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El Primer Dentista de Salta

ntre los profesionales de Salta, como de todo el país, que han tenido un lugar especial, ha sido el dentista. El médico, en realidad, debe haberse hecho presente en estos lares cuando se inició la fundación la ciudad, ya que las curaciones, mediante hiervas y sangrías, las traían los españoles junto con sus sacerdotes, los que sumaron su ciencia y arte de curar, a la de los hechiceros indios que no poco conocían de maravillosas pócimas para calmar dolores y curar extrañas enfermedades.

Pero el dentista no llegó junto con los primeros entendidos en medicina. Fueron apareciendo muchos años después. Las caries hacían estragos entre la gente, debido a la falta de calcio, puesto que, en esos tiempos, la cantidad de leche disponible no era abundante, y las vacas muy poco fueron reproduciéndose.

Por otra parte el tipo de alimentación a que estaba habituada la gente, no contaba con alimentos ricos en la vitamina C, que retiene el calcio y actúan como factor antinfeccioso. De esta manera el dolor de muelas se convirtió en una especie de dolorosa institución.

Las curaciones eran de tipo casero y la tortura de las caries era poco menos que inevitable entre la población. Aparecieron por esos tiempos los "buches", casi todos ellos compuestos con un preparado a base de hojas de coca, que sostenían y con razón, que actuaba como suave calmante.

Después fueron desinfectantes  fuertes que llegaban a causar llagas en la boca. Algunos apuntes viejos y gente memoriosa, sostienen que los primeros dentistas que actuaron en Salta, eran los barberos. Los peluqueros de ahora, que en un momento dado cobraron especial importancia dentro de la organización social de la ciudad polvorienta y resignada, que se mantenía sobre sus añosas costumbres de siempre, rindiendo culto a las imágenes del Milagro, rezando el rosario al caer la oración y llenando la mesa familiar con los platos tradicionales de ese tiempo criollo y señorial que se vivía por estos lugares.

El barbero era dentista que solamente se dedicaba a las extracciones. Las hacía con una pinza posiblemente importada desde Inglaterra y destrozando las encías del paciente, lo libraba de la tortura a cambio de una agudización de esta por espacio de unas 24 horas. En el campo la cosa era más vernácula y simple.

El curandero "trabajaba" con un bramadero donde había varios tientos crudos fuertemente fijados al grueso palo. Cuando llegaba el dolorido paciente, el curandero, con palabras de consuelo suavemente pronunciadas, lo llevaba  hasta el bramadero y ataba la muela causante de los males a uno de los tientos.

Prendía una fogata y luego, disimuladamente agarraba un tizón y se acercaba displicente al amarrado paciente. Le pedía que le indicara cuál era la muela de sus desdichas. Este, con la boca abierta, gruñía abriendo los ojos y trataba de señalar el dolorido molar. Entonces sacaba a relucir el rojo tizón que velozmente hacía zigzaguear, ante los ojos del doliente. Este, instintivamente, echaba la cabeza hacia atrás, y la muela saltaba del alvéolo para quedar moviéndose como un pequeño péndulo en el extremo del tiento.

Así transcurrían los días, meses y años, sin que se avanzara en este servicio que tanto necesitaba la población. Había una especie de resignación generalizada en cuanto al dolor de muelas y dientes se refería.

Hubo casos de personas aisladas del mundo exterior por varios meses, presa del intenso dolor y sufrimiento, que no apelaba a las rústicas curaciones por un lógico terror a estas prácticas cruentas y dolorosas. Todo fue así, hasta que llegó un dentista con toda la barba. Dicen que era italiano y que sacaba muelas a domicilio y muchas veces sobre las aceras.

Le acompañaba una banda de música con un gran bombo y estridentes platillos. La oferta era: "Se sacan muelas con dolor y sin dolor". Se hablaba de una anestesia nueva inventada en EE.UU. que daba excelentes resultados. Los médicos se encogían los hombros y poco caso hacían a estos anuncios. 

Comenzó el odontólogo, provisto de grandes mostachos, su faena teniendo como escenario la plaza 9 de Julio. El primer cliente quería una extracción sin dolor. Se sentó en el sillón de las torturas y abrió las fauces. El odontólogo le hizo unos toques con yodo, la banda arrancó con una estrepitosa marcha militar, un sacudón del cliente, y el profesional exhibía la muela en una pinza reluciente que goteaba sangre. Sacó otra "con dolor", la banda no ejecutó nada, y los alaridos del paciente impresionaron a los curiosos reunidos.

Fuente: "Crónica del Noa" - 10/05/1982

Relatos recopilados por la historiadora María Inés Garrido de Solá

 

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