Biografías Salteñas

José Apolinario Saravia

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Apolinario Saravia - Oleo de José de Guardia de Ponté

Por Sergio Flores

ose Apolinario Saravia conocido como "Chocolate" nació en la ciudad de Salta en 1791, era hijo del Coronel Pedro Saravia. Estudio en Buenos Aires y en 1810 se incorporó al Ejercito Auxiliar en la primera Campaña al Alto Peru bajo el Mando de Gonzalo Balcarce, lucho en Suipacha como ayudante de su comandante y en la derrota de Huaqui como ayudante del Coronel Juan Viamonte.

Lucho junto a Belgrano en la batalla de Tucuman (1812), llegó a Salta y como espía organizo la preparación de la ciudad para la Batalla de Salta, mostrandole a Belgrano una senda oculta por la quebrada de Castañares que permitió sorprender a los realistas por retaguardia, en la batalla del 20 de Febrero donde fue jefe del escuadron de caballeria formado por salteños.

Luego siguió a Belgrano y en la batalla de Vilcapugio fue seriamente herido. Curado de sus heridas y en Tucumán el Gral San Martín lo nombró jefe del escuadron Guachipas. En 1814 venció a una avanzada realista en Sauce Redondo, este triunfo y otros obtenidos por Burela y Guemes hicieron que lo realista abandonaran Salta en 1817.

Participó en los combate de La Cabaña y El Bañado, persiguió al jefe realista De la Serna hasta Tilcara. En 1818 rechazó el avance del general Olañeta y al año siguiente al nuevo jefe el Gral Canterac. En 1820 fue uno de los más destacados defensores de Jujuy ante el ataque de los realistas al mando de Juan Ramirez Orozco.

Su lucha siguio despues de Guemes hasta el fin de las ultimas invasiones realistas a Salta, las guerras entre provincias lo vió al frente de los salteños que enfrentaron al gobernador tucumano Alejandro Heredia durante el gobierno de Pablo Latorre. Fue jefe del estado mayor del ejercito salteño durante el gobierno de Manuel Saravia.

Murio en un atentado durante un desfile en la ciudad de Salta en 1844.

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CORONEL JOSE APOLINARIO SARAVIA – Guerrero de la Independencia

Por Raúl P. Sosa

astaría para dar marcado relieve a la figura de este prócer, su aporte decisivo al triunfo de las armas patriotas en la Batalla de Salta. Pero hay más, y ello sirvió para acrecer su fama.

A este ilustre guerrero de la Independencia se le conoce también con el nombre de Apolinar, que antes era más usado. Aunque no se pueda precisar la fecha exacta de su nacimiento, ocurrido en Salta, puede deducirse que tuvo lugar a comienzos de la década de 1.790. Era el hijo mayor del coronel don Pedro José de Saravia, personaje de gran prestigio –ostentaba la condecoración de Caballero de la Real Orden de Carlos III-, quien abrazó resueltamente la causa de nuestra independencia, desde el primer momento, siendo el iniciador de la lucha de guerrillas que haría, después, tan célebre a Güemes, la madre fue doña Petronila Ríos.

            Deseando su padre que adquiriera una buena instrucción lo envió a un acreditado colegio de Buenos Aires, teniendo allí de condiscípulo a Bernardino Rivadavia. (*)

            Como a tantos otros, el estallido revolucionario del 25 de mayo de 1.810, lo hizo abandonar los estudios, incorporándose, a pesar de su juventud, a la primera expedición auxiliadora al Alto Perú, que comandaba el general Francisco Antonio Ortiz de Ocampo y partiera de Buenos Aires para prestar el 6 de julio de aquel año. Revistó en ella como subteniente en el Regimiento Nº 6 de Infantería.

            Un cargo, con el que lo distinguirían muchos altos jefes, el de ayudante de campo, lo desempeña muy pronto al lado del nuevo general de ese ejército, don Antonio González Balcarce.

Se hizo notar en las primeras victorias de las armas  de la Patria, en Suipacha, el 7 de noviembre de 1.810, mereciendo un especial reconocimiento del propio Balcarce.

            Un año después ya figura como Teniente de su Regimiento, siendo llamado a Buenos Aires para prestar declaración en el proceso que se seguía al General Balcarce y al Coronel Viamonte por la derrota de Huaqui. En junio de 1.812 se accede a su pedido para reincorporarse al ejército.

            Tomó parte en la Batalla de Tucumán, el 24 de septiembre de ese año, destacándose en acertadas y oportunas actuaciones.

            El General Paz, en sus “Memorias Póstumas”, se refiere a él en estos términos: “José Apolinario Saravia fue un hombre valiente y sagaz y muy inteligente, y como era de color cobrizo muy subido, de tinte amoratado, se le llamaba popularmente ‘Chocolate Saravia’”.

            Al comentar un episodio, ocurrido en esa batalla, que pudo resultarle fatal –varios historiadores dicen que Saravia le salvó la vida-, Paz relata que disparó su pistola contra un soldado realista, sin dar en el blanco y éste la apuntó con un fusil, pero sin que saliera el tiro, lo que le hace deducir que estaba descargado. Saravia, agrega Paz, que no estaba lejos se precipitó en mi ayuda con la celeridad de un rayo, lo cual visto por el soldado tiró su arma a tierra y huyó; Saravia que lo persiguió como buen paisano de un poderoso puñal, y habiéndolo alcanzado sin apearse ni parar el caballo le dio  dos o tres puñaladas por la espalda, de que cayó me supongo por muerto. Y termino con otra cita del futuro gran táctico general Paz quien en sus Memorias, afirma de Saravia ‘que era muy agauchado, cabalgaba un soberbio caballo, era sumamente diestro en su manejo y profesaba un odio rencoroso a los realistas’.

            En la misma Batalla de Tucumán actuó como ayudante de Díaz Vélez, quien encerrado en la ciudad después de una jornada confusa y ante la intimación que le hiciera el general Tristán para que se rindiera, tomó conocimiento –“gracias al valor e inteligencia de los oficiales don José María Paz y don Apolinario Saravia, que, con gran riesgo de la vida, fueron por orden de Belgrano a informarse de la plaza”. (Historia de Güemes por Frias, Tomo II, página 549—que el general en jefe vendría en su auxilio con el resto de las fuerzas, lo que decidió el rechazo de la intimación del jefe enemigo.

            Llegado el ejército patriota a Salta, se encontró con una situación muy peligrosa, pues Tristán había fortificado “Los Portezuelos”, sobre la única entrada conocida, viniendo desde Tucumán. Fue el Teniente José Apolinario Saravia el que hizo vender esa situación, tan desfavorable para Belgrano invirtiendo los papeles. Efectivamente, con su amplio conocimiento del terreno –por ser su padre, el Coronel Saravia, propietario de la estancia Castañares-, indicó que podía pasar el ejército, viniendo desde la Lagunilla, y desembocar al Valle de Lerma por la Quebrada de Chachapoyas, con lo cual desbarataba la excelente posición de Tristán, obligándolo a un cambio total del frente de combate, cortándole la retirada en caso de derrota, como había de ocurrir y separándolo de un fuerte contingente de quinientas plazas que tenía apostado en Jujuy.

            Completó el joven oficial esta valiosísima colaboración con su acto de arriesgado espionaje, antes de la batalla. Aprovechando su físico y hasta su voz ronca y rústica, se disfrazó como un pobre hombre de campo, con ropas raídas, un viejo y roto sombrero, y ojotas en sus pies. Así, hábilmente caracterizado, entró en la ciudad “arreando una recua de burros cargados de leña, que era el único combustible que se usaba entonces”. Después de recorrer toda la ciudad –bastante pequeña por cierto- cobrando un precio excesivo por la mercadería a fin de que no se le terminara antes de observar todo lo que podía ser de interés, llegó a la casa paterna, ubicada en el centro y allí descargó toda la leña que le quedaba, saliendo de la ciudad con sus burros para ir a informar de cuanto había visto y oído.

            Por sus señalados servicios en la victoria del 20 de febrero de 1.813,  se lo ascendió el 25 de mayo a Teniente Primero, con grado de Capitán de la Compañía de Granaderos del Regimiento Nº 6. La efectividad de Capitán, se lo acordó con fecha 10 de agosto.

                        En la batalla de Vilcapugio, librada el 1º de octubre de 1.813, después de ser abatidos los jefes de su Regimiento, cayó él también al frente de su compañía con un balazo en el pecho. Notando su ausencia, el hermano José Domingo Saravia, que era ayudante mayor, fue en su busca y encontró su cuerpo en medio de cadáveres creyéndolo muerto. Al abrazarlo, como despidiéndose de él, observó que aún respiraba. Pudo alzarlo y, poniéndolo sobre su mula lo alejó del campo de batalla, prestándole  todos los cuidados necesarios. A esa eficaz ayuda, y la atención médica posterior, debió José Apolinario que curara de tan grave herida A causa de ello no pudo participar en Ayohuma, siendo enviado a Salta.

            Su padre, después de aquellas graves derrotas, imitando al célebre éxodo ordenado por Belgrano en Jujuy, el año 1.812, dispuso otro análogo en el Valle de Lerma, un verdadero repliegue de esas poblaciones, hacia el sur, estableciendo su línea de defensa en Guachipas, posición estratégica que lo alejaba del enemigo, cuando llegara a posesionarse de la ciudad de Salta, mientras mantenía vinculación con el granero del valle calchaquí y también con la línea del Pasaje.

            En este último carácter y ya repuesto de la herida de Vilcapugio liberó un recio combate en ‘Sauce Redondo’, el 24 de marzo contando sólo con 30 hombres armados de fusil, mientras el destacamento realista al mando del capitán José Lucas Fajardo se componía de 56 soldados, todos con buen armamento.

            El triunfo de Saravia y su gente, que lucharon a “sable, garrote y chuzo en mano” fue categórico: el capitán Fajardo muerto con varios de sus soldados, de los cuales la mitad cayó prisionera. A los vencedores se les llamó ‘Infernales, por su bravura y el empuje arrollador con que peleaban’. (Historia de San Martín, por Mitre Tomo I).

            Para valorar la importancia que se asignó a ese combate, pequeño por el número de los contendientes, pero muy significativo en la lucha de guerrillas que se iniciaba, citaré una comunicación del Directorio a San Martín, ordenándole que se le diera a Saravia las más expresivas gracias por su bizarra acción que ha ganado al enemigo en la Serranía del Sauce Redondo con lo que se ha hecho digno de toda su suprema consideración, tanto por las enérgicas y acertadas disposiciones con que reanimó la bravura de las tropas de su mando, cuanto porque espera continúe en lo sucesivo con igual valor, actividad y constancia”.

            En este momento y hasta poco después en que llegó a reemplazarlo –por la edad algo avanzada de su progenitor- actuó bajo la comandancia de la zona a cargo del coronel Saravia. Por ello San Martín, desde Tucumán, se dirige a éste felicitándolo por la valerosa comportación de José Apolinario Saravia y de su hermano Domingo en la brillante guerrilla del 24.

            Cuando el teniente coronel Martín Miguel de Güemes, recibió de San Martín el título de Comandante General de la Vanguardia, había designado a nuestro biografiado comandante de avanzadas la zona de Guachipas, siendo ayudante de su padre. En realidad, la zona se extendía hacia el norte por el Valle de Lerma.

            El 1º de marzo de 1.815 recibió el grado de Sargento Mayor, equivalente al de Mayor, actualmente.

            Su participación en la ‘Guerra Gaucha’ bajo la suprema discusión de Güemes fue múltiple y eficaz. A fines de 1.816 se lo encuentra operando en El Toro.

            En marzo del año siguiente al frente de los escuadrones del Valle Calchaquí, toma parte en el sitio de la ciudad de Jujuy, ocupada por la vanguardia de La Serna.

            Y después siguiendo al enemigo, ya posesionado de Salta, actúa en el combate de ‘El Bañado’ y otros, a fines de abril de 1.817.

            Tan eficaces fueron esas guerrillas que obligaron al poderoso ejército de La Serna a evacuar Salta y en seguida Jujuy, siendo constantemente hostigado hasta internarse en el Alto Perú.

            Después de obtenido ese triunfo excepcional por las fuerzas de Güemes, éste se dirigió a Belgrano, que estaba en el ejército auxiliar en Tucumán, diciéndole: ‘Tan poderosos motivos me obligan a elevar a V.E. el mérito de tan dignos compañeros de armas, comprendidos en la adjunta lista, satisfecho de que les dispensará las gracias a que son acreedores y más el del beneficiario sargento mayor Don Apolinario Saravia, a cuya actividad conocimientos y excelentes disposiciones para proteger la retirada de Rojas, con los prisioneros, es debido el éxito feliz de la empresa’.

            Continuó con brillo singular en esa lucha sin cuartel, en que se sucedieron formidables invasiones dirigidas por generales del prestigio de Canterac, Ramírez de Orozco, Valdéz y finalmente Oñaleta, que venía peleando contra esta provincia desde varios años antes.

            Saravia, a fines de 1.819, se desempeña como jefe de Estado Mayor de Güemes, quien ya ejercía el cargo de Comandante en Jefe del Ejército de Observación del Perú, discernido por el general San Martín desde Chile y en vista de la anarquía reinante en las Provincias del Río de la Plata, que obligó a marchar al ejército de Belgrano para sofocar la rebelión del Litoral.

            Ascendido a teniente coronel en 1.820, después del rechazo de la invasión de Ramírez de Orozco, en el mes de mayo, que contaba con 4.000 hombres, acompañó a Güemes un año más tarde en su ingrata campaña contra el gobernador de Tucumán que resistía el paso de los auxilios enviados por Santiago del Estero para su proyectado avance hacia el Alto Perú, en cumplimiento del plan convenido con San Martín a fin de cooperar así a su campaña libertadora sobre el Perú. Según el Dr. Emilio Ravignani –citado por Yaben en sus Biografías Argentinas y Sudamericanas-, el 30 de marzo de 1.821 el coronel Saravia del Ejército de Güemes, al frente de una división, emancipó Catamarca de la tutela de Tucumán.

             Muerto el Caudillo, el 17 de junio de 1.821, su fiel comandante Saravia sigue al jefe designado por Güemes en sus últimos momentos, el coronel Jorge E. Vidt, hasta que Olañeta abandona, definitivamente, la provincia de Salta que comprendía también Jujuy y Tarija, a fines de julio de aquel año.

            Siguió prestando servicios, ya con el grado de coronel, hasta 1.831, en que, con su hermano Domingo, tuvieron que emigrar a Bolivia a raíz del triunfo de Quiroga en la Batalla de La Ciudadela, de Tucumán.

            En la administración del general Pablo Latorre, guerrero de la Independencia, ya pudo regresar, y figura desempeñando una comisión ante las autoridades jujeñas. Mientras gobernaba esta provincia su pariente, el coronel Manuel Antonio Saravia en 1.842, don Apolinario revista como Jefe de Estado Mayor y al año siguiente, siendo jefe de Policía el 9 de julio, mientras se celebraba en la plaza el aniversario de la Independencia, un fanático rosista lo hirió gravemente.

            Tan sacrificada existencia, se vio declinar con esa nueva herida, falleciendo en el año 1.844.

            Su esposa Doña Juana Joaquina Plazaola le sobrevivió hasta 1.861. Según el historiador capitán de Fragata Don Jacinto R. Yaben, autor de la más completa biografía de este prócer, era hija del Maestre de Campo, Juan de Plazaola Martínez Saénz y de María Francisca Saravia Ruiz de los Llanos.

            La hija mayor de don José Apolinario, Jacoba Saravia, la famosa ‘Maestra Jacoba’ como ha pasado a la historia, fue una meritísima educacionista, cuyo nombre es honrado especialmente en una grande prestigiosa escuela de esta ciudad.

            Entre los homenajes permanentes que  la posteridad dedica al Cnel. Saravia, en nuestra provincia figuran: una calle de esta ciudad –continuación de España al este- que lleva su nombre, como asimismo la escuela provincial de ‘El Bordo’, departamento de General Güemes y una estación de ferrocarril, con la población correspondiente, en la línea de J.V.González a Pichanal; y, de aumentar con el tiempo estos tributos de reconocimiento, nunca serían excesivos.

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(*) Por considerarle interesante, consigno aquí una anécdota transmitida en forma oral en la familia.

Parece que el joven Saravia acostumbraba llevar entre sus ropas un latiguillo con el cual solía defenderse de alguna burla de sus compañeros. Siendo Presidente Rivadavia, y pasando nuestro biografiado por una situación económica difícil los parientes y amigos lo convencieron de que debía ir a verlo. Cuando se le hizo pasar al despacho, Rivadavia, sentado ante su escritorio, estaba de espaldas lo que el visitante aprovecho para extraer el famoso latiguillo y con él saludar al primer magistrado, quien de inmediato exclamó: ‘Saravia’.


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