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INCENDIO EN LOS CERROS

La otra cara de la historia

Por Christian Vitry

Con la mirada perdida en lontananza, David Cruz observaba casi extasiado como avanzaba la línea de fuego sobre las laderas de los cerros; cientos de hectáreas de pastizales y arbustos consumiéndose inexorablemente con la oportuna ayuda del sediento y febril viento zonda.

David, un pastor más de la extensa geografía cordillerana de estas latitudes, contemplaba -no sin cierta satisfacción- como las llamas abrazaban las montañas.

Rodrigo, hombre de ciudad y caminante de las cumbres, veía que parte de su vida se iba en esas llamas. Las visiones, tanto como los mundos y concepciones de vida eran diferentes, el pastor, en esa sábana ígnea veía plasmada parte de su ya bastante deteriorada continuidad cultural; costumbre arraigada en el tiempo y el espacio, heredada de sus ancestros y puntualmente cumplida por respeto a ellos...a él...y su descendencia.

Costumbre depredatoria, extraña, irracional, antiecológica y, sobre todo peligrosa, pensaba Rodrigo, sin ni siquiera imaginar lo que pasaba por la cabeza de su eventual compañero. Se imaginaba la desesperación de los animales acorralados contra un alambrado o frente a un peñasco, el suelo desprotegido, árboles que con tanto sacrificio crecen en las alturas consumiéndose en cuestión de minutos, rocas fragmentadas, remoción de tierras en épocas de lluvia, accidentes, y toda una serie de consecuencias ambientales y sociales, sustentadas por una añeja costumbre de quemar los pastizales de las montañas, con la estéril y poco científica creencia de que los pastos -cuan ave fénix- crecen con mayor fuerza luego del incendio.

Cientos de fundamentos científicos, sanciones, leyes, campañas de concientización y otros recursos a los que se pueda echar mano son y posiblemente serán insuficientes para erradicar esta costumbre popular de quemar los cerros. El matutino local salteño anuncia con gran preocupación los trastornos acasionados por los treinta y un focos incendiarios distribuidos solamente en las montañas que rodean al valle de Lerma, pero los incendios van mucho mas allá de las extensiones del valle capitalino. La Quebrada del Toro, la Quebrada del río Capillas, los Valles Calchaquíes, numerosas partes de la Puna e inclusive amplios espacios de las Sierras Subandinas y Llanura Chaqueña.

¿Es que la gente se pone de acuerdo para incendiar?, ¿porqué “atentan” contra la naturaleza de esta manera?, ¿se puede uno perjudicar tanto por una “simple” costumbre de la cual se “sabe” daña al medio ambiente y produce desequilibrios ecológicos?; muchas son las preguntas que surgen a raíz de este fenómeno de la cultura popular, mas pocas son las respuestas o las vías de solución a este problema que, con la presión demográfica adquiere elevados índices de peligrosidad.

David, sin preocupación por el hecho que acontecía seguía observando con gran paz, tranquilidad y complacencia, sus oscuros ojos clavados en el fuego veían una vez más como se concretaba un eslabón del ciclo de su cotidianeidad. Un ciclo heredado y transmitido a través de los siglos, un calendario que no “respeta” las pautas establecidas por la cultura occidental. Es que el calendario agrícola de los pastores es difícil de entender para los hombres de ciencia, ya que está plagado de sabiduría fáctica y simbolismo, lejos de los estudios teóricos de los ciclos biogeoquímicos, fisiología vegetal, impacto ambiental, cadenas tróficas, ecología, entre tantos otros estudios de avanzada; dos dimensiones pocas veces compatibles y a menudo enfrentadas como en este caso de la quema de cerros. Dos concepciones y percepciones del mundo tan antagónicas como David y Rodrigo.

“Cuando comienza el mes de agosto le ofrendamos a la pachamama que se despierta con hambre y debemos alimentarla bien por todo lo que nos da, los ancianos y los que saben hacen las ofrendas, pocos tienen la suerte de ver lo que se hace en el cerro -comentaba David Cruz-,...a mediados de este mes, que es muy especial, quemamos los cerros...”. Rodrigo, creyó en un principio haber escuchado mal, pero no, era correcto lo que sus sentidos le indicaban. Perplejo y sin poder disimular su enojo al encontrarse ante uno de los responsables de la quema de los cerros, Rodrigo increpó a David. El pastor, convencido de lo que había hecho y con la característica calma andina resultó ser un muro encallecido para Rodrigo. Resignado e impotente ante esta situación, el forastero se empezó a interesar por las causas “reales” de esta costumbre popular.

De manera frontal y con muy poco tacto realizó Rodrigo la pregunta sobre la causa de la quema de los cerros. Esquivo e inteligente David respondía lo que se le venía en gana, desviando la conversación a otros temas relacionados, pero que, a la postre, terminaron brindando una completa y compleja explicación.

“Al cerro no le pasa nada cuando lo quemamos...”, decía David; ante la escueta y cortada respuesta intentó Rodrigo nuevamente exponer su punto de vista, hablándole de la ecología y el equilibrio natural de los ciclos, con ejemplos de redes alimentarias y cadenas que se ven truncadas por fenómenos catastróficos como los incendios, contaminación, matanza indiscriminada de algunas especies, fumigaciones y otros tantos casos, conscientes o no, que dañan nuestro hábitat; tratando tal vez de convencer de los daños que ocasiona esa costumbre popular al medio ambiente.

“¿Ecología ?, entonces ustedes no saben nada de eso. A veces a nuestra comunidad vienen los ingenieros a enseñarnos como sembrar [sonríe con cierta ironía], nos hacen cultivar las papas y el maíz en lugares nuevos, donde no se dan tan buenos como donde nosotros lo sembramos. No nos escuchan y pierden mucha plata cuando es la época de la cosecha. También pierden plata con todos esos polvos y cosas que nos hacen echar a las plantas para sacarle los bichos, no saben que nosotros dejamos crecer otras plantas que matan todos esos bichos y lo que cultivamos sale sanito”. Boquiabierto y sin tener respuesta ni fundamento para decir nada prosiguió el caminante la conversación con David, tratando siempre de reencauzar la respuesta hacia la quema de los cerros. Estaba Rodrigo incursionando en un tema espinoso, David estaba dentro de su aparente indiferencia y armonía tieso e intranquilo, estos temas lo ponían muy incómodo y trataba rápidamente de huir de algunos cuestionamientos.

Dejando de lado las pasiones personales y sesgos que estas producen intentó Rodrigo despojarse de su etnocentrismo y entender mínimamente el mensaje de David. Con otra predisposición y totalmente relajados, dialogaron sobre muchos temas, ya no importaba la respuesta exacta a la pregunta varias veces realizada, no intentaba canalizar la réplica y temas de conversación, mientras tanto, observaban como se ennegrecían las laderas del cerro del frente, mientras el sol se ocultaba armonizando en el horizonte.

Mi abuelo discutió bien fiero con un político que una vez vino a decir que nos iban a mandar gente para que nos enseñen a regar y preparar la tierra y los canales de agua. El viejo le recordó al Concejal que una vez vinieron los ingenieros a hacer los canales y ese año cuando llovió se rompieron todos y la tierra quedó llena de quebraditas”, comentaba apasionadamente David mientras compartían unas naranjas.

La actitud inquisitiva de Rodrigo poco apoco se fue convirtiendo en vergüenza ajena, cada comentario de David hacía relucir la ignorancia “nuestra” respecto al medio ambiente, como así también las altaneras y soberbias actitudes de políticos, ingenieros, curas y toda persona que pretende por todos los medios cambiar una “forma de ser” o cultura de un pueblo. Frases y comentarios retumbaban como cachetadas aleccionadoras, y quien pretendió en un primer momento ser el “maestro” estaba siendo instruido por el “alumno”, el increpador ahora era el increpado.

Finalmente, mientras descendían por la falda en dirección al puesto de los Cruz, el pastor encontró el momento oportuno para confesar su secreto. Con voz pausada, mirada dura, un gran sentimiento y profunda convicción, David, manifestaba que el fuego era mucho más que eso para ellos.

El sahumerio es mucho mas que puro humo, pensaba Rodrigo haciendo un paralelo a lo que acababa de escuchar. Algún observador que no sepa el significado y simbolismo de esta práctica de sahumar bien podría decir que es una usanza extraña, primitiva e insalubre por el hecho de llenar las habitaciones de un denso humo, que en muchos casos produce tos y desagrado.

“Después del fuego las cosas quedan limpitas, puras, como nuevas”, acotaba David, y allí estaba la clave de la respuesta que había estado esperando. La plática prosiguió por cauces naturales, hablando cada uno de las más intimas convicciones, el cálido viento no menguaba su fiereza colmando el espacio de polvo, cenizas y sonidos.

“...Los pastos crecen con mas fuerza después de la quemazón...pero esto no es por las cenizas producidas por el fuego, es por el mismo fuego...”. Ante este comentario Rodrigo no podía ya hacerse el desentendido, aunque en realidad no entendía nada. Siempre había pensado que la acción de quemar los pastizales favorecía (o podría hacerlo) a la tierra por el hecho de abonarla con las cenizas ricas en minerales, corroborado esto con la expresión de David: “...Los pastos crecen con mas fuerza después de la quemazón...”; Rodrigo estaba muy desorientado y no terminaba de entender lo que el pastor quería decir cuando dejó escapar esa frase de sus labios, expresando que lo importante era el fuego y no las cenizas para abonar la tierra.

Se había creado un ambiente muy cálido, muy humano; dos personas de culturas y concepciones diferentes se encontraban tocando temas de gran profundidad. No quiso Rodrigo quebrantar ese momento con la pregunta directa del simbolismo del fuego, simplemente dejó que el diálogo fluyera tan natural como el viento y el agua del arroyo; en su mente retumbaban las palabras de David, de las cuales había aprendido y aprehendido bastante.

Se produjo una tregua, el silencio y el crepúsculo pasaron a dominar la escena, el viento había cesado y ambos se encontraban sentados sobre una enorme roca. Rodrigo, tenía en mente descender los últimos cien metros hasta el puesto donde lo aguardaba su compañero en la carpa, pero de pronto, David rompió su mutismo y comentó: “El fuego limpia...cuando quemamos los cerros estamos limpiándolos de todos los males, le sacamos las malas ánimas...el cerro nos da agua, atrae las lluvias, alimenta a nuestros animales, nos da comida, minerales, piedras para construir nuestras casas y corrales...en los cerros vive la PACHAMAMA...los cerros están mas cerca del cielo y reciben los fuegos de los rayos...a los cerros los respetamos y le hacemos ofrendas para que nuestras comunidades estén bien, sanas y alimentadas. Es por eso que nosotros le prendemos fuego a los cerros, los tenemos que purificar y sacarle todos los males para que ellos nos sigan protegiendo. Ustedes no entienden muchas cosas que nosotros hacemos, no nos respetan, quieren que seamos pareciditos a ustedes y eso no nos gusta. Muchos changos de acá se van a la ciudad y abandonan para siempre sus pagos, allá están en la ciudad pero viven la miseria. A mi me gusta ir a la ciudad y una vez intenté irme de acá para siempre, pero allá nadie te ayuda y te tratan muy mal, aquí tengo de todo, especialmente muchos vecinos y parientes que nos ayudamos en todo. Así es don, no solamente el agua limpia, el fuego es lo mejor para estos casos, por eso siempre vamos a quemar los cerros, por respeto a ellos y a nuestros padres y abuelos que así nos enseñaron.

Rodrigo se sintió turbado, vacilante, irresoluto...sin respuestas ni preguntas...vacío y satisfecho, sórdido y magnánimo, ...extraña sensación indescriptible.

Christian Vitry

(Publicado originalmente en: Revista “Miradas : Artes, Ciencias y Creencias del Norte” . Nº 11, octubre 1997. Salta , Argentina.

 

Es esta la tierra heroica, la tierra gaucha por excelencia.
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