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Los Músicos y las Tertulias

ubo años en Salta en que ser músico constituía toda una distinción y el que tenía estos conocimientos y virtudes artísticas era considerado como un personaje importante que sobresalía sobre el común de la gente.

Esto ocurría por el tiempo en que algunas casas de la gran aldea polvorienta, que era la ciudad, en algún rincón había un piano negro con dos candelabros de bronce adosados sobre el teclado, que lucía amarillento y desabrido, mostrando su tristeza cuando algún rayo de sol entraba en la importante habitación y le caía sobre la negra madera lustrada, que en los filos del mueble mostraba el color original de los tablones con que se había construido. Los pianos tenían nombres extranjeros -especialmente  alemanes y franceses- y se transmitían de generación en generación. El amplio salón donde se encontraba éste, servía para las "tertulias", como se denominaban a las reuniones de carácter social de la época.

La hija casadera de la dueña de casa, por lo general, era quien había hecho estudios de piano, aprendiendo a odiar a Chopin, Litz y otros grandes maestros, en las tediosas jornadas de ensayos a que era sometida su paciencia de estudiante.

En la velada de la reunión, donde se servían platos tradicionales y las golosinas de la época, como quesadillas, quesillo con dulce de cayote, escabeche de perdiz o de paloma y una copita de licor casero,  con abundancia de azúcar, que a muchos hacía doler las caries dentales.

El entretenimiento general transcurría entre relatos de noticias sobre hechos ocurridos cerca de Salta o en otras provincias. Recitados de poemas  inéditos y hasta consejos jurídicos que salían de boca de algún jurisconsulto al que se consideraba importante. Llegaba por fin el momento en que la hija de la dueña de casa se sentaba en el taburete, se arreglaba la ancha falda y temblorosa "abatatada", caía en sus manos abiertas como un par de arañas sobre el indefenso teclado.

Desmañadamente arrancaba flacas notas del vetusto instrumento, que terminaban rubricadas con el aplauso de los presentes, dando la impresión que era una expresión de alivio por haber terminado la ejecución. Había también niñas casaderas que cantaban con voz de tiple, volviendo los ojos hacia el techo, mientras los galanes se atusaban los bien poblados bigotes.

El músico, el autentico ejecutante, a quien no solamente le gustaba arrancar melodías a un instrumento, era un personaje que solía presentarse en estas veladas, cuando se encontraba de paso por Salta. La mayoría de ellos eran guitarristas que traían también canciones que estaban de moda en Buenos Aires.

Dicen que los valses de Strauss se conocieron en Salta a través de estos intérpretes itinerantes, que nos visitaban de vez en cuando. El guitarrista tenía que ser excepcional, puesto que el instrumento había perdido calidad social, debido a que era muy común escucharlo, mal encordado y peor pulsado, en las "trincheras" de las afueras, donde servía para acompañar letras picarescas de chacareras, gatos y chilenas.

También comenzaban a surgir músicos espontáneos. Esos que aprenden sorpresivamente a tocar armoniosamente un instrumento sin haber estudiado los secretos del pentagrama y el uso e interpretación de negras, blancas, corcheas y semicorcheas. Surgían estos imprevistamente y se destacaban sobre todos los músicos "normales", especialmente en la ejecución del piano. 

Hubo ejecutantes de "oído", como solía llamárseles, que hacían las delicias de las reuniones familiares, en las noches tibias de los veranos perfumados de la Salta apacible de aquellos años. Entre estos intérpretes -tal vez uno de los últimos- estaba Chiliguay, el pianista vendedor de nafta que pasó años junto al surtidor,  que era una especie de semáforo apagado que atraía a los pocos automovilistas que circulaban por las calles salteñas.

Otro de los músicos que llegó -eso fue por la década de los años 40- a tocar en esas reuniones, fue un guitarrista. El guitarrista se presentó en el Club 20 de Febrero, llevado por uno de los hermanos Gómez Rincón.

Fue un verdadero impacto. Asombró a quienes le escucharon. Señalaban que era zurdo y que arrancaba notas de una pureza nunca oída en una guitarra. Alguien afirmaba que su música "tenía sabor a tierra". Este guitarrista y compositor era bonaerense y llegaba a Salta luego de una permanencia prolongada en el Perú.

Se llamaba Atahualpa Chavero Yupanqui y se alojaba en lo de Pajarito Velarde. Ya por esos años la radio y las vitrolas llenaban de música las casas y las calles. Los músicos de antaño habían desaparecido, dando lugar a lo que es hoy la música, que en todos los tonos, llega a todos los rincones de la ciudad o del campo.

Fuente: "Crónica del Noa" - 30/05/1982.

 

Relatos recopilados por la historiadora María Inés Garrido de Solá

 

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