Por 
          Carlos F. Ibarguren
        
        En 
          1882 -a la edad de 5 años- llegó con su familia desde 
          Salta a Buenos Aires, cuya jurisdicción provincial acababa de 
          nacionalizarse. Su padre había sido llamado por el Presidente 
          Roca a fin de organizar la justicia ordinaria en la flamante Capital 
          de la República, como primer presidente de la Cámara Civil 
          de Apelaciones.  
        A 
          leer y escribir aprendió el niño con doña Serafina 
          Martínez - nieta del General Arenales - que daba clases particulares 
          en su casa. Después lo inscribieron en la escuela "de las 
          5 esquinas", regentada por la señorita Amalia Gramondo. 
           
        Prosiguió 
          sus estudios secundarios, sucesivamente, en el Colegio Literario "de 
          mister Frequer", en el de Bachilleres, en el viejo Colegio Nacional, 
          y en el "del Plata", que dirigía el profesor Edgar 
          Courteaux; para matricularse más tarde en la antigua Facultad 
          de Derecho de la calle Moreno, graduándose allí de abogado 
          en 1898, con el premio de "medalla de oro". Su tésis 
          doctoral versó sobre la "Institución de Heredero", 
          y fué padrino de la misma el doctor Wenceslao Escalante, profesor 
          de filosofía del derecho, a la sazón Ministro de Hacienda, 
          quien, poco antes, nombrara al sobresaliente discípulo secretario 
          suyo.  
        Por 
          esas fechas el jóven Ibarguren fundó, con algunos amigos, 
          una revista literaria: Juventud, al paso que incursionaba en el periodismo, 
          mediante uno que otro "suelto" en las columnas del diario 
          El País, cuyo director era su primo Pancho Uriburu. A comienzos 
          de esta centuria estrenóse como catedrático de historia 
          en el Colegio Nacional Norte; y, desde 1902, fué profesor de 
          "romano" en la Facultad de Derecho. Seis años más 
          tarde dictaba el curso de historia argentina en la Facultad de Filosofía 
          y Letras, y, por breve tiempo, profesó en la Universidad de La 
          Plata.  
        En 
          la Facultad de Derecho porteña alcanzó el Vicedecanato; 
          y al retirarse en 1922 voluntariamente de la carrera docente, otorgáronle 
          el título de profesor honorario de las casas de estudio donde 
          enseñara por casi un cuarto de siglo; a una de las cuales, además, 
          representó en el Consejo Superior de la Universidad. Fruto de 
          sus estudios y lecciones sobre la época de Roma son los libros 
          Las obligaciones y el contrato en el derecho romano y argentino, Una 
          proscripción bajo la dictadura de Syla e Historias del tiempo 
          clásico. Por otra parte, desde 1904 había desempeñado 
          los cargos de Oficial Mayor y luego de Subsecretario de hacienda, en 
          los respectivos ministerios de Escalante, José María Rosa 
          y Enrique Berduc.  
        Después 
          estuvo frente a la Subsecretaría de Agricultura, otra vez con 
          Escalante y con Damián Torino, sucesor de aquel. En 1906 es nombrado 
          Secretario de la Suprema Corte de Justicia - en reemplazo de su hermano 
          Federico que había muerto -, y llenó esa función 
          hasta 1912, pasando a ocupar una vocalía en el Consejo Nacional 
          de Educación, para de ahí ser llamado por el Presidente 
          Roque Sáenz Peña a integrar su gobierno como Ministro 
          de Justicia e Instrucción Pública. Renunció a la 
          cartera el 6-II-1914, por desinteligencias con el Vicepresidente Plaza, 
          en ejercicio del Poder Ejecutivo.  
        Su 
          breve paso por el gobierno dejó como saldo - entre tan variadas 
          iniciativas como la creación de la colonia de menores en Marcos 
          Paz o las investigaciones arqueológicas que encomendó 
          a Eric Bomán en los valles calchaquíes - un proyecto de 
          ley orgánica de las sociedades de Socorros Mutuos, etapa previa 
          del seguro obligatorio, que establecía eficaces medidas en pró 
          de la asistencia y previsión sociales; proyecto que el Parlamento, 
          una vez alejado el Ministro y fallecido el Presidente Sáenz Peña, 
          se abstuvo de tratar.
        En 
          lo que hace a la trayectoria política de Carlos Ibarguren, diré 
          que ella arranca casi desde la niñez, con sus simpatías 
          hacia la Unión Cívica y a la revolución del 90, 
          cuyas figuras más significativas eran Além y Del Valle. 
          Mas cuando a raiz del cisma de dicho agrupamiento quedó definido 
          el núcleo "radical", el entusiasmo del muchacho por 
          Além se fué disipando, ante los conatos revolucionarios 
          descabellados y las perennes detonaciones verbales del apocalíptico 
          caudillo.
        En 
          aquellos tiempos se podía ser funcionario del "régimen" 
          sin estar afiliado al oficialismo. Así, por ejemplo, Ibarguren 
          prestó su adhesión decidida a José Evaristo Uriburu 
          y a Guillermo Udaondo sin haber sido mitrista. Desvinculado del roquismo, 
          propiamente dicho, fué hombre de Escalante en la administración 
          de Roca. Los pellegrinistas tampoco lo contaron como suyo, a pesar de 
          sus colaboraciones en El País y de su vinculación amistosa 
          con Ezequiel Ramos Mexía, y entrañable con Paul Groussac. 
          Formó parte del gobierno de Quintana que no representaba a ningún 
          partido; y llegó a ser Ministro de Sáenz Peña, 
          desprovisto de antecedentes saenzpeñistas. Alejado de la función 
          pública, en 1914 integró, a título independiente, 
          una lista de candidatos a diputados por la capital patrocinada por la 
          "Unión Cívica" (en la que con él figuraban 
          el general José F. Uriburu, Ernesto Bosch, Francisco Beazley, 
          Juan Carlos Cruz y Luis Zuberbühler), sin que los sufragios obtenidos 
          en las elecciones alcanzaran para conseguir la minoría.  
        
        A 
          fines de ese mismo año, fué fundador del partido Demócrata 
          Progresista, en cuya circunstancia, en su carácter de vicepresidente 
          de la agrupación, redactó el programa y la carta orgánica 
          de dicha naciente fuerza cívica. Más adelante, en la jornada 
          que consagró Presidente de la República a Hipólito 
          Yrigoyen en 1916, los electores demócratas progresistas de Santa 
          Fé - 8 votos - sufragaron en el colegio electoral, tras la renuncia 
          de De la Torre, por la fórmula Alejandro Carbó-Carlos 
          Ibarguren, para Primer Magistrado y Vice de la Nación.
        Frente 
          a la política interna de Yrigoyen permaneció Ibarguren 
          en constante oposición al jefe de los radicales; en cambio, manifiesta 
          fué su simpatía por el rumbo que el gobernante imprimió 
          a la Argentina en el plano internacional, especialmente la firme y decorosa 
          neutralidad con que supo mantener al país durante la primera 
          guerra mundial.
        En 
          1920, en las elecciones para diputados por la Capital Federal, el partido 
          Demócrata Progresista presentó una lista integrada por 
          notables personalidades, las cuales, debido a su propia relevancia intelectual 
          y moral, no podían sinó sufrir la más democrática 
          de las derrotas. He aquí la nómina completa de aquellos 
          candidatos frustrados: Lisandro de la Torre, Carlos Ibarguren, Enrique 
          Larreta, Ezequiel Ramos Mexía, Francisco Beazley, Juan José 
          Díaz Arana, Francisco Uriburu, Rodolfo Moreno, José Luis 
          Murature, general Tomás Vallé, Paulino Pico, Diego Saavedra, 
          Octavio R. Amadeo, Carlos Quintana, Ricardo Bello y Enrique Loncán.
        Entretanto, 
          la gran hecatombe universal desatada el año 14, y sus trascendentales 
          consecuencias políticas, económicas y sociales, ejercieron 
          sobre la mentalidad de Carlos Ibarguren una decisiva influencia. Es 
          a partir de entonces cuando en su ideología liberal individualista 
          comienza a nacer un proceso de sinceramiento, de acuciante revisión, 
          a tono con las tremendas realidades que se sucedían en el mundo. 
          Su libro La literatura y la gran guerra, publicado en 1920, resulta, 
          en cierto modo, el punto de partida de su "heterodoxia" demoliberal, 
          ya que en sus páginas se encuentran latentes, a través 
          de los testimonios literarios de una generación movilizada para 
          el combate, sinó los fundamentos concretos de una filosofía 
          político-social, los motivos emocionales que Ibarguren puso de 
          relieve en su nacionalismo doctrinario posterior.
        Paralelamente, 
          en 1922, al explicar en sus clases de la Facultad de Filosofía 
          y Letras, con un razonamiento estrictamente nacional y no ideológico, 
          el cruento desarrollo de la dictadura de Rosas, el maestro, sin sospecharse 
          precursor, inaguraba esa novísima corriente interpretativa del 
          pasado argentino que hoy se denomina "revisionismo histórico". 
          También ese año los demócratas progresistas proclamaron 
          su nombre para candidato a la primera magistratura de la Nación, 
          junto con el de Francisco Correa para vicepresidente; fórmula 
          que en el colegio electoral apenas si logró los 10 votos de su 
          minoría partidaria santafesina, contra los 235 electores radicales 
          que consagraron Presidente a Marcelo T. de Alvear.
        Al 
          margen de la política, Ibarguren despliega durante esos años, 
          hasta la revolución del 30, una intensísima acción 
          cultural. En dicho lapso escribe sus libros: De nuestra tierra (1917), 
          La literatura y la gran guerra (1920), Historias del tiempo clásico 
          (1924), Manuelita Rosas (1925) y Juan Manuel de Rosas (agosto de 1930); 
          colabora en diarios y revistas; pronuncia discursos y conferencias, 
          tanto en Buenos Aires como en las provincias y en el extranjero; preside 
          o integra comisiones, congresos e instituciones culturales; recorre 
          el viejo mundo y gana el premio nacional de literatura. En el ejercicio 
          de su profesión de abogado, tantas veces interrumpido a causa 
          de las funciones públicas que le tocó ocupar, mi padre, 
          desde su egreso de la Facultad, habíase asociado con su primo 
          Alberto Tedín Uriburu. Fallecido este socio, y durante un largo 
          ostracismo gubernativo que va de 1914 a 1930, Ibarguren abrió 
          estudio con sus amigos Matías G. Sánchez Sorondo y Carlos 
          A. Becú, para concluir trabajando sólo, hasta que el gobierno 
          de la revolución encabezado por el general Uriburu lo destinó 
          a Córdoba como Interventor Nacional. Anteriormente, de 1923 a 
          1930, había actuado en el cargo de asesor jurídico de 
          la Bolsa de Comercio de Buenos Aires; tal cual sería más 
          tarde, hasta su muerte, abogado consultor del Banco de la Nación 
          Argentina.
        Producido 
          el derrocamiento revolucionario del Presidente Yrigoyen, tanto el general 
          Uriburu como su colaborador Ibarguren intentaron darle a aquella revolución 
          un contenido social opuesto al de un motín faccioso que reemplaza 
          en el gobierno a un partido electoralista por otro. Sostuvieron necesario 
          el cambio definitivo de esa politiquería irresponsable, que gira 
          alrededor de una partidocracia monopolizadora del sufragio universal, 
          con sus fraudes y demagogias habituales, todo lo cual habría 
          de reemplazarse por una democracia funcional, donde los distintos intereses 
          colectivos actúan por medio de sus genuinos representantes dentro 
          del Estado, evitando que los profesionales del comité acaparen 
          el poder y se interpongan entre éste y las fuerzas vivas y trabajadoras 
          del país. "En el Parlamento - expresó en forma oficial 
          el Interventor en Córdoba - puede estar representada la opinión 
          popular y acordarse también representación a los gremios 
          y corporaciones que estén sólidamente estructuradas. La 
          sociedad ha evolucionado profundamente del individualismo democrático 
          que se inspira en el sufragio universal, a la estructuración 
          colectiva, que responde a intereses generales más complejos y 
          organizados en forma coherente dentro de los cuadros sociales".
        Estas 
          ideas renovadoras propusieron a la opinión pública, en 
          1930, el general Uriburu y Carlos Ibarguren; quien, por su parte, hasta 
          el fin de sus días no dejó de abogar por aquella transformación 
          institucional en muchos de sus trabajos, artículos y conferencias, 
          y en su libro La inquietud de esta hora, publicado en 1934. Posteriormente, 
          en 1948, en su obra La Reforma Constitucional - editada un año 
          antes de que se sancionara la Constitución de 1949 - el autor 
          proyectó una nueva estructura del Estado, la cual, entre otras 
          modificaciones, da - sin excluir a los partidos políticos - representación 
          directa en el Congreso a las fuerzas sindicadas del trabajo y de la 
          producción (industrial, comercial y agraria), y a las entidades 
          superiores de la cultura (Academias y Universidades nacionales); vale 
          decir a los ahora llamados "factores de poder".
        Luego 
          de su breve actuación revolucionaria en Córdoba, Ibarguren 
          no tuvo oportunidad de volver a ocupar un cargo político en el 
          gobierno, ni durante los años del antiguo régimen, ni 
          bajo el predominio justicialista de Perón. A lo largo de un cuarto 
          de siglo (1930-1956) - además de los volúmenes antedichos 
          y de su constante labor intelectual que quedó dispersa - publicó 
          los siguientes libros: En la penumbra de la Historia Argentina (1932), 
          Estampas de Argentinos (1935), Las sociedades literarias y la revolución 
          argentina (1937), San Martín íntimo (1950) y La historia 
          que he vivido (entregada a la imprenta en 1954 y que los editores dieron 
          a publicidad en noviembre de 1955). Formó parte de muchas instituciones 
          culturales del país y extranjeras. Fué presidente de la 
          Academia Argentina de Letras, de la Comisión Nacional de Cultura, 
          de la Comisión Argentina de Cooperación Intelectual, del 
          Pen Club Argentino, del Instituto Popular de Conferencias y de la Universidad 
          de Paris en Buenos Aires; fué Académico de Número 
          de la Academia Nacional de la Historia, de la de Derecho y Ciencias 
          Sociales y de la extinguida de Filosofía y Letras; y Miembro 
          Correspondiente de la Real Academia Española de la Lengua, de 
          la Real Academia de Historia, y de la Española de Jurisprudencia; 
          así como del Instituto Histórico y Geográfico del 
          Uruguay, del Instituto Histórico del Perú, de la Academia 
          de la Historia del Ecuador, del Instituto Sanmartiniano de Colombia 
          y del Instituto de Cultura Hispánica.  
        Y 
          entre tantas entidades argentinas, perteneció al Instituto San 
          Felipe y Santiago de Estudios Históricos de Salta. Había 
          sido condecorado con la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio, de España; 
          era Comendador de la Orden de San Mauricio y San Lázaro, de Italia; 
          Oficial de la Legión de Honor, de Francia; y Comendador de la 
          Orden "Al Mérito" del Paraguay.
        Murió 
          en Buenos Aires el 3-IV-1956. Hablaron en su entierro Mariano de Vedia 
          y Mitre por la Academia Argentina de Letras y la de Derecho y Ciencias 
          Sociales; Ricardo Levene por la Academia Nacional de la Historia; Gustavo 
          Martínez Zuviría por la Real Academia Española 
          de la Lengua; Matías G. Sánchez Sorondo por sus amigos; 
          Eduardo R. Elguera por la Sociedad Argentina de Derecho Romano; Arturo 
          Capdevila por el Instituto Popular de Conferencias; y Angel Aldecoa 
          por la juventud universitaria argentina.
        En 
          1902, el muchacho - como entonces se decía - era "un buen 
          partido", y conquistó para compañera de su vida a 
          María Eugenia Aguirre, nacida en Buenos Aires el 10-VI-1882, 
          que aquí falleció el 24-X-1962 (hija de Manuel Juan José 
          Aguirre y de Enriqueta Lynch Lawson). Tras dos años de noviazgo, 
          Carlos y Maruja se casaron el 15-VI-1904. De cierto diario contemporáneo 
          transcribo la crónica mundana de esa boda, que parcialmente refleja, 
          con fidelidad lisonjera y optimista, una típica versión 
          de la que podríamos llamar nuestra "belle epoque". 
          "El enlace de la señorita María Eugenia Aguirre con 
          el doctor Carlos Ibarguren ha sido un acontecimiento social por la selecta 
          concurrencia que había atraído al templo de San Nicolás, 
          por el brillo del cortejo nupcial, por el decorado de la gran nave, 
          por las toilettes femeninas y por los detalles que caracterizan estas 
          suntuosas fiestas. Las calles que circundan ese templo se vieron, mucho 
          antes de la hora fijada para la ceremonia, invadidas por lujosos equipajes 
          que llevaban una concurrencia ataviada de gran gala, siendo punto menos 
          que imposible el acceso a la esquina de Artes y Corrientes. En el atrio 
          del templo numerosos lacayos guardaban la entrada. Una alfombra roja 
          tendida desde la acera cubría el atrio. El interior del templo 
          producía un efecto deslumbrador. Desde el altar mayor, resplandeciente 
          de luces, corría la iluminación por la ancha nave. Al 
          centro, en los bancos, oprimiéndose sentadas o de pie, las damas 
          esperaban con impaciencia la llegada de los novios. Estos entraron momentos 
          después de las nueve; la novia vestía un riquísimo 
          traje de raso con encajes muy valiosos. En el altar mayor, y en tanto 
          la orquesta ejecutaba la marcha de Lohengrin, el obispo de La Plata 
          monseñor Terrero, revestido de sus insignias episcopales, recibió 
          a la pareja. Así que terminó la ceremonia, los novios 
          descendieron entre una doble fila de invitados hasta el carruaje, que 
          los condujo hasta la casa de los señores Aguirre, en la calle 
          Cerrito, donde se efectuó una recepción íntima".
        Horas 
          antes, a las 8 de la noche, en el domicilio de la contrayente, habíase 
          realizado el respectivo casamiento civil, en el que fueron testigos 
          los hermanos del novio Federico y Antonino Ibarguren, solteros, de 36 
          y 34 años respectivamente; el abuelo de la novia Manuel Alejandro 
          Aguirre, viudo de 84 años, y el tio materno de ella Julián 
          Lynch, de 46 años, casado.
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