la vida parecía hundirse en la congoja de un horizonte gris y vacío. “Ya volverán”, nos consolaban los mayores. Y la redondez del tiempo les daba la razón al año siguiente, para que los niños de todos los barrios tuviéramos nuestra fiesta de alas blancas.
   Pero un día ya no volvieron, y desde entonces anda nuestra adultez extraviada por el mundo, añorando el tiempo de las mariposas blancas.

Santos Vergara

(de su libro “Textos fronterizos y otras imágenes”, Fondo Editorial de la Provincia, Salta, 2012)

LA PARADOJA DEL PAYASO

   Mis niños ríen, ríen a carcajada limpia. Y me vuelven a pedir: “Ota vez, papá, ota vez hacé el boyacho”. Es el mediodía y mientras esperamos el almuerzo, con la mesa puesta, ocurre el espectáculo. Para que no molesten y su madre pueda ultimar los detalles de la comida, los entretengo haciendo imitaciones de distintos animales y personajes de la vida. Mi representación del borracho es el de mayor éxito, el que más los divierte. “Ota vez, papá, ota vez hacé el boyacho”, golpean la mesa a rabiar.

   Lo sé, algún día tengo que explicarles la verdad, esa sutil paradoja que surge de mi exitosa interpretación del borracho. Mi padre, abandonado por su mujer y dominado por el vino, supo andar por las calles voraceando y hablando solo. Murió alcoholizado en una cama del viejo hospital. Una semana estuvo como dormido, con ronquidos que estremecían a toda la sala.

   Algunos años después, la situación se repitió con mi hermano mayor.  Hechizado por la música, haciendo sonar su acordeón entre amigos del vino, equivocó el camino y entró al territorio del alcoholismo. No pudimos salvarlo. Internado en una sala del hospital nuevo, ya sin capacidad para reconocernos, entró en coma. Sus ronquidos todavía perturban mi memoria.

   “Ota vez, papá, ota vez” me piden mis niños en la mesa, mientras yo, disimulando mis lágrimas, les prometo un espectáculo similar para mañana.

Santos Vergara

(Del libro “Descolgadas del muro”, en proceso de edición, Salta, 2021)

LA SIRVIENTA

   Vendrás a mí, como siempre, envuelta en el silencio de tu cansancio, con tu aroma de cebollas y lavandina en los dedos, con tu sonrisa de coral y azúcar, buscando en mis brazos la tibieza de otra tarde. Y nos iremos juntos, tocándonos las manos, caminando por las veredas anónimas del pueblo, mientras mi bicicleta irá rodando su celo a nuestro lado y las sombras vendrán a la distancia lamiendo nuestras huellas.

   En la plaza, buscaremos el banco de siempre y allí instalaremos el estremecimiento de nuestra ternura, mientras los últimos pájaros buscarán refugio entre los árboles y una constelación de faroles se encenderá a nuestro alrededor. Entonces miraré en silencio la humedad de tus ojos, hundiré en la noche de tus cabellos mis dedos todavía manchados de cal, secaré una a una tus lágrimas con mis besos y te nombraré mi reina para siempre. Qué importa, mi vida, que tu patrona haya comentado a su vecina, entre irónica y medieval, que el sujeto que merodea la puerta de servicio “es el peor es nada de mi sirvienta”. Cuando sea realidad el castillo que soñamos y sea nuestro el príncipe que la habite, ya no necesitarás volver a la sombra de esa casa con fachada de paraíso y corazón de infierno.

Santos Vergara

(de su libro “Textos fronterizos y otras imágenes”, Fondo Editorial de la Provincia, Salta, 2012)

 

 

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