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Los Lecheros

os lecheros en nuestro país, desde hace muchos años, están simbolizados por los vascos inmigrantes. Hasta produjeron dichos criollos inspirados en sus tareas de auténticos tamberos, y solía decirse al referirse a ellos y su actividad: "Hijo" el país con gorra e’ vasco, Pero en Salta no fue así. Aquí quienes se dedicaron a la venta de leche como tamberos, fueron italianos inmigrantes, que llegaron a ocupar un plano importante en esta labor, al extremo que se consideraba la actividad tambera como auténticamente italiana.

Entre los tamberos que trabajaron en Salta, y se acreditaron el reconocimiento y afecto de toda la vecindad, estaban los Marinaro. ¿Quién no lo conoció a don Salvador Marinaro? Siempre amable y sonriente, vestido a la usanza gaucha salteña, recorría las calles vendiendo sus servicios y su producto.

Era la Salta de calles de adoquín y empedrado, con siestas largas y amaneceres frescos. Solía recorrer las calles de la ciudad, junto con un ayudante, llevando dos vacas "holando-argentino", y una burra.

Por ese entonces se solía recomendar, como tónico reparador de muchos males infantiles, la leche de burra. Gentilmente llegaba al frente de las casas de sus clientes, y entregaba su mercancía. Generalmente el dueño o dueña de casa salían a atenderlo, con un vaso en la mano. El lo llenaba de leche "al pie de la vaca", con "pollo" -la espuma que se formaba en la leche en el momento del ordeñe- y esperaba la opinión de su cliente que, golosamente, bebía el líquido libio y blanco que le ofrecía.

Después contemplaba el pedido, y mientras su ayudante ordeñaba la vaca, conversaba sobre los acontecimientos que conmovían la tranquila y amable opinión pública de aquellos días lejanos. Se sentía profundamente salteño, y realmente amaba a esta tierra, sus gentes y sus costumbres. Su popularidad, y el reconocimiento hacia sus servicios, se manifestaba en todas las actividades de la vida ciudadana, Tan es así, que en las Fiestas del Estudiante, que se ofrecían en el teatro Victoria -el ya demolido- era infaltable el chiste que él festejaba con francas carcajadas, y hasta con agradecimiento a los traviesos muchachos. Este chiste era una especie de examen de un estudiante que respondía preguntas de un supuesto profesor. La pregunta culminante era -"¿Quién nos da la leche?", y la obligada respuesta era: "Marinaro".

Todo el público reía y prodigaba sus aplausos a intérpretes y al homenajeado, que invariablente asistió a estas travesuras estudiantiles de nuestro reciente pasado.

Don Salvador, como era justo, progresó paulatinamente en sus labores camperas, hasta llegar a tener un verdadero tambo modelo, obteniendo productos de alta calidad, que fueron en su momento las vacas de mejor ordeñe que hubo en la provincia de Salta. Se dedicó de lleno a las labores del campo, con el tesón inquebrantable de siempre, y con la cordialidad afectiva que le valió el sincero aprecio de todos.

El progreso alejó su figura de las calles de Salta, cuando aparecieron los primeros repartos de leche "pasteurizada", allá en la década de los años 30. El público no aceptó de buenas a primera el cambio, insistiendo en la necesidad de que se continuara con la venta de leche al "pie de la vaca". 

Eran los años en que la actual esquina de San Martín y Pellegrini, extendiéndose más sobre la avenida, existía una herrería, donde restallaban los yunques en forma continua desde las primeras luces del amanecer.

Allí llegaban las mulas de las tropas de carros, que traían mercancías a la ciudad desde el interior de la provincia, y se herraban también los caballos de los mateos y de las jardineras. Por esa esquina solía transitar todas las madrugadas don Salvador, con fresca mercancía, como si formara parte del paisaje habitual de la ciudad. Así como él se fue alejando del escenario de la ciudad, los martillos paulatinamente dejaron de tañer los yunques, hasta que el silencio envolvió aquella característica esquina de la ciudad, para trasladarse al recuerdo, envuelta en la estridencia de las bocinas de los automóviles, que hoy se han constituido en el problema urbano de las calles capitalinas.

Fuente: "Crónica del Noa" - 16/09/1981

Relatos recopilados por la historiadora María Inés Garrido de Solá

 

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