Personajes de Salta

ZUKO

uko, "El Zukito", como lo llamaban cariñosamente sus amigos, fue la figura amable y buena que tuvo Salta. Ocupó la atención de todos en un momento dado, gozando de una popularidad espontánea, no buscada, que le llegaba en retribución a sus características personales, que los distinguían como un caballero salteño, sencillo, generoso y bueno,  que prodigaba amabilidad, no solamente en sus maneras, sino en su trato permanentemente cordial, de concepciones ingeniosas, que siempre arrancaban sonrisas en sus interlocutores. Hacía un verdadero culto del buen humor. El buen humor fino, sutil, moderado que en todas sus frases campeaba sin cesar, en un permanente intento de distribuir alegría entre las personas que se le acercaban.

Desde muy joven fue conocido en la ciudad que tanto quería, Todos los rincones lo recuerdan, siempre tras de su sonrisa y el brillo travieso de sus ojos de mirar juguetón, cargados de bondad. Su vida la alternaba entre Salta y Campo Quijano, amplia propiedad rural que se recuesta sobre las faldas de la cordillera. Allí en este inmenso predio, aprendió a andar a caballo junto a la peonada hábil y amable, que lo seguía a Zuko con verdadero afecto. Un afecto cariñoso que los empujaba a seguir, por los filos de las lomadas, a este caudillo de la cordialidad, que donde iba desparramaba alegría de vivir sin estrépitos, sino con una personal suavidad que formaba parte de los factores anímicos de su cautivante personalidad.

Bohemio por naturaleza, le gustaba la fiesta noctámbula en la que se zambullía noche a noche, protagonizando duelo de ingenio, y repartiendo carcajadas, entre el núcleo de trasnochadores que sin decirlo, se daba cita en los considerados clásicos lugares de diversión. Siempre andaba junto a sus especiales amigos -entre ellos Loreto Arias- que integraban una especie de cohorte jocosa, llena de ocurrencias, verdadero complemento de su personalidad.

De más está decir que el Zukito era el "banquero", permanente de estos amigos, también incorporados con verdadera vocación a la bohemia de los años 40 de Salta. Era alto elegante, bien parecido, de tez trigueña y cabellos negros, usando un discreto bigote. Respetuoso de las personas, ganaba con sus buenas maneras de hombre atento y cordial, el mudo aprecio de las personas mayores que veían en él al arquetipo del caballero salteño en sus años jóvenes.

Todo cuanto le acontecía a Zuko era compartido, y sentido, por sus incontables amigos, que de una manera u otra trataban de hacer llegar su ayuda o adhesión en cualquier forma. Porque todos apreciaban y cuidaban a Zukito, que había despertado un hondo sentido de la amistad en un amplio espectro, sin que él hubiera tratado de obtener estos dones que, como decimos, le llegaban como una lógica respuesta a su generosidad espiritual, que brindaba a todos sin retaceos en forma permanente. Durante un tiempo sus familiares le confiaron la administración de la enorme finca que tenían en Campo Quijano, donde la generosidad de sus padres permitió la construcción de las casas y barrios, que hoy constituyen el pintoresco pueblo que se lo ha bautizado como el "Portal de los Andes".

Zukito no podía ser menos, y cuentan que durante su administración, la gente del lugar compró el maíz al más barato precio que se vendiera en la historia del país, grano al cual -por supuesto- revendían con interesantes márgenes de ganancia.

Tiempo después de su original administración, fue designado intendente municipal, y su gestión contó con el apoyo cordial, permanente de todos sin excepción. Fue un increíble lapso en que, dentro de la provincia de Salta, no existió oposición a la acción oficial.

Luego de haber formado su hogar, no cesó en sus prácticas bohemias. Lo que le traía aparejado no pocos  inconvenientes domésticos. Cuentan que cuando fue el alarmante terremoto de 1948, Zukito estaba con sus amigos en un "cabaret". Pasado el fenómeno, cuando regreso a su casa lo enrostró su esposa su trasnochada, a lo que respondió: "Es injusto, pues puedes afirmar que por primera vez hice temblar la milonga".

Poco después comenzó a desempeñarse en el Juzgado Federal, lugar donde permaneció trabajando a diario hasta el final. Callado con sus problemas personales, no comunicó a nadie que sentíase  enfermo. Su natural reserva era uno de los factores que le permitían mantener en forma constante la gimnasia de su espíritu travieso, lleno sana y contagiosa alegría. El mal avanzaba hasta que, agobiado por la enfermedad, confió lo que le sucedía. Recibió atención inmediata y adecuada, y su fisonomía mostró un alivio. Pero lamentablemente ya era tarde.

Poco a poco primero, y luego con rapidez, se fue extinguiendo. Esperó estoicamente su último momento, sabedor de la suerte que le aguardaba. La noticia de su muerte encogió el alma de muchos, y no pocas lágrimas silenciosas se desparramaron en su partida. Porque todos sintieron que Salta y los salteños, acababan de perder lo que más se aprecia cuando se deja de tenerlo...La bondad que practicó y regaló permanentemente en su paso amable, optimista y cordial por la vida que hizo en esta su tierra que tanto quiso.

Fuente: "Crónica del Noa" - 26/01/1982

 

 

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