CAPÍTULO XI
El reclamo
El bote, que atracado al bergantín, esperaba a su pasajero, fue invadido por cuatro oficiales de la división sitiadora que volvían a tierra.
--¿Qué esperas?-- preguntaron al barquero.
--Espero al señor que me ha pagado el bote... Pero hele aquí que baja.
Los oficiales hicieron lugar al recién llegado, y el barquero remó hacia tierra.
Un hombre esperaba en la playa. Inmóvil y sujetando un caballo por la brida, tenía la vista fija en el bote que se acercaba.
Cuando los pasajeros saltaron en tierra, se acercó al embozado y le dijo por lo bajo:
--He cumplido mi promesa. ¿Carmen Montelar, cuándo cumples la tuya?
--Caballeros-- dijo ella, volviéndose a los oficiales, ¿veis ese hombre? Es Andrés, el Rey Chico, capitán de los salteadores que asolan el camino de Chorrillos y la Tablada de Lurín. En nombre de la seguridad publica, echadle mano.
Pero antes que ella acabara de hablar, el negro, saltando con ligereza sobre el lomo de su caballo, hízola una seña de amenaza, y huyó, enviando por adiós a los oficiales que se preparaban a aprehenderlo, una irónica carcajada.
Cuando Carmen dejando su disfraz y recobrando sus vestidos que había dejado en una choza de pescadores, pidió su coche, supo que había sido tomado para conducir a un oficial que acusado de conspiración, y aprehendido en el momento de embarcarse, después de una tenaz resistencia, en la que mató a algunos soldados, reducido a prisión, se había vuelto loco y cargado de cadenas había sido conducido a Lima y encerrado en San Andrés.
Al escuchar esta noticia, Carmen palideció y el nombre de Felipe se mezcló en sus labios con un gemido.
Pero luego, otro sentimiento clamó más alto en su alma que el dolor. Y llevando la mano al corazón.
--¡Silencio!-- exclamó, --¡silencio, rebelde! ¿Te has, vengado y gimes todavía? No puedes vivir de amor. Y bien; yo te haré vivir de orgullo.