CAPÍTULO XIII
El rapto
Una bella noche de marzo, clara, ardiente y estrellada, verdadera noche de Lima, Carmen Montelar, hermosa como ella, y como ella vestida de negros cendales y coronada de brillantes, paseaba los «monumentos» de Jueves Santo.
Las borrascas del alma no habían dejado ni la más ligera huella en su pura frente y sus límpidos ojos; y nadie habría sospechado la presencia del crimen bajo las suaves ondulaciones de su albo seno. Al contrario, habríase dicho que se había vuelto más bella. En efecto, mezclábase ahora a su mirada y a su sonrisa una expresión misteriosa que la hacía más seductora; y su voz había adquirido una melodía extraña que conmovía profundamente las más íntimas fibras del alma.
Por eso nunca vio tantos adoradores suspirando en torno suyo; y por eso aquella noche en las calles y en el templo, seguíanla solícitos, prodigándola lisonjas.
Fastidiada de tantas adulaciones, Carmen procuró ocultarse entre las sombras de una nave, y saliendo por una puerta lateral, tomó una calle excusada.
En la esquina de aquella calle estaba al parecer en acecho un hombre envuelto en un poncho y apoyado en su caballo.
Cuando Carmen se hubo alejado una cuadra, aquel hombre saltó sobre su montura, y partiendo a toda brida alcanzó a la joven, levantóla en sus brazos, envolvió su cabeza entre los pliegues del poncho, sofocó sus gritos, y desapareció con ella entre los escombros de una callejuela...
Tres días después, a las diez de la noche, una mujer pálida y desgreñada, llamó a la puerta de un monasterio, pidiendo hablar con la abadesa.
La santa prelada dejó su humilde lecho y acudió luego a aquel llamamiento.
--¿Qué buscáis aquí, hija mía?-- dijo la abadesa.
--El velo de religiosa-- respondió la forastera.
La abadesa la atrajo a sí, y la puerta se cerró tras de ellas(1)
(1)
Durante la época colonial, si una mujer tuviera relaciones
sexuales, voluntarias o no, tendría después que casarse
o entrar en un convento. Esta fuerte convención social
sobrevivo después de la independencia. En este caso, Carmen
fue violada, y peor, por un cimarrón, es decir que el niño
sería un pardo, una desgracia para una familia de la clase
privilegiada. El hábito sería su única opción.
La elevada ocurrencia de violaciones cometidas por negros es
histórica. Blanchard postula que tal fenómeno fue una
reacción del esclavo a su condición social, sin poder
de determinar la forma de vida que llevaba.