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Los primeros Lustrabotas

l oficio de lustrabotas es tan viejo como el uso del calzado de cuero, especialmente botas. Las botas que se usaron por primera vez en este lugar de América fueron las botas españolas de tacón alto, que usaban los militares hispanos que cruzaron el mar en busca de oro y aventuras.

Ya se usaban untándoles sebos animales, los que le devolvían la lozanía, al hacerlas más flexibles, pues el polvo y los rayos del sol -sobre la humedad- ejercían una acción lenta de deterioro que comenzaba con rajaduras en el cuero, hasta llegar a la rotura de la misma.

Junto con el calzado llegaron, como es de suponer, los primeros artesanos de la zapatería. Este oficio en alguna medida pasó a los aborígenes. Muy pocos lo adoptaron porque no usaban calzado de cuero. Preferían andar descalzos o usar las "ushutas", sandalia india que usaban los súbitos del  inca.

El oficio de zapatero que ejercieron los artesanos españoles tenía cierto tono aristocrático, elegante. Los que hacían el calzado, no eran remendones por lo general. Los lustrabotas propiamente dichos proliferaron en Salta allá por la década de los años 20. Fue cuando llegaron los inmigrantes italianos quienes después de desembarcar en Buenos Aires, juntándose en grupos no muy reducidos, se aventuraron hacia el interior del país desconocido y semisalvaje, que imaginaban.  Así llegaron  a Salta. Se establecieron en pequeñas piezas de las casas coloniales de paredes de anchos  adobes. Pusieron los primeros salones de lustrar, remedo local de las instalaciones similares que había en Europa. Un estrado, unos sillones de madera y los estribos para colocar los pies, fueron el inicio de ello.

Se constituyeron en un complemento de las peluquerías, verdaderos cetros de reunión social de aquellos días. Mientras esperaban turnos, o les lustraban el calzado, los clientes, generalmente semiocultos tras los grandes mostachos, eran provistos de revistas para que pasaran el rato en forma amena. De esta atención que se prestaba a la clientela, surgió la idea de combinar el negocio con la venta de revistas. Entonces era dable ver  algunos de los lustrabotas italianos aguardar en la estación del  ferrocarril la llegada del tren de Retiro, a cuyo bordo se enviaban  las revistas porteñas que llegaban a Salta con tres días de retraso. Entonces al día siguiente, las revistas flamantes colgaban de pequeñas sogas tendidas contra las paredes, flanqueado la puerta de entrada de la "lustrería".

Una de las de más fama estaba instalada en la calle Mitre, cerca de la esquina de la calle España. Allí también se vendían billetes de lotería. La otra del centro, también de inmigrantes italianos, se encontraba ubicada en la calle Caseros a pocos metros de la esquina de la calle Florida. Más a las afueras se dispersaron los remendones, que día y noche trabajaban duro en su oficio, reparando a nuevo el calzado de los de los vecinos. Pero la laboriosidad de esta gente no se limitaba a ello. Solía salir de gira por las poblaciones del Valle de Lerma, llevando sus herramientas en un tosco maletín, y casa por casa ofrecían sus servicios. Rosario de Lerma, Cerrillos, El Carril, etc., los vieron llegar en las mañanas frías del otoño, ubicarse junto a la pared de la casa donde habían aceptado su ofrecimiento trabajar incansables hasta terminar el arreglo de varios pares de zapatos.

Los lustraban y alegres, como si recién comenzaran, ofrecían sus servicios en la casa colindante. Regresaban en el último tren cuando ya el cielo estaba cuajado de estrellas. Casi no comían, para llegar hasta sus casas con todo lo recaudado y entregarlo a la familia, núcleo sagrado que realmente veneraban como un auténtico don de Dios.

Estos incansables remendones, de parla alegre y sonora, gritaban más que contaban las peripecias vividas para llegar a la Argentina, que aprendieron  querer y a sentir como propia. Fuero en poco tiempo parte integrante de Salta. De su patrimonio étnico, y brindaron lo que más querían a esta tierra; sus hijos. Hoy subsisten algunos de estos inmigrantes que envejecieron manejando la trincheta y mirando en silencio los cielos de Salta hacia donde apunta la torre de San Francisco, la Iglesia que solía congregar bajo sus naves al grupo de sólidos tanos que hace muchos años miró Salta por primera vez, desde el balcón del Portezuelo.

Fuente: "Crónica del Noa" -21/03/1982

Relatos recopilados por la historiadora María Inés Garrido de Solá

 

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