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Carlos María Romero Sosa

Da para pensar en vísperas del Bicentenario de la Independencia, en los prejuicios elitistas que signaron como constantes estos dos siglos de argentinidad; y así retrotraernos a los tiempos mismos del Congreso de Tucumán y a las febriles sesiones en que se discutía la futura forma de gobierno para las Provincias Unidas. Sabido es que entonces, contra los postulados de San Martín, Belgrano y Güemes, el terrateniente porteño Tomás de Anchorena, anticipándose en su racismo a las tesis de Gobineau y del doctor Rosenberg, se refirió con desprecio a la proyectada monarquía constitucional, según sus dichos “color chocolate”, que aquellos próceres propugnaban en la persona del Inca Juan Bautista Condorcanqui Túpac Amaru, “Juan Bautista de América” como calificara en el título de un libro el historiador contemporáneo Eduardo Artesano a este quinto nieto del último emperador del Perú.

Y lo cierto es que fue entonces el  país federal sólo en la letra y no en el ideario artiguista vivo en las Instrucciones a los diputados orientales de 1813 y en la impronta del Congreso de los Pueblos Libres de 1815.  El país portuario en los hechos y extraño a su “destino suramericano”, que comenzó a andar y a desandar, no precisamente ajeno  a “toda dominación extranjera”, tal como a iniciativa del diputado por Charcas, Pedro Serrano, se agregó al texto del Acta de la Independencia, el 19 de julio de 1816. Ello debido a que el nacimiento mismo de la Patria coincidió, a poco, con empréstitos generadores del cáncer de la deuda externa, manifestación  del coloniaje, con sus inevitables correlatos antinacionales y antipopulares en la superestructura cultural y mental de buena parte de la ciudadanía.

Viene bien preguntarnos al acercarse la magna fecha del 9 de Julio, por lo que hicimos, por lo que deshicimos y por lo que no quisimos o no supimos ser. Y por ese camino interrogar, por ejemplo, porqué quedó sólo en un borroso recuerdo patriotero de discursos de ocasión en los actos escolares, en cambio de grabada en cerebros y corazones de mucha de la llamada clase dirigente del pasado y el presente, el espíritu de la consigna  sanmartiniana “Seamos libres y lo demás no importa”. Convendría  pensarlo  hoy, cuando varios mandatarios provinciales, incluso de signo diferente al gobierno central, instruyeron a sus legisladores para aprobar en el Congreso Nacional el pago a los llamados holdouts, supeditando los intereses y las demandas populares a la usura internacional.

Alguien dirá que estos conceptos vertidos a vuelapluma son anticuados, setentistas, que atrasan… Pero hay de sobra antecedentes en la historia reciente para concluir que por el camino de participar de la globalización a costa de valores e intereses que nos son propios, renunciando a la mejor tradición de Independencia y Justicia que representa el 9 de Julio,  los beneficios macro económicos prometidos siempre en un difuso futuro por tecnócratas y ceos empresarios –“mañana podremos ser yanquis (y es lo más probable)”, advirtió Rubén Darío- encaramados en la función pública, serán a la postre cantos de sirena en el mar tormentoso de las nuevas frustraciones.   

Carlos María Romero Sosa

 

 

 
EDI-Salta 2016 en el Bicentenario de la Patria
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