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Ramiro Dávalos

Por José Juan Botelli

Hoy, al querer rendírsele un homenaje a Ramiro Dávalos, uno puede darse con el escollo que hay muy poco material escrito que lo rememore, lo elogie, lo critique. Es que, en realidad, la explicación de esos resultados está en que se trató de un pintor que desde sus inicios pareció no importarle nunca el formar un "currículum" que le permitiera algún día medrar con él, afianzarse en su vida de relación; tenía la seguridad de que un artista importante no puede estar pensando en su vida, de algo así que se tratara como de una "carrera", en su caso de pintor.

No le interesó nunca juntar papelitos, "antecedentes", como si supiera que ellos por muchos que fueran no podían mejorar su obra. No le interesaba, además, participar en certámenes ganando galardones para mejorar el prestigio; y no sé si por temor a no ganar un primer premio, o si lo movilizaba alguna recóndita soberbia o si sencillamente a una participación de ese tipo la consideraba como vacua. De allí, quizá, es que hoy no hallemos la nota medulosa que le haya nombrado para darle renombre...

Sencillamente, parece que eso, a él, no le interesaba.De todos modos, aquí trataré de recordarle desde cuando le conocí en los días en que me arrimo a los Dávalos, por el '38, cuando él tenía unos 13 ó 14 años, y a más de sus dotes musicales, ya mostraba las plásticas. Sí, porque Ramiro de jovencito cantaba con agradable voz y se acompañaba con la guitarra. Justamente, después, ya mayor, era, fue el mediador entre los que hacíamos música y los cantores que visitaban la casa de los Dávalos; Ramiro aprendía nuestras canciones ya en la década de los '50, y luego las pasaba a los cantores visitantes; de tal manera si él en un texto, en una letra, cambiaba una palabra, así quedaba aprendida la canción.

Le conozco desde los años de sus "pininos" en blanco y negro, de cuando hasta los propios muros de la casa en la 20 de Febrero eran decorados por su constante inquietud por manifestarse pintor; desde su vinculación a Pajita García Bes; luego su tiempo de asimilación en su contacto con Spilimbergo en Tucumán...

Los años en que se le parangonaba a influencias gauguinianas, que atribuíamos en forma petulante -si se quiere- sólo de oídas o vista, de un Gauguin en estupendas reproducciones, o algunas similitudes que de igual manera, suponíamos provenían, a veces desde Van Gogh-; si se quiere, se trataba ya de influencias de lo mejor, de los mejores hombres en la pintura figurativa en tanta cercana a nuestro tiempo. Hasta adquirir su clarificación personal.

Fue el quinto hijo de don Juan Carlos, en una casa en donde todos eran artistas: María Eugenia, una soprano que yo aproveché -a su tiempo- para hacer cantar alguna de mis canciones como "La charrasquita", a la que ella puso letra; Arturo, poeta y músico, muerto a los 40 años, que dejara versos, poemas y canciones inolvidables en las apetencias de los buenos recuerdos; Baica, un dibujante y un escritor que al final terminó más conocido en Venezuela que aquí en Salta, en donde no podía competir con el también llamarse Juan Carlos Dávalos; luego Jaime, refundador del cancionero nuestro, artista múltiple además; y el quinto, Ramiro, el que no le interesaba otro prestigio, otra actividad que no fuera el pintar; el sexto, Martín Miguel, que dejó sus propias zambas, y por último, Hernán ... que se quedó conforme como simple carpintero.

Alguna vez escribí algún texto breve y sencillo para un catálogo de Ramiro, en una muestra en la Galería Crivelli; aquí hallo propicio reproducirlo, aunque más no fuese que parcialmente: "No siendo un experto ni un crítico de arte, quizá no pueda expresarme con la pompa y la certeza de la jerga clásica. No obstante, no me sería difícil hablar extensamente de Ramiro Dávalos, a quien conozco desde casi una niñez compartida. Desde una niñez desde la que no ha claudicado un solo día en la pintura y a la que entrega su vida en aras de cualquier otro prestigio que no sea el de la pintura misma.

"Ahora, en plena madurez, está en la certeza de que cada artista es el portador de una propia manifestación expresiva, que nadie sino él mismo puede resolver, y en la que nadie puede ayudarlo, ya que cada artista con mensaje es de por sí una única y exclusiva formulación de experiencias. "En la actualidad su inquietud constante, su afán cotidiano por terminar o iniciar una nueva obran demuestran, a las claras, que insaciablemente nos está dando la resonancia de propias y nuevas formulaciones, que buscan ser confirmadas en la sensibilidad de sus semejantes. Ramiro está en el síntoma de las grandes realizaciones: talento e inquebrantable fidelidad a su arte. Salta, noviembre de 1963".

Por otra parte, de sus años juveniles que también fueron los míos (él era dos años menor), hasta tengo la gustosa nostalgia, los recuerdos de haber salido en andanzas pictóricas junto a él, cuando yo, ejercitando mis habilidades carpinteriles, fabricaba algún trípode portátil para pintar en el campo, trípode que se quedaba finalmente con él...

De allí es que hasta fue generoso conmigo: en el año 1949 me regaló un "Pescador" que está en la galería de mi casa paterna. Después en 1951 -cuando me casé- me trajo una "Lavandera" que desde entonces está en el muro junto a mi piano, enmarcado en roble por José Ríos, cuando junto a sus virutas transitaba su propia poética y su "Zamba del carpintero", junto a tantas otras ya al lado de mi música.

Ilustró libros y libros; ejerció por un tiempo la docencia en la Escuela Provincial de Bellas Artes Tomás Cabrera. Y así, Ramiro creció entre sus propios silencios, de un ser que más que introvertido, mejor sería ubicar como un indiferente a toda vacua promoción, pues socialmente, le gustaba comunicarse con el prójimo... pero no demasiado. Se aisló siempre, cuando no en esta misma ciudad, en los Valles Calchaquíes, en San Lorenzo, o en Cerrillos.

A más de en sus cuadros, hoy se prolonga en tantos hijos e hijas que lo reflejan en sus rasgos y en sus gestos. Las dos esposas que lo amaron..., quizá entre tantas alegrías y perdones hoy se sentirán honradas de haberlo acompañado, de haberle ayudado a ser el íntegro gran artista que fue los 75 años que vivió... Tal vez por no tener guardado papel alguno, no se presentó nunca a merecer el Reconocimiento al Mérito Artístico, pero vivió asistido por el Gobierno provincial a través de una pensión mensual.

El intendente Montoya supo homenajearle en vida reconociéndolo ciudadano ilustre, honor que el pintor agradeció a través de una estupenda muestra en la Fundación del Banco del Noroeste, hoy Fundación Salta. A más de los circunstanciales comentarios que se habrán hecho ya a su obra, ahora, su pintura queda, está ya, a la espera de su valoración definitiva por la crítica especializada, del reconocimiento de los que saben decir cosas de fundamento en un arte tan complejo y aparentemente simple, como la pintura.

Esta es sólo una reseña afectuosa que, pienso, el pintor recibiría con regocijo desde su amigo de siempre.

Edición: Agenda Cultural del Tribuno del 23 de julio de 2000

 

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