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Los Curanderos

Aunque es difícil de creer, mucha gente de Salta, aun la de nuestros días, es proclive a creer en curas milagrosas y habilidades ocultas de personajes que pueden devolver la salud perdida a cualquier enfermo afligido, al cual no ha podido aliviar la ciencia médica.

En términos generales la gente siempre es propensa a desprestigiar a los médicos, como si viera en ellos una especie de enemigo potencial, y no quien puede ayudarla a recuperar la salud o aliviar un dolor. Ello se puede comprobar en la cantidad de curanderos que operan a "piacere", dentro y fuera de la ciudad, como la cantidad de personas proclives a recetar remedios o pócimas, como si fueran amuletos y no compuestos químicos que hacen reaccionar los organismos según el estado o condición de cada uno.

Estos curanderos,  que operaban en el misterio, no muchas veces actuaron así, siendo varios los casos conocidos en que ejercían sus ciencias ocultas sin ocultarse mucho para ello. Hace aproximadamente unos quince años, corría la voz por la ciudad sobre la presencia de un hombre extraño, que curaba cualquier mal en las personas que acudían a él espontáneamente.

Era muy reservado, y se le atribuían curas maravillosas, muchas de ellas increíbles. Por lo general pedía que le llevaran una prenda del enfermo o enferma, si estos no podían moverse de sus lechos. Decía su opinión dando la espalda al interesado, que aguardaba anhelante la palabra del curandero, y luego el visitante corría en busca de lo que había de poner fin a los males del ser querido que lo habían llevado al lugar.

Este personaje tenía su centro de operaciones en la vecina villa de San Lorenzo, entre la ondulante forma del paisaje, en una casa solitaria a donde se llegaba por un viejo camino, que más parecía el cauce de un arroyo seco que otra cosa.

Algunos llegaron hasta el lugar para salir de su curiosidad, pero regresaron porque la cola de gente que esperaba ser atendida era muy larga.

Comenzaron así a juntarse automóviles, en los cuales viajaban los que creían en la cura milagrosa, y el lujo de los vehículos daba clara idea de que quienes llegaban en ellos, no eran gente humilde e ignorante. Entre los numerosos casos que se comentaban, estaba el de un señor, ya de cierta edad, cuyo estado era desesperante. Padecía de un cáncer, según se comentaba, y para extirparle el tumor le practicaron una operación exploratoria, revelando ésta el avanzado estado del mal que hacía inútil la intervención quirúrgica. Uno de sus familiares fue a ver al curandero de San Lorenzo, y esperó largas horas en la fila de consultantes que se aglomeraban, silenciosos y pacientes a la espera de su turno. Cada uno llevaba un pequeño paquete, donde, evidentemente, guardaba una prenda del desahuciado.

Esta persona llegó, dicen, hasta el curandero y grande fue su sorpresa cuando reconoció en él a un empleado administrativo de una firma comercial que funcionaba en la ciudad. Era bajo, de anteojos, calvo, de aspecto cansado y mostraba esa característica conformación física que los años de labor sedentaria imprimen  a los que trabajan en la contaduría y atención de libros.

Tímidamente el visitante saludó desconcertado al famoso curandero, y antes de que dijera nada, éste le expresó que ya conocía el caso que iba a exponerle. Tomó entre sus manos el pañuelo que le llevó y murmuró: "Está muy mal". Dicen que quedó en silencio un par de minutos, y que luego entregó un pequeño paquete al visitante. "Déle estos polvitos disueltos en agua durante tres días, después se sentirá bien". Entre dudando y creyendo, regresó a su casa y durante tres días hizo lo que se le había indicado. Como no notaba mejoría en el enfermo hizo una denuncia en la policía. Lo detuvieron en su lugar de trabajo, y el curandero, abochornado, salió cabizbajo detrás de sus guardianes. No se comentó mucho el asunto, pero las investigaciones continuaban. Al cabo de unos 15 días el denunciante se hizo presente acompañado de un abogado. Habló con la autoridad policial, y expresó que venía a retirar la denuncia.

Se le explicó que eso era ya imposible, por cuanto le habían reunido suficientes pruebas como para procesar al detenido por ejercicio ilegal de la medicina. Desesperado el denunciante dijo entonces: "Pero señor, lo que pasa es que el enfermo se curó... ¡está sano y los médicos no se explican como sucedió! El curandero fue puesto en libertad, pero se fue de Salta y no regresó jamás.

Fuente: "Crónica del Noa" - 28/06/1982.

Relatos recopilados por la historiadora María Inés Garrido de Solá

 

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